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Sato Díaz | Cuarto Poder, 2015-05-17
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“No había ninguna persona con la que hablar de lo que nos pasaba, por eso somos muy ricos interiormente, porque no nos podíamos expresar exteriormente. Además, todos los referentes externos eran objeto de escarnio social”, recapitula Federico Armenteros. “Ahora los jóvenes tienen referentes, y los padres también, y pueden consultar sobre las experiencias de sus hijos”, prosigue. Armenteros tiene 56 años y es presidente de la Fundación 26 de Diciembre, desde la que pelea para que las personas mayores del colectivo LGTBI (Lesbianas, Gays, Transexuales, Bisexuales e Intersexuales) tengan una asistencia social y sanitaria y un acompañamiento frente a la soledad en la que muchos de ellos viven. “Según datos del 2011, sólo en la Comunidad de Madrid hay 160.000 personas LGTBI mayores de 65 años y 70.000 mayores de 80, la mayoría de las cuales son lesbianas y viven completamente solas”.
Hace tan sólo 25 años, el 17 de mayo de mayo de 1990, la Organización Mundial de Salud eliminó la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales. Por ello, hoy se celebra el Día Mundial contra la LGTBIfobia, y cuartopoder.es visita la sede de esta fundación. Un bajo de un edificio del madrileño barrio de Lavapiés se ha convertido en una especie de salita de estar, de comedor de una casa, y en él llevan a cabo la iniciativa “No comas sola”, por la cual pueden almorzar personas mayores de este colectivo en compañía. Además, esta organización de carácter público, que, sin embargo, “no recibe ninguna subvención” y vive de las cuotas de los socios, asiste a ancianos en sus domicilios, gestiona cuatro pisos solidarios para que los habiten personas mayores LGTBI y será pionera en abrir una residencia para este colectivo. “No estamos a favor de los guetos, pero es una medida de discriminación positiva, porque hoy en día todavía no podría compartir una habitación en otra residencia una pareja homosexual, ni un hombre se podría vestir de mujer o ponerse unas pestañas largas”, se incorpora a la conversación Manuela Gómez, también de 56 años, quien es letrada de la Administración Pública y secretaria del patronato de esta fundación.
Gómez es transexual, “hace tres años dejé de ser un hombre, gracias a una castración química, la biomedicina ha avanzado mucho porque hasta hace 15 años esto era imposible y las transexuales tenían que someterse a tratamientos con hormonas de yegua preñada, es muy duro”, relata. A ella, una de las iniciativas que más le seducen de la fundación en la que participa es el convenio que han firmado con Instituciones Penitenciarias, mediante el cual podrán “entrar en las cárceles para hacer actividades específicas con presos LGTBI, para que puedan redimir sus penas, para que comprendan que han sido criminalizados por la sociedad en la inmensa mayoría de los casos, la sociedad está enferma“. “Las transexuales de América Latina, por ejemplo, al no tener nacionalidad, no pueden pedir el cambio de género y se ven obligadas a vivir en cárceles de hombres, con las consecuencias que esto conlleva”, comenta esta activista, para quien es de suma importancia “no olvidar para saber transmitir”, por lo que desea poner en marcha un centro de documentación en el futuro con los archivos policiales de las detenciones y condenas a personas LGTBI derivadas de la franquista Ley de Peligrosidad Social del 1970. “Mostrar las condenas, los autos judiciales en los que pone que aquella persona fue detenida en su casa por homosexual, los interrogatorios, porque la persecución ha sido ingente”, describe.
Experiencias personales
También participa en el encuentro Rosa Araujo, referente del activismo LGTBI desde diferentes fuerzas políticas y colectivos sociales. Es madre de seis hijos, tiene 70 años y describe su experiencia como forma de documentar la LGTBIfobia: “Soy una persona religiosa, y con 15 años mantuve una relación amorosa con una amiga, ella estaba en un convento y teníamos el mismo confesor, como consecuencia de aquello mi amiga tuvo que salir del convento y yo puse una barrera a mi orientación”. Araujo continúa con sus recuerdos: “No volví a sentir una experiencia así hasta que ya con mi marido vi la película “Emmanuelle”, comenté que la relación entre las dos mujeres era preciosa y me tacharon de loca”. “Cuando dejé a mi marido, él se quedó trabajando en Brasil y me vine a España con mis hijos, me enamoré de una de sus profesoras, vivíamos juntas con los niños a los que les expliqué con naturalidad que esa mujer era para mí lo que había sido su papá, no me escondí, era el año 1979″, prosigue, y narra que sus hijos se fueron a vivir con su padre y le costó mucho tiempo retomar el contacto con ellos. “A mí me habrían quitado la custodia por ser lesbiana”, argumenta. “He vivido 36 años como heterosexual y 34 como lesbiana, pero ahora estoy en libre disposición, pues soy activista y sólo tengo tiempo para crear un mundo mejor, ni para el sexo, ni para enamorarme”, concluye Araujo.
