Imagen: El Salto / Fotograma de 'El pico 2' |
Eloy de la Iglesia es un director fundamental, un artista siempre contracorriente que es indispensable para entender algunos de los capítulos más oscuros de la historia del Estado español de la Transición y los primeros gobiernos de la democracia.
Brais Nogueira | El Salto, 2018-06-09
https://www.elsaltodiario.com/balea-cultural/eloy-de-la-iglesia-director-quisieron-olvidaramos
Una noche de noviembre, con la cara desfigurada por las luces de colores de una discoteca, un conocido de repente sentenció que “en el cine español solamente hay un De la Iglesia bueno, y ese es Eloy”. Tras ese gratuito ataque a Alex de la Iglesia y sin ningún motivo aparente, se justificó: “A mí no me gusta el cine, me gusta sentir que es de verdad”. Me sorprendió que siquiera conociese el nombre del director, famoso por su desarrollo del género denominado 'cine quinqui', debido al total olvido de su figura.
Eloy de la Iglesia dirigió a lo largo de su carrera más de veinte películas durante los últimos años del franquismo, la Transición y los ochenta. Esto es muy importante porque la evolución de su obra se vincula al contexto político que vive. El estilo del cineasta bebe del neorrealismo italiano y, en parte, recuerda al de Pasolini en cuanto a posicionamiento ideológico y en su gusto por los inadaptados, en este caso encarnado en la figura del delincuente juvenil sin salidas.
Su obra desvela contradicciones dentro del proceso de democratización del Estado español. Muestra y reflexiona sobre los mecanismos generativos de desigualdad, siempre con una visión de clase, teniendo claro desde qué lado posicionarse. En este sentido, su militancia marxista se ve totalmente reflejada en su filmografía. Es un cine contrahegemónico, transgresor y que incomoda. Por eso mismo, en el imaginario colectivo actual, De la Iglesia no existe. Fue borrado aposta por parte de la corriente oficialista a pesar de su innegable contribución histórica.
Eloy de la Iglesia era homosexual y trata el tema en sus películas de una manera bastante revolucionaria para la época dentro del marco del cine español. La trata con gran normalidad y, en cierto modo, rompe con el modelo de familia tradicional a partir de esto. Utiliza el cuerpo masculino como objeto de deseo, lo cual ya es subversivo de por sí porque desestabiliza identidades políticas y morales propias de la Transición. Esta faceta se presenta incluso en sus obras durante el franquismo, aunque quizás el culmen de la misma puede verse en la película ‘Los placeres ocultos’.
Otro de los factores que hacen único a este director en su época es que, mientras los demás creadores coetáneos con una ideología similar cultivan el género documental, él opta por hace cine de ficción. Por otro lado, su obra no va dirigida a militantes, sino que intentaba hacer largometrajes que llegaran a las masas desde el punto de vista de las clases populares. “Una película mía sin espectadores no tiene razón de ser. Preferí llegar a la gente a través del cine de su barrio que de proyecciones marginales. Lo que cuento hay que contárselo al mayor número de gente posible y para eso son más adecuados los cauces comerciales”, explicaba el propio De la Iglesia en los años noventa.
En este mismo sentido, se puede afirmar que los defectos a nivel formal que habitualmente se le achacan al final resultan virtudes. Se le ha acusado de efectista y de técnicamente brusco, pero si no fuese de esta manera, difícilmente la sociedad de la época podría comprender lo que se mostraba. Lo denotado va por encima de lo connotado. Es muy narrativo y siempre parte de un marco industrial donde los habitantes de los barrios podían verse casi como en un espejo. No hablaba ni de presos políticos ni de franquismo. Hablaba de miseria, violencia y desigualdad. De la contradicción entre lo que se vendía políticamente y lo que realmente acontecía. De los muertos que dejó esa época que normalmente con tan buenos ojos se ve.
Una prueba de que el estilo es completamente intencional es su primera etapa durante el franquismo. Por culpa de la censura, cultivó géneros donde a través de la metáfora podía decirse lo que realmente quería transmitir. Cuando llega la Transición es cuando construye su estilo característico, pero no es hasta los años ochenta cuando alcanza su techo como cineasta. Sus películas se hacen más complejas, pero en ningún caso abandonan la crítica social. Coincide además temporalmente con que la heroína se está abriendo paso por los barrios obreros de todo el Estado con la permisibilidad de los cuerpos públicos. En este momento, comienza a cultivar el 'cine quinqui', género fundado por José Antonio de la Loma, del que se convierte en el mayor exponente.
Así, al inicio de la década salen a la luz ‘Navajeros’, ‘Colegas’ y ‘El Pico’, esta última la obra con más importancia de la filmografía del director. Es una película localizada en un barrio de Bilbao que relata la situación de descontento, la ausencia de salidas y del camino tapiado que es la heroína para una generación. Como lo saben tantas familias.
Más tarde, se entrenará ‘El Pico 2’. Muestra la otra cara, la cárcel. Una institución muy lejos de ser el agente de reinserción que se vendía —y se vende—. Está película deja un subtexto tan interesante como real: entre esos barrotes y muros de hormigón solamente hay pobres y desgraciados.
José Luis Manzano fue su actor predilecto, otros dirían que fetiche. El director lo rescató del barrio, le dio una educación, nociones de interpretación y lo hizo brillar en sus películas. Vivían juntos y ambos acabados enganchados a la heroína. ‘La estanquera de Vallecas’ fue la última película de temática ‘quinqui’ del director, que estuvo décadas sin producir artísticamente. Con treinta años Manzano apareció muerto en el baño de su protector con una jeringuilla clavada en la rodilla. Por su parte, él perecería en 2006.
