'Madre y hija (playa de Valencia)', J. Sorolla, 1916 |
Cuando apelamos al cuidado debemos estar alertas para no acabar en el mismo sitio del que hemos luchado por salir: el término puede incluir significados paternalistas y reaccionarios.
Isabel Serra / Beatriz Gimeno | ctxt, 2018-07-29
http://ctxt.es/es/20180725/Firmas/20936/Isabel-Serra-Beatriz-Gimeno-tribuna-cuidados-lucha-laboral-machismo.htm
Tras las últimas movilizaciones feministas, especialmente después del 8M, pero ya antes, hemos visto como muchas de las reivindicaciones feministas han sido rápidamente objeto de mercadeo ideológico, asimiladas y utilizadas por todo el mundo, incluidas notorias personas o proyectos antifeministas. Por ejemplo vemos a Ciudadanos, el partido que exigía hace poco acabar con la ley contra la Violencia de Género a la que llamaba “violencia doméstica”, erigirse en adalid del feminismo. Ver a los machistas convertidos en feministas en dos días, es risible. Con todo, lo más preocupante no es que algunos de los conceptos feministas sean utilizados a izquierda y derecha acríticamente, como comodines sin contenido, sino que más peligroso es que dichos conceptos puedan servir como dique de contención a las verdaderas potencialidades transformadoras del feminismo, invisibilizando las opresiones, pervirtiendo su significado o, peor aún, haciendo pasar por transformadores contenidos claramente reaccionarios. Pensamos que esto puede estar ocurriendo con el término “cuidado”, que ha pasado a ser un término multiusos que se pretende que designe todo lo bueno del feminismo (en algunos casos lo único bueno), y casi cualquier virtud ética y moral, sin más.
El 8M puso en el centro de la política la cuestión de los cuidados, que se correspondería en gran parte con lo que antes llamábamos trabajo reproductivo. Estamos asistiendo a un crecimiento desmesurado de sus significados: en lugar de hacer política, cuidado; en lugar de derechos, cuidados; en lugar de solidaridad, cuidados; en lugar de justicia de género, cuidados. El término “cuidado” tiene, no lo negamos, potencialidades políticas positivas que hay que reivindicar: evoca comunidad, colectivo, lo común frente a una sociedad individualista y, sobre todo, frente a unos poderes que han arrasado con todo. Cuidado tiene características afectivas, cercanas, humanas, con las que la mayoría puede identificarse, frente a unos poderes lejanos, deshumanizadores, brutales. Poner en valor el cuidado es subrayar la interdependencia necesaria para sobrevivir y para construir una vida digna; es poner en valor las redes de relación, lo que nos une, es parte de la construcción de un nosotros/as. Una alternativa, un nosotros/as frente a ellos, que hoy podemos construir en clave feminista.
Pero también tiene sus riesgos y hay que denunciarlos. El cuidado forma parte de la adscripción de género femenino, de lo que ya nos impone la sociedad por ser mujeres; así que nadie tiene que decirnos a las mujeres que cuidemos, ya lo hacemos. Denunciar que ser mujer es “ser para otros” es parte de la lucha feminista desde que el feminismo nace. Estos días vemos como el derechista gobierno polaco se escuda en el cuidado para acabar con los derechos largamente peleados por las mujeres. Esta es sólo una demostración muy gráfica de hasta qué punto puede caerse en eso que Amaya P. Orozco llama “la ética reaccionaria del cuidado”. Cuando apelamos al cuidado las feministas tenemos que estar alerta no vaya a ser que, después de dar una enorme vuelta, acabemos en el mismo sitio del que hemos luchado por salir. Pero no sólo el feminismo tiene que cuidarse del cuidado, porque lo cierto es que el término puede incluir significados ranciamente paternalistas y reaccionarios desde el punto de vista político.
