miércoles, 18 de julio de 2018

#hemeroteca #identidades #futbol | Francia: el espejismo del 98

Imagen: ctxt / Celebración en Paris del triunfo francés en Rusia 2018
Francia: el espejismo del 98.
Los “bleus” vuelven a proclamarse campeones del mundo gracias a la misma fórmula ‘black-blanc-beur’ que triunfó hace veinte años. Un espíritu multicultural que retrocede en la política y la sociedad francesa.
Enric Bonet | ctxt, 2018-07-18
https://ctxt.es/es/20180718/Politica/20826/Enric-Bonet-bleus-Francia-Mundial-de-1998-futbol.htm

Dos jóvenes saltan y ondean una bandera de Argelia en medio de la calle en París, cuando se acerca un grupo de ultraderechistas, los increpan y les dan un puñetazo en la cara. Difundidas en las redes sociales, estas imágenes lastraron la bella celebración de la victoria de Francia ante Bélgica en la semifinal del Mundial de fútbol. ¿Se trataba de un hecho aislado? ¿O un ejemplo más de la xenofobia creciente en la sociedad francesa?

Tras su triunfo en la Copa del Mundo, los franceses se han reconciliado con los “bleus”. Francia vivió este domingo una segunda fiesta nacional. Minutos antes del pitido final en Moscú, miles de personas ya festejaban la segunda estrella en los Campos Elíseos, donde permanecían las graderías del desfile militar del 14 de julio. “Liberté, Égalité, Mbappé”, es uno de los lemas que perdurarán de la Francia campeona, liderada por el atacante del PSG Kylian Mbappé y el delantero del Atlético de Madrid Antoine Griezmann. Un equipo que tiene un parecido evidente con la selección francesa que se impuso en el Mundial del 98.

Como el conjunto de los Zidane, Thuram o Djorkaeff, la Francia campeona en Rusia es un ejemplo de la diversidad de su país. Un reflejo aumentado del origen multicultural de la población francesa, que no se ve representado en sus élites políticas, mediáticas ni culturales, mayoritariamente blancas. Más del 90% de los jugadores del equipo dirigido por Deschamps tiene orígenes extranjeros. Aunque todos ellos son franceses –sólo el central del Barça Samuel Umtiti (Camerún) y el guardameta Steve Mandanda (RD Congo) nacieron fuera del territorio galo–, hasta 14 de los 23 jugadores tienen ascendencia africana.

“Esta selección francesa tiene el mérito de deconstruir estereotipos racistas, por ejemplo, aquellos que acusan a los negros de ser unos vagos”, asegura el sociólogo Wiliam Gasperini, profesor de la universidad de Estrasburgo y especialista en cuestiones de deporte. En pleno auge del populismo de derechas, el triunfo de los “bleus” refleja las ventajas de la inmigración y evidencia las incongruencias de la xenofobia. “Han demostrado ser un equipo y esto puede servir como una metáfora positiva para aquellos que no deseen una confrontación identitaria entre franceses”, explica el sociólogo Éric Fassin, profesor en la universidad Paris VIII y especialista en cuestiones raciales.

“En realidad, se trata de un equipo de las clases bajas”, explica Gasperini, quien recuerda que exceptuando el portero Hugo Lloris la mayoría de los jugadores de la selección francesa procede de localidades de trabajadores, como el jovencísimo Mbappé, de 19 años, cuya irrupción ha puesto la ciudad de Bondy, en la “banlieue” norte de París, en boca de toda Francia.

“Siento una alegría inmensa, ya que es África quien ha ganado”, afirmaba sonriente Pa Yamar, 23 años, este domingo por la tarde mientras celebraba la victoria de Francia con la bandera de Senegal en los Campos Elíseos de París. Las imágenes de alegría y locura colectiva rememoraban los sentimientos vividos justo hace veinte años, el 12 de julio de 1998, con la victoria de Francia por 3-0 contra Brasil. Decenas de miles de personas, muchas de ellas jóvenes de la “banlieue”, se reapropiaron de la gran avenida parisina, rebautizada como “Deschamps-Élysées”.

