Imagen: Pikara |
Las transmaricabollos ni existimos ni sobrevivimos como puntos aislados, nuestras comunidades se forman por medio de procesos de identificación, agrupamiento y acumulación. Hablar de la realidad de la comunidad transmaricabollo es hablar de sociología, urbanismo, antropología, política y hasta de matemáticas.
Mónica Redondo Vergara · Matemática y activista de la Asamblea Transmaricabollo de Sol | Pikara, 2015-03-26
http://www.pikaramagazine.com/2015/03/topologia-transmaricabollo/
Definición de ‘punto de acumulación’: Referente a un conjunto de puntos, es aquel que (perteneciendo o no perteneciendo al conjunto en cuestión) cumple que cualquier entorno de él tiene algún punto perteneciente al conjunto y distinto de él.
La interdisciplinariedad se impone. Voy a hablar de matemáticas, sí, pero también de sociología, de urbanismo, de antropología y de política transmaricabollo. Se trata aquí de reconocer, de analizar cómo opera una de las estrategias colectivas clave para nuestra supervivencia.
Las transmaricabollos ni existimos ni sobrevivimos como puntos aislados, nuestras comunidades se forman por medio de procesos de identificación, agrupamiento y acumulación. Nacemos de madres y/o padres que son en la mayoría de las ocasiones heterosexuales, a nosotrxs mismxs nos hacen creer que lo somos hasta que a edades no siempre muy tempranas nos damos cuenta de que algo falla, de que estamos “mal condicionadxs”, de que no somos patitxs ni falta que nos hace, y mucho menos fexs. Es el proceso de salida del armario bollero, marica, el de descubrir que no eres cisexual, el de la transición trans. Y aparejado a ese proceso de toma de conciencia, de tránsito identitario, de construcción del “orgullo”, está el de encontrar a gente como nosotrxs, raritxs.
Es clave distinguir aquí lo que nos diferencia de otras comunidades como, por ejemplo, la comunidad negra. Normalmente, si naces negrx al menos unx de tus madres/padres es también negrx y si te echan de casa no será por ser negrx. En nuestro caso no es así, somos hijxs de una matriz heterosexual (Judith Butler dixit) y por tanto nuestro primer espacio de confrontación es la propia familia.
En la familia, en el trabajo, en el aula, en los colectivos de todo tipo es crucial encontrar alguna que otra transmaricabollo con la que resistir la norma heterosexual. Si te quedas sola: o te anulan mediante el bullying homofóbico en el colegio o instituto, el mobbing en el curro y/o agresiones de todo tipo en otros espacios; o te anulas a ti misma permaneciendo en el armario o aceptando el papel de osa de peluche o juguete exótico de algún/a hetero y de paso tragando y asumiendo la hegemonía cultural heterosexual y todo lo que ello conlleva.
Las transmaricabollos necesitamos puntos de acumulación: los lugares de ambiente, los barrios transmaricabollos, los colectivos queer, los LGTBQ, y los feministas, las banderas del arcoiris en las manifestaciones, la música disco y todas sus herederas desde los setenta hasta hoy, los sitios de cruising, la transmaricabollo des-armariada y visible en la facultad o en el curro, los equipos deportivos de mujeres, el bar gay-friendly… Son puntos que funcionan como atractores (otro concepto matemático relacionado con el anterior) para nuestra colectividad.
La periferia y lo rural es siempre más difícil para nosotrxs, por eso tendemos a buscar vivienda y alojamiento en los centros de las ciudades, ciudades cuanto más grandes mejor. Así es como empezamos a generar posibilidades de subsistencia, de tener una vida digna de ser vivida como transmaricabollos.
Orgullo y periferias
Las revueltas de Stonewall en 1969 fueron el detonante de la revolución mundial transmaricabollo. Las bolleras, travestis, trans y maricas que se aglutinaban en el barrio céntrico de Nueva York, Greenwich Village, alrededor del club Stonewall Inn, estallaron aquel 28 de Junio hartas del acoso policial. El punto de acumulación clave para su supervivencia era ese y tuvieron muy claro que debían defenderlo. Los denominados “barrios gays” como el Soho londinense, el Castro de San Francisco, el Gaixample en Barcelona, Chueca y Lavapiés en Madrid han sido y aún hoy son espacios necesarios. Funcionan como puntos de acumulación transmaricabollo que, pese a haber sufrido un triste proceso de fagocitación por parte del capitalismo, han cumplido y siguen cumpliendo una función liberadora para nuestras comunidades. Estos barrios proliferaron en los centros urbanos transformándose y pasando por fases muy similares. De barrio degradado a barrio liberado y, de ahí, a barrio gentrificado.
Paralelamente, las manifestaciones del Orgullo, que conmemoran la revuelta de Stonewall, han pasado de la reivindicación política a la cabalgata desideologizada y a la “venta” de la liberación a través del consumo. Esto ha restado fuerza a la comunidad, sin duda, pero por motivos muy diferentes de los que molestan al puritanismo moralizante que asoma a veces en nuestra propia comunidad y en ciertos discursos de la izquierda. Discursos que en algunos casos llevan al extremo la crítica a la fiesta comercial para acabar concluyendo que toda frivolización es perversa y despolitizante en sí misma. Obviando con ello el efecto liberador necesario que la fiesta y la frivolidad tiene para gran parte de nuestra comunidad. Y pasando por alto los usos estratégicos de la frivolidad que pueden darse y se dan en las acciones políticas queer. Por otra parte, la idea de que la comunidad gay es una comunidad adinerada, frívola e individualista, unida a la de la supuesta existencia de un lobby gay, encajan a la perfección en el discurso homófobo general.