Cuando hablamos de cuidar a un país, de un país de cuidados o de cuidar a un partido estamos por una parte equiparando el país, el partido, la comunidad, con la familia, tal como se ha hecho tradicionalmente desde ideologías muy reaccionarias. Y estamos ocultando intencionadamente otros términos políticos como “derechos”. Estamos, además, utilizando el concepto de familia más alejado de cualquier definición crítica o feminista, por lo que nos estamos situando, al hacerlo así, en una posición de poder patriarcal. Sí, ya sabemos que las familias son espacios de bienestar y solidaridad, de afectos necesarios, de interdependencia y cuidados. Pero la familia es también (especialmente para las mujeres, pero también para niños y niñas) un espacio de maltrato, de abusos y desigualdad de género. La familia es un espacio que ha salvado a mucha gente en tiempos de neoliberalismo brutal y eso hay que ponerlo en valor; pero las feministas no podemos dejar de exigir la democratización de dicha institución, la denuncia de las injusticias que se producen en su seno y la necesidad de visibilizar que el cuidado que se ofrece en ese espacio es para nosotras, en muchas ocasiones, un pozo sin fondo de desigualdad que se come nuestras vidas. Por eso hemos hablado de socialización de los cuidados, de políticas públicas, de trabajos reproductivos, de desfamiliarización de ciertos trabajos. Presentar una idea romantizada de los cuidados como contendedores de todo lo bueno de este mundo supone invisibilizar la parte opresiva de los mismos para las mujeres.
Trasladar “cuidado”, sin más, a ámbitos no familiares presenta otros problemas. La familia no es una institución democrática, sino regida por el afecto. ¿Es justo decir que eso es lo que necesita un país o un partido? Eso es más propio de dictadores paternalistas que de políticos demócratas. Un país no necesita cuidados, necesita solidaridad, justicia, derechos. ¿Es útil suplantar derechos por cuidados en el ámbito de la política? No, a no ser que se quiera regresar a la figura del político-padre afectivo pero autoritario que quiere lo mejor para sus hijxs y sabe en todo momento lo que es mejor para ellos/as. Derechos es un término político cuyo contenido está claro. Cuidados, como hemos dicho, tiene significados transformadores, pero también otros muchos que son opresivos, paternalistas o que incluso pueden llegar a oponerse a los verdaderos derechos. Si alguien cree que se pueden sustituir los derechos por los cuidados (sin haber definido aún qué entendemos por cuidados exactamente) es que nos está queriendo birlar los verdaderos derechos.
Por eso mismo, también podemos deslizarnos por pendientes paternalistas y ciertamente reaccionarias cuando utilizamos la palabra cuidados para lo que son trabajos remunerados siempre feminizados. El componente afectivo no es algo que quieran para sí todas las profesionales (por más que sume y que pueda ser conveniente para determinados empleos), pero las profesionales no quieren ser cuidadoras, quieren ser reconocidas como profesionales de un trabajo duro e imprescindible con sus correspondientes derechos laborales. Si todo es cuidados, al final, es inevitable que en la mente de la gente aparezcan muy cercanos el trabajo de una empleada doméstica (que necesita derechos laborales) del trabajo de la madre de clase media que la contrata.
Finalmente, llenar los cuidados de un contenido exclusivamente positivo y para el que se pide revalorización social a toda costa y sin introducir ninguna consideración crítica, invisibiliza una parte importante de la lucha de las mujeres por librarse de cuidar, por construir sus vidas al margen de dicha obligación. Si bien los cuidados son imprescindibles y necesarios, hay que asumir que revalorizarlos no es fácil en tanto que no parecen muy deseables; o al menos, no todos ellos. Precisamente porque no son deseables los hacen las mujeres, y más obligadas a hacerlos cuanto más pobres son. El voluntarismo acrítico acerca de la necesidad de una revalorización social de los trabajos más devaluados socialmente no va a hacer, por sí solo, que estos se revaloricen mágicamente. Ni este trabajo ni otros muchos trabajos desvalorizados social y económicamente y que hacen hombres y mujeres, van a pasar a estar bien pagados y reconocidos por mucho que se repita que tienen que estarlo. Hay algo en este “elogio del cuidado” que se parece mucho al tradicional elogio masculino de la maternidad o a toda la mística del “ángel de la casa” que nunca ha implicado ni igualdad real ni justicia.
