Imagen: El País / Hannah Mouncey (d) |
La jugadora australiana de balonmano Hannah Mouncey, que en 2013 compitió en España con el nombre de Callum, denuncia el veto de compañeras. La federación de su país estudia el caso.
Lorenzo Calonge | El País, 2019-12-04
https://elpais.com/deportes/2019/12/02/actualidad/1575283297_728652.html
El 15 de enero de 2013, la selección española de balonmano logró ante Australia su victoria más amplia en un Mundial (51-11), anticipo del inolvidable título que conseguiría dos semanas después en Barcelona. Sin embargo, la amnesia en el bando hispano respecto a este partido es general. Todos daban por descontada la paliza y resulta casi imposible que alguien recuerde algo, por ejemplo, del máximo goleador ‘aussie’, el pivote Callum Mouncey. Un fortachón de 23 años, de 100 kilos y casi 1,90m, con el 6 a la espalda, y el pelo corto y rubio. Ese era su primer torneo internacional importante y esa tarde en Madrid metió cuatro tantos.
Nadie podía imaginar la historia que había detrás de ese jugador y lo que iba a venir. Ahora se llama Hannah Mouncey, es una deportista transgénero y aspiraba a disputar el Mundial femenino de balonmano que arrancó el pasado sábado en Japón, solo seis años después de hacerlo en el masculino. Ella estaba convencida de que así sería, pero a última hora se cayó de la convocatoria. Según su testimonio, por el veto de parte de sus compañeras, que rechazan su presencia en los vestuarios y las duchas. La federación de su país niega que esta sea la razón, pero un tribunal de la organización estudia el caso. A la vista de los resultados en lo que va de campeonato (cuatro palizas en sendos partidos y el ridículo registro de siete goles metidos ante Francia), no parece que le hubiera sobrado su presencia en el país asiático.
En realidad, si Australia compite en la Copa del Mundo es, también, por los tantos de Hannah Mouncey. En su debut con la selección femenina, en el torneo clasificatorio celebrado hace un año, anotó 23 dianas en seis partidos, claves para obtener el billete. Sin embargo, confiesa que su encaje en el día a día del equipo, más allá de la pista, chirrió desde el primer momento. "Nunca me sentí parte del grupo. Eso lo hablé muchas veces con la entrenadora", apunta. Y ahora, tras verse fuera de las 16 elegidas, acusa a un sector del vestuario y cita con muchos detalles una conversación con la preparadora.
"Ella me dijo que era la mejor pivote, pero alrededor de media docena de jugadoras se quejaron porque no querían que usara los vestuarios y las duchas antes y después de los entrenamientos y partidos", denuncia Mouncey. "La razón que dieron para no convocarme fue el estado físico, aunque la propia entrenadora me reconoció que diría eso para no contar el verdadero motivo. Yo he superado todas las pruebas físicas", defiende esta intrépida que, después de ser más fuerte que sus miedos e iniciar el tratamiento hormonal, también lo intentó sin éxito en el fútbol australiano de mujeres.
Pese a que la convivencia siempre le resultó complicada, en la cancha se veía segura de sus posibilidades. "En agosto hubo un torneo amistoso y acordé con la entrenadora no jugar porque nos preocupaba que otras selecciones pudieran protestar y complicar las cosas para el Mundial. Hasta ese punto formaba parte de sus planes", advierte Hannah Mouncey, que aclara que nunca ha tenido este tipo de problemas en su club, el Melbourne.
La federación australiana asegura que esto que ahora denuncia esta deportista transgénero nada tuvo que ver en la confección de la convocatoria para el Mundial. “Hay un comité de selección y puedo confirmar, como presidente de ese órgano, que este asunto de las duchas no formó parte de las discusiones”, señala Bronwyn Thompson, secretario general de la institución, que se remite a la confidencialidad de las reuniones para no dar detalles sobre los motivos que les llevaron a no incluirla en la lista. Aunque añade, eso sí, que el caso lo está analizando un tribunal del ente, también sin aportar más información.
