Imagen: El País / Pedro Zaragoza en la playa de Benidorm |
Hace 65 años Pedro Zaragoza viajó en vespa hasta Madrid para reunirse con Francisco Franco y legalizar el traje de dos piezas en la Costa Blanca.
Noelia Fariña | Icon, El País, 2018-07-22
https://elpais.com/elpais/2018/07/21/icon/1532154319_291950.html
Empeñado en convertir Benidorm en un paraíso turístico, Pedro Zaragoza (Alicante, 1922) se levantó una mañana de 1953, cogió la vespa y salió hacia Madrid. Ocho horas más tarde, estaba sentado en el Palacio del Pardo frente a Francisco Franco para pedirle la legalización del bikini. El turismo suponía una amenaza para el régimen, pero también era una medida para llenar las arcas de divisas. Seis meses después de su encuentro, la esposa del dictador, Carmen Polo, se alojaba en casa de Zaragoza para disfrutar de una semana de sol y playa.
“Él sí que fue un pionero, no por haber creado el bikini, sino por abrirle la puerta. La historia de la introducción del bikini en España es la introducción de los valores económicos por encima de los morales. Zaragoza vio como España se iba a convertir en un destino turístico muy deseable y empezó a construir el Benidorm que vemos en la actualidad”, explica Juan Gutierrez, responsable de la colección de indumentaria contemporánea del Museo del Traje. Respaldado por La Falange y las JONS, Zaragoza se convirtió en alcalde de Benidorm en 1950 y su primera medida fue levantar una ciudad vertical y hotelera con vistas al mar. Para llenarla de turistas, apostaba por la hospitalidad y el respeto: "Debes estar preparado para acomodarlos, no solo a ellos, sino también a sus culturas".
Siguiendo esta filosofía, construyó una red de agua potable para la ciudad e hizo la vista gorda en primera línea de playa. Tomás Cortés, entonces secretario del ayuntamiento, recuerda que un día sonó el teléfono y al otro lado estaba el arzorbispo de Orihuela. Quería alertar de que, en contra de toda moral, había una turista en la playa con un bañador de dos piezas. “Pedro le contestó: "Querido obispo, eso tiene fácil solución, ¿dime qué pieza quiere que le quite?”, cuenta Cortés en El hombre que embotelló el sol, el documental de Óscar Bernácer sobre los hitos y leyendas de este peculiar político.
Puede que el primer traje de dos piezas en España apareciera en Santander, según una fotografía de Joaquín del Palacio con fecha de 1948, pero la guerra del bikini estalló en la ciudad alicantina. El motivo fue una multa de 40.000 pesetas que la Guardia Civil le puso a una de esas primeras turistas por su vestuario. Las medidas de la policía de la moda iban en contra de las políticas de tolerancia del alcalde. "En una España dominada por la moral católica, Zaragoza autorizó el uso del bikini de mujeres extranjeras en la playa. La Guardia Civil lo denunció y el arzobispo de Valencia, Marcelino Olaechea, pidió directamente la excomunión del alcalde", recuerda Gutiérrez. Fue entonces cuando decidió reunirse con Franco. ¿Y cuál fue la respuesta del generalísimo? "Cuando tenga algún problema, no vaya al gobernador civil, trátelo directamente conmigo. Ahora, márchese a Benidorm y haga lo que tenga que hacer", confesaba Pedro Zaragoza en una de sus últimas entrevista al diario de ‘Las Provincias’. Basta mirar las películas de suecas y machos celtíberos que proliferaron en el cine español de los sesenta para saber que lo hizo.
De la persecución a la liberación
La historia del bikini ha estado marcada por la persecución desde su aparición en los años cuarenta. "Todo lo que goza de una prohibición puede provocar dos cosas: que te olvides del invento o, si es lo suficientemente potente, que multiplique su popularidad por diez. En el caso del bikini, efectivamente, ocurrió lo segundo. Al principio no se consideraba una prenda muy elegante, pero justo esa arrogancia llamó la atención de los jóvenes y desencadenaron la ola", explica el sociólogo y periodista de moda, Pedro Mansilla.
El miedo a esta prenda, al igual que ocurrió con la minifalda, radica en su significado. "Más allá de su valor estético, quien se ponía un bikini de alguna manera proclamaba su derecho a la exhibición de su cuerpo. La mujer proclamaba que era independiente, que era libre y que por lo tanto, se vestía como le daba la gana", apunta Mansilla. "En la moral de época, todo eso se utilizaba en contra de las mujeres porque se consideraba un eximente de la violencia. Hoy nos parecería totalmente insultante, pero en los sesenta y en los setenta muchas de las sentencias disculpaban las violencias sexuales porque se supone que había una cierta provocación".