A diferencia del festejo de hace veinte años, resultaban más bien escasas las banderas de países africanos. Una pancarta con el eslogan “no somos black-blanc-beur” mostraba las dudas actuales de numerosos aficionados franceses respecto a la pertinencia de este famoso lema del 98. Entonces, el “black-blanc-beur” (negro-blanco-árabe) apareció como un juego de palabras con los colores de la bandera francesa, cuyo objetivo era exaltar la multiculturalidad de Francia a través de los éxitos deportivos de los Zidane, Thuram o Vieira.

El fracaso del modelo “black-blanc-beur”
“La selección francesa de fútbol fue a lo largo del siglo XX un espejo concentrado de la historia de la inmigración en Francia”, explica Gasparini, que ha publicado recientemente el libro Le football des nations. Se enfundaron la camiseta azul desde Raoul Diagne, el primer negro que jugó para Francia en los treinta, hasta el “10” de origen italiano Michel Platini, pasando por numerosos polacos como Raymond Kopa en los cincuenta y españoles como Luis Fernández en los setenta y ochenta.

No obstante, “fue a partir de 1998 cuando se estableció en Francia un estrecho vínculo entre su selección de fútbol y el debate sobre la identidad nacional”, explica Gasparini, quien asegura que fue entonces la primera vez que los franceses, y en particular sus élites, se apasionaron masivamente por el fútbol. “En 1998, surgió la esperanza de la reconciliación nacional, al mismo tiempo que la cuestión de las discriminaciones raciales emergía en el debate político”, explica Fassin.

Sin embargo, el idilio con la Francia “black-blanc-beur” se vio rápidamente contestado por el fantasma del Frente Nacional, cuyo líder Jean-Marie Le Pen alcanzaría la segunda vuelta de las presidenciales sólo cuatro años después de la victoria en el Mundial. En 2001, ya suscitaron un gran revuelo los abucheos contra la Marsellesa durante un amistoso Francia-Argelia en el Stade de France en Saint-Denis, en la periferia norte de París. Desde entonces, la ultraderecha aprovechaba cada fracaso de los “bleus” para denunciar el carácter multicultural de la selección francesa. El intelectual reaccionario Alain Finkielkraut ya criticaba en 2005 que el equipo de Francia fuera “black-black-black y que esto hiciera de Francia el hazmerreír de toda Europa”.

En la primera década de los 2000, el comportamiento de las estrellas francesas fue analizado con lupa. Tras su decepcionante Mundial en 2010 y su intento de huelga contra la gestión del entrenador Raymond Domenech, fueron tratados de “racaille” (chusma) y la ministra conservadora Roselyn Bachelot les acusó “de caíds (gobernadores árabes) inmaduros”. A lo largo del mandato de Nicolas Sarkozy, en el que la derecha se desprendió de la tradición humanista del gaullismo, aumentaron las voces que cuestionaban que tantos jugadores hijos de la inmigración fueran dignos de llevar la camiseta nacional.

Durante la presidencia del socialista François Hollande, la amenaza creciente del yihadismo en Francia y el aumento de la islamofobia se produjeron al mismo tiempo que se confirmaba el fracaso de la generación dorada del 87: los Benzema, Nasri y Ben Arfa –todos ellos con raíces magrebíes–, que arrasaron en las categorías inferiores, pero fueron incapaces de repetir estos títulos en la absoluta. Tras la revelación del “sex tape” en 2015, el escándalo por el chantaje al delantero Mathieu Valbuena con la revelación de un vídeo sexual, en el que supuestamente Benzema podría estar implicado, el delantero del Real Madrid sigue sin ser convocado para la selección francesa. Pero esta imagen negativa de la selección francesa empezó a cambiar gracias al buen trabajo realizado por Deschamps.

