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Carla de la Lá | La Razón, 2018-06-05
https://www.larazon.es/familia/bendito-sea-el-fruto-EI18546211
Una amiga, casada con un sueco encantador y guapísimo, me cuenta que en Suecia han acuñado un término especial para denominar a los niños, y que ya hay centros escolares y guarderías donde los llaman: “eso”, y que, al parecer, eso, está generando en “eso” problemas de identidad sexual.
Afortunadamente, en España, no hemos llegado a eso ni a “eso” pero ya nos falta poco; me recuerda al jaleo de la comparecencia de Iglesias/ Montero a propósito de su chalet, ¡Díganme que la han visto porque es una verdadera fantasía! En ella, la muchacha (quizá preferiría que la denomináramos “ello”) se refería a su marido y a ella como nosotras, lo preciosísimo es que luego se les escapaba algún nosotros _el nosotros neopatriarcal de cuanto eran personas normales, el de antes de la república de Gilead_ e intentaban corregirlo desmultiplicando sus palabras con el “nosotras y nosotros” sumado al berenjenal de los inscritos y las inscritas.... ¡Loado sea Dios, que lleva firmemente las bridas de este planeta en el que tanto me divierto!
Me los imagino, cuando nazcan sus dos hijos varones, por Galapagar con el “nosotras” en el desgobierno más absoluto. Y eso que aún no han contratado una asistente filipina. Supongo que, por el bien de la comunidad y en aras del Principio de Economía de la Real Academia de la Lengua Española, optarán por el lenguaje neutro y el “nosotres”.
Yo, amiguitos, respeto y valoro la heterogeneidad. Los que me conocen saben que soy una amiga considerada y liberalísima, deseosa de escuchar argumentos que revisiten una por una mis convicciones e incluso que las revienten. Nada me satisface más que cambiar de opinión, aceptar que estaba equivocada y virar deportivamente (les escribe una mujer que pasó del ateísmo colorado a asistir cada domingo a la Iglesia con una Biblia bajo el brazo.)
Como diría mi madre, yo ya tengo asumidos todos los desastres del mundo, menos perder las gafas, pero veamos, en los últimos tiempos me he topado con muchas madres que activamente liberan a sus hijos de cualquier atisbo de género. Sí, como lo leen (qué oscura mazmorra es ser un moderno, señores. Y señoras.):
_“Se llama Juan y Juanita, porque no es niña ni niño, ya lo decidirá cuándo le parezca. Queremos liberar a nuestre hije para que invente la sociedad en la que quiere vivir“
Jamás me pondría a dar consejos ni a hacer preguntas, ni siquiera a mis más allegados. Sin embargo, en esta mi columna, en este templo mío, permítanme queridos amigos, unos instantes. Por lo visto está pasado de moda ese sano ejercicio amistoso, optimista y natural de considerar a tu hijo, un hijo y a tu hija, una hija. Y salvaguardar _no digamos incentivar_ ambos géneros con sus particularidades, defectos y grandezas es considerado un crimen execrable y punible por estos policías de la neutralidad.
“Presunción de heterosexualidad”, lo denominan, con la gravedad más superficial que he tenido el placer de analizar en los últimos años. ¿Presunción de heterosexualidad? La expresión es sonora, publicitaria, sí, pero indigna de un individuo adulto y portador de una psique saludable, mínimamente cultivado en biología, historia, medicina y antropología. Y dado que les estimo sean hombres o mujeres, me veo en la obligación de poner un par de puntos sobre un par de íes.
De ninguna manera yo presumo que mis hijos son heterosexuales, lo dice, lo grita, la madre naturaleza, donde yo, pobre mortal, poquito tengo que añadir. Si finalmente resultan homosexuales o asexuales o calzan chancletas en verano ¡qué le vamos a hacer! Seguiré amándoles y acompañándoles en su camino, como su abnegada madre que soy.
¡No! Querida policía de la exención genital, jueces de la equidad espiritual. Hermanas, hermanos, hermanes radicalizados en la defensa de las minorías y la diferencia. Por mucho que ustedes lo repitan: ¡No! La naturaleza tiene la última palabra. Repasemos:
Desde la psiquiatría, hace ya muchos años que se retiró la homosexualidad del manual de diagnóstico de patologías psiquiátricas, pero desde la naturaleza, se considera normal, aquello que favorezca la supervivencia de la especie y no otra cosa. Cualquier conducta, tendencia o actitud que vaya en contra de la supervivencia de la especie, es una desviación de la normalidad que podemos respetar y tratar con cariño, y lo hacemos, pero nunca hacer apología.
Si un león quisiera intimar con una jirafa, todos pensaríamos que ese león tiene un cortocircuito mental. Si el mismo león se pinta unas rayas porque se siente cebra, pensaríamos lo mismo. Una cosa es tolerar con respeto y amor la diferencia y otra pensar que la diferencia es lo deseable.
