Imagen: Nieva Revolución |
Manuel Hernández Lorca | Nueva Revolución, 2018-06-13
https://nuevarevolucion.es/obreros-y-pervertidos/
En este mes del orgullo, se hace imprescindible hacer una serie de planteamientos y consideraciones acerca de la importancia de tener un verdadero movimiento activista LGTBi combativo y de clase, para tener siquiera la posibilidad de llegar a buen puerto en nuestras reivindicaciones.
Sería de poco críticos negar la realidad evidente, de que el movimiento LGTBi encuentra su espacio en la izquierda política y social y en general en cualquier movimiento que afirme la posibilidad de transformación de abajo hacia arriba. Podemos ver en cualquier parte del mundo como las agrupaciones, movimientos o partidos políticos que defienden la emancipación total del colectivo LGTBi tienen un cariz de izquierda. Por el contrario cuando observamos que ciertos movimientos de tinte populista o conservador como pueda ser todo lo que representa Donald Trump hacen apelación al colectivo, en realidad estamos observando cómo se utiliza para sus propios fines. Cuando vemos cómo hay cierto interés en intentar trasladar, por ejemplo, que España tiene actualmente y ‘’por primera vez’’ un ministro del interior abiertamente homosexual, no es más que el intento de trasladar una idea muy peligrosa. Esa idea es la de que da igual qué trayectoria política tenga una determinada persona, si es gay (o si es mujer) tienes que sentirte representado, y al mismo tiempo compartir sus planteamientos. Ha de quedar claro que bajo ningún concepto esto es así; el colectivo LGTBi no debe verse representado ni apoyado por tal o cual cargo público que tenga en su trayectoria un pasado de apoyo o consentimiento a la vulneración de derechos civiles fundamentales. Pero va más allá de eso; el colectivo no debe verse reflejado en ningún cargo político que defienda los intereses de la clase dominante.
La lucha del colectivo debe ir unida a las demás luchas emancipadoras y de transformación que llevan dándose en nuestra sociedad desde hace décadas. La solidaridad es imprescindible si se quieren conseguir verdaderos pasos de gigante en nuestra lucha. Debemos ser como las hifas de aquellos pequeños hongos que se van infiltrando poco a poco, progresivamente pero con la precisión de un fino bisturí en las diversas luchas. Porque las luchas obreras, anticapitalistas, socialistas, feministas, ecologistas o animalistas deben ir de la mano. No solo eso sino que además, el aglutinante que condense todas esas luchas debe ser la raíz común de la desigualdad histórica: la lucha de clases.
Por tanto, es esencial que el componente de clase social definido en un sentido marxista del término bañe al mismo tiempo todas esas luchas. Corremos el riesgo de que si esto no es así, acabe por completarse ese desgraciado proyecto que consiste en vaciar cualquier lucha de contenido de clase y por lo tanto sea asimilado por la burguesía capitalista, de modo que al mismo tiempo sea anulado. Es un proceso de doble efecto; por un lado se intenta asimilar la lucha del colectivo LGTBi por el establishment al mismo tiempo que esa asimilación hegemonizadora (culturalmente hablando) acaba por ‘’matar’’ la verdadera esencia del movimiento, que es la total emancipación y libertad. Algo parecido se está intentando hacer con el movimiento feminista, con la peculiaridad de que aún ese proceso de asimilación y anulación no se ha completado tanto como ocurre con el movimiento LGTBi.
Bastaría como explicación de por qué nuestra lucha necesita del anticapitalismo como fuente de la que beben todas la demás luchas de clase con mencionar algunas simples consideraciones. Al igual que no es y nunca será lo mismo la discriminación que pueda sufrir una mujer de clase burguesa de la que pueda sufrir una mujer de barrio, tampoco lo es la discriminación que pueda sufrir alguien LGTBi de la burguesía a la que pueda sufrir los chavales o chavalas queer de barrio. Especialmente, con el movimiento LGTBi y la discriminación social sufrida, hay un elemento que además agrava la situación. Ese elemento no es otro que esa discriminación agravada si además de pertenecer a la clase trabajadora, formas parte también de diversos colectivos sociales marginales, etnias, grupos de la periferia de las grandes urbes, etc.
Hemos visto recientemente, como en la celebración de la final de Eurovisión 2018 en Lisboa, se ha puesto otra vez encima de la mesa la capacidad camaleónica de ciertos Estados (y también otras entidades o movimientos) de ocultar su más profunda vulneración de los derechos humanos. Esto es en parte gracias al pinkwashing; ese ‘’lavado de cara rosa’’ haciendo pasar por democrático a cualquier entidad que haga alarde de preocuparse por nuestros derechos como colectivo y de ser gay-friendly, al mismo tiempo que incumple flagrantemente los derechos de los pueblos a convivir en paz. Por supuesto, un ejemplo de esto es el Estado de Israel y su gobierno sionista. El gobierno israelí, que a la vez que propaga la idea de que su país es ‘’abierto y tolerante hacia el colectivo, referencia para todos los queer del mundo’’, se ocupa sistemáticamente de bombardear al pueblo palestino y ejercer uno de los mayores genocidios en el día de hoy, contando por cierto, con la complicidad de la mayoría de los 193 países que forman parte de Naciones Unidas. Un país que además ha incumplido sistemáticamente resoluciones de Naciones Unidas, no puede ni debería ser considerado ‘’el paraíso de las libertades LGTBi’’.
