Imagen: El País / Visibilidad asexual en el Orgullo 2017 de Londres |
Los asexuales no se sienten atraídos físicamente por otras personas. Lo defienden como una elección más, y piden respeto.
Luisgé Martín | EPS, El País, 2018-08-05
https://elpais.com/elpais/2018/08/01/eps/1533131110_417201.html
En el libro 'Mi último suspiro', Luis Buñuel confesaba: "Desde los 14 años hasta estos últimos tiempos, el deseo sexual no me ha abandonado jamás. Un deseo poderoso, cotidiano, más exigente incluso que el hambre, más difícil a menudo de satisfacer". Y explicaba que, con la vejez, "apreciaba como una liberación la desaparición del deseo sexual y de todos los demás deseos".
Con mayor o menor magnitud, la cárcel del deseo de la que habla Buñuel condiciona la vida de la mayoría de los seres humanos, sobre todo en estos tiempos de hipersexualización social. Hay un grupo de personas, sin embargo, que se definen a sí mismas como asexuales. Cada una lo es a su manera, pero comparten un rasgo determinante: no sienten una atracción sexual convencional hacia otras personas.
En 2001, el estadounidense David Jay, que entonces tenía diecinueve años, fundó la red AVEN (Asexual Visibility and Education Network) con el propósito de reunir en ella a las personas asexuales y reivindicar su visibilidad. El triángulo AVEN muestra visualmente el espectro de la asexualidad: la línea superior representa la escala sexual de Kinsey, desde la homosexualidad pura hasta la heterosexualidad pura. En la verticalidad del triángulo, que va pasando del blanco al negro atravesando toda la escala de grises, se muestra la intensidad, la frecuencia y las características del deseo sexual. Cuanto más abajo, menos pulsión erótica existe. El vértice inferior del triángulo lo ocupan los asexuales puros.
Andrea vive en Madrid y tiene diecinueve años. Es gris-bisexual, lo que quiere decir que puede llegar a sentir excitación en momentos muy concretos y bajo determinadas circunstancias, pero que el sexo no es para ella el sustento de una relación ni algo interesante en sí mismo. Su primera pareja fue un chico demisexual. Los demisexuales sólo sienten atracción hacia aquellas personas con las que tienen una conexión emocional muy fuerte, no pueden separar el sexo del amor romántico. El segundo novio de Andrea era un chico de sexualidad convencional (un alosexual, en su terminología), y después de una primera etapa de normalidad la relación fracasó: “No me sentía cómoda teniendo el sexo tan presente. Era como ver comer a alguien cincuenta hamburguesas seguidas cuando tú con una te sacias”.
La búsqueda de un entorno social propicio y benévolo en el que poder comportarse con naturalidad y tener relaciones de todo tipo es la mayor dificultad de los asexuales. Avigail’e tiene 25 años y nació hombre en Colombia, aunque ha renunciado a su identidad masculina y se considera de género neutro. "En la secundaria casi todos mis compañeros de clase pensaban en el sexo todo el tiempo, se la pasaban viendo pelis porno y masturbándose incluso en plena clase. Miraban con morbo a las chicas, y si notaban en ti cierta indiferencia a todo eso, te tachaban de homosexual y te bulleaban". Para él los años de la adolescencia fueron muy duros, hasta que descubrió que había en el mundo gente con su misma orientación: “El año pasado decidí cortar todo lazo romántico con alosexuales y hasta me juré a mí mismo que nunca volvería a estar en una relación así de desequilibrada”.
Los asexuales no quieren que se les confunda con los célibes o con los que dejan de practicar sexo por razones morales; no quieren que se les atribuyan problemas hormonales o falta de libido; y no quieren que se sospeche que tienen miedo u odio al sexo. Piden simplemente que su comportamiento sea considerado una orientación sexual más. Ni Andrea ni Avigail’e creen que su vida sea menos plena o satisfactoria por no tener ese instinto erótico casi depredador que tienen la mayoría de personas en la juventud. "Si existe el sexo sin amor, ¿por qué no puede existir el amor sin sexo?", se pregunta Avigail’e, que ha conocido a través de Internet a una mujer paraguaya con la que planea compartir el futuro.
