Imagen: El País / Fotograma de 'MacQueen' |
Un documental retrata la atormentad vida del diseñador de moda.
Elsa Fernández-Santos | El País, 2018-06-06
https://elpais.com/cultura/2018/06/06/actualidad/1528302858_443958.html
En ‘El hilo invisible’, la perturbadora historia de amor que el cineasta estadounidense Paul Thomas Anderson ha situado en el hierático corazón de un diseñador de alta costura inspirado en el español Cristóbal Balenciaga, el meticuloso costurero deja crípticos mensajes en el forro de sus fabulosas creaciones. Un gesto secreto que no responde a la fantasía del guionista de turno. Como aprendemos en ‘McQueen’, la película de Ian Bonhôte y Peter Ettedgui que se estrena este viernes y que bucea en la figura y la obra del malparado ‘enfant terrible’ de la moda, lo de dejar mensajitos ocultos (y no siempre poéticos) en el forro de los trajes es una costumbre gremial bastante extendida. Según la leyenda urbana, McQueen lo hacía cuando era aprendiz de sastre en Savile Row con los trajes del príncipe Carlos. Y el diseñador italiano Romeo Gigli confirma que cuando el chico era su becario, y después de haberle mandado repetir tres veces una chaqueta, se encontró oculto en el forro de la prenda un “Que te jodan, Romeo”.
Desde su suicido el 11 de febrero de 2010, un día antes del funeral de su madre, Joyce, la figura de Lee Alexander McQueen ha devenido en leyenda. El gordito hijo de un taxista del East End londinense dotado de un talento indescifrable para la técnica costurera, que se pagó sus primeras telas con el subsidio del paro, alteró con su torturada fantasía el orden establecido en los remilgados salones de la moda parisinos. Detrás de su compatriota John Galliano, McQueen modernizó un lenguaje varado en otro tiempo. Dos británicos jóvenes, marginales, fiesteros y excesivos, conquistaban el corazón de la meca del hilo. Hasta ahí el cuento de hadas.
‘McQueen’ (la película) no le planta demasiada cara a los inevitables clichés de este relato y, echando mano de la iconografía que el propio diseñador imprimió a su obra (oscura, dramática y salvaje) recorre su trayectoria (la profesional más que la vital) divida en cinco capítulos que corresponden a cinco de sus grandes desfiles: de ‘Jack The Ripper Stalks His Victims’ (1992) a ‘Plato’s Atlantis’ (2009). La película ahonda más en el ensueño gótico y teatral de su trabajo que en la rutina autodestructiva del diseñador. Se evita el morbo para poner el acento en la “visión”, que amplificada por la pantalla de cine resulta especialmente hermosa. La película (en la que abunda un interesante material casero) menciona, sin más, las drogas, el sexo duro, la obsesión con estar delgado y, ya con una máscara nueva, reescribir su identidad.
Presión profesional
Se insiste en una industria que alimenta los egos, en la enorme presión profesional que padeció desde su llegada en 1996 a Givenchy, las paranoias, la inseguridad o la deslealtad que mostró hacia algunos de sus íntimos colaboradores. Las voces de algunos miembros de su familia, su hermana y su sobrino, de cómplices y amigos (el más interesante de todos, el español Sebastián Pons), o de Detmar Blow, el marido de la que fue su descubridora y mentora, la también suicida Isabella Blow, abandonada por Alexander McQueen cuando firmó su contrato con Givenchy, ilustran los preámbulos de la combustión final.
La calavera dorada que ilustra el cartel de la película, de la que brotan sinuosas naturalezas, también se evoca dentro de los 111 minutos de metraje. El pomposo piano de Michael Nyman subraya la metáfora del fértil espectro con el que asociamos el mundo de McQueen: pájaros, escamas, naturalezas muertas, sangre y dolor, siempre mucho dolor. McQueen decía: “Si te vas de mi desfile sin emocionarte no he hecho bien mi trabajo. No quiero que sea como una comida de domingo. Quiero que salgas sintiendo rechazo o euforia, que sea una emoción”. Una emoción de oro, como apunta el diseñador estadounidense Tom Ford, que haciendo gala de su expeditiva audacia texana, define a su colega con pocas palabras: “Lee es poético y comercial al mismo tiempo. Es práctico”.
La tradición, la violencia y el último desfile
Según declara Sebastián Pons en ‘McQueen’, el diseñador le llegó a anunciar su deseo de suicidarse al final de su último desfile, ante todo ese mundo cuyas miradas tanto le asfixiaban. Solo cumplió a medias su promesa, optó por ahorcarse en su domicilio después de un banquete de drogas. La violencia fue siempre parte del sello de McQueen. Forjado en el Londres noctámbulo de los 90, el diseñador emergió en la misma trinchera que artistas tan viscerales y descarnados como Tracy Emin. Aunque en su caso, la tradición (expresada mediante la taxidermia o los tartanes) también tuvo peso. En su ‘show’ final, ‘Plato’s Atlantis’, para muchos el más revolucionario de su carrera, su universo alcanzó un planeta donde lo bello y lo monstruoso se fundieron al fin en uno.