La revolución sexual que inició esta pieza se la debemos a dos diseñadores. Dos pioneros, Jacques Heim y Louis Réard, que intentaron poner de moda el traje de baño más pequeño del mundo cuando la tendencia que dominaba la playa era el pudor. "Los dos llegan prácticamente al mismo descubrimiento, pero la moda, al menos la oficial, prefiere atribuirle el mérito a Jacques Heim porque era un poquito más prestigioso. Él le llamó 'átomo' en 1946, inspirado en que significaba la mínima expresión. Además, le ayudó que un mes más tarde hacen las pruebas nucleares en el Atolón de Bikini y, lo que él intentaba hacer famoso con el nombre de átomo, termina convertido en bikini", explica el periodista Pedro Mansilla.
Louis Réard también se inspiró en las pruebas nucleares que estaba llevando a cabo Estados Unidos en el Pacífico para presentar su traje de dos piezas. El ingeniero, metido a diseñador tras heredar la tienda de lencería de su madre, organizó un desfile el 5 de julio de 1946 en Piscine Molitor. Como ninguna modelo se atrevió a llevar su creación, contrató una bailarina de ‘striptease’ del Casino de París, Micheline Bernardini. La otra teoría que se ha reproducido hasta la saciedad apunta que ella le puso el nombre, cuando le comentó a su creador: "Este bañador va a ser más explosivo que la bomba de Bikini". Tampoco se equivocaba.
El bikini marcó una ruptura enorme, al menos, en lo relacionado con la liberación y la desnudez. Pioneras como Brigitte Bardott en ‘Y Dios creó la mujer’ o Úrsula Andress emergiendo de las aguas en ‘James Bond’, animaron a cientos de mujeres a unirse a la moda en los sesenta. La icónica portada de la revista ‘Sports Ilustrated’ en 1964 con la modelo Babette March también contribuiría a la causa. La normalización desencadenaría después en el destape. Solo hay que ver el monokini de Rudi Gernreich en 1964, una especie de braguita con tirantes que dejaba el pecho al descubierto en favor de la libertad feminista, o el bikini tanga que se puso de moda en el Brasil de los setenta.
Décadas más tarde, existe una generación que creció, sin escandalizarse, viendo a Pamela Anderson correteando en bañador en ‘Vigilantes de la Playa’, y una industria enorme que no deja de innovar en modelos y materiales. "La manufactura del bañador ha sido una de las más fructíferas para la moda local, gracias al número de playas y al turismo veraniego. Firmas como Andrés Sardá, Dolores Cortés o Guillermina Baeza lo introdujeron muy pronto", explica Gutiérrez. "A veces la moda acaba haciendo transformaciones mucho más importantes de las que se le atribuye".
“Él sí que fue un pionero, no por haber creado el bikini, sino por abrirle la puerta. La historia de la introducción del bikini en España es la introducción de los valores económicos por encima de los morales. Zaragoza vio como España se iba a convertir en un destino turístico muy deseable y empezó a construir el Benidorm que vemos en la actualidad”, explica Juan Gutierrez, responsable de la colección de indumentaria contemporánea del Museo del Traje. Respaldado por La Falange y las JONS, Zaragoza se convirtió en alcalde de Benidorm en 1950 y su primera medida fue levantar una ciudad vertical y hotelera con vistas al mar. Para llenarla de turistas, apostaba por la hospitalidad y el respeto: "Debes estar preparado para acomodarlos, no solo a ellos, sino también a sus culturas".
Siguiendo esta filosofía, construyó una red de agua potable para la ciudad e hizo la vista gorda en primera línea de playa. Tomás Cortés, entonces secretario del ayuntamiento, recuerda que un día sonó el teléfono y al otro lado estaba el arzorbispo de Orihuela. Quería alertar de que, en contra de toda moral, había una turista en la playa con un bañador de dos piezas. “Pedro le contestó: "Querido obispo, eso tiene fácil solución, ¿dime qué pieza quiere que le quite?”, cuenta Cortés en El hombre que embotelló el sol, el documental de Óscar Bernácer sobre los hitos y leyendas de este peculiar político.