El movimiento radical que vivimos está fortaleciendo a minorías resentidas que no tienen mayor consistencia moral ni intelectual por el hecho de haber sufrido y que nos culpan a todos de su dolor, ese que no saben manejar y no pueden manejar (como hacemos los demás). Es como si todo aquel que hubiera disfrutado de una posición cómoda o “de poder” en el pasado se hubiera transformado en villano. Los hombres son villanos, los heterosexuales son villanos, los empresarios son villanos, los médicos, los profesores, los madrileños.... ¡A por ellos!
Afortunadamente, en España, no hemos llegado a eso ni a “eso” pero ya nos falta poco; me recuerda al jaleo de la comparecencia de Iglesias/ Montero a propósito de su chalet, ¡Díganme que la han visto porque es una verdadera fantasía! En ella, la muchacha (quizá preferiría que la denomináramos “ello”) se refería a su marido y a ella como nosotras, lo preciosísimo es que luego se les escapaba algún nosotros _el nosotros neopatriarcal de cuanto eran personas normales, el de antes de la república de Gilead_ e intentaban corregirlo desmultiplicando sus palabras con el “nosotras y nosotros” sumado al berenjenal de los inscritos y las inscritas.... ¡Loado sea Dios, que lleva firmemente las bridas de este planeta en el que tanto me divierto!
Me los imagino, cuando nazcan sus dos hijos varones, por Galapagar con el “nosotras” en el desgobierno más absoluto. Y eso que aún no han contratado una asistente filipina. Supongo que, por el bien de la comunidad y en aras del Principio de Economía de la Real Academia de la Lengua Española, optarán por el lenguaje neutro y el “nosotres”.
Yo, amiguitos, respeto y valoro la heterogeneidad. Los que me conocen saben que soy una amiga considerada y liberalísima, deseosa de escuchar argumentos que revisiten una por una mis convicciones e incluso que las revienten. Nada me satisface más que cambiar de opinión, aceptar que estaba equivocada y virar deportivamente (les escribe una mujer que pasó del ateísmo colorado a asistir cada domingo a la Iglesia con una Biblia bajo el brazo.)
Como diría mi madre, yo ya tengo asumidos todos los desastres del mundo, menos perder las gafas, pero veamos, en los últimos tiempos me he topado con muchas madres que activamente liberan a sus hijos de cualquier atisbo de género. Sí, como lo leen (qué oscura mazmorra es ser un moderno, señores. Y señoras.):
_“Se llama Juan y Juanita, porque no es niña ni niño, ya lo decidirá cuándo le parezca. Queremos liberar a nuestre hije para que invente la sociedad en la que quiere vivir“
Jamás me pondría a dar consejos ni a hacer preguntas, ni siquiera a mis más allegados. Sin embargo, en esta mi columna, en este templo mío, permítanme queridos amigos, unos instantes. Por lo visto está pasado de moda ese sano ejercicio amistoso, optimista y natural de considerar a tu hijo, un hijo y a tu hija, una hija. Y salvaguardar _no digamos incentivar_ ambos géneros con sus particularidades, defectos y grandezas es considerado un crimen execrable y punible por estos policías de la neutralidad.
“Presunción de heterosexualidad”, lo denominan, con la gravedad más superficial que he tenido el placer de analizar en los últimos años. ¿Presunción de heterosexualidad? La expresión es sonora, publicitaria, sí, pero indigna de un individuo adulto y portador de una psique saludable, mínimamente cultivado en biología, historia, medicina y antropología. Y dado que les estimo sean hombres o mujeres, me veo en la obligación de poner un par de puntos sobre un par de íes.
De ninguna manera yo presumo que mis hijos son heterosexuales, lo dice, lo grita, la madre naturaleza, donde yo, pobre mortal, poquito tengo que añadir. Si finalmente resultan homosexuales o asexuales o calzan chancletas en verano ¡qué le vamos a hacer! Seguiré amándoles y acompañándoles en su camino, como su abnegada madre que soy.
¡No! Querida policía de la exención genital, jueces de la equidad espiritual. Hermanas, hermanos, hermanes radicalizados en la defensa de las minorías y la diferencia. Por mucho que ustedes lo repitan: ¡No! La naturaleza tiene la última palabra. Repasemos:
Desde la psiquiatría, hace ya muchos años que se retiró la homosexualidad del manual de diagnóstico de patologías psiquiátricas, pero desde la naturaleza, se considera normal, aquello que favorezca la supervivencia de la especie y no otra cosa. Cualquier conducta, tendencia o actitud que vaya en contra de la supervivencia de la especie, es una desviación de la normalidad que podemos respetar y tratar con cariño, y lo hacemos, pero nunca hacer apología.
Si un león quisiera intimar con una jirafa, todos pensaríamos que ese león tiene un cortocircuito mental. Si el mismo león se pinta unas rayas porque se siente cebra, pensaríamos lo mismo. Una cosa es tolerar con respeto y amor la diferencia y otra pensar que la diferencia es lo deseable.
