Imagen: El Salto / Sanfermines 2018 |
El modelo festivo popular se acerca a la crisis de los cuarenta mientras miles de personas voluntarias erigen txosnas en la febril actividad veraniega. Si su éxito ya en la mediana edad en cuanto a público y aceptación social nadie pone en duda, ¿qué ocurre con sus objetivos políticos?
Aitor Aspuru | El Salto, 2018-07-20
https://www.elsaltodiario.com/fiestas-populares/martxa-eta-borroka-txosnas-%20por-unas-radicales
Un verano más implica para generaciones militantes en Euskal Herria un tour extenuante por barras instaladas en fiestas populares. Sin duda, el modelo festivo popular surgido hace casi 40 años muestra una aceptación social notable y las txosnas son una parte indivisible e imprescindible en numerosas celebraciones de la geografía vasca, como parte integrada en el paisaje estival.
Esas antaño precarias estructuras metálicas coronadas por un toldo sirvieron a finales de los 70 para renovar la embrutecedora fiesta franquista, que el régimen aprovechaba para recordar quién había ganado la guerra y pasear sus apoyos políticos: la Iglesia, las autoridades institucionales y la Guardia Civil.
Con una democracia titubeante y de escasa calidad, el movimiento popular y asociativo se hizo en territorio vasco con el resquicio más nimio de la transición para convertir las fiestas en un escaparate de los valores que quería proyectar: el retorno masivo al espacio público y la cooperación, así como el hedonismo frente a la dictadura moral nacionalcatólica.
Aunque este modelo parece cómodamente aceptado, es obvio que muchos partidos e instituciones lo liquidarían gustosamente por ser un espacio de politización al margen de la asepsia democrática. Esta tentación por hacer desaparecer o domesticar aquello que no controlan, hace necesario no perder la tensión precisa para defenderlo. De hecho, en el último año se pudo asistir a la censura de una comparsa en Bilbao por parte de la Iglesia y grupos de extrema derecha debido a su mensaje irreverente y anticlerical, mientras que otros años el caballo de batalla ha sido la presencia de imágenes de preso/as político/as vasco/as. Los ataques a las manifestaciones más politizadas de la fiesta popular han sido una constante, y de igual manera que muchos representantes políticos tienen la fantasía no declarada de acabar con este tipo de fiesta popular, muchas empresas y miembros de la hostelería también anhelan ese espacio.
Pese a ello, el modelo festivo se debería enfrentar en esta época de cambio de ciclo político y de cuestionamiento militante a una pregunta inquietante: ¿las fiestas populares son realmente alternativas? Tanto para unas realidades modestas, como las fiestas de pequeños pueblos, como para otras más masivas y politizadas, es constatable que en 2018, el sistema capitalista dominante guarda ya poca relación, en algunos aspectos, con aquel franquismo sobrio que se ponía en cuestión. La fiesta ya no rompe con el muermo democrático, sino que está ligada a la reproducción del capitalismo liberal: trabajar cinco días y rendirse al ocio consumista otros dos (sea en el centro comercial o en el bar). En la CAV, los eventos culturales florecen mercantilizados para mayor gloria de un territorio que se quiere valorizar de cara a ese bárbaro que arrasa con todo: el turista. De la capitalidad europea al BBK Live, pasando por otros saraos internacionales como los premios MTV, las citas internacionales arrasan con los lazos locales y barriales al ritmo impuesto por Airbnb y la industria hotelera y hostelera. Y si bien es cierto que la fiesta popular se distingue por seguir otros objetivos que los meramente económicos, ¿la hace eso inmune a la crítica? En definitiva, ¿cuánta distancia hay entre los valores que pregonan los colectivos y su reflejo festivo?
No cabe duda de la función que el modelo festivo ha tenido históricamente, pero, desde luego, se le debe dar una vuelta para que lo desembarace de contradicciones que, en el peor de los casos, se han vuelto invisibles por la fuerza de la repetición. O para proponer aspiraciones mayores que las explícitas (diversión, financiación...) y abordar las implícitas (relaciones y valores). A pesar de las virtudes de los festejos populares, en los que actitudes como el machismo o el racismo se combaten, su potencialidad seguramente está aún lejos de lo que podrían dar de sí.