Eloy de la Iglesia es un director fundamental en el cine español. Un artista que quisieron hacer olvidar por ir a contracorriente. Por mostrar un capítulo de la historia de nuestro Estado que fue blanqueado. Por Paco, Urko y Pilar. Por todos los que no se llamaron así pero vivieron las mismas circunstancias. Reivindicar estas obras también es Memoria Histórica.
Eloy de la Iglesia dirigió a lo largo de su carrera más de veinte películas durante los últimos años del franquismo, la Transición y los ochenta. Esto es muy importante porque la evolución de su obra se vincula al contexto político que vive. El estilo del cineasta bebe del neorrealismo italiano y, en parte, recuerda al de Pasolini en cuanto a posicionamiento ideológico y en su gusto por los inadaptados, en este caso encarnado en la figura del delincuente juvenil sin salidas.
Su obra desvela contradicciones dentro del proceso de democratización del Estado español. Muestra y reflexiona sobre los mecanismos generativos de desigualdad, siempre con una visión de clase, teniendo claro desde qué lado posicionarse. En este sentido, su militancia marxista se ve totalmente reflejada en su filmografía. Es un cine contrahegemónico, transgresor y que incomoda. Por eso mismo, en el imaginario colectivo actual, De la Iglesia no existe. Fue borrado aposta por parte de la corriente oficialista a pesar de su innegable contribución histórica.
Eloy de la Iglesia era homosexual y trata el tema en sus películas de una manera bastante revolucionaria para la época dentro del marco del cine español. La trata con gran normalidad y, en cierto modo, rompe con el modelo de familia tradicional a partir de esto. Utiliza el cuerpo masculino como objeto de deseo, lo cual ya es subversivo de por sí porque desestabiliza identidades políticas y morales propias de la Transición. Esta faceta se presenta incluso en sus obras durante el franquismo, aunque quizás el culmen de la misma puede verse en la película ‘Los placeres ocultos’.
Otro de los factores que hacen único a este director en su época es que, mientras los demás creadores coetáneos con una ideología similar cultivan el género documental, él opta por hace cine de ficción. Por otro lado, su obra no va dirigida a militantes, sino que intentaba hacer largometrajes que llegaran a las masas desde el punto de vista de las clases populares. “Una película mía sin espectadores no tiene razón de ser. Preferí llegar a la gente a través del cine de su barrio que de proyecciones marginales. Lo que cuento hay que contárselo al mayor número de gente posible y para eso son más adecuados los cauces comerciales”, explicaba el propio De la Iglesia en los años noventa.
En este mismo sentido, se puede afirmar que los defectos a nivel formal que habitualmente se le achacan al final resultan virtudes. Se le ha acusado de efectista y de técnicamente brusco, pero si no fuese de esta manera, difícilmente la sociedad de la época podría comprender lo que se mostraba. Lo denotado va por encima de lo connotado. Es muy narrativo y siempre parte de un marco industrial donde los habitantes de los barrios podían verse casi como en un espejo. No hablaba ni de presos políticos ni de franquismo. Hablaba de miseria, violencia y desigualdad. De la contradicción entre lo que se vendía políticamente y lo que realmente acontecía. De los muertos que dejó esa época que normalmente con tan buenos ojos se ve.
Una prueba de que el estilo es completamente intencional es su primera etapa durante el franquismo. Por culpa de la censura, cultivó géneros donde a través de la metáfora podía decirse lo que realmente quería transmitir. Cuando llega la Transición es cuando construye su estilo característico, pero no es hasta los años ochenta cuando alcanza su techo como cineasta. Sus películas se hacen más complejas, pero en ningún caso abandonan la crítica social. Coincide además temporalmente con que la heroína se está abriendo paso por los barrios obreros de todo el Estado con la permisibilidad de los cuerpos públicos. En este momento, comienza a cultivar el 'cine quinqui', género fundado por José Antonio de la Loma, del que se convierte en el mayor exponente.
Así, al inicio de la década salen a la luz ‘Navajeros’, ‘Colegas’ y ‘El Pico’, esta última la obra con más importancia de la filmografía del director. Es una película localizada en un barrio de Bilbao que relata la situación de descontento, la ausencia de salidas y del camino tapiado que es la heroína para una generación. Como lo saben tantas familias.
Más tarde, se entrenará ‘El Pico 2’. Muestra la otra cara, la cárcel. Una institución muy lejos de ser el agente de reinserción que se vendía —y se vende—. Está película deja un subtexto tan interesante como real: entre esos barrotes y muros de hormigón solamente hay pobres y desgraciados.
José Luis Manzano fue su actor predilecto, otros dirían que fetiche. El director lo rescató del barrio, le dio una educación, nociones de interpretación y lo hizo brillar en sus películas. Vivían juntos y ambos acabados enganchados a la heroína. ‘La estanquera de Vallecas’ fue la última película de temática ‘quinqui’ del director, que estuvo décadas sin producir artísticamente. Con treinta años Manzano apareció muerto en el baño de su protector con una jeringuilla clavada en la rodilla. Por su parte, él perecería en 2006.
Eloy de la Iglesia es un director fundamental en el cine español. Un artista que quisieron hacer olvidar por ir a contracorriente. Por mostrar un capítulo de la historia de nuestro Estado que fue blanqueado. Por Paco, Urko y Pilar. Por todos los que no se llamaron así pero vivieron las mismas circunstancias. Reivindicar estas obras también es Memoria Histórica.
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