Imagen: Pikara |
Cuatro mujeres escribieron a principios del siglo XX sobre la guerra, el colonialismo y la situación de las mujeres en Marruecos: Carmen de Burgos Seguí, primera corresponsal de guerra española; la turista María del Carmen Jiménez de Noguera; la feminista, escritora y redactora Aurora Bertrana Salazar; y la escritora y periodista gipuzcoana Mercedes Sáenz-Alonso Gorostiza. Repasamos sus historias y enfoques.
Mar Gallego | Pikara Magazine, 2015-03-31
http://www.pikaramagazine.com/2015/03/otra-mirada-fija-en-mi-espanolas-en-el-marruecos-postcolonial/
“Yo tenía una granja en África, a los pies de las colinas de Ngong Hills”.
Con esta frase comienza la película “Out of Africa”, protagonizada por Meryl Streep y basada en la obra de Karen Blixen, “Memorias de África” (1937). Bajo el pseudónimo “Isak Dinesen”, la autora danesa contó sus vivencias como mujer emprendedora de Occidente que comenzó en Kenia un negocio de plantación de café llamado The Karen Coffe Company.
“La hermana leona”, como fue bautizada por el pueblo nativo de Nairobi, reflejaba en su historia los desequilibrios vitales y los estigmas sociales que recibían las mujeres en comparación con los varones en pleno siglo XX a pesar de haber conquistado ya muchos derechos.
Tras su separación –y como ocurrió a muchísimas mujeres occidentales de su época- Karen Blixen inició un camino personal con una mayor libertad e independencia. Este “perfil” de mujer separada o sin cargas familiares se repite en la literatura de viajes que, desde España, relataron los primeros desplazamientos al continente africano, concretamente a Marruecos, en pleno postcolonialismo.
Aunque los relatos de viajes de mujeres durante esta etapa son más abundantes en términos generales, en el caso del Estado español se presentan escasos; según Rosa Cerarols, sólo cuatro, y todos ellos enmarcados en el contexto del Protectorado Español de Marruecos.
Cuatro relatos de mujeres en Marruecos
Los relatos viajeros de estas cuatro exploradoras sociales correspondían a Carmen de Burgos Seguí, primera corresponsal de guerra española; la turista María del Carmen Jiménez de Noguera; la feminista, escritora y redactora Aurora Bertrana Salazar; y la escritora y periodista gipuzcoana Mercedes Sáenz-Alonso Gorostiza. Cuatro relatos frente a los más de cincuenta que hacen referencia al Marruecos colonial escrito por varones entre 1900 y 1936.
El Protectorado franco-español se extendió de 1912 a 1956. Éste constaba de dos zonas diferenciadas: la zona del Rif con fronteras con Ceuta, Melilla, las plazas de soberanía y la zona internacional de Tánger; y la zona de Cabo Juby cercana al Sahara Español. Esta forma de administrar territorios no era más que una herramienta puesta al servicio de intereses estratégicos de las grandes potencias con una clara tendencia colonial y de explotación.
En el caso de las mujeres, además de las solteras y separadas o divorciadas pertenecientes a la clase alta y medio-alta, también las misioneras tuvieron la posibilidad de realizar viajes al continente africano. Precisamente fue la “exclusión” de las mujeres de los asuntos públicos lo que les posibilitaba introducirse de lleno en el devenir cotidiano de Marruecos. Así, las mujeres podían adentrarse en espacios privados como los harenes; prohibidos a los hombres occidentales.
Carmen de Burgos, la pionera
Carmen de Burgos viajó escondida en un barco mercante hacia Melilla para poder hacer sus crónicas de guerra desde allí, libre de la censura militar aplicada a los medios de comunicación durante la Guerra de Marruecos. Todo ello además, sin que el medio para el que trabajaba estuviera al tanto. Es uno de los episodios que da a entender el carácter sin igual de esta almeriense, que fue la primera en muchas cosas: primera mujer periodista en España (1903) con una columna diaria en el “Diario Universal” donde se le puso el sobrenombre de “Colombine” (arquetipo de mujer frágil y caprichosa de un personaje de la Comedia del Arte italiano); una de las primeras mujeres en divorciarse en el s. XIX (escribió el libro “El divorcio en España”); y primera mujer reportera española de guerra al relatar la guerra de Marruecos en el “Heraldo de Madrid” y en “El Cuento Semanal de Madrid”. Como viajera incansable, Carmen de Burgos publicó “En la guerra, episodios de Melilla”; una reelaboración dramatizada de sus crónicas.
