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Anita Botwin | ctxt, 2018-06-08
http://ctxt.es/es/20180606/Firmas/20080/sexo-empatia-anita-botwin-porno-feminismo.htm
El sexo siempre ha sido un territorio hostil para las mujeres. Lo ha sido y lo sigue siendo. Los datos hablan por sí mismos. Una violación denunciada cada 8 horas. Tantas de cientos que no se pueden denunciar o demostrar. No sólo violaciones, sino agresiones de todo tipo. Lo vemos cada día en los medios, en compañeras que nos cuentan sus experiencias, en nosotras mismas y nuestros cuerpos. Y eso, amigas, no es mojigatería.
El sexo debe ser cuidadoso y empático. Como una manera más que tenemos los humanos para relacionarnos, el sexo no debe quedar al margen. Cuando vas por la calle y alguien te saluda intentas ser amable, a no ser que no tengas respeto. La empatía es tan sencillo como ponerse en el lugar del otro o la otra. Y perdonad que os joda la historia, pero esta sociedad brilla por ausencia de empatía. La manera que tenemos de relacionarnos es, en muchos casos, egoísta, individualista y por supuesto patriarcalizada. Y eso no es ningún secreto ni simplismo feminista. Desde la sororidad lo digo.
No soy una teórica, tan sólo trato de expresar sentimientos y experiencias comunes a muchas aquí y allá. Relaciones sexuales dolorosas, tórridas, violentas, donde en el mejor de los casos él se corre rápido y te deja en paz. Si no vemos que tenemos un problema educacional en cuanto a la sexualidad es que de verdad tenemos un problema. Todos, quien más quien menos, hemos aprendido de la sexualidad a través del porno y la cultura de la violación. Pues bien, ahí queda bien claro el tipo de sexo que nos venden. Normalmente un sexo de sometimiento hacia las mujeres. ¿Es eso empatía? Permítanme que lo ponga en cuestión.
Los cuerpos y la cosificación son un factor importante para entender nuestras relaciones y cómo nosotras pasamos a un segundo plano en el que poco o nada importa la empatía. El cuidado es cosa nuestra, de las mujeres. El satisfacer a otros es nuestra tarea constante desde que nacemos hasta que morimos.
No me creo capaz de decir si esto es una guerra, pero desde luego no es todo lo contrario. Además, hablamos desde una perspectiva de los privilegios, de este supuesto primer mundo de blancas con trabajo –aunque precario–. Miremos más allá porque quizá sí veamos claro que es una guerra, donde mutilan a niñas, se abusa de ellas y se mercantilizan sus cuerpos.
Que el sexo es, en general, patriarcal me parece obvio. Imaginen cualquier situación en la que un hombre y una mujer se ven por primera vez en un encuentro íntimo. Es muy probable que ella sienta miedo si no le conoce demasiado, que vaya precavida por si acaso, que vaya incluso armada –así es–. Él es muy probable que vaya confiado, si acaso se lleve un chasco si ella no hace lo que esperaba. Que un tipo tenga iniciativa sexual no le convierte en un violador, que no empatice con la mujer con la que se esté acostando y no tenga en cuenta que a ella no le apetece o no quiere determinadas prácticas, sí lo hace. Al menos le convierte en un agresor y alguien que carece de empatía.
No podemos obviar que el deseo es fruto de un aprendizaje previo. La educación sexual recibida, fruto de un porno patriarcal, violento y machista también nos hace a nosotras sentir ciertos deseos que van precisamente en contra de nuestros cuerpos e intereses. Se requiere de un nuevo modelo cultural y educacional que se base en la igualdad, en el respeto y sí, también en la empatía. Desde la sororidad lo digo.
Establecer límites en la sexualidad como en todo en la vida, tomar decisiones y expresar nuestros deseos no nos hace pasivas, sino activas, dueñas de nuestras vidas, de nuestros cuerpos y de nuestro placer. Que el sexo adquiera una pretensión de obligatoriedad es algo ambiguo y subjetivo. ¿Acaso las trabajadoras del sexo –la mayor parte– no lo hacen por dinero y supervivencia?; ¿acaso muchas parejas lo hacen por miedo y por posesión a partes iguales?; ¿acaso otras como en La Manada no lo hacen por temor a que la cosa se ponga peor?
Obviamente existen personas respetuosas, muchas, hombres que cuidan, que respetan, que son capaces de entender nuestros cuerpos y valorarlos, no usarlos a su antojo y su deseo individual. Hombres que han revisado sus privilegios y también su sexualidad, que han deconstruido su masculinidad. También sería conveniente hablar de la sexualidad en la diversidad y en los cuerpos “no normativos”. Reducimos la sexualidad a la genitalidad y la penetración, cuando existen sexualidades tan amplias como personas somos.
Y sobre el debate de la libertad de expresión en este y otros medios, diré que siempre voy a posicionarme a favor, no vayamos a amordazarnos a nosotras mismas. Queda abierto el debate. Eso sí, con empatía y desde la sororidad, hermanas.