Manuela Gómez también explica sus experiencias: “Yo soy lesbiana y transexual, no tiene nada que ver estar con una mujer como mujer, que haciendo el papel de hombrecito”. Gómez había tenido parejas femeninas antes de su reasignación sexual, pero reconoce que “nunca” fue un buen amante como hombre. “Mi vida no funcionaba, estaba inmersa en la desubicación y, de repente, todo explotó, pasó”, recuerda, analizando la falta de “opciones farmacológicas” y “el problema del proceso adaptativo, pues, al ser lesbiana, estaba como hombre con mujeres, con la permanente negación de que era mujer”. Un día explotó: “Yo no soy varón, yo soy una niña”. Desde su experiencia advierte de que “hay que hacer una ley integral sobre la transexualidad, no tiene sentido que dependa de cada comunidad autónoma, e integrar la transexualidad infantil para que, al comienzo de la pubertad, en casos manifiestos de transexualidad, se congele la evolución hormonal hasta que la persona sea adulta y pueda decidir su sexo libremente, o no reafirmarse en ninguno de los dos géneros”. “¿Por qué tiene que especificarse en el carnet de identidad el género, o en la matrícula de estudios? Creo que el género se debe dejar a la libertad personal, creativa, y que puede evolucionar a lo largo de la vida, igual que la orientación sexual”, argumenta Gómez.
Federico Armenteros reconoce una fobia al colectivo LGTBI sistémica, antes y ahora. “Las personas mayores se han visto rechazadas también en guetos como Chueca, éramos los que habíamos estado en la cárcel, los maricones y viejos, pero Chueca está hecha por gente guapa, por gente con dinero, querían lavar la imagen”, asegura, relacionándolo con la soledad de los mayores ahora: “Mucha gente está sumida en una depresión crónica, han caído en el alcoholismo o en enfermedades mentales como método de evasión, este no es su mundo y quieren salir de él”. “En ocasiones hacemos hasta cuidados paliativos, estas personas están solas hasta la muerte y el hospital, por eso pedimos que podamos tutelar las custodias de estas personas”, reclama.
Hace tan sólo 25 años, el 17 de mayo de mayo de 1990, la Organización Mundial de Salud eliminó la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales. Por ello, hoy se celebra el Día Mundial contra la LGTBIfobia, y cuartopoder.es visita la sede de esta fundación. Un bajo de un edificio del madrileño barrio de Lavapiés se ha convertido en una especie de salita de estar, de comedor de una casa, y en él llevan a cabo la iniciativa “No comas sola”, por la cual pueden almorzar personas mayores de este colectivo en compañía. Además, esta organización de carácter público, que, sin embargo, “no recibe ninguna subvención” y vive de las cuotas de los socios, asiste a ancianos en sus domicilios, gestiona cuatro pisos solidarios para que los habiten personas mayores LGTBI y será pionera en abrir una residencia para este colectivo. “No estamos a favor de los guetos, pero es una medida de discriminación positiva, porque hoy en día todavía no podría compartir una habitación en otra residencia una pareja homosexual, ni un hombre se podría vestir de mujer o ponerse unas pestañas largas”, se incorpora a la conversación Manuela Gómez, también de 56 años, quien es letrada de la Administración Pública y secretaria del patronato de esta fundación.
