Imagen: La Izquierda Diario / Alejandro Modarelli |
Escritor de "La noche del mundo. Brumario de maricas" y del Suplemento Soy, responde sobre la realidad Argentina, cuenta cómo fue su relación con Lemebel y critica fuertemente al Gobierno y el rol de la Iglesia Católica.
Tomás Máscolo | La Izquierda Diario, 2017-02-16
http://laizquierdadiario.com/Alejandro-Modarelli-palabras-de-una-pluma-lasciva
Nos concedió la entrevista en la redacción en una calurosa tarde de verano. Entre los escándalos de impunidad de la Bonaerense, la corrupción expresa en el Gobierno de Cambiemos, el extreme make over de Stolbizer que acompañó al abanderado de "la seguridad" de Sergio Massa a la mesa de Mirtha Legrand y la interna para ver quién es más homofóbico, si Agüer o Bergoglio, opinó sobre todo.
Periodista y escritor. Desde "Rosa Prepucio. Crónicas de sodomía, amor y bigudí" hasta "La Noche del Mundo. Brumario de maricas", se puede encontrar en sus letras el componente ácido a la pacatería moral. Lo dinámico del arte tampoco le fue esquivo y se animó a ser dramaturgo con "Flores en el orín".
Durante los últimos años de vida del chileno Lemebel conquistó una amistad, la misma que lo llevó a cruzar la Cordillera y compartir sus últimos días. "Por él, volví a la literatura", reconoce. El fuego marica que recorre la escritura de ambos se reconoce en cada texto que hacen.
Empezó su activismo en la década de los `90, esos años que tuvieron de protagonistas a las crisis hiperinflacionarias y "el calor del reforzamiento de la ofensiva neoliberal con la victoria estadounidense en la primera guerra de Irak", según palabras de Christian Castillo.
Reconoce que fue afín al kirchnerismo. Afirma que los "maricones" tienen mas derechos que las mujeres en materia democráticas conquistadas. Faltaría aclarar que ciertos maricones, porque luego están desde los jóvenes precarizados que ocultan la sexualidad ante la discriminación hasta la gran mayoría de los que viven más allá de la General Paz que no escapan al machismo y la homofobia cotidianas.
Hace poco realizaste una entrevista. ¿A qué te referías con la frase: “No me interesa ser el escritor del sistema gay igualizante”?
Es una frase que escogió un periodista chileno como titular de una entrevista sobre la presentación de La noche del mundo, mi último libro. Y es muy pertinente, porque el chico me tiró nombres de algunos escritores que proponen ficciones homosexuales en los que no puedo reconocerme. Les falta el hilo de nuestro pasado clandestino, les falta tragedia. No hablo de finales melodramáticos y fuera de época, para personajes torturados, sino de radicalidad. Dramas pequeño burgueses, desencuentros soporíferos. Ahí se difumina la complejidad de la homosexualidad, su resto inasimilable o lo que le queda de desestabilizador de las normas represivas de la sociedad.
El periodista me nombró a algunos chilenos que, en el caso de Simonetti es además líder de la Fundación Iguales: Los iguales –las igualadas, decía Pedro Lemebel- no tuvieron problemas en ir a aplaudir al expresidente Piñera en La Moneda, de traje y corbata, porque los endulzaba con proyectos de leyes que ni siquiera eran en serio igualitarios. Piñera hablaba de las uniones convivenciales, y es eso lo que finalmente se aprobó hace poco. También de una ley anti discriminatoria que tuvo antes que producir un pibe mártir, Zamudio, para ser promulgada. En síntesis, no me gustaría que mis libros sean leídos como parte del modelo gay victorioso, de locas finas y de gimnasio que se sientan a la mesa con Macri y Piñera. O con Hillary Clinton, un minuto antes de que la señora ordene algún bombardeo sobre un país de Medio Oriente. Todo en el contexto de la igualdad jurídica pero en una democracia devaluada.
