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Claudia Piñeiro · Escritora | Clarín, 2018-08-09
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La batalla cultural está ganada y eso no es poco. Es mucho, muchísimo, en un país donde la mayoría de los senadores demostraron pensar con un siglo de atraso. Algunos quisieron tender puentes, fueron los menos. El proyecto de los senadores cordobeses, y hasta el del senador Omar Perotti y el de la senadora Luciana Crexell trataron de acercar posiciones. En cambio la mayoría demostraron ser terminantes y caprichosos, convencidos de que su opinión es la verdad. Los que hace unos días caminaban los pasillos del Palacio aseguran que una rubia senadora amenazaba a los gritos a su jefe de bloque con que “o rechazo total o te parto el bloque”. Eso son. No sólo no están dispuestos a ampliar derechos sino que intentarán ir hacia atrás y revisar los que ya hemos adquirido. Quedó claro en sus discursos. Pero no podrán, nuestra fuerza es mayor y desde ahora no habrá un solo paso atrás sino todo lo contrario: es de aquí hacia delante.
A diferencia de lo que ayer escribió el presidente Mauricio Macri en su Facebook, yo creo que sí importa el resultado de la votación en el Senado. Ayer en la Argentina se votaba aborto legal o aborto clandestino. Y las mujeres fuimos condenadas a seguir abortando en la clandestinidad y con cualquier recurso: rama de perejil, aguja de tejer, percha o clínica privada según la clase social a la que pertenezcamos. Otra vez me permito disentir con las palabras del Presidente: no se trata de creencias, se trata de salud pública. No lo entendieron. Ni él ni la mayoría de los senadores. O lo entendieron y no les importó porque privilegiaron su fe, lo que les ordenó un cura o los supuestos votos que cosecharán en una elección cercana. Demostraron no estar a la altura de los tiempos ni del cargo que ocupan. Demostraron que no les conmueven las mujeres muertas en abortos clandestinos. Son costos que están dispuestos a pagar. Debemos tenerlo presente y recordarlo.
Hoy hay dolor no solo porque después de tanto debate no haya salido la ley que vino con media sanción de Diputados ni ninguna otra ley propuesta por ningún senador dispuesto a acercar posiciones , sino porque tomamos conciencia de a quiénes les dimos el poder para que decidan sobre nuestras vidas. Y eso excede en mucho esta ley en cuestión. Sin embargo, hacia delante tenemos todo para ganar. Nosotros no perdimos, perdieron los que querían mantener el status quo: ya nada será igual. La batalla que dimos todos juntos está ganada, pero hay que seguir dando pasos. La sociedad legalizó el aborto en este debate, lo sacó de debajo de la alfombra. Fuimos adultos y trabajamos mucho más que los senadores, gran parte de ellos nunca estuvieron presentes en las discusiones en comisión y ni siquiera se conectaron desde sus distintos destinos vacacionales. ¿Cómo ganamos la batalla cultural? Primero llamando a las cosas por su nombre: pudimos decir “aborto”, una palabra que no usábamos. Luego, manifestándonos, diciendo si estamos a favor de una ley de aborto legal, seguro y gratuito o no. Pero terminamos de ganar la batalla recién cuando muchas mujeres pudieron decir : “Yo aborté”. En las mesas familiares, en los colegios, en los medios de trasporte, en las oficinas, todos hablamos del aborto, el tema atravesó cualquier grieta. Aparecieron hermanas, primas, madres, tías, amigas que habiéndolo callado tantos años por fin pudieron decirlo. Y nosotros las abrazamos. Aunque griten “rechazo total o parto el bloque”, ningún senador ni ninguna senadora podrá quitarnos esos abrazos.
Lo repito porque es importante que no pase desapercibido: la batalla cultural está ganada. De ahora en más, cuando una mujer se dé cuenta de que está embarazada y no quiera continuar ese embarazo por las razones que ella crea convenientes, ya no abortará sola en la Argentina. Ya no callará y cargará con esa culpa. Ya no sentirá reprobación y vergüenza. Contará con mucha más información acerca de qué hacer y qué no, acerca de qué riesgos no debe correr. El Estado podrá permanecer ausente pero nosotros no; hay grupos de socorristas en todo el país dispuestas a ayudar. También a partir de hoy, toda mujer sabrá a quién contarle y a quién no, porque se han caído muchas caretas, la hipocresía ha quedado al descubierto. Sabemos que hay curas que marchan por las dos vidas mientras “abortaron” a una hija que no quisieron reconocer, sabemos que hay senadores que votaron en contra pero que años atrás su mujer y él decidieron hacer un aborto y lo hicieron, sabemos que hay senadores que creen que la mujer tiene la obligación de ser madre y parir, sabemos que hay senadores que creen que “si abrieron las piernas que se hagan cargo”. Y sabemos que el Poder Ejecutivo habilitó un debate y luego, como si hubiera sido un juego y nosotros niños de jardín de infantes, nos mandó a lavarnos los dientes y a dormir que acá no pasó nada, negando una vez más a las mujeres que hoy, ya sabemos, mueren por abortos clandestinos en la Argentina.