Más que el elogio del cuidado, elogio vacío y sin consecuencias; más que la despolitización del concepto, deberíamos hablar del derecho de todo ser humano a recibir los cuidados necesarios a lo largo de toda su vida y de la construcción de una sociedad que valore por igual todas las vidas desde el comienzo hasta el final. Esto implica profundos cambios políticos y culturales que requerirán luchas muy duras y largas. Banalizar el concepto no hace sino ocultar la necesidad de emprender dichos cambios radicales. Y claro que hay que valorar y reivindicar los lazos afectivos entre las personas frente al individualismo deshumanizador, pero hay que hacerlo sin dejar de criticar o de visibilizar que la manera en que muchos de estos lazos están construidos (en la familia, en el amor) tiene que ver con estructuras opresivas para las mujeres y que por tanto tenemos la obligación de poner en cuarentena las revalorizaciones acríticas que no incluyan profundas críticas políticas al sistema patriarcal y capitalista. Todo lo demás es humo.
El 8M puso en el centro de la política la cuestión de los cuidados, que se correspondería en gran parte con lo que antes llamábamos trabajo reproductivo. Estamos asistiendo a un crecimiento desmesurado de sus significados: en lugar de hacer política, cuidado; en lugar de derechos, cuidados; en lugar de solidaridad, cuidados; en lugar de justicia de género, cuidados. El término “cuidado” tiene, no lo negamos, potencialidades políticas positivas que hay que reivindicar: evoca comunidad, colectivo, lo común frente a una sociedad individualista y, sobre todo, frente a unos poderes que han arrasado con todo. Cuidado tiene características afectivas, cercanas, humanas, con las que la mayoría puede identificarse, frente a unos poderes lejanos, deshumanizadores, brutales. Poner en valor el cuidado es subrayar la interdependencia necesaria para sobrevivir y para construir una vida digna; es poner en valor las redes de relación, lo que nos une, es parte de la construcción de un nosotros/as. Una alternativa, un nosotros/as frente a ellos, que hoy podemos construir en clave feminista.
Pero también tiene sus riesgos y hay que denunciarlos. El cuidado forma parte de la adscripción de género femenino, de lo que ya nos impone la sociedad por ser mujeres; así que nadie tiene que decirnos a las mujeres que cuidemos, ya lo hacemos. Denunciar que ser mujer es “ser para otros” es parte de la lucha feminista desde que el feminismo nace. Estos días vemos como el derechista gobierno polaco se escuda en el cuidado para acabar con los derechos largamente peleados por las mujeres. Esta es sólo una demostración muy gráfica de hasta qué punto puede caerse en eso que Amaya P. Orozco llama “la ética reaccionaria del cuidado”. Cuando apelamos al cuidado las feministas tenemos que estar alerta no vaya a ser que, después de dar una enorme vuelta, acabemos en el mismo sitio del que hemos luchado por salir. Pero no sólo el feminismo tiene que cuidarse del cuidado, porque lo cierto es que el término puede incluir significados ranciamente paternalistas y reaccionarios desde el punto de vista político.
Cuando hablamos de cuidar a un país, de un país de cuidados o de cuidar a un partido estamos por una parte equiparando el país, el partido, la comunidad, con la familia, tal como se ha hecho tradicionalmente desde ideologías muy reaccionarias. Y estamos ocultando intencionadamente otros términos políticos como “derechos”. Estamos, además, utilizando el concepto de familia más alejado de cualquier definición crítica o feminista, por lo que nos estamos situando, al hacerlo así, en una posición de poder patriarcal. Sí, ya sabemos que las familias son espacios de bienestar y solidaridad, de afectos necesarios, de interdependencia y cuidados. Pero la familia es también (especialmente para las mujeres, pero también para niños y niñas) un espacio de maltrato, de abusos y desigualdad de género. La familia es un espacio que ha salvado a mucha gente en tiempos de neoliberalismo brutal y eso hay que ponerlo en valor; pero las feministas no podemos dejar de exigir la democratización de dicha institución, la denuncia de las injusticias que se producen en su seno y la necesidad de visibilizar que el cuidado que se ofrece en ese espacio es para nosotras, en muchas ocasiones, un pozo sin fondo de desigualdad que se come nuestras vidas. Por eso hemos hablado de socialización de los cuidados, de políticas públicas, de trabajos reproductivos, de desfamiliarización de ciertos trabajos. Presentar una idea romantizada de los cuidados como contendedores de todo lo bueno de este mundo supone invisibilizar la parte opresiva de los mismos para las mujeres.