En la presentación de 'La noche del mundo' en Santiago de Chile Víctor Hugo Robles, un periodista y activista (o artivista, como creo que le gusta decirse) que adoptó por bautismo propio el nombre de “El Che” de los gays, leyó una carta de respuesta a La Moneda, donde explicaba que mientras se siguiera castigando a representantes de la comunidad mapuche, él no se sentaría junto a Bachelet a celebrar ninguna iniciativa ni fecha significativa para el movimiento LGTBI. Hay fotos en las que junto con Lemebel, llevaban a las manifestaciones un cartel que decía “No somos iguales”. Y no.
Tus inicios como activista fueron en los 90 donde se notaba una mayor presencia y visibilidad. ¿Cómo fue esa época?
Las locas que ya cumplimos los cincuenta nos remitimos con amor y espanto a los años noventa. Quién puede sustraerse a eso: repudiar el legado menemista, su filiación económica con la dictadura y su réplica brutal hoy con los CEOS de Cambiemos. Pero la diferencia con esta época, en la que gobierna la cría de las universidades confesionales, es que entonces y a pesar, o quizá justamente a causa, del gobierno de Menem (a fin de cuentas un peronista), se inauguró una nueva manera de comunicación mediática, de visibilidad; toda una cultura de la imagen y el discurso públicos.
Se hicieron populares muchos personajes del under de los ochenta, que empezaron a brillar en los set de la televisión. Y el activismo LGTBI fue inteligente al advertir este cambio de paradigma. Si había que ir a discutir en el programa de Mauro Viale, de Grondona o en la mesa de Mirtha Legrand, pues se hacía, porque era la forma de salirse del cuadro discursivo en el que la iglesia y los conservadores nos tenían metidos. Salimos de las catacumbas para pelearle frente a las familias argentinas a esos tipos anquilosados, que iban perdiendo prédica en cuanto al discurso sobre sexualidad.
Yo tuve la suerte de estar cerca de Carlos Jáuregui, César Cigliutti, Ilse Fuskova, Gustavo Pecoraro. Fui testigo del acoso y la violencia policial contra las travestis, y las amenazas contra las activistas, a Nadia Echazú la llevó a la muerte. No lo soportó. Vi cómo un barrio de clase media como el de Palermo se iba convirtiendo en una fantasía nominal, Palermo Hollywood, y sus vecinos en sensibles, un eufemismo ingenioso de fascistas, incansables cuando se trataba de expulsar con el auxilio de las comisarías y hasta del balde de agua helada a las compañeras trans de sus veredas, como si la ciudad les perteneciese por derecho propio. Un día las travestis empujaron las puertas de la Embajada Británica –no sé qué funcionario estaba- para exigir asilo político.
Periodista y escritor. Desde "Rosa Prepucio. Crónicas de sodomía, amor y bigudí" hasta "La Noche del Mundo. Brumario de maricas", se puede encontrar en sus letras el componente ácido a la pacatería moral. Lo dinámico del arte tampoco le fue esquivo y se animó a ser dramaturgo con "Flores en el orín".
Durante los últimos años de vida del chileno Lemebel conquistó una amistad, la misma que lo llevó a cruzar la Cordillera y compartir sus últimos días. "Por él, volví a la literatura", reconoce. El fuego marica que recorre la escritura de ambos se reconoce en cada texto que hacen.
Empezó su activismo en la década de los `90, esos años que tuvieron de protagonistas a las crisis hiperinflacionarias y "el calor del reforzamiento de la ofensiva neoliberal con la victoria estadounidense en la primera guerra de Irak", según palabras de Christian Castillo.
Reconoce que fue afín al kirchnerismo. Afirma que los "maricones" tienen mas derechos que las mujeres en materia democráticas conquistadas. Faltaría aclarar que ciertos maricones, porque luego están desde los jóvenes precarizados que ocultan la sexualidad ante la discriminación hasta la gran mayoría de los que viven más allá de la General Paz que no escapan al machismo y la homofobia cotidianas.