Gómez es transexual, “hace tres años dejé de ser un hombre, gracias a una castración química, la biomedicina ha avanzado mucho porque hasta hace 15 años esto era imposible y las transexuales tenían que someterse a tratamientos con hormonas de yegua preñada, es muy duro”, relata. A ella, una de las iniciativas que más le seducen de la fundación en la que participa es el convenio que han firmado con Instituciones Penitenciarias, mediante el cual podrán “entrar en las cárceles para hacer actividades específicas con presos LGTBI, para que puedan redimir sus penas, para que comprendan que han sido criminalizados por la sociedad en la inmensa mayoría de los casos, la sociedad está enferma“. “Las transexuales de América Latina, por ejemplo, al no tener nacionalidad, no pueden pedir el cambio de género y se ven obligadas a vivir en cárceles de hombres, con las consecuencias que esto conlleva”, comenta esta activista, para quien es de suma importancia “no olvidar para saber transmitir”, por lo que desea poner en marcha un centro de documentación en el futuro con los archivos policiales de las detenciones y condenas a personas LGTBI derivadas de la franquista Ley de Peligrosidad Social del 1970. “Mostrar las condenas, los autos judiciales en los que pone que aquella persona fue detenida en su casa por homosexual, los interrogatorios, porque la persecución ha sido ingente”, describe.
Experiencias personales
También participa en el encuentro Rosa Araujo, referente del activismo LGTBI desde diferentes fuerzas políticas y colectivos sociales. Es madre de seis hijos, tiene 70 años y describe su experiencia como forma de documentar la LGTBIfobia: “Soy una persona religiosa, y con 15 años mantuve una relación amorosa con una amiga, ella estaba en un convento y teníamos el mismo confesor, como consecuencia de aquello mi amiga tuvo que salir del convento y yo puse una barrera a mi orientación”. Araujo continúa con sus recuerdos: “No volví a sentir una experiencia así hasta que ya con mi marido vi la película “Emmanuelle”, comenté que la relación entre las dos mujeres era preciosa y me tacharon de loca”. “Cuando dejé a mi marido, él se quedó trabajando en Brasil y me vine a España con mis hijos, me enamoré de una de sus profesoras, vivíamos juntas con los niños a los que les expliqué con naturalidad que esa mujer era para mí lo que había sido su papá, no me escondí, era el año 1979″, prosigue, y narra que sus hijos se fueron a vivir con su padre y le costó mucho tiempo retomar el contacto con ellos. “A mí me habrían quitado la custodia por ser lesbiana”, argumenta. “He vivido 36 años como heterosexual y 34 como lesbiana, pero ahora estoy en libre disposición, pues soy activista y sólo tengo tiempo para crear un mundo mejor, ni para el sexo, ni para enamorarme”, concluye Araujo.
Manuela Gómez también explica sus experiencias: “Yo soy lesbiana y transexual, no tiene nada que ver estar con una mujer como mujer, que haciendo el papel de hombrecito”. Gómez había tenido parejas femeninas antes de su reasignación sexual, pero reconoce que “nunca” fue un buen amante como hombre. “Mi vida no funcionaba, estaba inmersa en la desubicación y, de repente, todo explotó, pasó”, recuerda, analizando la falta de “opciones farmacológicas” y “el problema del proceso adaptativo, pues, al ser lesbiana, estaba como hombre con mujeres, con la permanente negación de que era mujer”. Un día explotó: “Yo no soy varón, yo soy una niña”. Desde su experiencia advierte de que “hay que hacer una ley integral sobre la transexualidad, no tiene sentido que dependa de cada comunidad autónoma, e integrar la transexualidad infantil para que, al comienzo de la pubertad, en casos manifiestos de transexualidad, se congele la evolución hormonal hasta que la persona sea adulta y pueda decidir su sexo libremente, o no reafirmarse en ninguno de los dos géneros”. “¿Por qué tiene que especificarse en el carnet de identidad el género, o en la matrícula de estudios? Creo que el género se debe dejar a la libertad personal, creativa, y que puede evolucionar a lo largo de la vida, igual que la orientación sexual”, argumenta Gómez.
Federico Armenteros reconoce una fobia al colectivo LGTBI sistémica, antes y ahora. “Las personas mayores se han visto rechazadas también en guetos como Chueca, éramos los que habíamos estado en la cárcel, los maricones y viejos, pero Chueca está hecha por gente guapa, por gente con dinero, querían lavar la imagen”, asegura, relacionándolo con la soledad de los mayores ahora: “Mucha gente está sumida en una depresión crónica, han caído en el alcoholismo o en enfermedades mentales como método de evasión, este no es su mundo y quieren salir de él”. “En ocasiones hacemos hasta cuidados paliativos, estas personas están solas hasta la muerte y el hospital, por eso pedimos que podamos tutelar las custodias de estas personas”, reclama.
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