Si partimos de que el consumismo es parte fundamental del capitalismo moderno, es innegable que las txosnas fomentan el consumo de drogas, principalmente el alcohol, lo que se ha convertido en un dogma intocable. Puede que este sea un debate superado, sin embargo, quizá es momento de asumir, al menos, que las drogas ilegales campan a sus anchas sin que el movimiento popular tenga un discurso, y lo que es aún más grave, una práctica en torno a ellas.
En ese aspecto, el modelo festivo popular no se diferencia en gran cosa en la actitud que la sociedad, en general, mantiene respecto a las drogas ilegales. Si bien no se consumen públicamente, se mantienen en una privacidad muy extendida. La gama de actitudes y prácticas que se sitúan entre la prohibición y la normalización son extensas, pero en el ámbito festivo popular no se camina ni en uno ni en otro sentido. Es decir, ni se pone sobre la mesa la necesidad de afirmar el monopolio de venta de drogas (en este caso, legal, el alcohol) para rechazar el narcotráfico o asumir las contradicciones de cumplir la legalidad vigente, ni, en el otro extremo, se debate el reconocer que el consumo de drogas es una actividad social que puede ser reconocida (habilitando espacios en los que consumirla sin bloquear los baños, por ejemplo).
Esta deficiencia se enmarca en la falta de visión respecto a que el espacio público no sólo ha de ser utilizado, sino también gestionado con cierto sentido de la responsabilidad y la autonomía. Parece que poco a poco se hace frente a las agresiones machistas con brigadas de acompañamiento (una idea que algunas instituciones ya han copiado), pero aún quedan cuestiones como las peleas, la seguridad, los residuos, la suciedad o los meados.
Esas antaño precarias estructuras metálicas coronadas por un toldo sirvieron a finales de los 70 para renovar la embrutecedora fiesta franquista, que el régimen aprovechaba para recordar quién había ganado la guerra y pasear sus apoyos políticos: la Iglesia, las autoridades institucionales y la Guardia Civil.
Con una democracia titubeante y de escasa calidad, el movimiento popular y asociativo se hizo en territorio vasco con el resquicio más nimio de la transición para convertir las fiestas en un escaparate de los valores que quería proyectar: el retorno masivo al espacio público y la cooperación, así como el hedonismo frente a la dictadura moral nacionalcatólica.
Aunque este modelo parece cómodamente aceptado, es obvio que muchos partidos e instituciones lo liquidarían gustosamente por ser un espacio de politización al margen de la asepsia democrática. Esta tentación por hacer desaparecer o domesticar aquello que no controlan, hace necesario no perder la tensión precisa para defenderlo. De hecho, en el último año se pudo asistir a la censura de una comparsa en Bilbao por parte de la Iglesia y grupos de extrema derecha debido a su mensaje irreverente y anticlerical, mientras que otros años el caballo de batalla ha sido la presencia de imágenes de preso/as político/as vasco/as. Los ataques a las manifestaciones más politizadas de la fiesta popular han sido una constante, y de igual manera que muchos representantes políticos tienen la fantasía no declarada de acabar con este tipo de fiesta popular, muchas empresas y miembros de la hostelería también anhelan ese espacio.
Pese a ello, el modelo festivo se debería enfrentar en esta época de cambio de ciclo político y de cuestionamiento militante a una pregunta inquietante: ¿las fiestas populares son realmente alternativas? Tanto para unas realidades modestas, como las fiestas de pequeños pueblos, como para otras más masivas y politizadas, es constatable que en 2018, el sistema capitalista dominante guarda ya poca relación, en algunos aspectos, con aquel franquismo sobrio que se ponía en cuestión. La fiesta ya no rompe con el muermo democrático, sino que está ligada a la reproducción del capitalismo liberal: trabajar cinco días y rendirse al ocio consumista otros dos (sea en el centro comercial o en el bar). En la CAV, los eventos culturales florecen mercantilizados para mayor gloria de un territorio que se quiere valorizar de cara a ese bárbaro que arrasa con todo: el turista. De la capitalidad europea al BBK Live, pasando por otros saraos internacionales como los premios MTV, las citas internacionales arrasan con los lazos locales y barriales al ritmo impuesto por Airbnb y la industria hotelera y hostelera. Y si bien es cierto que la fiesta popular se distingue por seguir otros objetivos que los meramente económicos, ¿la hace eso inmune a la crítica? En definitiva, ¿cuánta distancia hay entre los valores que pregonan los colectivos y su reflejo festivo?