Hace poco realizaste una entrevista. ¿A qué te referías con la frase: “No me interesa ser el escritor del sistema gay igualizante”?
Es una frase que escogió un periodista chileno como titular de una entrevista sobre la presentación de La noche del mundo, mi último libro. Y es muy pertinente, porque el chico me tiró nombres de algunos escritores que proponen ficciones homosexuales en los que no puedo reconocerme. Les falta el hilo de nuestro pasado clandestino, les falta tragedia. No hablo de finales melodramáticos y fuera de época, para personajes torturados, sino de radicalidad. Dramas pequeño burgueses, desencuentros soporíferos. Ahí se difumina la complejidad de la homosexualidad, su resto inasimilable o lo que le queda de desestabilizador de las normas represivas de la sociedad.
El periodista me nombró a algunos chilenos que, en el caso de Simonetti es además líder de la Fundación Iguales: Los iguales –las igualadas, decía Pedro Lemebel- no tuvieron problemas en ir a aplaudir al expresidente Piñera en La Moneda, de traje y corbata, porque los endulzaba con proyectos de leyes que ni siquiera eran en serio igualitarios. Piñera hablaba de las uniones convivenciales, y es eso lo que finalmente se aprobó hace poco. También de una ley anti discriminatoria que tuvo antes que producir un pibe mártir, Zamudio, para ser promulgada. En síntesis, no me gustaría que mis libros sean leídos como parte del modelo gay victorioso, de locas finas y de gimnasio que se sientan a la mesa con Macri y Piñera. O con Hillary Clinton, un minuto antes de que la señora ordene algún bombardeo sobre un país de Medio Oriente. Todo en el contexto de la igualdad jurídica pero en una democracia devaluada.
En la presentación de 'La noche del mundo' en Santiago de Chile Víctor Hugo Robles, un periodista y activista (o artivista, como creo que le gusta decirse) que adoptó por bautismo propio el nombre de “El Che” de los gays, leyó una carta de respuesta a La Moneda, donde explicaba que mientras se siguiera castigando a representantes de la comunidad mapuche, él no se sentaría junto a Bachelet a celebrar ninguna iniciativa ni fecha significativa para el movimiento LGTBI. Hay fotos en las que junto con Lemebel, llevaban a las manifestaciones un cartel que decía “No somos iguales”. Y no.
Tus inicios como activista fueron en los 90 donde se notaba una mayor presencia y visibilidad. ¿Cómo fue esa época?
Las locas que ya cumplimos los cincuenta nos remitimos con amor y espanto a los años noventa. Quién puede sustraerse a eso: repudiar el legado menemista, su filiación económica con la dictadura y su réplica brutal hoy con los CEOS de Cambiemos. Pero la diferencia con esta época, en la que gobierna la cría de las universidades confesionales, es que entonces y a pesar, o quizá justamente a causa, del gobierno de Menem (a fin de cuentas un peronista), se inauguró una nueva manera de comunicación mediática, de visibilidad; toda una cultura de la imagen y el discurso públicos.
Se hicieron populares muchos personajes del under de los ochenta, que empezaron a brillar en los set de la televisión. Y el activismo LGTBI fue inteligente al advertir este cambio de paradigma. Si había que ir a discutir en el programa de Mauro Viale, de Grondona o en la mesa de Mirtha Legrand, pues se hacía, porque era la forma de salirse del cuadro discursivo en el que la iglesia y los conservadores nos tenían metidos. Salimos de las catacumbas para pelearle frente a las familias argentinas a esos tipos anquilosados, que iban perdiendo prédica en cuanto al discurso sobre sexualidad.
