Imagen: 20 Minutos / Zhanar Sekerbayeva |
Zhanar Sekerbayeva y Amnistía Internacional | 1 de cada 10, 20 Minutos, 2019-07-11
https://blogs.20minutos.es/1-de-cada-10/2019/07/11/mi-activismo-lo-motiva-la-rabia/
Zhanar Sekerbayeva, de 36 años, es una activista LBQ de Kazajistán. Ha sido detenida, acusada de delitos menores de vandalismo y atacada a causa de su sexualidad y su activismo. Sin embargo, nunca ha perdido la esperanza... ni el sentido del humor. A través de su organización, el grupo kazajo de de defensa de los derechos de las mujeres “Feminita”, Zhanar está decidida a proteger los derechos de las personas LBQ en Kazajistán.
Mi gobierno me enfurece. La policía me enfurece. La homofobia me enfurece. Por suerte, la rabia es lo que me motiva.
No me desperté un buen día y decidí sin más convertirme en activista. Me inspiró una mujer mayor que protestaba por la devaluación del tengue, la moneda de Kazajistán. Estaba de pie sola delante de un banco. Contaba a la gente cómo esa pérdida de valor podía afectar a las pensiones y a la vida cotidiana, así que mi amiga Gulzada Serzhan y yo nos unimos a ella en la plaza.
Se nos sumó mucha gente, pero al poco rato llegó la policía y detuvo a todo el mundo, incluidas las personas ancianas. Los agentes fueron groseros y agresivos, nos agarraron y nos arrastraron al suelo. Empecé a grabar lo que sucedía, y el vídeo se hizo viral en las redes sociales. Las autoridades pensaron que era una de las personas que lideraban la protesta, y mi fotografía apareció en los medios de comunicación online al día siguiente. Los lectores y los comentadores de las redes sociales que vieron las noticias no sabían si yo era hombre o mujer, así que fue un momento crucial para hacer visibles a las personas LBQ.
Protestas pacíficas
Aquella experiencia no me impidió alzar la voz o protestar de forma pacífica. El año pasado volvieron a detenerme por hablar contra el estigma en torno a la menstruación.
En Kazajistán seguimos sin poder llamar a la menstruación por su nombre, a causa de los tabúes que la rodean. En su lugar, la gente utiliza eufemismos como “la tía roja”, “octubre rojo” o “el ejército rojo”. Mi madre es pediatra, y cuanto tuve mi primera regla me dio un paño, sin explicarme para qué era ni cómo utilizarlo. Quizá le daba demasiada vergüenza decirme lo que tenía que hacer; nunca la he culpado por ello. En el colegio, si la regla le cala la ropa a una niña, todas se ríen de ella, y la profesora la manda a casa. Hay personas que entierran fuera las bragas con sangre, mientras que otras utilizan trapos contaminados, que pueden causarles daños reproductivos.
Hay que hacer algo. Por eso me uní al grupo de defensa de los derechos de las mujeres “FemPoint” en Almaty, Kazajistán, para participar en una sesión fotográfica que tenía por objeto abordar los tabúes en torno a la menstruación. Llevábamos carteles con lemas y dibujos hechos a mano, y compresas con pintura roja. Siete días después de la manifestación fui a un café a reunirme con otra activista feminista. Cuando salí me esperaban siete policías. Me ordenaron que fuera a la comisaría y dijeron que, si no lo hacía, utilizarían la fuerza física.
Me trataron como a una delincuente. Durante toda aquella situación me temblaban las manos, y ni siquiera pude llamar a mi abogada; Gulzada tuvo que ayudarme. Tuvimos suerte de que Aiman Umarova, mi abogada, estuviera disponible. Pensé que sería imposible ponerse en contacto con nadie después de las seis y media de la tarde. La jueza que me interrogó me hizo preguntas como “¿Está casada?, ¿tiene hijos?, ¿está embarazada? Si cursa estudios superiores, ¿por qué participó en la sesión fotográfica? ¿Tiene esposo?”.
