Imagen: El Diario Vasco / Juan Kruz Mendizabal |
El abuso sexual a menores existe desde que se instauraron las sociedades patriarcales, hace más de 20 siglos, junto con la esclavitud y la prostitución.
Maite Sánchez Ruiz | Naiz, 2017-02-16
http://www.naiz.eus/es/iritzia/articulos/mitos-sobre-pederastia-y-algunos-apuntes-sobre-la-iglesia
Durante el tiempo que llevo investigando sobre el trato político, jurídico, mediático, cultural y social que reciben los casos de pederastia que llegan a ver la luz, surgen continuamente mitos y justificaciones erróneas sobre el abuso a menores y sobre los motivos de quienes lo ejercen. Mitos que protegen al abusador y ocultan el delito. Por ello, es muy difícil enfrentar esta realidad con la urgencia y la determinación que merece, desde una perspectiva de justicia integral. Algunos de los mitos son los siguientes:
Son casos aislados. No. Son miles y miles de casos silenciados. Cuantos más casos se desvelen, más testimonios irán surgiendo. Cada vez que alguien decide hablar, hace de resorte emocional a miles de personas que los han sufrido. Saber que tu caso no es el único, y ver que otras personas se atreven a contarlo... sana. Contarlo y que te crean es la clave. El respaldo social es también imprescindible. Esa es la realidad. Y poco a poco la iremos destapando. Destapando el secreto del terror e impunidad.
El mito del abusador abusado. Puede que algunos agresores hayan sido abusados en su infancia, pero la realidad nos muestra lo contrario: las personas abusadas tienden a reproducir los estados de sumisión a los que han sido sometidas, y no al revés.
El abuso como impulso incontrolable. No agreden porque sufran un deseo sexual irreprimible. Detrás de cada abuso hay una decisión. Hay intención clara. Lo preparan, eligen sus víctimas, el lugar, el contexto. Desarrollan estrategias de acercamiento, engaño y manipulación. Y reinciden de manera sistemática, cubiertos con su manto de silencio e impunidad.
El abusador como enfermo. El abusador suele ser un hombre «sano», «normal»: el padre, el profesor, el vicario, el entrenador, el concejal, el monitor... No están locos. Abusan porque pueden y porque quieren. Así de simple. Por su autoridad y superioridad (física, moral, jerárquica). A través del juego o del miedo, las amenazas... Nos indica Jorge Garaventas que «el abuso sexual es un acto voluntario de poder, dominio y sometimiento. Implica denigrar, cosificar, apropiarse de los cuerpos y las psiquis de menores. Son conscientes del delito que cometen y del daño que causan. Afirmar que son enfermos es quitar responsabilidad a sus actos y contribuir a su in-imputabilidad».
La represión sexual como causa. Defender que el celibato es una causa, es lo mismo que afirmar que los padres violan a sus hijas porque sus parejas, compañeras, amantes o esposas no les «satisfacen» sexualmente. Es lo mismo que afirmar que la causa es la «homosexualidad» de quienes abusan. El celibato no es la causa: es la excusa. Mantener ese falso argumento justifica los abusos y exime de responsabilidad social y penal a quienes los ejercen, de manera sistemática, dentro del «sacrosanto oficio del pastoreo de almas».
Cada vez que se destapa un caso de pederastia, las reacciones son idénticas (a nivel social y a nivel profesional), independientemente de quien sea el abusador y del ámbito en que se cometan los abusos: en una sacristía, en un centro educativo, en un espacio deportivo, en un centro de menores tutelado, en una consulta medica, o en un despacho, o en el hogar... Este es el orden general:
1º.- Negar. Es difícil creerlo. Pero aun cuando se sabe que es cierto, se impone la negación.
2º.- Ocultar. Si hay evidencias tan claras que no pueden negarlo, se tapa. No se informa, no se cuenta, no se nombra. Protegen al denunciado, lo encubren, lo mueven de lugar...
3º.- Minimizar. Si no consiguen ocultarlo, quitan importancia a los hechos (con los mitos ya descritos).
4º.- Desacreditar y culpar. Se cuestiona la credibilidad del testimonio, se estigmatiza/ataca/acusa a quien denuncia. (Y se ensalzan los grandes valores, currículum, fama, dedicación... del abusador).
5º.- Silenciar. Evitan que se difunda. Con chantajes, ataques, presiones, amenazas o... sobornos.
6º.- Castigar. Si no consiguen parar el caso... expulsiones, desprecio, estigma, ostracismo (hacia quien denuncia y quienes acompañan). Antes, durante y después del proceso.