Yo tuve la suerte de estar cerca de Carlos Jáuregui, César Cigliutti, Ilse Fuskova, Gustavo Pecoraro. Fui testigo del acoso y la violencia policial contra las travestis, y las amenazas contra las activistas, a Nadia Echazú la llevó a la muerte. No lo soportó. Vi cómo un barrio de clase media como el de Palermo se iba convirtiendo en una fantasía nominal, Palermo Hollywood, y sus vecinos en sensibles, un eufemismo ingenioso de fascistas, incansables cuando se trataba de expulsar con el auxilio de las comisarías y hasta del balde de agua helada a las compañeras trans de sus veredas, como si la ciudad les perteneciese por derecho propio. Un día las travestis empujaron las puertas de la Embajada Británica –no sé qué funcionario estaba- para exigir asilo político.
'De Fiestas Baños y Exilios' que tiene relatos de la última dictadura a 'La Noche del Mundo', que es un libro donde relatas tu propia agonía en Santa Cruz de la Sierra Bolivia. ¿Cómo sentís que fue cambiando tu pluma, cómo es trabajar en equipo y solo?
Trabajar un texto de a dos, y que se pueda leer con placer, es demasiado difícil. En el caso de 'Fiestas...' tuve que darle un registro literario único, en el que no se pudiese advertir el cambio de escritura de uno a otro. No lo volvería a hacer en las mismas condiciones. Pero no me arrepiento porque fue un ensayo necesario para abrirme mi propio estilo, y fue determinante para encontrarme con un tono que usaba de muy joven, cuando escribía relatos. Después me dediqué al periodismo cultural.
La lectura obsesiva de algunos cronistas, Carlos Monsiváis, María Moreno, y sobre todo Pedro Lemebel (comparten un aire de familia literario) me devolvió a la literatura que había abandonado. Así en 2011 publiqué 'Rosa prepucio. Crónicas de sodomía, amor y bigudí', donde además retomaba mucho de la tradición marica universal. Esa escritura que, te repito, antecedió al cambio epocal del modelo gay, o que tiene una visión crítica sobre él. Les debo mucho a estos cronistas inmensos.
En cuando a 'La noche del mundo' paso a narrar ya en primera persona, después de una experiencia propia aterradora, como es la asfixia en un vuelo entre Bogotá y Buenos Aires por un neumotórax. Hubo un aterrizaje de emergencia en Santa Cruz de la Sierra y estuve perdido en un coma inducido. Sueños tan intensos que cuando me desperté le pedí a mi hermana que los anotese y son el origen del 'Diario del coma', la primera parte del libro. Ensayo de una muerte y la resurrección de la carne, figuras religiosas sin duda. Luego retomo la crónica política, herética, algunas con base a textos publicados en el suplemento SOY de Página 12.
El teatro forma parte de tu trabajo dramaturgo con ‘Flores en el orín’. ¿Qué rescatas de esa experiencia?
No soy un dramaturgo. Pero acepté escribir un guión para un grupo de actores interesados en un proyecto en común sobre la vida cotidiana de los homosexuales durante la última dictadura. Algo que manejo sobre todo a partir de los testimonios que recogí en el pasado, y también algunos recuerdos propios. Se concretó bajo la dirección y puesta de Jesús Gómez, y lo que más rescato de esta historia (fueron tres temporadas exitosas, la primera en el teatro Payró y las otras en La Ranchería) es la novedad de un trabajo colectivo tan intenso. Iba a los ensayos, discutía diálogos, modificaba sobre la marcha. Creo que la impronta de poder crear como método de resistencia afirmativa puede contener momentos de mucho humor, incluso en la peor tragedia. Del mismo modo que Eros se hace presente hasta en medio de un funeral, como en 'Pompas fúnebres', de Jean Genet. Me divertí mucho con ‘Flores sobre el orín’ y me sorprendió la buena recepción.
¿Una frase que se la atribuye a Jáuregui es que “en los 70 la pelea era contra la policía, en los 80 contra el HIV y en los 90 por la herencia”, qué pelea tenemos ahora?
