Imagen: 20 Minutos |
Andrea Puggelli · Activista italiano LGBTQI | 1 de cada 10, 20 Minutos, 2017-02-06
http://blogs.20minutos.es/1-de-cada-10/2017/02/06/esos-gais-a-los-que-no-les-gustan-los-maricas/
Duro”, “Extra” o “MXM”… estos son los nombres de algunas fiestas gay. Nombres que nos recuerdan el poder simbólico del hombre, del macho como una dimensión superior mas infalible que la mujer, a la hembra.
Todo lo que es femenino es considerado a menudo como un subordinado y eso hay quienes lo trasladan también a la comunidad gay haciendo de lo femenino algo problemático. Por ejemplo, cuando surge la controversia cada año en el Orgullo (o en otras fechas importantes para el colectivo LGTB) sobre si los gais no debería llevar pelucas, máscaras, maquillaje sino que deberían ir con traje y corbata. Otro ejemplo está en las apps para gais donde cada vez hay más perfiles que dicen “solo hombres masculinos, no afeminados” como si hubiera algo mal en ser afeminados.
Son tiempos difíciles para las maricas (utilizo esto termino como reivindicación política) que en el pasado fueron símbolo de la lucha contra la sociedad machista y heterosexista y que, ahora, se reducen a ser la comparsa en una comunidad, que al menos en muchos países, parece haber interiorizado bien las reglas simbólicas del patriarcado. Esa ‘comunidad gay’, lugar donde se criticaba el patriarcado y el machismo a pesar de ser muchas veces objeto de burlas, hoy en día cada vez da menos espacio a la curiosidad sobre las identidades, la provocación y la rebelión de los cuerpos contra definiciones impuestas por la sociedad heterosexista que si sigue aceptándonos es solo como excepciones. Como si en nuestra comunidad no hubiera lugar para aquellos que cuestionan la masculinidad con sus cuerpos y sus vidas, para quienes afirman su sexualidad como un espacio infinito de posibilidades e incluso rebelión.
En muchas ciudades extranjeras las ‘identidades queer’ son una realidad en el tejido urbano de la ciudad y no viven en la sombra. Esa es una rebelión que comienza a partir de los cuerpos, en la vida cotidiana y que significa (según Beatriz Preciado, autora del ‘Manifiesto contrasexual’) un “momento de ruptura contra la normalización y las reglas exclusivas de todas las identidades sexuales y también una forma de sentar la nuestra individualidad por encima de la lógica de una sociedad basada en la heterosexualidad y en el dominio masculino”.
Pero, ¿qué hay de malo en ser maricas? ¿Por qué tenemos un sentimiento de culpa hacia la sociedad heteronormativa?
No necesitamos permiso de nadie, debemos ser aceptados, cada uno como es. El problema es que hoy en el movimiento gay hablan solo los “machos” mientras que todo lo demás está marginado. También se podría decir lo mismo sobre las identidades trans: estas no tienen espacio en ningún lugar ya que cuestionan las reglas de una sociedad heterosexista. Hay poco espacio para una crítica al heterosexismo y esto conlleva el riesgo de un resurgimiento de la misoginia y el sexismo así como nuevos conservadurismos entre la población LGTB. Esto hace que lesbianas, gays, bisexuales y transexuales sigan un camino ya trazado por los demás, en lugar de reclamar su trayectoria autónoma.
R.W Connell, la principal estudiosa de las masculinidades (una rama de los estudios de género dedicado a los hombres) explica cómo el macho se construye, en el nivel material y también simbólico, de acuerdo con el sistema de poder patriarcal, para mantener esencialmente el poder de los hombres y sus privilegios.
Las identidades LGBTQI surgen como una declaración de guerra contra la sociedad de los hombres a partir de los deseos de control, de la represión y de la libertad. Representan a una nueva forma de amar basado en la reciprocidad, la igualdad y el respeto. El amor LGTB, de hecho, rompe las normas del patriarcado y afirman la absoluta igualdad de las partes. Es por eso que, desde el principio, el movimiento LGTB ha encontrado como grandes aliadas las feministas, que también participan en el debilitamiento de las reglas de una sociedad hecha por los hombres para los hombres.
Hoy el movimiento gay no es capaz de expresar cualquier crítica al poder patriarcal. Esto lo he visto personalmente en la controversia sobre las uniones civiles en Italia con parte de las asociaciones LGTB que trabajaban para buscar la imposición de la fidelidad conyugal, antigua reliquia del matrimonio heterosexual en lugar de reclamar la diferencia de nuestras relaciones donde la lealtad es una opción y no una obligación impuesta por el otro. También se crearon tensiones con los movimientos de lesbianas y feministas sobre los derechos reproductivos y el cuerpo de la mujer.
No es que haya nada malo en los hombres: el problema es cuando el hombre/macho no se deconstruye y cuando no se desafían las reglas del sistema de poder. O cuando se utiliza la división binaria de géneros para replicar jerarquías masculino-femenino dentro de la comunidad gay.
En su momento eran los hombres heterosexuales los que se burlaban de la ecuación homosexualidad-afeminamiento, hoy en día son cada vez más los varones homosexuales los condenan al ostracismo y ridiculizan lo femenino que vive en nosotros. Y en algunos casos, incluso las mujeres. Es por eso que es esencial analizar el machismo y el sexismo que vive dentro de la nuestra comunidad. En este sentido, la temporada post-derechos podría representar un regreso a una dimensión crítica a los movimientos LGBTQI porque es obvio que las injusticias no terminan con el reconocimiento de las uniones entre personas del mismo sexo. Después de la igualdad todavía hay mucho que luchar por la libertad de nuestros cuerpos y nuestras identidades.