Es de acá hacia adelante. La ley se volverá a presentar y saldrá. Habrá legalización del aborto en la Argentina. Mientras tanto, abrazaremos a toda mujer que tenga que tramitar un aborto, y los senadores que eligieron la percha al misoprostol cargarán con quienes mueran en un aborto clandestino. Tal vez irán a que su cura amigo los confiese y los perdone. Ojalá puedan dormir tranquilos pensando que esa mujer muerta bien vale todos los embriones que, de todos modos, no salvaron. Yo no podría.
A diferencia de lo que ayer escribió el presidente Mauricio Macri en su Facebook, yo creo que sí importa el resultado de la votación en el Senado. Ayer en la Argentina se votaba aborto legal o aborto clandestino. Y las mujeres fuimos condenadas a seguir abortando en la clandestinidad y con cualquier recurso: rama de perejil, aguja de tejer, percha o clínica privada según la clase social a la que pertenezcamos. Otra vez me permito disentir con las palabras del Presidente: no se trata de creencias, se trata de salud pública. No lo entendieron. Ni él ni la mayoría de los senadores. O lo entendieron y no les importó porque privilegiaron su fe, lo que les ordenó un cura o los supuestos votos que cosecharán en una elección cercana. Demostraron no estar a la altura de los tiempos ni del cargo que ocupan. Demostraron que no les conmueven las mujeres muertas en abortos clandestinos. Son costos que están dispuestos a pagar. Debemos tenerlo presente y recordarlo.
Hoy hay dolor no solo porque después de tanto debate no haya salido la ley que vino con media sanción de Diputados ni ninguna otra ley propuesta por ningún senador dispuesto a acercar posiciones , sino porque tomamos conciencia de a quiénes les dimos el poder para que decidan sobre nuestras vidas. Y eso excede en mucho esta ley en cuestión. Sin embargo, hacia delante tenemos todo para ganar. Nosotros no perdimos, perdieron los que querían mantener el status quo: ya nada será igual. La batalla que dimos todos juntos está ganada, pero hay que seguir dando pasos. La sociedad legalizó el aborto en este debate, lo sacó de debajo de la alfombra. Fuimos adultos y trabajamos mucho más que los senadores, gran parte de ellos nunca estuvieron presentes en las discusiones en comisión y ni siquiera se conectaron desde sus distintos destinos vacacionales. ¿Cómo ganamos la batalla cultural? Primero llamando a las cosas por su nombre: pudimos decir “aborto”, una palabra que no usábamos. Luego, manifestándonos, diciendo si estamos a favor de una ley de aborto legal, seguro y gratuito o no. Pero terminamos de ganar la batalla recién cuando muchas mujeres pudieron decir : “Yo aborté”. En las mesas familiares, en los colegios, en los medios de trasporte, en las oficinas, todos hablamos del aborto, el tema atravesó cualquier grieta. Aparecieron hermanas, primas, madres, tías, amigas que habiéndolo callado tantos años por fin pudieron decirlo. Y nosotros las abrazamos. Aunque griten “rechazo total o parto el bloque”, ningún senador ni ninguna senadora podrá quitarnos esos abrazos.
Lo repito porque es importante que no pase desapercibido: la batalla cultural está ganada. De ahora en más, cuando una mujer se dé cuenta de que está embarazada y no quiera continuar ese embarazo por las razones que ella crea convenientes, ya no abortará sola en la Argentina. Ya no callará y cargará con esa culpa. Ya no sentirá reprobación y vergüenza. Contará con mucha más información acerca de qué hacer y qué no, acerca de qué riesgos no debe correr. El Estado podrá permanecer ausente pero nosotros no; hay grupos de socorristas en todo el país dispuestas a ayudar. También a partir de hoy, toda mujer sabrá a quién contarle y a quién no, porque se han caído muchas caretas, la hipocresía ha quedado al descubierto. Sabemos que hay curas que marchan por las dos vidas mientras “abortaron” a una hija que no quisieron reconocer, sabemos que hay senadores que votaron en contra pero que años atrás su mujer y él decidieron hacer un aborto y lo hicieron, sabemos que hay senadores que creen que la mujer tiene la obligación de ser madre y parir, sabemos que hay senadores que creen que “si abrieron las piernas que se hagan cargo”. Y sabemos que el Poder Ejecutivo habilitó un debate y luego, como si hubiera sido un juego y nosotros niños de jardín de infantes, nos mandó a lavarnos los dientes y a dormir que acá no pasó nada, negando una vez más a las mujeres que hoy, ya sabemos, mueren por abortos clandestinos en la Argentina.
Es de acá hacia adelante. La ley se volverá a presentar y saldrá. Habrá legalización del aborto en la Argentina. Mientras tanto, abrazaremos a toda mujer que tenga que tramitar un aborto, y los senadores que eligieron la percha al misoprostol cargarán con quienes mueran en un aborto clandestino. Tal vez irán a que su cura amigo los confiese y los perdone. Ojalá puedan dormir tranquilos pensando que esa mujer muerta bien vale todos los embriones que, de todos modos, no salvaron. Yo no podría.
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