Desde su suicido el 11 de febrero de 2010, un día antes del funeral de su madre, Joyce, la figura de Lee Alexander McQueen ha devenido en leyenda. El gordito hijo de un taxista del East End londinense dotado de un talento indescifrable para la técnica costurera, que se pagó sus primeras telas con el subsidio del paro, alteró con su torturada fantasía el orden establecido en los remilgados salones de la moda parisinos. Detrás de su compatriota John Galliano, McQueen modernizó un lenguaje varado en otro tiempo. Dos británicos jóvenes, marginales, fiesteros y excesivos, conquistaban el corazón de la meca del hilo. Hasta ahí el cuento de hadas.
‘McQueen’ (la película) no le planta demasiada cara a los inevitables clichés de este relato y, echando mano de la iconografía que el propio diseñador imprimió a su obra (oscura, dramática y salvaje) recorre su trayectoria (la profesional más que la vital) divida en cinco capítulos que corresponden a cinco de sus grandes desfiles: de ‘Jack The Ripper Stalks His Victims’ (1992) a ‘Plato’s Atlantis’ (2009). La película ahonda más en el ensueño gótico y teatral de su trabajo que en la rutina autodestructiva del diseñador. Se evita el morbo para poner el acento en la “visión”, que amplificada por la pantalla de cine resulta especialmente hermosa. La película (en la que abunda un interesante material casero) menciona, sin más, las drogas, el sexo duro, la obsesión con estar delgado y, ya con una máscara nueva, reescribir su identidad.
Presión profesional
Se insiste en una industria que alimenta los egos, en la enorme presión profesional que padeció desde su llegada en 1996 a Givenchy, las paranoias, la inseguridad o la deslealtad que mostró hacia algunos de sus íntimos colaboradores. Las voces de algunos miembros de su familia, su hermana y su sobrino, de cómplices y amigos (el más interesante de todos, el español Sebastián Pons), o de Detmar Blow, el marido de la que fue su descubridora y mentora, la también suicida Isabella Blow, abandonada por Alexander McQueen cuando firmó su contrato con Givenchy, ilustran los preámbulos de la combustión final.
La calavera dorada que ilustra el cartel de la película, de la que brotan sinuosas naturalezas, también se evoca dentro de los 111 minutos de metraje. El pomposo piano de Michael Nyman subraya la metáfora del fértil espectro con el que asociamos el mundo de McQueen: pájaros, escamas, naturalezas muertas, sangre y dolor, siempre mucho dolor. McQueen decía: “Si te vas de mi desfile sin emocionarte no he hecho bien mi trabajo. No quiero que sea como una comida de domingo. Quiero que salgas sintiendo rechazo o euforia, que sea una emoción”. Una emoción de oro, como apunta el diseñador estadounidense Tom Ford, que haciendo gala de su expeditiva audacia texana, define a su colega con pocas palabras: “Lee es poético y comercial al mismo tiempo. Es práctico”.
La tradición, la violencia y el último desfile
Según declara Sebastián Pons en ‘McQueen’, el diseñador le llegó a anunciar su deseo de suicidarse al final de su último desfile, ante todo ese mundo cuyas miradas tanto le asfixiaban. Solo cumplió a medias su promesa, optó por ahorcarse en su domicilio después de un banquete de drogas. La violencia fue siempre parte del sello de McQueen. Forjado en el Londres noctámbulo de los 90, el diseñador emergió en la misma trinchera que artistas tan viscerales y descarnados como Tracy Emin. Aunque en su caso, la tradición (expresada mediante la taxidermia o los tartanes) también tuvo peso. En su ‘show’ final, ‘Plato’s Atlantis’, para muchos el más revolucionario de su carrera, su universo alcanzó un planeta donde lo bello y lo monstruoso se fundieron al fin en uno.
Y TAMBIÉN…
A subasta parte del legado de Alexander McQueen.
Shaun Leane, amigo íntimo del fallecido diseñador y el creador de las joyas de sus desfiles, vende las piezas que idearon juntos.
María Contreras | El País, 2017-12-04
https://elpais.com/elpais/2017/12/01/gente/1512134457_925486.html
McQueen, drama en la pasarela.
El diseñador británico, de 40 años, fue hallado muerto ayer en su casa de Londres.
Walter Oppenheimer | El País, 2010-02-12
https://elpais.com/diario/2010/02/12/cultura/1265929203_850215.html
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