Existe ante nosotros un espacio para reclamar una nueva era de la lucha civil: ser LGTB no es sólo una categoría descriptiva de amor, también significa cuestionar el sistema de poder masculino, la LGTBfobia y la discriminación estructural que nos rodea.
Todo lo que es femenino es considerado a menudo como un subordinado y eso hay quienes lo trasladan también a la comunidad gay haciendo de lo femenino algo problemático. Por ejemplo, cuando surge la controversia cada año en el Orgullo (o en otras fechas importantes para el colectivo LGTB) sobre si los gais no debería llevar pelucas, máscaras, maquillaje sino que deberían ir con traje y corbata. Otro ejemplo está en las apps para gais donde cada vez hay más perfiles que dicen “solo hombres masculinos, no afeminados” como si hubiera algo mal en ser afeminados.
Son tiempos difíciles para las maricas (utilizo esto termino como reivindicación política) que en el pasado fueron símbolo de la lucha contra la sociedad machista y heterosexista y que, ahora, se reducen a ser la comparsa en una comunidad, que al menos en muchos países, parece haber interiorizado bien las reglas simbólicas del patriarcado. Esa ‘comunidad gay’, lugar donde se criticaba el patriarcado y el machismo a pesar de ser muchas veces objeto de burlas, hoy en día cada vez da menos espacio a la curiosidad sobre las identidades, la provocación y la rebelión de los cuerpos contra definiciones impuestas por la sociedad heterosexista que si sigue aceptándonos es solo como excepciones. Como si en nuestra comunidad no hubiera lugar para aquellos que cuestionan la masculinidad con sus cuerpos y sus vidas, para quienes afirman su sexualidad como un espacio infinito de posibilidades e incluso rebelión.
En muchas ciudades extranjeras las ‘identidades queer’ son una realidad en el tejido urbano de la ciudad y no viven en la sombra. Esa es una rebelión que comienza a partir de los cuerpos, en la vida cotidiana y que significa (según Beatriz Preciado, autora del ‘Manifiesto contrasexual’) un “momento de ruptura contra la normalización y las reglas exclusivas de todas las identidades sexuales y también una forma de sentar la nuestra individualidad por encima de la lógica de una sociedad basada en la heterosexualidad y en el dominio masculino”.
Pero, ¿qué hay de malo en ser maricas? ¿Por qué tenemos un sentimiento de culpa hacia la sociedad heteronormativa?
No necesitamos permiso de nadie, debemos ser aceptados, cada uno como es. El problema es que hoy en el movimiento gay hablan solo los “machos” mientras que todo lo demás está marginado. También se podría decir lo mismo sobre las identidades trans: estas no tienen espacio en ningún lugar ya que cuestionan las reglas de una sociedad heterosexista. Hay poco espacio para una crítica al heterosexismo y esto conlleva el riesgo de un resurgimiento de la misoginia y el sexismo así como nuevos conservadurismos entre la población LGTB. Esto hace que lesbianas, gays, bisexuales y transexuales sigan un camino ya trazado por los demás, en lugar de reclamar su trayectoria autónoma.
R.W Connell, la principal estudiosa de las masculinidades (una rama de los estudios de género dedicado a los hombres) explica cómo el macho se construye, en el nivel material y también simbólico, de acuerdo con el sistema de poder patriarcal, para mantener esencialmente el poder de los hombres y sus privilegios.
Las identidades LGBTQI surgen como una declaración de guerra contra la sociedad de los hombres a partir de los deseos de control, de la represión y de la libertad. Representan a una nueva forma de amar basado en la reciprocidad, la igualdad y el respeto. El amor LGTB, de hecho, rompe las normas del patriarcado y afirman la absoluta igualdad de las partes. Es por eso que, desde el principio, el movimiento LGTB ha encontrado como grandes aliadas las feministas, que también participan en el debilitamiento de las reglas de una sociedad hecha por los hombres para los hombres.
Hoy el movimiento gay no es capaz de expresar cualquier crítica al poder patriarcal. Esto lo he visto personalmente en la controversia sobre las uniones civiles en Italia con parte de las asociaciones LGTB que trabajaban para buscar la imposición de la fidelidad conyugal, antigua reliquia del matrimonio heterosexual en lugar de reclamar la diferencia de nuestras relaciones donde la lealtad es una opción y no una obligación impuesta por el otro. También se crearon tensiones con los movimientos de lesbianas y feministas sobre los derechos reproductivos y el cuerpo de la mujer.
No es que haya nada malo en los hombres: el problema es cuando el hombre/macho no se deconstruye y cuando no se desafían las reglas del sistema de poder. O cuando se utiliza la división binaria de géneros para replicar jerarquías masculino-femenino dentro de la comunidad gay.
En su momento eran los hombres heterosexuales los que se burlaban de la ecuación homosexualidad-afeminamiento, hoy en día son cada vez más los varones homosexuales los condenan al ostracismo y ridiculizan lo femenino que vive en nosotros. Y en algunos casos, incluso las mujeres. Es por eso que es esencial analizar el machismo y el sexismo que vive dentro de la nuestra comunidad. En este sentido, la temporada post-derechos podría representar un regreso a una dimensión crítica a los movimientos LGBTQI porque es obvio que las injusticias no terminan con el reconocimiento de las uniones entre personas del mismo sexo. Después de la igualdad todavía hay mucho que luchar por la libertad de nuestros cuerpos y nuestras identidades.
Existe ante nosotros un espacio para reclamar una nueva era de la lucha civil: ser LGTB no es sólo una categoría descriptiva de amor, también significa cuestionar el sistema de poder masculino, la LGTBfobia y la discriminación estructural que nos rodea.
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