¿Una victoria para contrarrestar los problemas identitarios?
Curiosamente, el actual equipo campeón no despertaba grandes pasiones justo antes del Mundial. Según un sondeo del diario ‘Le Parisien’, publicado el 7 de junio, el 53% de los franceses se mostraban poco entusiasmados o descontentos con los “bleus”. Pero con la llegada de las primeras victorias mundialistas, la mayoría de los franceses se volcaron con el equipo de Mbappé y Griezmann. Esta brillante generación de jóvenes futbolistas es elogiada en la prensa francesa por su patriotismo banal, reflejado, por ejemplo, en la devoción con la que entonan la Marsellesa.

“Nunca he entendido que, cuando Francia gana una competición, en cualquier deporte, alguien diga: ‘sí, han ganado, pero hay demasiados negros en el equipo’. Cuando se pierde, es un problema deportivo; y cuando ganas, se trata de un éxito deportivo”, aseguró Mbapée en noviembre del año pasado a Le Mondeen unas declaraciones que fueron muy aplaudidas en Francia, aunque carecían casi por completo de sentido político y estaban alejadas de la militancia antirracista que caracterizaba a algunos jugadores del equipo del 98, como Thuram, Bernard Lama o Christian Karembeu. “Tras las polémicas de los últimos años, los jugadores de la selección francesa son conscientes de que deben ser irreprochables cuando cantan la Marsellesa y representan a la bandera nacional”, defiende Fassin.

¿La gran alegría y fraternidad suscitadas por la victoria de Francia en el Mundial contrarrestarán la xenofobia creciente en la sociedad francesa? “No creo que cambie gran cosa porque seguriá habiendo personas obsesionadas con la inmigración”, lamentaba Myriam Hadiri, de 22 años, durante el festejo en los Campos Elíseos, al que asistió con sus amigas de origen tunecino o argelino. Algunas de ellas vestían con el pañuelo islámico. Habían venido de Aulnays-sous-bois, en la periferia norte de París, donde el joven Théo, de 22 años, fue víctima en febrero de 2017 de una paliza policial, en la que podría haber sufrido presuntamente una violación anal.

Según un sondeo del instituto Elabe, publicado a finales de junio, el 70% de los franceses se opone a la acogida de inmigrantes económicos y el 64% se declara contrario al hecho de que Francia acogiera el Aquarius. Al mismo tiempo que los “bleus” despertaban la euforia colectiva por sus triunfos ante Argentina y Uruguay, en Nantes se producían importantes disturbios, con la quema de vehículos y fachadas de edificios, después de que un joven, de 22 años, fuera abatido por un policía que le disparó al cuello durante un interrogatorio policial. Un episodio que volvió a evidenciar el problema del aumento de las violencias policiales, que sufren sobre todo los inmigrantes y los jóvenes de la “banlieue”.

“Francia no es un país multicultural, sino republicano y la integración debería producirse a través de la escuela, la universidad y los sindicatos, pero la mayoría de estos espacios resultan poco accesibles para los jóvenes de la banlieu”, explica Gasparini. “El deporte de élite es prácticamente el único espacio en el que la escalera social parece accesible para los jóvenes de origen inmigrante”, añade este especialista, que también advierte sobre el riesgo de sobrevalorar el rol del deporte: “solo una minoría logra triunfar en el deporte profesional, así que no es este el camino para el progreso social”. Según este sociólogo, lo que debemos preguntarnos es por qué los habitantes de los barrios obreros no consiguen llegar a la Asamblea Nacional o por qué no acceden a las mejores universidades francesas.

No obstante, según Gasparini, la victoria del equipo de Deschamps “puede servir como mensaje de esperanza”. “Veinte años después, vemos que no se ha producido una reconciliación nacional, que en realidad hay una confrontación entre dos concepciones nacionales”, afirma Fassin. La Francia diversa y plural que acumula triunfos deportivos, ante la Francia xenófoba que no ha dejado de ganar batallas culturales durante los últimos veinte años. Urge la hora de la remontada política.

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