Imagen: El Periódico / Violeta La Burra |
La muerte del travesti nocturno Violeta la Burra casi pone fin a una era ruda pero genuina del mundo del espectáculo y entristece a su vecindario del Eixample.
Luis Troquel | El Periódico, 2020-01-31
https://www.elperiodico.com/es/ocio-y-cultura/20200131/muerte-biografia-violeta-la-burra-7830837
¿Existe la alta cultura 'trash'? Si es así, pocos como Violeta la Burra alzaron ese estandarte. O ese pendón, mejor habría que decir. No era exactamente un transformista, pues no emulaba a otros personajes, y ejercía solo de travesti con nocturnidad. Su nombre de carnet de identidad siempre fue Pedro Moreno Moreno. Al parecer, inicialmente le llamaban 'la Dulce' pero le gustaba decir tales animaladas en el escenario que un día se le quedó lo de 'Burra' a instancias de un espectador.
Su muerte en Sevilla el pasado 29 de enero ha vuelto a poner sobre ella el foco como hacía mucho no resplandecía. Pero, aun con 83 años, al caer la noche para Violeta seguía empezando la función: se maquillaba, se vestía de mujer y recorría bares y calles vendiendo rosas. Lanzando y recogiendo piropos de gente que en muchos casos nada sabía de su trayectoria artística. Algo que no parecía importarle lo más mínimo. Ni mucho menos molestarle. A fin de cuentas, en su mejor momento profesional lo dejó todo para cuidar a su madre cuando cayó enferma. Llevaba dos años en París, donde trabajó con Jean-Marie Rivière en el Paradis Latin y hasta tuvo su propio espectáculo en el Moulin Rouge.
Había nacido en 1936 en el pueblo sevillano de Herrera y muy joven cogió el tren y se instaló en Barcelona. Primero actuando en Los Claveles, en la calle de Escudellers. Entre otras muchas salas triunfó en el Barcelona de Noche e incluso fue la gran estrella en la reapertura del Teatre Arnau con una entonces pujante Loles León. En plena transición el propio Paco Umbral la glosaba y los retratos que le hizo Humberto Rivas hoy pueden verse en museos.
Lo suyo era infinitamente más atrevido que el punk entonces reinante y estaba en las antípodas de la corrección política de las actuales corrientes LGTBI. Tampoco era el mito a lo Flor de Otoño de hombre que oculta durante el día sus noches travestidas. A él le gustaba decir: "Violeta de arriba, Pedro de abajo".
Sus discos y casetes son tesoros bizarros. No le importaba mancharse con el trazo grueso y pocas rimas le gustaban tanto como las que pueden hacerse con las palabras “salchichón” y “maricón”. Entre canción y canción tenía desternillantes 'speaks' sobre las redadas de la policía, los meaderos de la plaza Catalunya, las palizas de los chulos y similares lindezas.
Con su dulce sonrisa se hacía querer allí donde iba. Tanto entre los compañeros de profesión como en el actual día a día. Vivía desde hacía mucho en Enric Granados con Còrsega y en cualquier sitio donde coincidieras se palpaba el cariño que cualquiera le tenía. Ayer el vecindario estaba consternado. En El Filete Ruso hasta habían colgado fuera una foto suya enmarcada. Enfrente, la estilista Carolina Allande explicaba como hace escasos días vino a verla. No le dijo nada de lo avanzado que estaba ya el cáncer que padecía, pero sí que quería que tuviesen una nueva foto juntas.
Su muerte en Sevilla el pasado 29 de enero ha vuelto a poner sobre ella el foco como hacía mucho no resplandecía. Pero, aun con 83 años, al caer la noche para Violeta seguía empezando la función: se maquillaba, se vestía de mujer y recorría bares y calles vendiendo rosas. Lanzando y recogiendo piropos de gente que en muchos casos nada sabía de su trayectoria artística. Algo que no parecía importarle lo más mínimo. Ni mucho menos molestarle. A fin de cuentas, en su mejor momento profesional lo dejó todo para cuidar a su madre cuando cayó enferma. Llevaba dos años en París, donde trabajó con Jean-Marie Rivière en el Paradis Latin y hasta tuvo su propio espectáculo en el Moulin Rouge.
Había nacido en 1936 en el pueblo sevillano de Herrera y muy joven cogió el tren y se instaló en Barcelona. Primero actuando en Los Claveles, en la calle de Escudellers. Entre otras muchas salas triunfó en el Barcelona de Noche e incluso fue la gran estrella en la reapertura del Teatre Arnau con una entonces pujante Loles León. En plena transición el propio Paco Umbral la glosaba y los retratos que le hizo Humberto Rivas hoy pueden verse en museos.
Lo suyo era infinitamente más atrevido que el punk entonces reinante y estaba en las antípodas de la corrección política de las actuales corrientes LGTBI. Tampoco era el mito a lo Flor de Otoño de hombre que oculta durante el día sus noches travestidas. A él le gustaba decir: "Violeta de arriba, Pedro de abajo".
Sus discos y casetes son tesoros bizarros. No le importaba mancharse con el trazo grueso y pocas rimas le gustaban tanto como las que pueden hacerse con las palabras “salchichón” y “maricón”. Entre canción y canción tenía desternillantes 'speaks' sobre las redadas de la policía, los meaderos de la plaza Catalunya, las palizas de los chulos y similares lindezas.
Con su dulce sonrisa se hacía querer allí donde iba. Tanto entre los compañeros de profesión como en el actual día a día. Vivía desde hacía mucho en Enric Granados con Còrsega y en cualquier sitio donde coincidieras se palpaba el cariño que cualquiera le tenía. Ayer el vecindario estaba consternado. En El Filete Ruso hasta habían colgado fuera una foto suya enmarcada. Enfrente, la estilista Carolina Allande explicaba como hace escasos días vino a verla. No le dijo nada de lo avanzado que estaba ya el cáncer que padecía, pero sí que quería que tuviesen una nueva foto juntas.
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