El debate sobre el traslado tanto de la fiesta como de la cabalgata-manifestación del Orgullo a puntos periféricos de la ciudad está servido. En Madrid y en otras ciudades se han creado manifestaciones alternativas al llamado Orgullo “oficial” con el propósito de recuperar el carácter político y crítico del orgullo. Crítico con los procesos de reapropiación del mismo por parte del empresariado y del capital, crítico con la aceptación de nuestra comunidad exclusivamente como comunidad de consumo y no como comunidad ciudadana y crítico con la desideologización impuesta por el estruendo de las carrozas comerciales. Pero este debate fundamental y esa crítica necesaria a la estupidización de nuestra comunidad no debe hacernos perder de vista la importancia de mantener esos puntos de acumulación.
Transformarlos para recuperarlos sí, pero quienes sueñan con eliminarlos de los centros de las ciudades olvidan el coste que tendría para la comunidad transmaricabollo. Si están ahí es por algo, el centro es más accesible y visible, una referencia para las transmaricabollos inmigrantes urbanas, las de la periferia y las de otras comunidades geográficas, y en él podemos crear alianzas con otras comunidades sociales denostadas y vilipendiadas: putas, chaperos, migrantes, etc. Acumularnos nos empodera. Cuando los puntos de acumulación alcanzan un determinado tamaño se multiplican y crean alrededor de sí nuevos puntos de acumulación, generando así una red de conexiones que expande exponencialmente las posibilidades de libertad para nuestras comunidades. E inversamente, si un punto de acumulación desaparece o disminuye, el resto de puntos cercanos se resiente y tiende también a la desaparición.
Cuando en 2011 desalojamos la acampada del 15M llegamos a barajar la posibilidad, aparentemente lógica, de descentralizar la Asamblea Transmaricabollo de Sol y distribuirnos por las asambleas de barrios. Pero enseguida nos dimos cuenta del absurdo, desagregarnos siendo tan pocas nos llevaría a disolvernos. Nuestra asamblea tenía, y tiene, carácter transversal en un sentido político y geográfico al mismo tiempo. Ya somos una asamblea de barrio, del barrio transmaricabollo. Y nuestra característica topológica nos exige mantenernos como punto de acumulación.
Alguna pensará con curiosidad en el paréntesis de la definición. Efectivamente, no es necesario que el propio punto alrededor del cual se acumula el resto pertenezca al conjunto. O dicho de otro modo, el punto en cuestión no es lo más importante, es lo que ocurre a su alrededor, en su entorno, lo que nos sirve. De ahí que para muchas bolleras salir de marcha al legendario ‘Medea’ no tuviera nada que ver, como insistían en pensar algunas, con la calidad de la música que ahí pinchaban, ni siquiera con lo borde o no que su staff fuera con nosotras. Tenía más que ver con la necesidad de acumularnos, de empoderarnos, de sentirnos rodeadas, al menos un día a la semana, por un montón de bollos como nosotras. Los locales de ambiente llevados amablemente por gente de nuestra propia comunidad han sido y aún son hoy muy escasos. El propio Stonewall Inn estaba regentado por la mafia neoyorquina. Las transmaricabollos guerreras del 69 no se enfrentaron a la policía porque allí pusieran buena música o porque las copas fueran de mejor calidad, probablemente eran puro garrafón, como las del Medea. Y aún así sabían, como nosotras sabíamos, que ese era nuestro sitio. El punto de acumulación nos interesa por su efecto aglutinador, no porque en sí sea especial o muy cool.
¿Somos lobby?
Cuando el fascismo de hoy desentierra los prejuicios de los años 30 hacia los judíos (comunidad esta que, según la propaganda antisemita, acumulaba demasiado poder a través de sus lobbies económicos-políticos-intelectuales con intenciones perversas de dominación mundial) y nos los adjudica a nosotrxs sin ningún pudor, tenemos que estar preparadas para dar una respuesta.
Y claro que hay transmaricabollos ricas, algunas en importantes puestos de decisión; transmaricaintelectuales, e incluso un montón de bollos políticas profesionales; pero también hay trans y chaperas malviviendo en las calles, bolleras en las colas del paro y maricones repartiendo flyers a tres euros la hora. Hay transmaricabollos en todas partes y de todas clases; su dispersión, política o geográfica, sólo beneficia a quienes las explotan, a quienes preferirían no tener que verlas, a quienes viven a su costa y, en definitiva, a quienes las desprecian.
El miedo a la acumulación de las minorías, a que estas se organicen, a sus lenguajes y culturas desconocidos, a la gran invasión-conspiración, está presente en los argumentos fascistas más recurrentes. Las analogías que se hacen con lo más temido del mundo animal: proliferación-plaga de insectos, epidemias y contagios de enfermedades, son claves en sus argumentarios. Se habla de “efecto llamada”, de “contagio homosexual”, de “invasiones de inmigrantes”, de “solución final”.
La zona central de la campana de Gauss (de la gráfica de la función de distribución estadística normal) mira de reojo a los laterales. Lxs “normales” frente a lxs “otros”. Basta cambiar de variable: sexo, género, raza, clase, etc. para comprender lo absurdo y ridículo de esas miradas narcisistas, ignorantes y cobardes.
Sin embargo, nos miren como nos miren y pese a quien pese, nosotras vamos a seguir acumulándonos, creando redes y empoderándonos.
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