Lo que puede un coño
Diana J. Torres, ‘Pornoterrorista’, nos cuenta cómo descubrió que los charcos que acompañaban a sus orgasmos eran eyaculaciones y cómo se embarcó en una apasionante investigación sobre este proceso fisiológico invisibilizado por la ciencia médica y vivido con vergüenza por muchas mujeres.
Diana J. Torres | Pikara Magazine, 2015-03-03
http://www.pikaramagazine.com/2015/03/lo-que-puede-un-cono/
Todo empezó con unas sábanas negras. Cayeron en mis manos como un regalo de cumpleaños un 26 de enero en 2006 o 2005, la verdad, no recuerdo. ¡Mis primeras sábanas negras! Elegantes, suaves, sexys. Esa misma noche las estrené porque no hay mejor regalo de cumpleaños que unos buenos orgasmos.
Todo estaba en su sitio hasta la mañana siguiente. Cuando desperté, por supuesto con una resaca enorme y mi cerebro trabajando en sus mínimas funciones, me levanté a mear y al volver a la habitación fue cuando lo vi: un enorme cerco blanco, que parecía el puto mapa de África, estaba dibujado en mis sábanas negras. Lo que por la noche había sido un charco inmenso (porque no hay mejor regalo de cumpleaños que unos orgasmos, pero bien mojados), la luz del sol lo había transformado en un dibujo tras el cual residían muchas respuestas ansiadas. ¿Qué coño es esto? ¿No era pis?
Quedé unos minutos simplemente contemplándolo. Luego lo olí, lo lamí, lo emborroné con el dedo. Y una avalancha de recuerdos inconexos vinieron a mi cabeza para formular uno de los mejores “clicks” que he tenido jamás: ¡No me meo!
Hasta ese día siempre pensé que era pis. Que una de las características exóticas de mi sexualidad era que cuando me follaban relativamente fuerte y bien, de mi coño salía orina a borbotones. Un problema muy común cuando no nos cuentan que tenemos la posibilidad de hacer algo es que ese algo sencillamente no existe.
Afortunadamente mi caso es particular: tuve el grandísimo privilegio de crecer en un entorno bastante positivo a nivel sexual y mi cuerpo nunca fue un desconocido o algo de lo que avergonzarme, mi manera de vivir mis “meadas” orgásmicas siempre fue buena. Por muchos años creí que así funcionaba mi coño y que a quien le gustara perfecto y a quien no, “puerta”. Más tarde supe que la gran mayoría de mujeres que eyaculan se sienten mal por este hecho.
Pero en ese día, frente a aquel cerco, decidí que todas las experiencias acuáticas que había tenido hasta la fecha estaban cargando una mentira. Aquello no era pis. No me estaba meando.
Como buena hija del patriarcado y del capitalismo (porque aunque te críes entre hippies hay cosas de las que no pueden salvarte), cuando decidí empezar a buscar respuestas recurrí a la ciencia médica. Así me planté yo, toda confiada en el templo del saber, durante unos días, en el apartado de ginecología de la biblioteca de una gran universidad. Leí y leí en busca de algo que pudiera explicar ese cerco blanco. Lo que encontré fue básicamente algo profundamente ofensivo para cualquier mujer con un mínimo de sexualidad autónoma o disidente y extremadamente molesto para cualquier conciencia feminista. Ya sabemos que cuando una es feminista se pasa la vida enfadada, pero aquello sobrepasaba todos los límites. Básicamente, y para resumiros mi calvario, descubrí que la ginecología divide nuestros cuerpos en dos de una manera bastante esencialista: lo que sirve para la reproducción de la especie y lo que no. Todo lo que no es ovario es prescindible y “accesorio”. O en otras palabras: todo lo relacionado con el placer no interesa. No me fue mucho mejor en la sección de anatomía: había deliberados huecos en blanco en todas esas ilustraciones, huecos en blanco maléficamente situados.
Después de esa gran decepción, que más que respuestas me generó bastante rabia, decidí buscar por otras vías. Para entonces ya tenía suficientemente claro que los enemigos de nuestros coños eran el patriarcado y la Iglesia católica. Y siguiendo la premisa de que sólo en sociedades como la nuestra pasaban cosas así, decidí investigar en otras culturas o en otros momentos en los que Occidente no estaba tan envenenado con el catolicismo. Es así como llegué a algunas de las informaciones más valiosas. En la antigua China y en la India, la eyaculación de los coños era un líquido sagrado que cualquier amante que se preciara debía extraer antes de intentar cualquier tipo de penetración. Descubrí también que, para uno de los pocos matriarcados vigentes que el colonialismo no ha podido contaminar, las Batoro de Uganda/Rwanda, la eyaculación forma parte de uno de los rituales más importantes a través del cual las niñas se convierten en mujeres y que son las señoras mayores las encargadas de ayudarlas a eyacular.
En ese momento ya tuve bien claro que esas “meadas” que me habían acontecido desde siempre no eran pis sino eyaculación.
Comencé a recavar información por la red, siendo lo suficientemente prudente como para no caer en las manipulaciones mediáticas que sobre la eyaculación de los coños circulan. El artículo, por poner un ejemplo, de la Wikipedia, era terrible (hablo de 2008, ahora lo han apañado medianamente). Mencionaba más veces la palabra “pene” que la palabra “vagina”, como si fuera imposible hablar de una cosa sin la otra. Miles de artículos sobre el maldito Punto G y nuestras eyaculaciones que estaban principalmente orientados a enseñar a los hombres cómo hacer estallar en chorros a sus mujeres. Y entre toda esa bazofia también di con algunos textos bastante reveladores sobre el origen de mis tsunamis sexuales.