Le dije que era abiertamente lesbiana y que me preguntara por mi pareja, no por mi esposo, y la jueza se corrigió. Fue una experiencia interesante, pese a la angustia y el miedo. Cuando veo que alguien sufre una injusticia, tengo que actuar.
Por llevar esos dibujos, las autoridades me acusaron y declararon culpable de un delito menor de vandalismo y me hicieron pagar una multa, pero el apoyo de organizaciones como Amnistía Internacional me hizo sentir mucho menos sola.
Representación de las mujeres LBQ
Como activista LBQ y periodista, mi trabajo no ha estado exento de dificultades, como pueden ver. Mi madre no creía que fuera posible cambiar cosas. Su opinión era que los ciudadanos y ciudadanas son “simples contribuyentes; no decidimos nada”. En la universidad no nos daban la opción de debatir sobre los derechos de las personas LGBTI: tenías que pedir permiso a tu profesor o profesora.
Como lesbiana, yo sabía que quería representar a las mujeres LBQ. Quería proteger a mi grupo, a mi gente, así que Gulzada y yo creamos la iniciativa feminista de Kazajistán ‘Feminita’. Nos centramos sobre todo en el trabajo de incidencia y el litigio estratégico. En nuestra sociedad, las mujeres LBQ están avergonzadas y estigmatizadas. Es importante que abordemos sus necesidades mediante la educación y las experiencias compartidas.
Ha sido una curva de aprendizaje y, desde que empezamos ‘Feminita’, algunas amistades se han mostrado reacias a verme. Resulta doloroso. También me han increpado desconocidos, porque los hombres piensan que está bien mandarme imágenes pornográficas y hacer comentarios sobre mi aspecto.
Pero la rabia me mantiene en marcha. Cuando hablo sobre un tema que me enfurece, no puedo detenerme. La rabia es mi hermana.
Lograr impacto
La rabia me ha prestado un buen servicio y logramos impacto todos los días. Hace poco impugnamos una ordenanza que incluía un párrafo despectivo sobre la cultura LGBTI. Enviamos cartas y trabajamos con embajadas y con nuestros aliados y aliadas en todo el mundo. Finalmente la ley se aprobó sin esa ordenanza.
También hemos realizado evaluaciones sobre las necesidades de las personas LGBTI. No ha sido fácil. Muchas veces teníamos que reunirnos en parques o callejones oscuros. Algunas mujeres nos ayudaron, pero otras no querían que nos pusiéramos en contacto con ellas. Con nuestra investigación estamos demostrando que en nuestra sociedad hay personas lesbianas, bisexuales y queer, y ya es hora de vivir con ello. Hemos descubierto que lo que las mujeres necesitan más son aliados y aliadas que estén de su parte, y eso incluye especialistas en derecho y medicina. Quieren poder acudir a los centros de recursos, y necesitan acceso a organizaciones de derechos humanos.
Mis colegas y yo llevamos desde 2017 intentando inscribir ‘Feminita’ como entidad legal, pero nuestra solicitud se ha rechazado numerosas veces. Siempre encuentran alguna razón para decirnos que no estamos preparadas o que violamos algo. ¿Cómo pueden activistas LGBTI valientes y con estudios violar las leyes del país? Al contrario, promovemos la protección de los derechos humanos. Lo quiera el gobierno o no, los derechos de las mujeres lesbianas, bisexuales, transexuales y queer forman parte de ello.
No queremos que ‘Feminita’ sea simplemente una organización de base: queremos crear un laboratorio de ideas que lleve a cabo su propia investigación. Es la solidaridad la que nos ha ayudado a llegar hasta aquí, y las batallas sólo pueden ganarse cuando se trabaja codo con codo, ¡así que continuaremos!