No cabe duda de la función que el modelo festivo ha tenido históricamente, pero, desde luego, se le debe dar una vuelta para que lo desembarace de contradicciones que, en el peor de los casos, se han vuelto invisibles por la fuerza de la repetición. O para proponer aspiraciones mayores que las explícitas (diversión, financiación...) y abordar las implícitas (relaciones y valores). A pesar de las virtudes de los festejos populares, en los que actitudes como el machismo o el racismo se combaten, su potencialidad seguramente está aún lejos de lo que podrían dar de sí.
Si partimos de que el consumismo es parte fundamental del capitalismo moderno, es innegable que las txosnas fomentan el consumo de drogas, principalmente el alcohol, lo que se ha convertido en un dogma intocable. Puede que este sea un debate superado, sin embargo, quizá es momento de asumir, al menos, que las drogas ilegales campan a sus anchas sin que el movimiento popular tenga un discurso, y lo que es aún más grave, una práctica en torno a ellas.
En ese aspecto, el modelo festivo popular no se diferencia en gran cosa en la actitud que la sociedad, en general, mantiene respecto a las drogas ilegales. Si bien no se consumen públicamente, se mantienen en una privacidad muy extendida. La gama de actitudes y prácticas que se sitúan entre la prohibición y la normalización son extensas, pero en el ámbito festivo popular no se camina ni en uno ni en otro sentido. Es decir, ni se pone sobre la mesa la necesidad de afirmar el monopolio de venta de drogas (en este caso, legal, el alcohol) para rechazar el narcotráfico o asumir las contradicciones de cumplir la legalidad vigente, ni, en el otro extremo, se debate el reconocer que el consumo de drogas es una actividad social que puede ser reconocida (habilitando espacios en los que consumirla sin bloquear los baños, por ejemplo).
Esta deficiencia se enmarca en la falta de visión respecto a que el espacio público no sólo ha de ser utilizado, sino también gestionado con cierto sentido de la responsabilidad y la autonomía. Parece que poco a poco se hace frente a las agresiones machistas con brigadas de acompañamiento (una idea que algunas instituciones ya han copiado), pero aún quedan cuestiones como las peleas, la seguridad, los residuos, la suciedad o los meados.
Otras encrucijadas que esperan es la incorporación de otras culturas a unas celebraciones dominadas por el alcohol o la extensión del recinto festivo a todas las edades, y no solo a las personas jóvenes o a quienes pretenden serlo (ese sujeto mercantil entre 18 y 35 años). Y por supuesto, ahora que surgen incipientes modos de organización de este colectivo, no menos relevante puede ser discutir cuál puede ser el lugar de las y los vendedores ambulantes.
Otro de los debates eternamente aplazados es el que surge en torno a una de las ideas que más ha recalcado el feminismo en los últimos años: el cuidado. ¿En qué consiste exactamente? ¿Es posible compaginarlo con turnos de barra maratonianos y a deshoras?
Para algunas personas, una de las claves para resolver estos desafíos pasaría intrínsecamente por la agregación de nuevos sectores a la organización de las fiestas, lo cual plantearía nuevas contradicciones, que seguramente merece la pena explorar. Esta es una tensión que ya se da en algunos lugares como Bilbo, en los que algunas comparsas poseen un claro componente político y un proyecto detrás, mientras que en otras no queda claro cuál es su composición ni su cometido. Sin embargo, en numerosas cuestiones son capaces de adoptar posiciones comunes, e incluso expulsar a quienes las contravienen.
En cualquier caso, si los males endémicos citados son manifiestos, seguramente los efectos más perniciosos se den en el propio carácter de la militancia, por influencia del modelo festivo. De facto, una de las virtudes de las fiestas es poder atraer a nuevas personas a la práctica política. Pero, por desgracia, el quehacer activista está tan volcado en el ámbito festivo (no solo en verano) que la formación que los movimientos sociales ofrecen es muy a menudo lo que cualquier camarero puede aprender, pero en un medio material más precario. Así, el bagaje más lamentable que una activista puede llegar a desarrollar tras años de militancia, es carecer de unos conocimientos mínimos para salir bien parada de una detención, mientras se conoce todos los entresijos de la gestión de una barra.