Los viajes de Colombine comenzaron con una beca de ampliación de estudios otorgada por el Ministerio de Instrucción Pública que le permitió desplazarse durante un año por Francia, Italia y Suiza. De Burgos es así de las primeras mujeres que viajan por proyectos profesionales propios, con respaldo institucional. Asimismo, su relato de viaje es el único femenino que se encuentra antes del período de “pacificación”. Apostadora ferviente de los derechos de las mujeres y reconocida internacionalmente como feminista, sus relatos en Marruecos muestran sin embargo cuál era su concepto de emancipación femenina; centrado, básicamente, en europeizar España.
A ella se le debe la incorporación de lo social a la crónica de guerra. A Colombine le interesaba la parte humana del campamento, el sufrimiento y el protagonismo de las mujeres en el conflicto y los sentimientos de los soldados. Asimismo, incluyó en sus crónicas el protagonismo activo de las mujeres marroquíes en la guerra: “Aquellas mujeres que venían a acogerse a la hidalguía castellana sabían combatir como todas las hembras de los pueblos nómadas al lado de los hombres […] Apaleaban con porras de madera, claveteadas de hierro, a los soldados rendidos y moribundos […] No iban a la lucha por amor a los suyos, sino por ferocidad, por odio al enemigo”. Colombine se inventó una protagonista mujer para sus narrativas: la esposa de un comandante llamada Alina.
La de Colombine es la presencia femenina más temprana en este tipo de relatos. Una vez que las infraestructuras coloniales fueron más desarrolladas, encontramos los otros tres relatos de mujeres viajeras.
El Marruecos francés es más snob
Sin embargo, no todo era denuncia social, y la frivolidad también hizo acto de presencia en estos relatos viajeros. Así, algunos de ellos –como el de la turista valenciana Mª del Carmen Jiménez- mostraban un ímpeto por enseñar al mundo la imagen de una joven moderna que viaja a un “país incivilizado” como Marruecos. Su libro “Por tierras de África” (1933) está lleno de fotos, testigos de su visita.
En el resto de lecturas se percibe un mayor aprecio al glamour y exotismo que se daba en la parte marroquí colonizada por Francia y que dio lugar a películas como “Morocco” o “Casablanca”. Así, las viajeras comparaban constantemente ambos protectorados y aseguraban que España se llevó la peor parte del territorio y que, desde el punto de vista turístico, Francia ofrecía muchas más alternativas.
Este aparente esnobismo, sin embargo, escondía una crítica explícita a la forma de hacer colonialismo de España, por lo que no se quedaba en la mera observación estética. Jiménez expresaba así su admiración por el “territorio francés” desde un patriotismo herido: “Se nota una diferencia en riqueza tan visible, que no podemos menos que apreciar, pero que hiere y lastima en lo más hondo de nuestro corazón de españoles”.
Por su parte, la periodista Mercedes Sáenz –en “Del molino al minarete: viajes por Holanda y Marruecos” (1947)- hablaba de Casablanca y de sus innumerables cafés “llenos de alegría”: “Los cines soberbios decoran las fachadas de sus inmensos edificios con el anuncio de la película en cartel, y la Plaza de Francia, donde un reloj típico marca las horas veloces que se deslizan por Casablanca, indica el límite de la ciudad europea con la indígena”. Como buena precursora del cineclub en Gipuzkoa, la mirada de Sáenz se centraba en el protagonismo de la cultura del cine en la ciudad.