Quizá sería más justo decir que esas tres peleas no se excluyen una a la otra. Existe simultaneidad, salvo en los setenta, en los que no había aparecido la pandemia y nadie hablaba de derechos patrimoniales. Los noventa seguía siendo la lucha contra el HIV-Sida, al menos hasta que todos pudieron acceder hacia el fin de la década al cóctel de retrovirales. Pero surge la novedad del reclamo de reconocimiento jurídico. En cuanto a la policía, recién en 1998 se consiguió la derogación de los edictos policiales. Lo que Jáuregui quería señalar, creo, es que hubo temas paradigmáticos que fueron apareciendo, sin que los otros se diluyeran
Varios periodistas equiparan los discursos de Aguer y de Bergoglio. ¿Qué opinión tenes sobre ambos, ya que incluso están enfrentados políticamente por la cercanía de Bergoglio al peronismo?
Bergoglio es un jesuita habilísimo. Ya como Francisco consiguió ser representado en el mundo como un dulce pastor comprensivo. Tuvo éxito, porque esa teatralización de la misericordia y el perdón de los pecados (“quién soy yo para juzgar a un gay”) funcionaron para detener el drenaje de fieles cuando muchos se iban con los evangelismos. Además supo conducir a la Iglesia hacia el discurso de la opción por los pobres, en momentos de Trump, el neoliberalismo europeo, Macri. Queda como la voz de la conciencia en un mundo que está abiertamente contra las políticas sociales. Pero, a la vez que habla de diversidad, de respeto, de inclusión de los vulnerables, mantiene el dogma sobre sexualidad, pero te lo mete por la retaguardia cuando nosotros, las presas, nos adormecemos. En cambio Aguer no tiene problemas en aparecer como el malo de la película, ocupa de ese modo el espacio de derecha vacante.
¿Cómo ves las conquistas de la diversidad sexual en el Gobierno de Macri, dado los recortes que ya ha hubo en programas sexuales y la falta de medicación para pacientes de HIV/SIDA y con cáncer?
Creo que hay que analizarlo desde dos ángulos. Yo no creo que vayan a verse amenazadas las leyes de matrimonio igualitario y la de identidad de género, porque para el neoliberalismo mantenerlos e incluso hasta ampliar los derechos del colectivo es una manera de aparecer en la esfera pública adhiriendo a una visión moderna de los derechos humanos cuando en la realidad los violan a diario. Salvo las trans, que luchan desde la periferia para ser incluidas en el contrato social, con la ayuda de los otros colectivos del movimiento lgtb (la ley de cupo nos moviliza), el peligro corre por el lado de las políticas sociales. Contra nosotros y nosotras, pero también contra los jubilados, los maestros, en fin. El cambio lo estamos viviéndolo a través de esos recortes que mencionás y es ya una ideología que se refleja en las decisiones presupuestarias para hacer del Estado una oficina de concesiones para una elite depredadora, como estamos viendo en estos días con el asunto del Correo. En el neoliberalismo, la diversidad sexual es materia de ingesta. Se uniforma la diferencia dentro de un coto, se celebra, se metaboliza y se digiere.
¿Cómo ves al Frente de Izquierda más allá de tu postura política?
Me resulta muy interesante el cambio histórico que se fue produciendo en la izquierda desde los tiempos del viejo MAS de Luis Zamora, cuando se incorporaron a la agenda política las nociones de diversidad sexual y las demandas del feminismo. La izquierda, en especial la no trotskista (que siempre tuvo una mirada mas cosmopolita) era muy masculinista, homofóbica y antisexual. Los activistas del FLH (Frente de Liberación Homosexual) en los años setenta intentaron una alianza con el pensamiento revolucionario pero fue como un amor no correspondido. Está ese manifiesto célebre de Pedro Lemebel en los años ochenta o noventa - él era comunista- Hablo por mi diferencia, donde en un encuentro de izquierda latinoamericana reprocha la homofobia del partido. Por eso la postura libertaria del FIT es no solo importante porque está instalado en estas cuestiones en la vanguardia social, sino para otros sectores de la misma izquierda que tuvieron que modificar paradigmas conservadores.