"Nada es blanco o negro", dice Andrea, que tiene ahora una relación con una persona trans y asexual. "Para algunos de nosotros, una simple caricia o un abrazo pueden ser considerados como trato erótico. Para otros, un beso. Y para otros, la genitalidad y el coito. No hay por qué hacer clasificaciones tajantes. Sólo reclamamos que se respete a cada uno en su singularidad y que no se crea que somos bichos raros".
Con mayor o menor magnitud, la cárcel del deseo de la que habla Buñuel condiciona la vida de la mayoría de los seres humanos, sobre todo en estos tiempos de hipersexualización social. Hay un grupo de personas, sin embargo, que se definen a sí mismas como asexuales. Cada una lo es a su manera, pero comparten un rasgo determinante: no sienten una atracción sexual convencional hacia otras personas.
En 2001, el estadounidense David Jay, que entonces tenía diecinueve años, fundó la red AVEN (Asexual Visibility and Education Network) con el propósito de reunir en ella a las personas asexuales y reivindicar su visibilidad. El triángulo AVEN muestra visualmente el espectro de la asexualidad: la línea superior representa la escala sexual de Kinsey, desde la homosexualidad pura hasta la heterosexualidad pura. En la verticalidad del triángulo, que va pasando del blanco al negro atravesando toda la escala de grises, se muestra la intensidad, la frecuencia y las características del deseo sexual. Cuanto más abajo, menos pulsión erótica existe. El vértice inferior del triángulo lo ocupan los asexuales puros.
Andrea vive en Madrid y tiene diecinueve años. Es gris-bisexual, lo que quiere decir que puede llegar a sentir excitación en momentos muy concretos y bajo determinadas circunstancias, pero que el sexo no es para ella el sustento de una relación ni algo interesante en sí mismo. Su primera pareja fue un chico demisexual. Los demisexuales sólo sienten atracción hacia aquellas personas con las que tienen una conexión emocional muy fuerte, no pueden separar el sexo del amor romántico. El segundo novio de Andrea era un chico de sexualidad convencional (un alosexual, en su terminología), y después de una primera etapa de normalidad la relación fracasó: “No me sentía cómoda teniendo el sexo tan presente. Era como ver comer a alguien cincuenta hamburguesas seguidas cuando tú con una te sacias”.
La búsqueda de un entorno social propicio y benévolo en el que poder comportarse con naturalidad y tener relaciones de todo tipo es la mayor dificultad de los asexuales. Avigail’e tiene 25 años y nació hombre en Colombia, aunque ha renunciado a su identidad masculina y se considera de género neutro. "En la secundaria casi todos mis compañeros de clase pensaban en el sexo todo el tiempo, se la pasaban viendo pelis porno y masturbándose incluso en plena clase. Miraban con morbo a las chicas, y si notaban en ti cierta indiferencia a todo eso, te tachaban de homosexual y te bulleaban". Para él los años de la adolescencia fueron muy duros, hasta que descubrió que había en el mundo gente con su misma orientación: “El año pasado decidí cortar todo lazo romántico con alosexuales y hasta me juré a mí mismo que nunca volvería a estar en una relación así de desequilibrada”.
Los asexuales no quieren que se les confunda con los célibes o con los que dejan de practicar sexo por razones morales; no quieren que se les atribuyan problemas hormonales o falta de libido; y no quieren que se sospeche que tienen miedo u odio al sexo. Piden simplemente que su comportamiento sea considerado una orientación sexual más. Ni Andrea ni Avigail’e creen que su vida sea menos plena o satisfactoria por no tener ese instinto erótico casi depredador que tienen la mayoría de personas en la juventud. "Si existe el sexo sin amor, ¿por qué no puede existir el amor sin sexo?", se pregunta Avigail’e, que ha conocido a través de Internet a una mujer paraguaya con la que planea compartir el futuro.
"Nada es blanco o negro", dice Andrea, que tiene ahora una relación con una persona trans y asexual. "Para algunos de nosotros, una simple caricia o un abrazo pueden ser considerados como trato erótico. Para otros, un beso. Y para otros, la genitalidad y el coito. No hay por qué hacer clasificaciones tajantes. Sólo reclamamos que se respete a cada uno en su singularidad y que no se crea que somos bichos raros".
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.