La escritora feminista Aurora Bertrana –en “El Marroc sensual i fanàtic” (1936)- mostraba una opinión mucho más crítica y anticolonial: “Ellos, los franceses, verdaderos y únicos representantes de Occidente a Marruecos, hacen una obra patriótica grandiosa, con la cual, naturalmente yo no estoy de acuerdo por mi principio anti invasivo y anticolonial, pero no puedo dejar de admirarlos”.
Las mujeres musulmanas: las otras
Muchos de los pasajes encontrados en estas obras recogen un sentimiento de superioridad entre las mujeres españolas para con las marroquíes y una crítica feroz, en algunos, al machismo imperante en la cultura musulmana sin ninguna alusión al español. Así, Carmen de Burgos afirmaba que “en Melilla cristianos, moros y judíos rivalizaban en ocultar a sus hembras”. “No se veían mujeres por las calles”, decía.
La reportera insistía además en generar una imagen de la española moderna, ilustrada y cosmopolita frente a la idea de una mujer musulmana animal e impulsiva, alejada de los modales sociales y del ideal de buena esposa y madre florero: “Las moras eran todas feas, deformadas, negras”, llegó a afirmar. Al hablar de las mujeres marroquíes que venían a buscar protección a Melilla, De Burgos relataba las escena bajo esta crudeza: “Venían cargadas de enseres de sus casas, sin cuidarse del recato de cubrirse el rostro, enseñando tatuajes en los brazos […] Traían a los muchachos sujetos en una especie de mochila a la espalda y los mayorcitos cogidos a la falda, casi rodando sobre los peñascales. Muchos morirían entre el incendio de su dehar, porque se habían acordado más de los animales que de ellos”.
Las impresiones sobre las mujeres judías recogidas por la turista Carmen Jiménez de Noguera también eran superficiales y despectivas: “Las hebreas andan y hablan con desgana, en ellas no existe esa edad de la plenitud, tan llena de encantos, sino que pasan casi de una esplendorosa pero efímera juventud, a ser unas pobres mujeres ajadas y tristes, como si en ellas pesara la maldición de una raza despreciada hasta por los infieles”.
Jiménez –en su reafirmación de outsider- ponía el acento en las “estrafalarias” vestiduras de las mujeres compuestas, según ella, por “diez o doce lienzos de distintos colores y rayas, atados a las caderas, al cuello, y a la cabeza”. Asimismo, explica su sorpresa al ver cómo las mujeres campesinas no se cubren el rostro.
Sáenz Alonso, por su parte, hablaba de manera muy diferente de las vestimentas de las mujeres europeas y estadounidenses: “Los trajes de las europeas dan la nota encantadora de una feminidad siempre deliciosa”.
La crítica voraz de Aurora Bertrana
“Parece mentira que una mujer europea, inteligente e instruida, que los hombres hemos considerado digna de asistir en nuestras reuniones, se preocupe ahora de una cosa tan ligera, banal y faltada de importancia como son nuestras mujeres”.
Contestaria en cada frase, la periodista y escritora feminista catalana (Girona) Aurora Bertrana describió así el rechazo masculino hacia su proyecto de viaje: conocer a fondo a las mujeres marroquíes y entender el concepto de “hombre musulmán” que, concluyó, era muy semejante al español.
La autora –creadora de la primera jazz band formada íntegramente por mujeres- se desplazó a Marruecos en 1935 como periodista de “La Publicitat”, donde publicó sus crónicas, que luego fueron recogidas en “El Marroc sensual i fanàtic”. Allí recogió sus impresiones de los burdeles, harenes y cárceles de Marruecos. Su eterno “ir un paso por delante” le supuso no pocas enemistades con la crítica literaria del momento por no eludir la polémica: “Quiero ir más allá del Gran Atlas, hasta el Desierto, allí donde los africanos todavía no están sometidos al dominio de los europeos”, escribía.
También divorciada, Bertrana mostró en todo momento una simpatía hacia el bando colonizado consciente de que su presencia no gustaba a las autoridades de Tetuán que, afirmaba en sus relatos, la espiaban y perseguían. Asimismo, es la única que en los libros de viaje hacía alusión a las mujeres musulmanas como “sus amigas”.