Un mensaje para los lectores del diario
Que repasen la propia historia de la izquierda. Que aprendan a pensar a veces contra sí mismos, porque la mirada crítica debe ser irrenunciable si se busca mantenerse en el campo de las libertades, de todas las libertades. En fin, que además lean ‘La noche del mundo’ y ‘Rosa prepucio’ pero también un libro magnífico de María Moreno, el último, ‘Black out.’ A mí me ella me parece de lo mejor de la literatura latinoamericana.
Trabajar un texto de a dos, y que se pueda leer con placer, es demasiado difícil. En el caso de 'Fiestas...' tuve que darle un registro literario único, en el que no se pudiese advertir el cambio de escritura de uno a otro. No lo volvería a hacer en las mismas condiciones. Pero no me arrepiento porque fue un ensayo necesario para abrirme mi propio estilo, y fue determinante para encontrarme con un tono que usaba de muy joven, cuando escribía relatos. Después me dediqué al periodismo cultural.
La lectura obsesiva de algunos cronistas, Carlos Monsiváis, María Moreno, y sobre todo Pedro Lemebel (comparten un aire de familia literario) me devolvió a la literatura que había abandonado. Así en 2011 publiqué 'Rosa prepucio. Crónicas de sodomía, amor y bigudí', donde además retomaba mucho de la tradición marica universal. Esa escritura que, te repito, antecedió al cambio epocal del modelo gay, o que tiene una visión crítica sobre él. Les debo mucho a estos cronistas inmensos.
En cuando a 'La noche del mundo' paso a narrar ya en primera persona, después de una experiencia propia aterradora, como es la asfixia en un vuelo entre Bogotá y Buenos Aires por un neumotórax. Hubo un aterrizaje de emergencia en Santa Cruz de la Sierra y estuve perdido en un coma inducido. Sueños tan intensos que cuando me desperté le pedí a mi hermana que los anotese y son el origen del 'Diario del coma', la primera parte del libro. Ensayo de una muerte y la resurrección de la carne, figuras religiosas sin duda. Luego retomo la crónica política, herética, algunas con base a textos publicados en el suplemento SOY de Página 12.
El teatro forma parte de tu trabajo dramaturgo con ‘Flores en el orín’. ¿Qué rescatas de esa experiencia?
No soy un dramaturgo. Pero acepté escribir un guión para un grupo de actores interesados en un proyecto en común sobre la vida cotidiana de los homosexuales durante la última dictadura. Algo que manejo sobre todo a partir de los testimonios que recogí en el pasado, y también algunos recuerdos propios. Se concretó bajo la dirección y puesta de Jesús Gómez, y lo que más rescato de esta historia (fueron tres temporadas exitosas, la primera en el teatro Payró y las otras en La Ranchería) es la novedad de un trabajo colectivo tan intenso. Iba a los ensayos, discutía diálogos, modificaba sobre la marcha. Creo que la impronta de poder crear como método de resistencia afirmativa puede contener momentos de mucho humor, incluso en la peor tragedia. Del mismo modo que Eros se hace presente hasta en medio de un funeral, como en 'Pompas fúnebres', de Jean Genet. Me divertí mucho con ‘Flores sobre el orín’ y me sorprendió la buena recepción.
¿Una frase que se la atribuye a Jáuregui es que “en los 70 la pelea era contra la policía, en los 80 contra el HIV y en los 90 por la herencia”, qué pelea tenemos ahora?
Quizá sería más justo decir que esas tres peleas no se excluyen una a la otra. Existe simultaneidad, salvo en los setenta, en los que no había aparecido la pandemia y nadie hablaba de derechos patrimoniales. Los noventa seguía siendo la lucha contra el HIV-Sida, al menos hasta que todos pudieron acceder hacia el fin de la década al cóctel de retrovirales. Pero surge la novedad del reclamo de reconocimiento jurídico. En cuanto a la policía, recién en 1998 se consiguió la derogación de los edictos policiales. Lo que Jáuregui quería señalar, creo, es que hubo temas paradigmáticos que fueron apareciendo, sin que los otros se diluyeran
Varios periodistas equiparan los discursos de Aguer y de Bergoglio. ¿Qué opinión tenes sobre ambos, ya que incluso están enfrentados políticamente por la cercanía de Bergoglio al peronismo?
