lunes, 4 de mayo de 2020

#hemeroteca #saludpublica #masculinidad #patriarcado | El confinamiento y los hombres

Imagen: El Salto
El confinamiento y los hombres.
La casa es uno de los espacios clave para entender la distribución de poderes de género, por lo que el confinamiento obligado tiene un impacto directo sobre la forma en la que los géneros se construyen.
Lionel S. Delgado | El Salto, 2020-05-04
https://www.elsaltodiario.com/coronavirus/confinamiento-hombres-feminismo-masculinidades

El confinamiento está resultando ser un laboratorio social en toda regla. La situación de encierro nos pone contra las cuerdas en muchos sentidos, y estas interminables semanas nos han hecho experimentar muchísimos estados de ánimo que no esperábamos. Y muchísimo de lo que está sucediendo en esta situación tiene que ver con el género. Muchísimo.

No en vano, la casa es uno de los espacios clave para entender la distribución de poderes de género. “La casa” ha sido teorizada desde varias posiciones. El feminismo blanco la ha entendido como uno de los espacios clave de materialización de las desigualdades de género. Feministas decoloniales como bell hooks criticaron esa idea como eurocéntricas y teorizaron por su parte la casa como el santuario apartado de la esclavitud. Sin embargo, de una forma u otra, “la casa” aparece siempre marcada por los repartos de poderes sociales según criterios de género.

Es lógico entender entonces que una situación de confinamiento doméstico obligado tiene un impacto directo sobre la forma en la que los géneros se construyen. La masculinidad no es ninguna excepción.

El confinamiento como oportunidad de género
Hay algunas investigaciones preliminares, como la de Titan Alon (Universidad de California San Diego), Matthias Doepke, Jane Olmstead-Rumsey (Universidad de Northwestern) y Michèle Tertilt (Universidad de Mannheim) que están empezando a ver que la situación que trajo el covid-19 puede estar generando un cambio importante en la forma en la que los hombres plantean su responsabilidad para con la familia. Millones de padres en todo el mundo están confinados con sus familias, lo cual supone una oportunidad de oro para que los hombres comiencen a participar más activamente en el cuidado de la casa y la familia.

Y digo “oportunidad”, porque la existencia de esta posibilidad no es de ninguna forma una garantía de que los hombres lo harán. Y en esa línea van otros estudios preliminares como el Lidia Farré y Libertad González. En esta investigación, que consta de más de 5.000 encuestas online, los repartos de tareas domésticas, si bien son bastante más equitativos que en situaciones preconfinamiento, distan mucho de ser los ideales. Las mujeres siguen siendo las que más se encargan de las labores tradicionalmente invisibilizadas: la limpieza, la ropa, y la comida y la educación de los niños.

Sin embargo, casi todas las investigaciones que he ido pudiendo ver sobre el tema, la forma de enfocar el estudio sigue siendo cuantitativa. Y todas sabemos que las cifras pueden ocultar muchas cosas.

Yo me dedico a temas de masculinidad y urbanismo. La relación del género con los espacios me fascina, y esta situación de confinamiento presenta un escenario apasionante. Esta última semana he podido iniciar una interesante investigación cualitativa sobre la forma en la que las masculinidades se desarrollan en los espacios domésticos durante el confinamiento. Y los resultados están siendo muy interesantes.

Estoy entrevistando online a varios jóvenes adultos, hombres y mujeres, para analizar la forma en la que viven o lidian con masculinidades en confinamiento. Son muchos los elementos que estoy recogiendo, y por limitaciones espaciales, sólo me centraré en dos de ellas, relacionadas ambas con las dinámicas masculinas en espacios familiares.

Igualitarios patriarcales
Una de las sorpresas más curiosas que he podido ver es que el papel de los hombres en los espacios no es sólo una cuestión de hacer o no hacer. El cómo es importante. Así, si sólo atendemos a los números vemos que, efectivamente, muchos hombres participan más de las tareas domésticas, pero como se sabe, el diablo se esconde en los detalles.

Muchos de los testimonios que voy encontrando hablan de padres o hermanos que sí que participan más de las tareas de la casa, pero lo hacen de forma dominante, mandando e intentando organizar el espacio sin prestar atención a si había un orden previo y presuponiendo que sus formas son más eficaces, solo por ser suyas.

Estos hombres trasladan lógicas patriarcales a su participación en lo doméstico, rearticulando de manera híbrida una masculinidad tradicional con una más igualitaria. Estos padres igualitarios pero patriarcales limpian, cocinan, friegan, pero lo hacen con formas dominantes. Acaparan el espacio, marcan el ritmo y dominan la logística de las tareas del hogar.