De especial interés resultan las referencias en torno a las prisiones de mujeres en Chauen y a los supuestos delitos que las habían llevado allí. Bertrana insistía en la idea de que todas las europeas (hasta las más castas) hubieran merecido ser encarceladas “víctimas del rigor islámico” si se les hubiera aplicado la misma vara de medir que a las compañeras musulmanas.
La periodista hacía constante alusión a una necesidad de fraternidad entre mujeres de ambas culturas bajo el fin de vencer la “resistencia masculina”. Según ella, las europeas preferían criticarse y acudir a los cinemas, cerrados y apestosos. A su vez, cuestiona la capacidad del Estado español para europeizar otros territorios: “¿No sería mejor que, si realmente tenemos que occidentalizar, empezáramos por nosotros mismos?”, escribía.
En todo caso, los cuatro relatos de estas mujeres, con sus miradas más o menos críticas, dan testimonio directo del sentimiento de otredad que se despertaba con la presencia de identidades femeninas percibidas como “distintas”. La acomodada turista Sáenz Alonso llegó a escribir, en un ejercicio de honestidad: “Encuentro otra mirada fija en mí; una mirada fría e indiferente como todas las que me rodean. Los ojos no poseen belleza alguna, el rostro tampoco; es una mujer pobre, sucia y vieja. No comprendo por qué me ofende la glacial indiferencia de su mirada ni por qué me siento empequeñecida. De pronto el zoco entero se me antoja insoportable”.
Ante estas actitudes, no es de extrañar que Molara Ogundipe-Leslie, activista feminista y poeta nigeriana, acuñara el término stiwanismo (acrónimo de STIWA: “Social Transformation Including Women in Africa”) para diferenciar su activismo feminista africano del eurocéntrico. La misma intención que tuvo la afroamericana Alice Walker al hablar de “mujerismo”, término que usó para asociar el empoderamiento de las mujeres negras en general. Cleonora Hudson-Weems hablaría por su parte de “African Womanism”. Todas ellas proponen una mirada antirracista e interseccional en pos de un feminismo más inclusivo, para que África deje de entenderse y percibirse como “la granja de Europa”.
Porque, como decía Malika Mokeddem en su novela, “Sueños y asesinos”, “la ignorancia desconoce sus propias perversiones”.
Con esta frase comienza la película “Out of Africa”, protagonizada por Meryl Streep y basada en la obra de Karen Blixen, “Memorias de África” (1937). Bajo el pseudónimo “Isak Dinesen”, la autora danesa contó sus vivencias como mujer emprendedora de Occidente que comenzó en Kenia un negocio de plantación de café llamado The Karen Coffe Company.
“La hermana leona”, como fue bautizada por el pueblo nativo de Nairobi, reflejaba en su historia los desequilibrios vitales y los estigmas sociales que recibían las mujeres en comparación con los varones en pleno siglo XX a pesar de haber conquistado ya muchos derechos.
Tras su separación –y como ocurrió a muchísimas mujeres occidentales de su época- Karen Blixen inició un camino personal con una mayor libertad e independencia. Este “perfil” de mujer separada o sin cargas familiares se repite en la literatura de viajes que, desde España, relataron los primeros desplazamientos al continente africano, concretamente a Marruecos, en pleno postcolonialismo.
Aunque los relatos de viajes de mujeres durante esta etapa son más abundantes en términos generales, en el caso del Estado español se presentan escasos; según Rosa Cerarols, sólo cuatro, y todos ellos enmarcados en el contexto del Protectorado Español de Marruecos.
Cuatro relatos de mujeres en Marruecos
Los relatos viajeros de estas cuatro exploradoras sociales correspondían a Carmen de Burgos Seguí, primera corresponsal de guerra española; la turista María del Carmen Jiménez de Noguera; la feminista, escritora y redactora Aurora Bertrana Salazar; y la escritora y periodista gipuzcoana Mercedes Sáenz-Alonso Gorostiza. Cuatro relatos frente a los más de cincuenta que hacen referencia al Marruecos colonial escrito por varones entre 1900 y 1936.