Si llegamos a la «milagrosa» situación en la que el caso es innegable (después de haber pasado todas estas fases), se sigue tendiendo a mentir:
a) Desentenderse de responsabilidades y cargarlas en otros.
b) Justificar todo lo que han hecho aunque no hayan hecho nada.
c) Afirmar que han seguido «el protocolo», que han mostrado apoyo, que han ofrecido asesoramiento, que han acompañado a la víctima en todo momento.
Si aún después de toda esta interminable lista de obstáculos, se consigue seguir adelante, los casos suelen ser sobreseidos.
Si Munilla afirma que los testimonios aportan alto grado de verosimilitud, es que no hay forma «humana ni divina» de encubrirlo por más tiempo. Si la Justicia Eclesial declaró culpable a Mendizabal, no quiero ni imaginar el infierno sufrido por quienes le denunciaron.
Los abusos a menores se producen en todos los ámbitos, contextos y estratos sociales. Pero tras los que se cometen en el seno de la Iglesia católica, se esconde también la terrible oscuridad de la Inquisición, junto con la herencia del fascismo, y la impune sombra del Franquismo: el ansia de poder, el desprecio por la vida, la crueldad extrema, el castigo sistemático y perverso, la doblegación del ser humano, el robo y la venta de infantes, (el poder de destrozar al hijo del rojo, a la mala hija, a la adolescente pecadora... a la nieta de la bruja). Dominio y castigo físico, espiritual, moral y sexual. Debemos reconocer y contar la verdad para que no se repita... Dentro de la comunidad eclesiástica hay personas maravillosas junto a supervivientes luchando contra la pederastia dentro de su seno. Acompaño su trabajo y lo respeto profundamente, pues, al igual que yo, exigen responsabilidades a sus dirigentes. Exigen la Verdad.
El argumento de que la Iglesia católica está cambiando ha cuajado en la sociedad, aunque en realidad apenas existen evidencias contrastables. Tras el escándalo de Vatileaks en 2012, y la inevitable renuncia de Benedicto XVI, el equipo asesor de imagen del Vaticano está haciendo en los últimos tiempos una campaña excelente. Ahora, con Francisco, todos son milagros, pan y peces. Todo es humildad, limpieza, progreso y justicia en el seno de la Iglesia. Parece que se persiguiera con mano de hierro los abusos... pero lo que persiguen es, únicamente, evitar el escándalo. Solo actúan cuando algún superviviente escribe al Vaticano o a la prensa. E incluso en estas situaciones, los obispos que deberían actuar por mandato directo de la Santa Sede, se pasan sus directrices por «el arco del púlpito». (El escándalo de Granada en 2013 es un claro ejemplo de ello).
Este caso ha salido a la luz gracias a un superviviente que decide publicarlo en prensa, no por la acción del obispo. Munilla no ha hecho todo lo que debía. Solo le cambió de lugar. Pretende hacernos creer que la Justicia Eclesial es más contundente que la Civil, (alegando que los plazos de prescripción son más largos). Lo que no quiere contarnos Munilla es que todo «padre» (obviando los delitos sexuales que cometa) seguirá siendo sacerdote (aunque no ejerza) «per secula seculorum». Seguirán reincidiendo, a cuenta de la Iglesia, mantenidos, ocultados y protegidos en su seno.
Nos dice Munilla que tras el «proceso canónico» realizado, se le declaró culpable, fue removido de sus cargos y condenado a limitación en el ejercicio de su ministerio y a recibir terapia psicológica y espiritual. Pero ha seguido dando misas y acudiendo a eventos hasta que estalla el escándalo. Y con la hipocresía que les avala, ha sido portada de revista, donde afirma que no hay ningún caso en la iglesia vasca. ¿Como se han sentido quienes fueron abusados por este señor al ver tanta mentira e impunidad?
Munilla presume de haber aplicado medidas preventivas (como encerrarle en un monasterio donde tendrá que pedir permiso cada vez que quiera salir). Nos pide Munilla cristiano perdón, pues el vicario «está arrepentido». Pero la sociedad civil no es un confesionario en el que con rezar 3 padre-nuestros se te perdonan todos los delitos en nombre de dios. No son «tocamientos deshonestos»: son abusos sexuales. No son «pecados»: son delitos muy graves.