Trasladar “cuidado”, sin más, a ámbitos no familiares presenta otros problemas. La familia no es una institución democrática, sino regida por el afecto. ¿Es justo decir que eso es lo que necesita un país o un partido? Eso es más propio de dictadores paternalistas que de políticos demócratas. Un país no necesita cuidados, necesita solidaridad, justicia, derechos. ¿Es útil suplantar derechos por cuidados en el ámbito de la política? No, a no ser que se quiera regresar a la figura del político-padre afectivo pero autoritario que quiere lo mejor para sus hijxs y sabe en todo momento lo que es mejor para ellos/as. Derechos es un término político cuyo contenido está claro. Cuidados, como hemos dicho, tiene significados transformadores, pero también otros muchos que son opresivos, paternalistas o que incluso pueden llegar a oponerse a los verdaderos derechos. Si alguien cree que se pueden sustituir los derechos por los cuidados (sin haber definido aún qué entendemos por cuidados exactamente) es que nos está queriendo birlar los verdaderos derechos.
Por eso mismo, también podemos deslizarnos por pendientes paternalistas y ciertamente reaccionarias cuando utilizamos la palabra cuidados para lo que son trabajos remunerados siempre feminizados. El componente afectivo no es algo que quieran para sí todas las profesionales (por más que sume y que pueda ser conveniente para determinados empleos), pero las profesionales no quieren ser cuidadoras, quieren ser reconocidas como profesionales de un trabajo duro e imprescindible con sus correspondientes derechos laborales. Si todo es cuidados, al final, es inevitable que en la mente de la gente aparezcan muy cercanos el trabajo de una empleada doméstica (que necesita derechos laborales) del trabajo de la madre de clase media que la contrata.
Finalmente, llenar los cuidados de un contenido exclusivamente positivo y para el que se pide revalorización social a toda costa y sin introducir ninguna consideración crítica, invisibiliza una parte importante de la lucha de las mujeres por librarse de cuidar, por construir sus vidas al margen de dicha obligación. Si bien los cuidados son imprescindibles y necesarios, hay que asumir que revalorizarlos no es fácil en tanto que no parecen muy deseables; o al menos, no todos ellos. Precisamente porque no son deseables los hacen las mujeres, y más obligadas a hacerlos cuanto más pobres son. El voluntarismo acrítico acerca de la necesidad de una revalorización social de los trabajos más devaluados socialmente no va a hacer, por sí solo, que estos se revaloricen mágicamente. Ni este trabajo ni otros muchos trabajos desvalorizados social y económicamente y que hacen hombres y mujeres, van a pasar a estar bien pagados y reconocidos por mucho que se repita que tienen que estarlo. Hay algo en este “elogio del cuidado” que se parece mucho al tradicional elogio masculino de la maternidad o a toda la mística del “ángel de la casa” que nunca ha implicado ni igualdad real ni justicia.
Más que el elogio del cuidado, elogio vacío y sin consecuencias; más que la despolitización del concepto, deberíamos hablar del derecho de todo ser humano a recibir los cuidados necesarios a lo largo de toda su vida y de la construcción de una sociedad que valore por igual todas las vidas desde el comienzo hasta el final. Esto implica profundos cambios políticos y culturales que requerirán luchas muy duras y largas. Banalizar el concepto no hace sino ocultar la necesidad de emprender dichos cambios radicales. Y claro que hay que valorar y reivindicar los lazos afectivos entre las personas frente al individualismo deshumanizador, pero hay que hacerlo sin dejar de criticar o de visibilizar que la manera en que muchos de estos lazos están construidos (en la familia, en el amor) tiene que ver con estructuras opresivas para las mujeres y que por tanto tenemos la obligación de poner en cuarentena las revalorizaciones acríticas que no incluyan profundas críticas políticas al sistema patriarcal y capitalista. Todo lo demás es humo.
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