Puede que el primer traje de dos piezas en España apareciera en Santander, según una fotografía de Joaquín del Palacio con fecha de 1948, pero la guerra del bikini estalló en la ciudad alicantina. El motivo fue una multa de 40.000 pesetas que la Guardia Civil le puso a una de esas primeras turistas por su vestuario. Las medidas de la policía de la moda iban en contra de las políticas de tolerancia del alcalde. "En una España dominada por la moral católica, Zaragoza autorizó el uso del bikini de mujeres extranjeras en la playa. La Guardia Civil lo denunció y el arzobispo de Valencia, Marcelino Olaechea, pidió directamente la excomunión del alcalde", recuerda Gutiérrez. Fue entonces cuando decidió reunirse con Franco. ¿Y cuál fue la respuesta del generalísimo? "Cuando tenga algún problema, no vaya al gobernador civil, trátelo directamente conmigo. Ahora, márchese a Benidorm y haga lo que tenga que hacer", confesaba Pedro Zaragoza en una de sus últimas entrevista al diario de ‘Las Provincias’. Basta mirar las películas de suecas y machos celtíberos que proliferaron en el cine español de los sesenta para saber que lo hizo.
De la persecución a la liberación
La historia del bikini ha estado marcada por la persecución desde su aparición en los años cuarenta. "Todo lo que goza de una prohibición puede provocar dos cosas: que te olvides del invento o, si es lo suficientemente potente, que multiplique su popularidad por diez. En el caso del bikini, efectivamente, ocurrió lo segundo. Al principio no se consideraba una prenda muy elegante, pero justo esa arrogancia llamó la atención de los jóvenes y desencadenaron la ola", explica el sociólogo y periodista de moda, Pedro Mansilla.
El miedo a esta prenda, al igual que ocurrió con la minifalda, radica en su significado. "Más allá de su valor estético, quien se ponía un bikini de alguna manera proclamaba su derecho a la exhibición de su cuerpo. La mujer proclamaba que era independiente, que era libre y que por lo tanto, se vestía como le daba la gana", apunta Mansilla. "En la moral de época, todo eso se utilizaba en contra de las mujeres porque se consideraba un eximente de la violencia. Hoy nos parecería totalmente insultante, pero en los sesenta y en los setenta muchas de las sentencias disculpaban las violencias sexuales porque se supone que había una cierta provocación".
La revolución sexual que inició esta pieza se la debemos a dos diseñadores. Dos pioneros, Jacques Heim y Louis Réard, que intentaron poner de moda el traje de baño más pequeño del mundo cuando la tendencia que dominaba la playa era el pudor. "Los dos llegan prácticamente al mismo descubrimiento, pero la moda, al menos la oficial, prefiere atribuirle el mérito a Jacques Heim porque era un poquito más prestigioso. Él le llamó 'átomo' en 1946, inspirado en que significaba la mínima expresión. Además, le ayudó que un mes más tarde hacen las pruebas nucleares en el Atolón de Bikini y, lo que él intentaba hacer famoso con el nombre de átomo, termina convertido en bikini", explica el periodista Pedro Mansilla.
Louis Réard también se inspiró en las pruebas nucleares que estaba llevando a cabo Estados Unidos en el Pacífico para presentar su traje de dos piezas. El ingeniero, metido a diseñador tras heredar la tienda de lencería de su madre, organizó un desfile el 5 de julio de 1946 en Piscine Molitor. Como ninguna modelo se atrevió a llevar su creación, contrató una bailarina de ‘striptease’ del Casino de París, Micheline Bernardini. La otra teoría que se ha reproducido hasta la saciedad apunta que ella le puso el nombre, cuando le comentó a su creador: "Este bañador va a ser más explosivo que la bomba de Bikini". Tampoco se equivocaba.
El bikini marcó una ruptura enorme, al menos, en lo relacionado con la liberación y la desnudez. Pioneras como Brigitte Bardott en ‘Y Dios creó la mujer’ o Úrsula Andress emergiendo de las aguas en ‘James Bond’, animaron a cientos de mujeres a unirse a la moda en los sesenta. La icónica portada de la revista ‘Sports Ilustrated’ en 1964 con la modelo Babette March también contribuiría a la causa. La normalización desencadenaría después en el destape. Solo hay que ver el monokini de Rudi Gernreich en 1964, una especie de braguita con tirantes que dejaba el pecho al descubierto en favor de la libertad feminista, o el bikini tanga que se puso de moda en el Brasil de los setenta.
Décadas más tarde, existe una generación que creció, sin escandalizarse, viendo a Pamela Anderson correteando en bañador en ‘Vigilantes de la Playa’, y una industria enorme que no deja de innovar en modelos y materiales. "La manufactura del bañador ha sido una de las más fructíferas para la moda local, gracias al número de playas y al turismo veraniego. Firmas como Andrés Sardá, Dolores Cortés o Guillermina Baeza lo introdujeron muy pronto", explica Gutiérrez. "A veces la moda acaba haciendo transformaciones mucho más importantes de las que se le atribuye".
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