“Yo mismo escribí a Hannah un correo cuando vi un tuit suyo tras hacerse pública la selección, pero no me respondió. También tenía derecho a apelar, y no lo hizo”, continúa Thompson. “No sabía que podía recurrir”, reconoce la jugadora. “¿Pero para qué? ¿Quién quiere formar parte de un equipo donde no te aceptan?”, se pregunta.
Hannah Mouncey, ahora de 30 años, admite que le costó mucho tiempo aceptar que era diferente. “Tenía miedo. Admiro mucho a los jóvenes que no les preocupa lo que la gente piensa de ellos”, se sincera. Ella no dio el gran paso hasta los 24. “Comencé el tratamiento hormonal cuando volví en 2015 del torneo preolímpico de Qatar. Y, honestamente, no debería haber ido, no me encontraba bien mentalmente”, relata.
Empezar la medicación le supuso dejar la competición durante 12 meses. En ese tiempo, sus niveles de testosterona debían ser inferiores a los 10 nanomoles por litro, según las normas del Comité Olímpico Internacional. Atrás quedaba para siempre su carrera en la selección masculina, con la que había disputado 22 encuentros. Debutó en 2012 contra Nueva Zelanda y vivió su culmen en la Copa del Mundo de 2013, en España. El equipo fue un desastre (perdió los cinco duelos con un saldo de -142 goles), pero la cita le sirvió, entonces todavía a él, para demostrarse que “podía jugar a ese nivel”. Tal vez, su mejor día lo vivió contra los Hispanos. “Recuerdo haber visto con 10 años a Sterbik en los Juegos de Sidney con Yugoslavia y ahí estaba en ese partido. No sé por qué, pero me tocó emparejarme mucho con el extremo Víctor Tomás. En una acción chocó contra mí y, en un receso, se me acercó y me dijo que estaba muy fuerte y que no lo intentaría de nuevo”.
Transcurrido ese año de parón y bajo tratamiento de estrógenos “de por vida”, pudo regresar a la competición, pero esta vez ya en la femenina y muy condicionada en su juego por la pérdida de testosterona. “Soy más lenta, menos resistente y menos fuerte de piernas”, afirma. Eso no le impidió estrenarse con el equipo nacional en diciembre en el campeonato clasificatorio para este Mundial. Y ni mucho menos desentonó: 23 tantos en seis partidos. Todos daban por hecha ahora su participación en el campeonato japonés, especialmente en un equipo tan débil. Pero la gesta ha quedado inacabada. Lo mismo le ocurrió con el fútbol australiano, donde lo intentó por mera diversión, y no le permitieron jugar a nivel nacional. “No daba la imagen que buscan. Las prefieren más pequeñas y más guapas”, concluye.
Nadie podía imaginar la historia que había detrás de ese jugador y lo que iba a venir. Ahora se llama Hannah Mouncey, es una deportista transgénero y aspiraba a disputar el Mundial femenino de balonmano que arrancó el pasado sábado en Japón, solo seis años después de hacerlo en el masculino. Ella estaba convencida de que así sería, pero a última hora se cayó de la convocatoria. Según su testimonio, por el veto de parte de sus compañeras, que rechazan su presencia en los vestuarios y las duchas. La federación de su país niega que esta sea la razón, pero un tribunal de la organización estudia el caso. A la vista de los resultados en lo que va de campeonato (cuatro palizas en sendos partidos y el ridículo registro de siete goles metidos ante Francia), no parece que le hubiera sobrado su presencia en el país asiático.
En realidad, si Australia compite en la Copa del Mundo es, también, por los tantos de Hannah Mouncey. En su debut con la selección femenina, en el torneo clasificatorio celebrado hace un año, anotó 23 dianas en seis partidos, claves para obtener el billete. Sin embargo, confiesa que su encaje en el día a día del equipo, más allá de la pista, chirrió desde el primer momento. "Nunca me sentí parte del grupo. Eso lo hablé muchas veces con la entrenadora", apunta. Y ahora, tras verse fuera de las 16 elegidas, acusa a un sector del vestuario y cita con muchos detalles una conversación con la preparadora.