El Protectorado franco-español se extendió de 1912 a 1956. Éste constaba de dos zonas diferenciadas: la zona del Rif con fronteras con Ceuta, Melilla, las plazas de soberanía y la zona internacional de Tánger; y la zona de Cabo Juby cercana al Sahara Español. Esta forma de administrar territorios no era más que una herramienta puesta al servicio de intereses estratégicos de las grandes potencias con una clara tendencia colonial y de explotación.
En el caso de las mujeres, además de las solteras y separadas o divorciadas pertenecientes a la clase alta y medio-alta, también las misioneras tuvieron la posibilidad de realizar viajes al continente africano. Precisamente fue la “exclusión” de las mujeres de los asuntos públicos lo que les posibilitaba introducirse de lleno en el devenir cotidiano de Marruecos. Así, las mujeres podían adentrarse en espacios privados como los harenes; prohibidos a los hombres occidentales.
Carmen de Burgos, la pionera
Carmen de Burgos viajó escondida en un barco mercante hacia Melilla para poder hacer sus crónicas de guerra desde allí, libre de la censura militar aplicada a los medios de comunicación durante la Guerra de Marruecos. Todo ello además, sin que el medio para el que trabajaba estuviera al tanto. Es uno de los episodios que da a entender el carácter sin igual de esta almeriense, que fue la primera en muchas cosas: primera mujer periodista en España (1903) con una columna diaria en el “Diario Universal” donde se le puso el sobrenombre de “Colombine” (arquetipo de mujer frágil y caprichosa de un personaje de la Comedia del Arte italiano); una de las primeras mujeres en divorciarse en el s. XIX (escribió el libro “El divorcio en España”); y primera mujer reportera española de guerra al relatar la guerra de Marruecos en el “Heraldo de Madrid” y en “El Cuento Semanal de Madrid”. Como viajera incansable, Carmen de Burgos publicó “En la guerra, episodios de Melilla”; una reelaboración dramatizada de sus crónicas.
Los viajes de Colombine comenzaron con una beca de ampliación de estudios otorgada por el Ministerio de Instrucción Pública que le permitió desplazarse durante un año por Francia, Italia y Suiza. De Burgos es así de las primeras mujeres que viajan por proyectos profesionales propios, con respaldo institucional. Asimismo, su relato de viaje es el único femenino que se encuentra antes del período de “pacificación”. Apostadora ferviente de los derechos de las mujeres y reconocida internacionalmente como feminista, sus relatos en Marruecos muestran sin embargo cuál era su concepto de emancipación femenina; centrado, básicamente, en europeizar España.
A ella se le debe la incorporación de lo social a la crónica de guerra. A Colombine le interesaba la parte humana del campamento, el sufrimiento y el protagonismo de las mujeres en el conflicto y los sentimientos de los soldados. Asimismo, incluyó en sus crónicas el protagonismo activo de las mujeres marroquíes en la guerra: “Aquellas mujeres que venían a acogerse a la hidalguía castellana sabían combatir como todas las hembras de los pueblos nómadas al lado de los hombres […] Apaleaban con porras de madera, claveteadas de hierro, a los soldados rendidos y moribundos […] No iban a la lucha por amor a los suyos, sino por ferocidad, por odio al enemigo”. Colombine se inventó una protagonista mujer para sus narrativas: la esposa de un comandante llamada Alina.
La de Colombine es la presencia femenina más temprana en este tipo de relatos. Una vez que las infraestructuras coloniales fueron más desarrolladas, encontramos los otros tres relatos de mujeres viajeras.
El Marruecos francés es más snob
Sin embargo, no todo era denuncia social, y la frivolidad también hizo acto de presencia en estos relatos viajeros. Así, algunos de ellos –como el de la turista valenciana Mª del Carmen Jiménez- mostraban un ímpeto por enseñar al mundo la imagen de una joven moderna que viaja a un “país incivilizado” como Marruecos. Su libro “Por tierras de África” (1933) está lleno de fotos, testigos de su visita.