El movimiento radical que vivimos está fortaleciendo a minorías resentidas que no tienen mayor consistencia moral ni intelectual por el hecho de haber sufrido y que nos culpan a todos de su dolor, ese que no saben manejar y no pueden manejar (como hacemos los demás). Es como si todo aquel que hubiera disfrutado de una posición cómoda o “de poder” en el pasado se hubiera transformado en villano. Los hombres son villanos, los heterosexuales son villanos, los empresarios son villanos, los médicos, los profesores, los madrileños.... ¡A por ellos!
La sana defensa de las minorías, la tolerancia, ese movimiento sabio y valeroso en su concepción, se ha fanatizado, de tanto rodar, llegando a extremos de pensar y exteriorizar que lo normal y ortodoxo es parte de un sistema tiránico que denigra y asalta al débil. Y rueda sin freno, preñada de tarados y sigue rodando la bola de nieve, atrapando a su paso una exorbitante cantidad de mugre adherente y previsiblemente imparable, aglutinando tontos y originando como consecuencia un cráter forocochero peligrosísimo.
_Ma-pá, tengo que confesar que soy hetero, que soy un tío y me gustan las mujeres.
_Ante todo nosotres te comprendemos, queride? Puede ser un lapsus, hijite.
_Ma-pás, no seais pesados o tendré que recurrir a mi abogado.
_ Pero Hije, ¿qué abogado?
_El que tengo aquí colgado.
Reflexiones a posteriori:
Descartando los ofendiditos y los avinagraos y los obtusos, rescato cosas provechosas de esta columna; de ahora en adelante procuraré ser más precisa y menos ambigua con la pluma. Huelga decir que no soy homófoba ni tengo ninguna fobia (exceptuando la que les tengo a los virtuosos y a los cobardes, y a los severos y bueno a los aburridos, sin gracia) y puesto que respeto enormemente a todo mi prójimo, prefiero aclarar aquí bien aclarados (como el agua cristalina) una serie de puntos de tensión.
Cuando hablo de "minorías resentidas" me refiero a los radicales (no a los gais); en mi opinión, los radicales de cualquier corte y color, de cualquier país y edad, religiosos o ateos, son minorías resentidas. La vida es dura para todos y todos debemos lamer nuestros heridas, con cariño, sentido común, con humildad y humor. Algunos no son capaces y se radicalizan. Y entonces adiós a la democracia y a la libertad de expresión.
Para estas personas, la libertad de expresión del otro es caca, es un mal que se ha de erradicar. Si estas personas llegaran al poder, al gobierno (están cerca) no habría medios de comunicación, porque no son capaces de aceptar que otros piensen diferente. No hablemos de respeto... esta gente se desestructura con una opinión distinta y pasan a la agresión verbal (si pudieran a la física). Personas en cuyo pensamiento no existe una sola duda razonable.
Cuando digo “desviación de la normalidad” estoy hablando de un concepto estadístico, no de perversión, (¿desde cuándo soy yo una pacata?).
Desviación como concepto estadístico ¡jamás como un juicio moral!, ¿de acuerdo? Estoy hablando de cantidad, no de cualidad.
Sigamos, la “presunción de heterosexualidad” no significa ser homófobo, yo supongo que mis hijos son heterosexuales, como casi todos los padres del mundo. Si no lo son, no pasa nada (evidentemente, amigos). También os digo que prefiero que lo sean (como todos los padres del mundo) porque me parece más sencillo para ellos. (Igualmente, prefiero que mi hijo (hubiera preferido) que fuera “normal” y no “altas capacidades”, no sabes los quebraderos de cabeza que llevo encima y los que pasa él mismo _que es lo que más me duele_).
Sin embargo, muchos hacen apología de la neutralidad genérica, con una agresividad sin igual, como habéis podido ver estos días.
Su idea de establecer una enorme neutralidad sexual en el planeta tierra, la respeto, cómo no, aunque no esté de acuerdo, porque esa es la base de la convivencia, de la libertad y del pluralismo.
Para terminar, escribo una columna ligera, desde una maternidad muy complicada (como todas) y desde el humor. No pretendo meterme en seriedades de pan y melón y mucho menos discutir de aspectos tan graves en un foro tan superficial como las Redes Sociales.
Carla de la Lá. Soy periodista, escritora, diseñadora, profesora y empresaria. Dirijo la oficina de Madrid de GLOBE Comunicación. Tengo 4 hijos, un marido, un exmarido, un perro y un gato y pienso que la vida es como un bizcocho que se te quemó. La receta nunca sale como uno espera, como la foto del libro ¡Se te ha quemado el bizcocho!_Oirás_Claro, ya lo sé, yo misma lo puse a la temperatura equivocada...¿pero sabéis qué? No hay que dejarse llevar por la cubierta requemada, coges un cuchillo, la quitas y por dentro está buenísimo, y ya si le pones una buena mermelada...mmmm ¡delicioso!
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