Otro aspecto contra el cual debemos luchar como colectivo es la patologización del propio colectivo LGTBi. Digamos bien alto: ser lesbiana, gay, bisexual y/o trans no es una enfermedad. La enfermedad y la intolerancia son la homofobia, la bisfobia o la transfobia. También como reto tenemos el defender la total integración de las personas seropositivas en la vida social, así como hacer una fuerte y sistemática oposición frente a la estigmatización a la cual están sometidas.
Para acabar, quiero hacer una especial mención a ‘’Pride’’, recomendadísima película británica dirigida por Matthew Warchus en 2014. Muestra una Inglaterra dirigida en ese momento por Margaret Thatcher donde en 1984 el Sindicato Nacional de Mineros convoca una huelga general. Durante la huelga, el colectivo LGTBi plantea la necesidad de ejercer la solidaridad de clase apoyando la lucha de los mineros y creando lo que se conoció como ‘’Lesbians and Gays Support the Miners (LGSM) ’’. La película no está exenta de mostrar las dificultades de convivencia entre dos colectivos hasta entonces algo enconados, con todos los contras que tenía por entonces tener a la mayoría de medios oficialistas contra el sindicalismo de clase mostrado por el colectivo LGTBi y los mineros. Para ello se llegó al extremo de presentar a los homosexuales como ‘’pervertidos o sidosos’’, haciendo gala del fino uso de la propagación de aquella cierta patologización que mencionamos. Incluso los poderes mediáticos practicaron la asociación de ambos movimientos en favor de sus propios fines llamando a la lucha compartida de mineros y homosexuales ‘’pits and perverts’’ (pozos y pervertidos). La idea no funcionó en tanto que el propio movimiento LGSM se apropió, de manera muy inteligente, de esos calificativos para volverlos en contra del establishment. Se llegaron a crear más de 10 grupos del colectivo LGSM por toda Inglaterra, siendo el más numeroso el de Londres. Además, otros colectivos establecidos como ‘’Lesbians Against Pit Closures’’ surgieron al calor de la solidaridad ejercida por parte de todo el colectivo.
No fue tarea fácil entonces hacer pedagogía política de por qué las luchas transformadoras y emancipadoras de la sociedad deben compartir terreno de batalla en torno a una perspectiva de clase. Tampoco será fácil ahora ejercer esto mismo, pero es algo necesario si no queremos que el ‘’gaypitalismo’’, al cual supo definir y conceptualizar perfectamente el tan querido Shangay Lily, se imponga a nuestra verdadera lucha.
Sería de poco críticos negar la realidad evidente, de que el movimiento LGTBi encuentra su espacio en la izquierda política y social y en general en cualquier movimiento que afirme la posibilidad de transformación de abajo hacia arriba. Podemos ver en cualquier parte del mundo como las agrupaciones, movimientos o partidos políticos que defienden la emancipación total del colectivo LGTBi tienen un cariz de izquierda. Por el contrario cuando observamos que ciertos movimientos de tinte populista o conservador como pueda ser todo lo que representa Donald Trump hacen apelación al colectivo, en realidad estamos observando cómo se utiliza para sus propios fines. Cuando vemos cómo hay cierto interés en intentar trasladar, por ejemplo, que España tiene actualmente y ‘’por primera vez’’ un ministro del interior abiertamente homosexual, no es más que el intento de trasladar una idea muy peligrosa. Esa idea es la de que da igual qué trayectoria política tenga una determinada persona, si es gay (o si es mujer) tienes que sentirte representado, y al mismo tiempo compartir sus planteamientos. Ha de quedar claro que bajo ningún concepto esto es así; el colectivo LGTBi no debe verse representado ni apoyado por tal o cual cargo público que tenga en su trayectoria un pasado de apoyo o consentimiento a la vulneración de derechos civiles fundamentales. Pero va más allá de eso; el colectivo no debe verse reflejado en ningún cargo político que defienda los intereses de la clase dominante.
La lucha del colectivo debe ir unida a las demás luchas emancipadoras y de transformación que llevan dándose en nuestra sociedad desde hace décadas. La solidaridad es imprescindible si se quieren conseguir verdaderos pasos de gigante en nuestra lucha. Debemos ser como las hifas de aquellos pequeños hongos que se van infiltrando poco a poco, progresivamente pero con la precisión de un fino bisturí en las diversas luchas. Porque las luchas obreras, anticapitalistas, socialistas, feministas, ecologistas o animalistas deben ir de la mano. No solo eso sino que además, el aglutinante que condense todas esas luchas debe ser la raíz común de la desigualdad histórica: la lucha de clases.