Cuando era más joven, soñaba con ser detective. Quería encontrar criminales y ayudar a la gente. Mi padre tenía una biblioteca en casa y yo leía todas las historias de Agatha Christie y Arthur Conan Doyle. Ahora me alegro de no haber seguido ese camino: podría haber sido una policía que detiene a gente en reuniones pacíficas. Ser defensora de los derechos humanos es mucho más importante, aunque me convierta en “vándala” a los ojos de las autoridades kazajas.
Artículo publicado originalmente por la Fundación Thomson Reuters.
Mi gobierno me enfurece. La policía me enfurece. La homofobia me enfurece. Por suerte, la rabia es lo que me motiva.
No me desperté un buen día y decidí sin más convertirme en activista. Me inspiró una mujer mayor que protestaba por la devaluación del tengue, la moneda de Kazajistán. Estaba de pie sola delante de un banco. Contaba a la gente cómo esa pérdida de valor podía afectar a las pensiones y a la vida cotidiana, así que mi amiga Gulzada Serzhan y yo nos unimos a ella en la plaza.
Se nos sumó mucha gente, pero al poco rato llegó la policía y detuvo a todo el mundo, incluidas las personas ancianas. Los agentes fueron groseros y agresivos, nos agarraron y nos arrastraron al suelo. Empecé a grabar lo que sucedía, y el vídeo se hizo viral en las redes sociales. Las autoridades pensaron que era una de las personas que lideraban la protesta, y mi fotografía apareció en los medios de comunicación online al día siguiente. Los lectores y los comentadores de las redes sociales que vieron las noticias no sabían si yo era hombre o mujer, así que fue un momento crucial para hacer visibles a las personas LBQ.
Protestas pacíficas
Aquella experiencia no me impidió alzar la voz o protestar de forma pacífica. El año pasado volvieron a detenerme por hablar contra el estigma en torno a la menstruación.
En Kazajistán seguimos sin poder llamar a la menstruación por su nombre, a causa de los tabúes que la rodean. En su lugar, la gente utiliza eufemismos como “la tía roja”, “octubre rojo” o “el ejército rojo”. Mi madre es pediatra, y cuanto tuve mi primera regla me dio un paño, sin explicarme para qué era ni cómo utilizarlo. Quizá le daba demasiada vergüenza decirme lo que tenía que hacer; nunca la he culpado por ello. En el colegio, si la regla le cala la ropa a una niña, todas se ríen de ella, y la profesora la manda a casa. Hay personas que entierran fuera las bragas con sangre, mientras que otras utilizan trapos contaminados, que pueden causarles daños reproductivos.
Hay que hacer algo. Por eso me uní al grupo de defensa de los derechos de las mujeres “FemPoint” en Almaty, Kazajistán, para participar en una sesión fotográfica que tenía por objeto abordar los tabúes en torno a la menstruación. Llevábamos carteles con lemas y dibujos hechos a mano, y compresas con pintura roja. Siete días después de la manifestación fui a un café a reunirme con otra activista feminista. Cuando salí me esperaban siete policías. Me ordenaron que fuera a la comisaría y dijeron que, si no lo hacía, utilizarían la fuerza física.
Me trataron como a una delincuente. Durante toda aquella situación me temblaban las manos, y ni siquiera pude llamar a mi abogada; Gulzada tuvo que ayudarme. Tuvimos suerte de que Aiman Umarova, mi abogada, estuviera disponible. Pensé que sería imposible ponerse en contacto con nadie después de las seis y media de la tarde. La jueza que me interrogó me hizo preguntas como “¿Está casada?, ¿tiene hijos?, ¿está embarazada? Si cursa estudios superiores, ¿por qué participó en la sesión fotográfica? ¿Tiene esposo?”.
Le dije que era abiertamente lesbiana y que me preguntara por mi pareja, no por mi esposo, y la jueza se corrigió. Fue una experiencia interesante, pese a la angustia y el miedo. Cuando veo que alguien sufre una injusticia, tengo que actuar.