En el resto de lecturas se percibe un mayor aprecio al glamour y exotismo que se daba en la parte marroquí colonizada por Francia y que dio lugar a películas como “Morocco” o “Casablanca”. Así, las viajeras comparaban constantemente ambos protectorados y aseguraban que España se llevó la peor parte del territorio y que, desde el punto de vista turístico, Francia ofrecía muchas más alternativas.
Este aparente esnobismo, sin embargo, escondía una crítica explícita a la forma de hacer colonialismo de España, por lo que no se quedaba en la mera observación estética. Jiménez expresaba así su admiración por el “territorio francés” desde un patriotismo herido: “Se nota una diferencia en riqueza tan visible, que no podemos menos que apreciar, pero que hiere y lastima en lo más hondo de nuestro corazón de españoles”.
Por su parte, la periodista Mercedes Sáenz –en “Del molino al minarete: viajes por Holanda y Marruecos” (1947)- hablaba de Casablanca y de sus innumerables cafés “llenos de alegría”: “Los cines soberbios decoran las fachadas de sus inmensos edificios con el anuncio de la película en cartel, y la Plaza de Francia, donde un reloj típico marca las horas veloces que se deslizan por Casablanca, indica el límite de la ciudad europea con la indígena”. Como buena precursora del cineclub en Gipuzkoa, la mirada de Sáenz se centraba en el protagonismo de la cultura del cine en la ciudad.
La escritora feminista Aurora Bertrana –en “El Marroc sensual i fanàtic” (1936)- mostraba una opinión mucho más crítica y anticolonial: “Ellos, los franceses, verdaderos y únicos representantes de Occidente a Marruecos, hacen una obra patriótica grandiosa, con la cual, naturalmente yo no estoy de acuerdo por mi principio anti invasivo y anticolonial, pero no puedo dejar de admirarlos”.
Las mujeres musulmanas: las otras
Muchos de los pasajes encontrados en estas obras recogen un sentimiento de superioridad entre las mujeres españolas para con las marroquíes y una crítica feroz, en algunos, al machismo imperante en la cultura musulmana sin ninguna alusión al español. Así, Carmen de Burgos afirmaba que “en Melilla cristianos, moros y judíos rivalizaban en ocultar a sus hembras”. “No se veían mujeres por las calles”, decía.
La reportera insistía además en generar una imagen de la española moderna, ilustrada y cosmopolita frente a la idea de una mujer musulmana animal e impulsiva, alejada de los modales sociales y del ideal de buena esposa y madre florero: “Las moras eran todas feas, deformadas, negras”, llegó a afirmar. Al hablar de las mujeres marroquíes que venían a buscar protección a Melilla, De Burgos relataba las escena bajo esta crudeza: “Venían cargadas de enseres de sus casas, sin cuidarse del recato de cubrirse el rostro, enseñando tatuajes en los brazos […] Traían a los muchachos sujetos en una especie de mochila a la espalda y los mayorcitos cogidos a la falda, casi rodando sobre los peñascales. Muchos morirían entre el incendio de su dehar, porque se habían acordado más de los animales que de ellos”.
Las impresiones sobre las mujeres judías recogidas por la turista Carmen Jiménez de Noguera también eran superficiales y despectivas: “Las hebreas andan y hablan con desgana, en ellas no existe esa edad de la plenitud, tan llena de encantos, sino que pasan casi de una esplendorosa pero efímera juventud, a ser unas pobres mujeres ajadas y tristes, como si en ellas pesara la maldición de una raza despreciada hasta por los infieles”.
Jiménez –en su reafirmación de outsider- ponía el acento en las “estrafalarias” vestiduras de las mujeres compuestas, según ella, por “diez o doce lienzos de distintos colores y rayas, atados a las caderas, al cuello, y a la cabeza”. Asimismo, explica su sorpresa al ver cómo las mujeres campesinas no se cubren el rostro.