"Ella me dijo que era la mejor pivote, pero alrededor de media docena de jugadoras se quejaron porque no querían que usara los vestuarios y las duchas antes y después de los entrenamientos y partidos", denuncia Mouncey. "La razón que dieron para no convocarme fue el estado físico, aunque la propia entrenadora me reconoció que diría eso para no contar el verdadero motivo. Yo he superado todas las pruebas físicas", defiende esta intrépida que, después de ser más fuerte que sus miedos e iniciar el tratamiento hormonal, también lo intentó sin éxito en el fútbol australiano de mujeres.
Pese a que la convivencia siempre le resultó complicada, en la cancha se veía segura de sus posibilidades. "En agosto hubo un torneo amistoso y acordé con la entrenadora no jugar porque nos preocupaba que otras selecciones pudieran protestar y complicar las cosas para el Mundial. Hasta ese punto formaba parte de sus planes", advierte Hannah Mouncey, que aclara que nunca ha tenido este tipo de problemas en su club, el Melbourne.
La federación australiana asegura que esto que ahora denuncia esta deportista transgénero nada tuvo que ver en la confección de la convocatoria para el Mundial. “Hay un comité de selección y puedo confirmar, como presidente de ese órgano, que este asunto de las duchas no formó parte de las discusiones”, señala Bronwyn Thompson, secretario general de la institución, que se remite a la confidencialidad de las reuniones para no dar detalles sobre los motivos que les llevaron a no incluirla en la lista. Aunque añade, eso sí, que el caso lo está analizando un tribunal del ente, también sin aportar más información.
“Yo mismo escribí a Hannah un correo cuando vi un tuit suyo tras hacerse pública la selección, pero no me respondió. También tenía derecho a apelar, y no lo hizo”, continúa Thompson. “No sabía que podía recurrir”, reconoce la jugadora. “¿Pero para qué? ¿Quién quiere formar parte de un equipo donde no te aceptan?”, se pregunta.
Hannah Mouncey, ahora de 30 años, admite que le costó mucho tiempo aceptar que era diferente. “Tenía miedo. Admiro mucho a los jóvenes que no les preocupa lo que la gente piensa de ellos”, se sincera. Ella no dio el gran paso hasta los 24. “Comencé el tratamiento hormonal cuando volví en 2015 del torneo preolímpico de Qatar. Y, honestamente, no debería haber ido, no me encontraba bien mentalmente”, relata.
Empezar la medicación le supuso dejar la competición durante 12 meses. En ese tiempo, sus niveles de testosterona debían ser inferiores a los 10 nanomoles por litro, según las normas del Comité Olímpico Internacional. Atrás quedaba para siempre su carrera en la selección masculina, con la que había disputado 22 encuentros. Debutó en 2012 contra Nueva Zelanda y vivió su culmen en la Copa del Mundo de 2013, en España. El equipo fue un desastre (perdió los cinco duelos con un saldo de -142 goles), pero la cita le sirvió, entonces todavía a él, para demostrarse que “podía jugar a ese nivel”. Tal vez, su mejor día lo vivió contra los Hispanos. “Recuerdo haber visto con 10 años a Sterbik en los Juegos de Sidney con Yugoslavia y ahí estaba en ese partido. No sé por qué, pero me tocó emparejarme mucho con el extremo Víctor Tomás. En una acción chocó contra mí y, en un receso, se me acercó y me dijo que estaba muy fuerte y que no lo intentaría de nuevo”.
Transcurrido ese año de parón y bajo tratamiento de estrógenos “de por vida”, pudo regresar a la competición, pero esta vez ya en la femenina y muy condicionada en su juego por la pérdida de testosterona. “Soy más lenta, menos resistente y menos fuerte de piernas”, afirma. Eso no le impidió estrenarse con el equipo nacional en diciembre en el campeonato clasificatorio para este Mundial. Y ni mucho menos desentonó: 23 tantos en seis partidos. Todos daban por hecha ahora su participación en el campeonato japonés, especialmente en un equipo tan débil. Pero la gesta ha quedado inacabada. Lo mismo le ocurrió con el fútbol australiano, donde lo intentó por mera diversión, y no le permitieron jugar a nivel nacional. “No daba la imagen que buscan. Las prefieren más pequeñas y más guapas”, concluye.
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