Anita Botwin. Gracias a miles de años de machismo, sé hacer pucheros de Estrella Michelin. No me dan la Estrella porque los premios son cosa de hombres. Y yo soy mujer, de izquierdas y del Atleti. Abierta a nuevas minorías. Teclear como forma de vida.
El sexo debe ser cuidadoso y empático. Como una manera más que tenemos los humanos para relacionarnos, el sexo no debe quedar al margen. Cuando vas por la calle y alguien te saluda intentas ser amable, a no ser que no tengas respeto. La empatía es tan sencillo como ponerse en el lugar del otro o la otra. Y perdonad que os joda la historia, pero esta sociedad brilla por ausencia de empatía. La manera que tenemos de relacionarnos es, en muchos casos, egoísta, individualista y por supuesto patriarcalizada. Y eso no es ningún secreto ni simplismo feminista. Desde la sororidad lo digo.
No soy una teórica, tan sólo trato de expresar sentimientos y experiencias comunes a muchas aquí y allá. Relaciones sexuales dolorosas, tórridas, violentas, donde en el mejor de los casos él se corre rápido y te deja en paz. Si no vemos que tenemos un problema educacional en cuanto a la sexualidad es que de verdad tenemos un problema. Todos, quien más quien menos, hemos aprendido de la sexualidad a través del porno y la cultura de la violación. Pues bien, ahí queda bien claro el tipo de sexo que nos venden. Normalmente un sexo de sometimiento hacia las mujeres. ¿Es eso empatía? Permítanme que lo ponga en cuestión.
Los cuerpos y la cosificación son un factor importante para entender nuestras relaciones y cómo nosotras pasamos a un segundo plano en el que poco o nada importa la empatía. El cuidado es cosa nuestra, de las mujeres. El satisfacer a otros es nuestra tarea constante desde que nacemos hasta que morimos.
No me creo capaz de decir si esto es una guerra, pero desde luego no es todo lo contrario. Además, hablamos desde una perspectiva de los privilegios, de este supuesto primer mundo de blancas con trabajo –aunque precario–. Miremos más allá porque quizá sí veamos claro que es una guerra, donde mutilan a niñas, se abusa de ellas y se mercantilizan sus cuerpos.
Que el sexo es, en general, patriarcal me parece obvio. Imaginen cualquier situación en la que un hombre y una mujer se ven por primera vez en un encuentro íntimo. Es muy probable que ella sienta miedo si no le conoce demasiado, que vaya precavida por si acaso, que vaya incluso armada –así es–. Él es muy probable que vaya confiado, si acaso se lleve un chasco si ella no hace lo que esperaba. Que un tipo tenga iniciativa sexual no le convierte en un violador, que no empatice con la mujer con la que se esté acostando y no tenga en cuenta que a ella no le apetece o no quiere determinadas prácticas, sí lo hace. Al menos le convierte en un agresor y alguien que carece de empatía.
No podemos obviar que el deseo es fruto de un aprendizaje previo. La educación sexual recibida, fruto de un porno patriarcal, violento y machista también nos hace a nosotras sentir ciertos deseos que van precisamente en contra de nuestros cuerpos e intereses. Se requiere de un nuevo modelo cultural y educacional que se base en la igualdad, en el respeto y sí, también en la empatía. Desde la sororidad lo digo.
Establecer límites en la sexualidad como en todo en la vida, tomar decisiones y expresar nuestros deseos no nos hace pasivas, sino activas, dueñas de nuestras vidas, de nuestros cuerpos y de nuestro placer. Que el sexo adquiera una pretensión de obligatoriedad es algo ambiguo y subjetivo. ¿Acaso las trabajadoras del sexo –la mayor parte– no lo hacen por dinero y supervivencia?; ¿acaso muchas parejas lo hacen por miedo y por posesión a partes iguales?; ¿acaso otras como en La Manada no lo hacen por temor a que la cosa se ponga peor?
Obviamente existen personas respetuosas, muchas, hombres que cuidan, que respetan, que son capaces de entender nuestros cuerpos y valorarlos, no usarlos a su antojo y su deseo individual. Hombres que han revisado sus privilegios y también su sexualidad, que han deconstruido su masculinidad. También sería conveniente hablar de la sexualidad en la diversidad y en los cuerpos “no normativos”. Reducimos la sexualidad a la genitalidad y la penetración, cuando existen sexualidades tan amplias como personas somos.
Y sobre el debate de la libertad de expresión en este y otros medios, diré que siempre voy a posicionarme a favor, no vayamos a amordazarnos a nosotras mismas. Queda abierto el debate. Eso sí, con empatía y desde la sororidad, hermanas.
Anita Botwin. Gracias a miles de años de machismo, sé hacer pucheros de Estrella Michelin. No me dan la Estrella porque los premios son cosa de hombres. Y yo soy mujer, de izquierdas y del Atleti. Abierta a nuevas minorías. Teclear como forma de vida.
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