Esto no es nuevo. Los hombres siempre han estado en la casa. Las simplificaciones teóricas que ven que la legitimación de la masculinidad sólo se da espacios públicos, pasan por alto mucha bibliografía que registra varias actividades domésticas que funcionan legitimando lo masculino: el bricolaje, el cuidado del coche, la barbacoa —de las clases altas—, el culto a las herramientas... Incluso cierta cocina tiene aires masculinos: en investigaciones como las de Paloma Candela y Josefina Piñón que estudian el reparto de tareas domésticas, se ve cómo es casi una norma que los hombres cocinen los sábados por la noche algún plato especial —pizza, paella...—.

Los hombres se pueden meter más en las tareas del hogar, pero lo hacen de una forma masculina: diciendo qué hacer, manteniéndose en el primer plano y llevando muy mal la crítica. En ese sentido, son hombres domésticos, sí, pero con lógicas patriarcales.

El macho encerrado
La segunda idea que se repite en los testimonios que voy recogiendo, y que me gustaría plasmar aquí, está relacionada con el malestar masculino. Muchas de las entrevistas que estoy haciendo a jóvenes que pasan el confinamiento en espacios familiares mencionan la situación de ansiedad y malestar que supone para ellos y ellas lidiar con padres que en situación de confinamiento están empeorando las formas de comunicar las emociones.

Padres que según pasa el tiempo muestran más ira, formas más bruscas de comunicación, lanzan indirectas agresivas, empeoran su forma de comunicarse... Esto no debería ser ninguna sorpresa. La masculinidad integrada ha hecho que los hombres seamos bastante más ineptos en la gestión emocional. Una restricción de la emoción, además, está ligada a peores formas de gestionar la ansiedad y de comunicar los sentimientos. Esto, lógicamente, es bastante peligroso en situaciones de estrés por confinamiento.

Se me ocurre, como hipótesis temprana, que la información que nos daban algunas investigaciones sobre cómo los hombres se permitían el lujo de expresar las emociones el privado pero no en público, cambian durante el confinamiento. La casa ha sido siempre un refugio para los hombres. La masculinidad tiene una relación de odio y dependencia con la Mirada Ajena: la necesita para validarse pero la odia porque le angustia y le agota. La casa aparecía ahí como forma de escapar del escrutinio público.

Pero ahora, ¿cómo validarme sin compañeros de trabajo, sin jefes, amistades, ligues o demás espejos de mi representación de género? ¿Cómo me siento bien? Muchos hombres, cuya identidad se basa en ser el proveedor de la casa (el breadwinner, ‘ganapán’), se ven frustradas en la casa.

Y eso, cuando esos hombres frustrados, están en posiciones de poder moral, social y emocional en la casa, los convierte en fuertes motores de malos tratos familiares. Más aún si estamos hablando de casos como los de hijes no normatives que tienen que lidiar con el ninguneo o los comentarios agresivos.

El confinamiento como escenario
En resumidas cuentas, como aventuran a decir Alon, Doepke, Olmstead-Rumsey y Tertilt, la crisis del covid-19 puede ser un factor de rearticulación de normas sociales. Ellas lo comparan con el gran cambio que trajo en el reparto de normas de género la Segunda Guerra Mundial: durante la guerra, millones de mujeres comenzaron a trabajar para reemplazar a los hombres en las fábricas y otros puestos. El impacto que tuvo este desplazamiento de las normas de género fue muy profundo, según apuestan algunos estudios. Tener una madre trabajadora parece tener impacto en los modelos de referencia infantiles.

Como revelan estudios como el de Raquel Fernández, a lo largo de las generaciones, observar a mujeres de referencia trabajar facilitó que la mujer fuese normalizando su integración en el mundo laboral. Es de pensar, así, que cambios en las relaciones de los hombres con lo doméstico puedan traer desplazamientos culturales parecidos.

Sin embargo, como hemos visto en estas líneas, esos desplazamientos no son tan sencillos como que los hombres cocinemos o limpiemos los platos. La forma en la que los hombres aterricen en la casa puede ser engañosa. Las tareas domésticas, llevadas por una lógica patriarcal no suponen ningún logro magnífico. En cambio, aprovechar esta situación para relajar las exigencias que integramos los hombres, mirar hacia dentro de nuestras casas para cuidar, expresarnos y aprender a comunicar más y mejor, podría suponer un inteligente movimiento de cambio social. Y lo necesitamos. Bastante.

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