Bergoglio es un jesuita habilísimo. Ya como Francisco consiguió ser representado en el mundo como un dulce pastor comprensivo. Tuvo éxito, porque esa teatralización de la misericordia y el perdón de los pecados (“quién soy yo para juzgar a un gay”) funcionaron para detener el drenaje de fieles cuando muchos se iban con los evangelismos. Además supo conducir a la Iglesia hacia el discurso de la opción por los pobres, en momentos de Trump, el neoliberalismo europeo, Macri. Queda como la voz de la conciencia en un mundo que está abiertamente contra las políticas sociales. Pero, a la vez que habla de diversidad, de respeto, de inclusión de los vulnerables, mantiene el dogma sobre sexualidad, pero te lo mete por la retaguardia cuando nosotros, las presas, nos adormecemos. En cambio Aguer no tiene problemas en aparecer como el malo de la película, ocupa de ese modo el espacio de derecha vacante.
¿Cómo ves las conquistas de la diversidad sexual en el Gobierno de Macri, dado los recortes que ya ha hubo en programas sexuales y la falta de medicación para pacientes de HIV/SIDA y con cáncer?
Creo que hay que analizarlo desde dos ángulos. Yo no creo que vayan a verse amenazadas las leyes de matrimonio igualitario y la de identidad de género, porque para el neoliberalismo mantenerlos e incluso hasta ampliar los derechos del colectivo es una manera de aparecer en la esfera pública adhiriendo a una visión moderna de los derechos humanos cuando en la realidad los violan a diario. Salvo las trans, que luchan desde la periferia para ser incluidas en el contrato social, con la ayuda de los otros colectivos del movimiento lgtb (la ley de cupo nos moviliza), el peligro corre por el lado de las políticas sociales. Contra nosotros y nosotras, pero también contra los jubilados, los maestros, en fin. El cambio lo estamos viviéndolo a través de esos recortes que mencionás y es ya una ideología que se refleja en las decisiones presupuestarias para hacer del Estado una oficina de concesiones para una elite depredadora, como estamos viendo en estos días con el asunto del Correo. En el neoliberalismo, la diversidad sexual es materia de ingesta. Se uniforma la diferencia dentro de un coto, se celebra, se metaboliza y se digiere.
¿Cómo ves al Frente de Izquierda más allá de tu postura política?
Me resulta muy interesante el cambio histórico que se fue produciendo en la izquierda desde los tiempos del viejo MAS de Luis Zamora, cuando se incorporaron a la agenda política las nociones de diversidad sexual y las demandas del feminismo. La izquierda, en especial la no trotskista (que siempre tuvo una mirada mas cosmopolita) era muy masculinista, homofóbica y antisexual. Los activistas del FLH (Frente de Liberación Homosexual) en los años setenta intentaron una alianza con el pensamiento revolucionario pero fue como un amor no correspondido. Está ese manifiesto célebre de Pedro Lemebel en los años ochenta o noventa - él era comunista- Hablo por mi diferencia, donde en un encuentro de izquierda latinoamericana reprocha la homofobia del partido. Por eso la postura libertaria del FIT es no solo importante porque está instalado en estas cuestiones en la vanguardia social, sino para otros sectores de la misma izquierda que tuvieron que modificar paradigmas conservadores.
Un mensaje para los lectores del diario
Que repasen la propia historia de la izquierda. Que aprendan a pensar a veces contra sí mismos, porque la mirada crítica debe ser irrenunciable si se busca mantenerse en el campo de las libertades, de todas las libertades. En fin, que además lean ‘La noche del mundo’ y ‘Rosa prepucio’ pero también un libro magnífico de María Moreno, el último, ‘Black out.’ A mí me ella me parece de lo mejor de la literatura latinoamericana.
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