Es nuestro deber proteger a los y las menores, y defender a las y los adultos supervivientes. La prioridad debe establecerse manera urgente en la prevención y la protección, y en el reconocimiento y atención integral de quienes sobreviven a los abusos. Se precisan cambios en la aplicación de protocolos, en las actuaciones profesionales, en las condiciones jurídicas y procesales.
El apoyo social y jurídico debe otorgarse a quienes se atreven a denunciar, no a quienes abusan ni a quienes les encubren. Basta de justificar y minimizar. Basta de llamarle cariñosamente «Kakux». Juan Cruz Mendizabal: Denunciado por abuso sexual a menores.
Son casos aislados. No. Son miles y miles de casos silenciados. Cuantos más casos se desvelen, más testimonios irán surgiendo. Cada vez que alguien decide hablar, hace de resorte emocional a miles de personas que los han sufrido. Saber que tu caso no es el único, y ver que otras personas se atreven a contarlo... sana. Contarlo y que te crean es la clave. El respaldo social es también imprescindible. Esa es la realidad. Y poco a poco la iremos destapando. Destapando el secreto del terror e impunidad.
El mito del abusador abusado. Puede que algunos agresores hayan sido abusados en su infancia, pero la realidad nos muestra lo contrario: las personas abusadas tienden a reproducir los estados de sumisión a los que han sido sometidas, y no al revés.
El abuso como impulso incontrolable. No agreden porque sufran un deseo sexual irreprimible. Detrás de cada abuso hay una decisión. Hay intención clara. Lo preparan, eligen sus víctimas, el lugar, el contexto. Desarrollan estrategias de acercamiento, engaño y manipulación. Y reinciden de manera sistemática, cubiertos con su manto de silencio e impunidad.
El abusador como enfermo. El abusador suele ser un hombre «sano», «normal»: el padre, el profesor, el vicario, el entrenador, el concejal, el monitor... No están locos. Abusan porque pueden y porque quieren. Así de simple. Por su autoridad y superioridad (física, moral, jerárquica). A través del juego o del miedo, las amenazas... Nos indica Jorge Garaventas que «el abuso sexual es un acto voluntario de poder, dominio y sometimiento. Implica denigrar, cosificar, apropiarse de los cuerpos y las psiquis de menores. Son conscientes del delito que cometen y del daño que causan. Afirmar que son enfermos es quitar responsabilidad a sus actos y contribuir a su in-imputabilidad».
La represión sexual como causa. Defender que el celibato es una causa, es lo mismo que afirmar que los padres violan a sus hijas porque sus parejas, compañeras, amantes o esposas no les «satisfacen» sexualmente. Es lo mismo que afirmar que la causa es la «homosexualidad» de quienes abusan. El celibato no es la causa: es la excusa. Mantener ese falso argumento justifica los abusos y exime de responsabilidad social y penal a quienes los ejercen, de manera sistemática, dentro del «sacrosanto oficio del pastoreo de almas».
Cada vez que se destapa un caso de pederastia, las reacciones son idénticas (a nivel social y a nivel profesional), independientemente de quien sea el abusador y del ámbito en que se cometan los abusos: en una sacristía, en un centro educativo, en un espacio deportivo, en un centro de menores tutelado, en una consulta medica, o en un despacho, o en el hogar... Este es el orden general:
1º.- Negar. Es difícil creerlo. Pero aun cuando se sabe que es cierto, se impone la negación.
2º.- Ocultar. Si hay evidencias tan claras que no pueden negarlo, se tapa. No se informa, no se cuenta, no se nombra. Protegen al denunciado, lo encubren, lo mueven de lugar...
3º.- Minimizar. Si no consiguen ocultarlo, quitan importancia a los hechos (con los mitos ya descritos).
4º.- Desacreditar y culpar. Se cuestiona la credibilidad del testimonio, se estigmatiza/ataca/acusa a quien denuncia. (Y se ensalzan los grandes valores, currículum, fama, dedicación... del abusador).
5º.- Silenciar. Evitan que se difunda. Con chantajes, ataques, presiones, amenazas o... sobornos.
6º.- Castigar. Si no consiguen parar el caso... expulsiones, desprecio, estigma, ostracismo (hacia quien denuncia y quienes acompañan). Antes, durante y después del proceso.
Si llegamos a la «milagrosa» situación en la que el caso es innegable (después de haber pasado todas estas fases), se sigue tendiendo a mentir:
a) Desentenderse de responsabilidades y cargarlas en otros.
b) Justificar todo lo que han hecho aunque no hayan hecho nada.
c) Afirmar que han seguido «el protocolo», que han mostrado apoyo, que han ofrecido asesoramiento, que han acompañado a la víctima en todo momento.