Por clamoroso que pueda parecer, esto no es el problema, sino el síntoma de una carencia mayor. Con el decaimiento de la cultura del conflicto, la militancia parece cada vez más ligada al ocio. Por tanto, para muchas personas, una vez que se acaba el tiempo libre por los compromisos más diversos, se trunca su actividad política.
Debido a la excesiva importancia que cobra el modelo festivo en la vida política del tejido asociativo, se hacen aún más sangrantes sus omisiones, incoherencias y debates pospuestos, en tanto que no se construyen alternativas en el ámbito de las relaciones laborales, de producción, de cuidado o de otro tipo (vivienda, ecología, relaciones comunitarias...). Esto es, formas de vida autónoma que ubiquen a las personas más allá de los paradigmas de separación de lo productivo y del ocio. Un ejemplo puede ser el de la producción de las bebidas que en las fiestas populares se consumen. Aunque sería complicado que todas las txosnas se remitieran al mismo proveedor, la realidad es que tras casi 40 años de fiestas, los principales suministradores de alcohol y bebidas son grandes empresas multinacionales (en algunos casos objeto de campañas de boicot). Son pocas las cooperativas que han surgido y escasa la ayuda para que la economía sea lo más circular posible y revierta en los sectores más cercanos a la mano de obra voluntaria que mueve el modelo popular. Mientras esto ocurre, las grandes corporaciones, y el estado en forma de impuestos, siguen siendo las que más beneficios obtienen de los festejos populares.
Jaiaren erronka berriak
Gatazka armatua gailendu eta gero, Euskal Herriko herri-mugimendua eztabaida berrietara ireki da edo, hobe esanda, garrantzia handiagoa eman dio zenbait gairi; feminismoa, bestelako identitateak, kooperatibismoa liberalismoaren aurka...
Horietako diskurtso batzuek praktikan islatzea lortu badute ere (emakumeak etxera itzultzeko brigada feministak, esaterako), hobekuntzarako tartea handiegia da oraindik. Adibidez, “zaintza” hitza lagun askoren ahotan badabil ere, nola uztartu kontzeptu hori boluntarioei proposatzen dizkiegun barra-txanda amaigabeekin?
Aipatzeko beste zenbait esparru dira droga ilegalei dagokien jarrera kontzientearen gabezia, atzerriko identiteak gure jaietan txertatzeko zailtasunak (alkoholaren presentzia eta zentralitatea dela eta), kale saltzaileen lekua jai eremuan, edota adin tarte guztientzako egitarauak sortzea.
Kooperatibismoa eta kapitalismoa gainditzeko ahaleginei erreparatuta, galdera oso erraza da. Nola liteke 40 urteren ostean herri-mugimendua gai ez izatea ospakizunetarako beharrezkoak diren azpiegitura guztiak hornitzeko egitasmorik abiatzeko (txosnak, komunak, edariak, tokiko janariak...)? Are, ehunka preso politiko izanik eta horiek lanaren bitartez gizarteratzeko erronkarekin.
ETA GAINERA…
Marijaiak ezkutatzen duena, zerbait ospatzeko al dugu ba?
Kolitza | Kontu Lepo, 2018-07-22
http://www.kontulepo.eus/index.php/2018/07/22/marijaiak-ezkutatzen-duena-zerbait-ospatzeko-al-dugu-ba/
Aitor Aspuru: “Herri mugimenduetan droga ez da modu kritikoan kontsumitzen”
Lander Arretxea | Zuzeu, 2014-08-04
https://zuzeu.eus/euskal-herria/aitor-aspuru-herri-mugimenduetan-droga-ez-da-modu-kritikoan-kontsumitzen/
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Y ADEMÁS…
40 años de Aste Nagusia, la fiesta popular que incomoda a las autoridades.
Bilbao vive desde este sábado una nueva Semana Grande. Su modelo festivo, marcado por la participación de numerosos colectivos ajenos a las instituciones, continúa enfrentando trabas por parte del ayuntamiento.
Danilo Albin | Público, 2018-08-18
https://www.publico.es/sociedad/40-anos-aste-nagusia-fiesta-popular-incomoda-autoridades.html
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