Sáenz Alonso, por su parte, hablaba de manera muy diferente de las vestimentas de las mujeres europeas y estadounidenses: “Los trajes de las europeas dan la nota encantadora de una feminidad siempre deliciosa”.
La crítica voraz de Aurora Bertrana
“Parece mentira que una mujer europea, inteligente e instruida, que los hombres hemos considerado digna de asistir en nuestras reuniones, se preocupe ahora de una cosa tan ligera, banal y faltada de importancia como son nuestras mujeres”.
Contestaria en cada frase, la periodista y escritora feminista catalana (Girona) Aurora Bertrana describió así el rechazo masculino hacia su proyecto de viaje: conocer a fondo a las mujeres marroquíes y entender el concepto de “hombre musulmán” que, concluyó, era muy semejante al español.
La autora –creadora de la primera jazz band formada íntegramente por mujeres- se desplazó a Marruecos en 1935 como periodista de “La Publicitat”, donde publicó sus crónicas, que luego fueron recogidas en “El Marroc sensual i fanàtic”. Allí recogió sus impresiones de los burdeles, harenes y cárceles de Marruecos. Su eterno “ir un paso por delante” le supuso no pocas enemistades con la crítica literaria del momento por no eludir la polémica: “Quiero ir más allá del Gran Atlas, hasta el Desierto, allí donde los africanos todavía no están sometidos al dominio de los europeos”, escribía.
También divorciada, Bertrana mostró en todo momento una simpatía hacia el bando colonizado consciente de que su presencia no gustaba a las autoridades de Tetuán que, afirmaba en sus relatos, la espiaban y perseguían. Asimismo, es la única que en los libros de viaje hacía alusión a las mujeres musulmanas como “sus amigas”.
De especial interés resultan las referencias en torno a las prisiones de mujeres en Chauen y a los supuestos delitos que las habían llevado allí. Bertrana insistía en la idea de que todas las europeas (hasta las más castas) hubieran merecido ser encarceladas “víctimas del rigor islámico” si se les hubiera aplicado la misma vara de medir que a las compañeras musulmanas.
La periodista hacía constante alusión a una necesidad de fraternidad entre mujeres de ambas culturas bajo el fin de vencer la “resistencia masculina”. Según ella, las europeas preferían criticarse y acudir a los cinemas, cerrados y apestosos. A su vez, cuestiona la capacidad del Estado español para europeizar otros territorios: “¿No sería mejor que, si realmente tenemos que occidentalizar, empezáramos por nosotros mismos?”, escribía.
En todo caso, los cuatro relatos de estas mujeres, con sus miradas más o menos críticas, dan testimonio directo del sentimiento de otredad que se despertaba con la presencia de identidades femeninas percibidas como “distintas”. La acomodada turista Sáenz Alonso llegó a escribir, en un ejercicio de honestidad: “Encuentro otra mirada fija en mí; una mirada fría e indiferente como todas las que me rodean. Los ojos no poseen belleza alguna, el rostro tampoco; es una mujer pobre, sucia y vieja. No comprendo por qué me ofende la glacial indiferencia de su mirada ni por qué me siento empequeñecida. De pronto el zoco entero se me antoja insoportable”.
Ante estas actitudes, no es de extrañar que Molara Ogundipe-Leslie, activista feminista y poeta nigeriana, acuñara el término stiwanismo (acrónimo de STIWA: “Social Transformation Including Women in Africa”) para diferenciar su activismo feminista africano del eurocéntrico. La misma intención que tuvo la afroamericana Alice Walker al hablar de “mujerismo”, término que usó para asociar el empoderamiento de las mujeres negras en general. Cleonora Hudson-Weems hablaría por su parte de “African Womanism”. Todas ellas proponen una mirada antirracista e interseccional en pos de un feminismo más inclusivo, para que África deje de entenderse y percibirse como “la granja de Europa”.
Porque, como decía Malika Mokeddem en su novela, “Sueños y asesinos”, “la ignorancia desconoce sus propias perversiones”.
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