Por tanto, es esencial que el componente de clase social definido en un sentido marxista del término bañe al mismo tiempo todas esas luchas. Corremos el riesgo de que si esto no es así, acabe por completarse ese desgraciado proyecto que consiste en vaciar cualquier lucha de contenido de clase y por lo tanto sea asimilado por la burguesía capitalista, de modo que al mismo tiempo sea anulado. Es un proceso de doble efecto; por un lado se intenta asimilar la lucha del colectivo LGTBi por el establishment al mismo tiempo que esa asimilación hegemonizadora (culturalmente hablando) acaba por ‘’matar’’ la verdadera esencia del movimiento, que es la total emancipación y libertad. Algo parecido se está intentando hacer con el movimiento feminista, con la peculiaridad de que aún ese proceso de asimilación y anulación no se ha completado tanto como ocurre con el movimiento LGTBi.
Bastaría como explicación de por qué nuestra lucha necesita del anticapitalismo como fuente de la que beben todas la demás luchas de clase con mencionar algunas simples consideraciones. Al igual que no es y nunca será lo mismo la discriminación que pueda sufrir una mujer de clase burguesa de la que pueda sufrir una mujer de barrio, tampoco lo es la discriminación que pueda sufrir alguien LGTBi de la burguesía a la que pueda sufrir los chavales o chavalas queer de barrio. Especialmente, con el movimiento LGTBi y la discriminación social sufrida, hay un elemento que además agrava la situación. Ese elemento no es otro que esa discriminación agravada si además de pertenecer a la clase trabajadora, formas parte también de diversos colectivos sociales marginales, etnias, grupos de la periferia de las grandes urbes, etc.
Hemos visto recientemente, como en la celebración de la final de Eurovisión 2018 en Lisboa, se ha puesto otra vez encima de la mesa la capacidad camaleónica de ciertos Estados (y también otras entidades o movimientos) de ocultar su más profunda vulneración de los derechos humanos. Esto es en parte gracias al pinkwashing; ese ‘’lavado de cara rosa’’ haciendo pasar por democrático a cualquier entidad que haga alarde de preocuparse por nuestros derechos como colectivo y de ser gay-friendly, al mismo tiempo que incumple flagrantemente los derechos de los pueblos a convivir en paz. Por supuesto, un ejemplo de esto es el Estado de Israel y su gobierno sionista. El gobierno israelí, que a la vez que propaga la idea de que su país es ‘’abierto y tolerante hacia el colectivo, referencia para todos los queer del mundo’’, se ocupa sistemáticamente de bombardear al pueblo palestino y ejercer uno de los mayores genocidios en el día de hoy, contando por cierto, con la complicidad de la mayoría de los 193 países que forman parte de Naciones Unidas. Un país que además ha incumplido sistemáticamente resoluciones de Naciones Unidas, no puede ni debería ser considerado ‘’el paraíso de las libertades LGTBi’’.
Otro aspecto contra el cual debemos luchar como colectivo es la patologización del propio colectivo LGTBi. Digamos bien alto: ser lesbiana, gay, bisexual y/o trans no es una enfermedad. La enfermedad y la intolerancia son la homofobia, la bisfobia o la transfobia. También como reto tenemos el defender la total integración de las personas seropositivas en la vida social, así como hacer una fuerte y sistemática oposición frente a la estigmatización a la cual están sometidas.
Para acabar, quiero hacer una especial mención a ‘’Pride’’, recomendadísima película británica dirigida por Matthew Warchus en 2014. Muestra una Inglaterra dirigida en ese momento por Margaret Thatcher donde en 1984 el Sindicato Nacional de Mineros convoca una huelga general. Durante la huelga, el colectivo LGTBi plantea la necesidad de ejercer la solidaridad de clase apoyando la lucha de los mineros y creando lo que se conoció como ‘’Lesbians and Gays Support the Miners (LGSM) ’’. La película no está exenta de mostrar las dificultades de convivencia entre dos colectivos hasta entonces algo enconados, con todos los contras que tenía por entonces tener a la mayoría de medios oficialistas contra el sindicalismo de clase mostrado por el colectivo LGTBi y los mineros. Para ello se llegó al extremo de presentar a los homosexuales como ‘’pervertidos o sidosos’’, haciendo gala del fino uso de la propagación de aquella cierta patologización que mencionamos. Incluso los poderes mediáticos practicaron la asociación de ambos movimientos en favor de sus propios fines llamando a la lucha compartida de mineros y homosexuales ‘’pits and perverts’’ (pozos y pervertidos). La idea no funcionó en tanto que el propio movimiento LGSM se apropió, de manera muy inteligente, de esos calificativos para volverlos en contra del establishment. Se llegaron a crear más de 10 grupos del colectivo LGSM por toda Inglaterra, siendo el más numeroso el de Londres. Además, otros colectivos establecidos como ‘’Lesbians Against Pit Closures’’ surgieron al calor de la solidaridad ejercida por parte de todo el colectivo.
No fue tarea fácil entonces hacer pedagogía política de por qué las luchas transformadoras y emancipadoras de la sociedad deben compartir terreno de batalla en torno a una perspectiva de clase. Tampoco será fácil ahora ejercer esto mismo, pero es algo necesario si no queremos que el ‘’gaypitalismo’’, al cual supo definir y conceptualizar perfectamente el tan querido Shangay Lily, se imponga a nuestra verdadera lucha.
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