Por llevar esos dibujos, las autoridades me acusaron y declararon culpable de un delito menor de vandalismo y me hicieron pagar una multa, pero el apoyo de organizaciones como Amnistía Internacional me hizo sentir mucho menos sola.
Representación de las mujeres LBQ
Como activista LBQ y periodista, mi trabajo no ha estado exento de dificultades, como pueden ver. Mi madre no creía que fuera posible cambiar cosas. Su opinión era que los ciudadanos y ciudadanas son “simples contribuyentes; no decidimos nada”. En la universidad no nos daban la opción de debatir sobre los derechos de las personas LGBTI: tenías que pedir permiso a tu profesor o profesora.
Como lesbiana, yo sabía que quería representar a las mujeres LBQ. Quería proteger a mi grupo, a mi gente, así que Gulzada y yo creamos la iniciativa feminista de Kazajistán ‘Feminita’. Nos centramos sobre todo en el trabajo de incidencia y el litigio estratégico. En nuestra sociedad, las mujeres LBQ están avergonzadas y estigmatizadas. Es importante que abordemos sus necesidades mediante la educación y las experiencias compartidas.
Ha sido una curva de aprendizaje y, desde que empezamos ‘Feminita’, algunas amistades se han mostrado reacias a verme. Resulta doloroso. También me han increpado desconocidos, porque los hombres piensan que está bien mandarme imágenes pornográficas y hacer comentarios sobre mi aspecto.
Pero la rabia me mantiene en marcha. Cuando hablo sobre un tema que me enfurece, no puedo detenerme. La rabia es mi hermana.
Lograr impacto
La rabia me ha prestado un buen servicio y logramos impacto todos los días. Hace poco impugnamos una ordenanza que incluía un párrafo despectivo sobre la cultura LGBTI. Enviamos cartas y trabajamos con embajadas y con nuestros aliados y aliadas en todo el mundo. Finalmente la ley se aprobó sin esa ordenanza.
También hemos realizado evaluaciones sobre las necesidades de las personas LGBTI. No ha sido fácil. Muchas veces teníamos que reunirnos en parques o callejones oscuros. Algunas mujeres nos ayudaron, pero otras no querían que nos pusiéramos en contacto con ellas. Con nuestra investigación estamos demostrando que en nuestra sociedad hay personas lesbianas, bisexuales y queer, y ya es hora de vivir con ello. Hemos descubierto que lo que las mujeres necesitan más son aliados y aliadas que estén de su parte, y eso incluye especialistas en derecho y medicina. Quieren poder acudir a los centros de recursos, y necesitan acceso a organizaciones de derechos humanos.
Mis colegas y yo llevamos desde 2017 intentando inscribir ‘Feminita’ como entidad legal, pero nuestra solicitud se ha rechazado numerosas veces. Siempre encuentran alguna razón para decirnos que no estamos preparadas o que violamos algo. ¿Cómo pueden activistas LGBTI valientes y con estudios violar las leyes del país? Al contrario, promovemos la protección de los derechos humanos. Lo quiera el gobierno o no, los derechos de las mujeres lesbianas, bisexuales, transexuales y queer forman parte de ello.
No queremos que ‘Feminita’ sea simplemente una organización de base: queremos crear un laboratorio de ideas que lleve a cabo su propia investigación. Es la solidaridad la que nos ha ayudado a llegar hasta aquí, y las batallas sólo pueden ganarse cuando se trabaja codo con codo, ¡así que continuaremos!
Cuando era más joven, soñaba con ser detective. Quería encontrar criminales y ayudar a la gente. Mi padre tenía una biblioteca en casa y yo leía todas las historias de Agatha Christie y Arthur Conan Doyle. Ahora me alegro de no haber seguido ese camino: podría haber sido una policía que detiene a gente en reuniones pacíficas. Ser defensora de los derechos humanos es mucho más importante, aunque me convierta en “vándala” a los ojos de las autoridades kazajas.
Artículo publicado originalmente por la Fundación Thomson Reuters.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.