Bilbao : Mensajero - Grupo de Comunicación Loyola, 2018 [10-09].
192 p.
Colección: Testimonios ; 10.
ISBN 9788427142367 / 10 €
/ ES / ENS
/ Iglesia católica / LGTBI / LGTBIfobia
La orientación sexual de las personas ha generado mucha incomprensión dentro de la Iglesia católica. De hecho, el debate no siempre ha estado a la altura del respeto, compasión y sensibilidad cristiana hacia las personas que forman la comunidad de católicos LGBTI. Este libro de James Martin, nos sitúa ante los pilares de un puente necesario entre la comunidad LGTBI y la iglesia institucional. Un puente que todos los católicos debemos construir, porque formamos parte de una misma Iglesia.
James Martin es responsable de la sección cultural de la revista América, publicada por los jesuitas, y autor de numerosos libros. Colaborador en el Canal Historia, en la BBC y en Radio Vaticano, se graduó en la Wharton School of Business antes de ingresar en la Compañía de Jesús en 1988.
Un puente entre la Iglesia católica y la comunidad LGTBI.
James Martin, SJ | Pliego, Vida Nueva, 2018-10-06
https://www.vidanuevadigital.com/pliego/un-puente-entre-la-iglesia-catolica-y-la-comunidad-lgtbi-james-martin-sj/
En el verano de 2016, un hombre armado irrumpió en una discoteca muy popular entre la comunidad gay de Orlando (Florida) y asesinó a cuarenta y nueve personas. Se trataba de la mayor matanza colectiva en la historia de los Estados Unidos hasta entonces.
Como reacción, millones de personas en este país, incluido yo mismo, lloramos y nos manifestamos en apoyo de la comunidad LGTBI. Pero yo estaba interesado también por lo que no escuchaba. Aunque algunos dirigentes de la Iglesia expresaban tanto su pesar como su horror, solo unos cuantos de los más de doscientos cincuenta obispos católicos empleaban las expresiones gay o LGTBI. El cardenal Blase Cupich, de Chicago; el obispo Robert Lynch, de Saint-Petersburg (Florida), el obispo David Zubik, de Pittsburgh, el obispo Robert McElroy, de San Diego, y el obispo John Stowe, de Lexington (Kentucky), hablaron todos ellos en apoyo de la comunidad LGTBI o en contra de la homofobia en los días que siguieron a la matanza. Muchos más, en cambio, guardaron silencio.
Aquello me pareció revelador. El hecho de que tan solo unos pocos obispos católicos reconocieran a la comunidad LGTBI o incluso emplearan el término gay, en unos momentos tan críticos, ponía de manifiesto que la comunidad LGTBI seguía siendo invisible en numerosos círculos de la Iglesia. Incluso en medio de la tragedia, sus miembros seguían siéndolo.
Aquel hecho me ayudó a reconocer algo de un nuevo modo: la obra del Evangelio no puede realizarse si una parte de la Iglesia está esencialmente separada de cualquier otra parte. Entre los dos grupos –la comunidad LGTBI y la Iglesia institucional– se ha abierto un enorme abismo, una separación para la que es preciso construir un puente.
Durante muchos años, he ejercido mi ministerio y he trabajado con personas LGTBI, en su mayor parte católicas. Mi ministerio no ha consistido ante todo en impartir clases o seminarios, sino que, más bien, se ha desarrollado a través de cauces más informales. Gais, lesbianas, bisexuales, transexuales e intersexuales, así como familiares y amigos suyos han acudido a mí en busca de consejo, asesoramiento, confesión y dirección espiritual. Después de una misa, una charla o un retiro, siguen haciéndome preguntas sobre temas espirituales y religiosos, planteando cuestiones sobre temas relacionados con la Iglesia o, simplemente, compartiendo conmigo sus experiencias.
Las relaciones entre los católicos LGTBI y la Iglesia católica han sido a veces polémicas y combativas, y otras veces cálidas y acogedoras. Gran parte de la tensión que caracteriza tales y tan complicadas relaciones se debe a una falta de comunicación y a una enorme desconfianza mutua entre tales católicos y la jerarquía. Lo que hace falta es un puente entre esa comunidad y la Iglesia.
Por eso querría invitar al lector a que me acompañe mientras trato de describir cómo podríamos construir ese puente. A este respecto, querría reflexionar sobre cómo llega la Iglesia a la comunidad LGTBI, y viceversa, porque los buenos puentes llevan a la gente en ambos sentidos.
Como reacción, millones de personas en este país, incluido yo mismo, lloramos y nos manifestamos en apoyo de la comunidad LGTBI. Pero yo estaba interesado también por lo que no escuchaba. Aunque algunos dirigentes de la Iglesia expresaban tanto su pesar como su horror, solo unos cuantos de los más de doscientos cincuenta obispos católicos empleaban las expresiones gay o LGTBI. El cardenal Blase Cupich, de Chicago; el obispo Robert Lynch, de Saint-Petersburg (Florida), el obispo David Zubik, de Pittsburgh, el obispo Robert McElroy, de San Diego, y el obispo John Stowe, de Lexington (Kentucky), hablaron todos ellos en apoyo de la comunidad LGTBI o en contra de la homofobia en los días que siguieron a la matanza. Muchos más, en cambio, guardaron silencio.
Aquello me pareció revelador. El hecho de que tan solo unos pocos obispos católicos reconocieran a la comunidad LGTBI o incluso emplearan el término gay, en unos momentos tan críticos, ponía de manifiesto que la comunidad LGTBI seguía siendo invisible en numerosos círculos de la Iglesia. Incluso en medio de la tragedia, sus miembros seguían siéndolo.
Aquel hecho me ayudó a reconocer algo de un nuevo modo: la obra del Evangelio no puede realizarse si una parte de la Iglesia está esencialmente separada de cualquier otra parte. Entre los dos grupos –la comunidad LGTBI y la Iglesia institucional– se ha abierto un enorme abismo, una separación para la que es preciso construir un puente.
Durante muchos años, he ejercido mi ministerio y he trabajado con personas LGTBI, en su mayor parte católicas. Mi ministerio no ha consistido ante todo en impartir clases o seminarios, sino que, más bien, se ha desarrollado a través de cauces más informales. Gais, lesbianas, bisexuales, transexuales e intersexuales, así como familiares y amigos suyos han acudido a mí en busca de consejo, asesoramiento, confesión y dirección espiritual. Después de una misa, una charla o un retiro, siguen haciéndome preguntas sobre temas espirituales y religiosos, planteando cuestiones sobre temas relacionados con la Iglesia o, simplemente, compartiendo conmigo sus experiencias.
Las relaciones entre los católicos LGTBI y la Iglesia católica han sido a veces polémicas y combativas, y otras veces cálidas y acogedoras. Gran parte de la tensión que caracteriza tales y tan complicadas relaciones se debe a una falta de comunicación y a una enorme desconfianza mutua entre tales católicos y la jerarquía. Lo que hace falta es un puente entre esa comunidad y la Iglesia.
Por eso querría invitar al lector a que me acompañe mientras trato de describir cómo podríamos construir ese puente. A este respecto, querría reflexionar sobre cómo llega la Iglesia a la comunidad LGTBI, y viceversa, porque los buenos puentes llevan a la gente en ambos sentidos.
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