Una vez que tuve plena conciencia de que el órgano (sí, órgano) que generaba tales líquidos era mi próstata, todo el resto de información útil empezó a fluir.
Resultó que esa próstata traía incrustado el apellido de un señor ilustre que alrededor del año 1880 “descubrió” que las glándulas parauretrales de las mujeres tenían un sospechoso parecido con las de los hombres. En su época, por supuesto, hubiera sido demasiado atrevido decir que se trataba de lo mismo, así que las bautizó como glándulas de Skene y así han seguido llamándose hasta ahora a pesar de que desde el 2004 el Comité Federativo de Terminología Anatómica decidió establecer para ellas el sinónimo de “próstata femenina”.
Después del señor Skene vino el señor Gräfenberg, que avanzó significativamente en el estudio de este órgano llegando a conclusiones también bastante inadecuadas para su momento histórico (1950). Decía en sus escritos que las analogías con la próstata masculina eran ineludibles y que además el líquido hallado en esas “expulsiones orgásmicas” poco o nada tenía que ver con la orina. De él y a raíz de sus estudios salió toda la idea del Punto G (esa G es precisamente la inicial de su apellido). Tres personas pseudocientíficas escribieron el libro sobre sexualidad posiblemente más vendido de todos los tiempos, ‘El Punto G y otros descubrimientos recientes sobre sexualidad humana’, que fue publicado en Estados Unidos en el año 1982 y que se basaba en la idea de que dentro de la vagina teníamos un “punto” (jamás llamaría así a un órgano que puede medir 5 centímetros) que podía proporcionarnos un orgasmo sideral y también provocar una eyaculación.
Me voy a explicar bien. Lo que me jode del Punto G son principalmente tres cosas:
1) Apareció en un momento en que las feministas habían hecho un grandísimo trabajo para plantear que el clítoris es el único dispensador de orgasmos en el cuerpo de las mujeres, desbancando así toda la maldita teoría falocéntrica del sexo. Este libro cometió el grandísimo error de hacer creer a muchas que en realidad el placer correcto, el placer esperado, estaba dentro de la vagina, de nuevo hacia el punto de partida… El Punto G ralentizó ese protagonismo que el clítoris, una vez fuera de la patologización histérica que durante siglos sufrió, estaba tomando e impulsó una excusa perfecta para que el falocentrismo no se sintiera incómodo con el cuerpo y la sexualidad de las mujeres.
2) Hizo y hace (y por desgracia hará) perder el tiempo a muchísimas personas que, absorbidas por la presión de la corrección sexual, se la pasan buscando ese “punto”, tan misterioso a veces como el Triángulo de las Bermudas, que muy posiblemente jamás aparecerá. Porque para empezar no es un “punto” sino un órgano con su localización y funciones relativamente exactas en cada cuerpo y, segundo, porque cuando se habla de eufemismos acerca de nuestra anatomía, cualquier forma de conocimiento verdadero se transforma en un laberinto insondable.
3) Muchas feministas cayeron en la trampa y, en lugar de leer detenidamente los escritos del señor G o de tratar de buscar en los artículos científicos que desde entonces ya afirmaban que nosotras también tenemos próstata, se dedicaron a expandir la idea de ese lugar casi místico de las vaginas donde reside un placer y un poder estratosféricos. De hecho, una buena parte de la bibliografía feminista en torno a la eyaculación habla de Punto G sin siquiera cuestionar que ese nombre es bien patriarcal y bien manipulador.
Yo misma tuve mis dudas a la hora de hablar de “próstata”. Venía a mi mente constantemente esa idea feminista de que no necesitamos el cuerpo de los hombres para nombrarnos y que provenía del rechazo a nombrar el clítoris como un pene pequeño. Pero la verdad es que una se pone seriamente a leer sobre anatomía y se da cuenta de que no hay nada más “queer” que la propia realidad de los cuerpos. Que eso de que el género es nomás una performance perversa que sustenta la dominación patriarcal se convierte en algo absolutamente real cuando el cuerpo es observado desde una mente crítica y curiosa. Así, del mismo modo que tenemos pulmones o corazón, tenemos próstata. Y ésta tiene prácticamente idéntica posición, forma y funciones que la de los cuerpos que el Estado y la medicina diagnostican como varones.
¿Acaso hay algo más feminista que mandar a la mierda los géneros? Nuestros cuerpos, nuestras entrañas, están ahí para decirnos exactamente eso, que lo que nuestras sociedades de mierda se empeñan en perpetuar no tiene ningún tipo de sustento fisiológico.
Durante 8 años he investigado este tema en profundidad, como digo, de forma obsesivo-compulsiva. Eso, sumado a las interacciones con otros coños durante los más de 200 talleres de eyaculación que he hecho a lo largo del mundo, me ha dado una ingente cantidad de información e ideas que considero relevante para cualquier persona con un coño entre las piernas: las causas políticas del silenciamiento de la eyaculación y la próstata de los coños; la relevancia que tiene en otras culturas; cómo es y cómo funciona el órgano; los diversos “exorcismos” necesarios para restaurarla en nuestro mapa mental; las “técnicas” para tratar de conseguir eyacular; de qué maneras se representa en la pornografía, o lo interesante que puede ser el formato taller como forma de intercambio de conocimiento.
Por eso he tenido que escribir un libro. 10.000 caracteres con espacios no dan para nada si pensamos en el milenario crimen que pesa sobre nuestros cuerpos, sobre nuestros grifos cerrados a golpe de manipulación.
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