Si aún después de toda esta interminable lista de obstáculos, se consigue seguir adelante, los casos suelen ser sobreseidos.
Si Munilla afirma que los testimonios aportan alto grado de verosimilitud, es que no hay forma «humana ni divina» de encubrirlo por más tiempo. Si la Justicia Eclesial declaró culpable a Mendizabal, no quiero ni imaginar el infierno sufrido por quienes le denunciaron.
Los abusos a menores se producen en todos los ámbitos, contextos y estratos sociales. Pero tras los que se cometen en el seno de la Iglesia católica, se esconde también la terrible oscuridad de la Inquisición, junto con la herencia del fascismo, y la impune sombra del Franquismo: el ansia de poder, el desprecio por la vida, la crueldad extrema, el castigo sistemático y perverso, la doblegación del ser humano, el robo y la venta de infantes, (el poder de destrozar al hijo del rojo, a la mala hija, a la adolescente pecadora... a la nieta de la bruja). Dominio y castigo físico, espiritual, moral y sexual. Debemos reconocer y contar la verdad para que no se repita... Dentro de la comunidad eclesiástica hay personas maravillosas junto a supervivientes luchando contra la pederastia dentro de su seno. Acompaño su trabajo y lo respeto profundamente, pues, al igual que yo, exigen responsabilidades a sus dirigentes. Exigen la Verdad.
El argumento de que la Iglesia católica está cambiando ha cuajado en la sociedad, aunque en realidad apenas existen evidencias contrastables. Tras el escándalo de Vatileaks en 2012, y la inevitable renuncia de Benedicto XVI, el equipo asesor de imagen del Vaticano está haciendo en los últimos tiempos una campaña excelente. Ahora, con Francisco, todos son milagros, pan y peces. Todo es humildad, limpieza, progreso y justicia en el seno de la Iglesia. Parece que se persiguiera con mano de hierro los abusos... pero lo que persiguen es, únicamente, evitar el escándalo. Solo actúan cuando algún superviviente escribe al Vaticano o a la prensa. E incluso en estas situaciones, los obispos que deberían actuar por mandato directo de la Santa Sede, se pasan sus directrices por «el arco del púlpito». (El escándalo de Granada en 2013 es un claro ejemplo de ello).
Este caso ha salido a la luz gracias a un superviviente que decide publicarlo en prensa, no por la acción del obispo. Munilla no ha hecho todo lo que debía. Solo le cambió de lugar. Pretende hacernos creer que la Justicia Eclesial es más contundente que la Civil, (alegando que los plazos de prescripción son más largos). Lo que no quiere contarnos Munilla es que todo «padre» (obviando los delitos sexuales que cometa) seguirá siendo sacerdote (aunque no ejerza) «per secula seculorum». Seguirán reincidiendo, a cuenta de la Iglesia, mantenidos, ocultados y protegidos en su seno.
Nos dice Munilla que tras el «proceso canónico» realizado, se le declaró culpable, fue removido de sus cargos y condenado a limitación en el ejercicio de su ministerio y a recibir terapia psicológica y espiritual. Pero ha seguido dando misas y acudiendo a eventos hasta que estalla el escándalo. Y con la hipocresía que les avala, ha sido portada de revista, donde afirma que no hay ningún caso en la iglesia vasca. ¿Como se han sentido quienes fueron abusados por este señor al ver tanta mentira e impunidad?
Munilla presume de haber aplicado medidas preventivas (como encerrarle en un monasterio donde tendrá que pedir permiso cada vez que quiera salir). Nos pide Munilla cristiano perdón, pues el vicario «está arrepentido». Pero la sociedad civil no es un confesionario en el que con rezar 3 padre-nuestros se te perdonan todos los delitos en nombre de dios. No son «tocamientos deshonestos»: son abusos sexuales. No son «pecados»: son delitos muy graves.
Es nuestro deber proteger a los y las menores, y defender a las y los adultos supervivientes. La prioridad debe establecerse manera urgente en la prevención y la protección, y en el reconocimiento y atención integral de quienes sobreviven a los abusos. Se precisan cambios en la aplicación de protocolos, en las actuaciones profesionales, en las condiciones jurídicas y procesales.
El apoyo social y jurídico debe otorgarse a quienes se atreven a denunciar, no a quienes abusan ni a quienes les encubren. Basta de justificar y minimizar. Basta de llamarle cariñosamente «Kakux». Juan Cruz Mendizabal: Denunciado por abuso sexual a menores.
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