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Una nueva guerra cultural al servicio de la reacción.
Josefina Martínez | ctxt, 2020-01-17
https://ctxt.es/es/20200115/Firmas/30597/Josefina-Martinez-extrema-derecha-educacion-sexual-LGTBI-homofobia.htm
Las campañas antigénero de la extrema derecha encuentran un campo de batalla propicio en la educación pública, donde el “derecho parental” se erige como trinchera contra la diversidad sexual. El “pin parental” de Vox, adoptado por el Gobierno de Murcia para que los padres conservadores puedan impedir la asistencia de sus hijos a contenidos sobre diversidad afectivo-sexual en la escuela, es una nueva bandera en esta cruzada.
Según los investigadores eslovacos Roman Kuhar y Aleš Zobec “uno de los objetivos más importantes del movimiento antigénero en Europa son las escuelas públicas y el sistema educativo”. Grupos de “padres preocupados” se organizan para protestar contra la supuesta violación del derecho a educar a sus hijos de acuerdo con sus convicciones religiosas y filosóficas. Estas iniciativas tratan de limitar a los maestros para que no hablen en clase de temas como la diversidad sexual o las familias no tradicionales. Los ultras sostienen que la teoría de género se ha infiltrado en las aulas y que a los alumnos se les está “sexualizando” y adoctrinando con la ideología feminista y la propaganda de la homosexualidad.
Los grupos conservadores quieren establecer que el “derecho de los padres” sobre la educación de sus hijos se encuentra por encima de cualquier criterio social. Este argumento se basa en un sentido común que prioriza la protección de la intimidad familiar frente a lo que se vería como una intromisión del Estado. La trampa es mostrar como un movimiento defensivo –proteger a los menores– lo que es una ofensiva reaccionaria contra las mujeres, la comunidad LGTBI y los propios niños y jóvenes. La idea de que se trata de “nuestros hijos” busca dotar de legitimidad lo que es una política de discriminación.
El concepto de “ideología de género” fue una creación del Vaticano para demonizar las teorías feministas y ‘queer’. Se trata de un dispositivo retórico reaccionario con el objetivo de oponerse a la desnaturalización del orden sexual. También funciona como “un enemigo multipropósito” que unifica a corrientes religiosas, colectivos antiderechos y partidos de extrema derecha.
En Francia se vivió una intensa polémica en 2010, cuando el Collectif pour l'Enfant lanzó una petición online contra la proyección en las escuelas del corto ‘El beso de la luna’. La película de animación cuenta la historia de dos peces, Félix y Leon, que se gustan y terminan besándose. Los padres armaron tal escándalo que se retiró la película del plan educativo. En 2014, asociaciones de padres organizaron la jornada “Saca a tu hijo de la escuela” para protestar contra la enseñanza de la “teoría de género”.
En Croacia, activistas antigénero aseguran que la educación sexual incrementa los embarazos adolescentes y promueve la homosexualidad. En Polonia, hablan de preservar la vida privada y comparan la educación sexual en escuelas públicas con el totalitarismo estalinista. Las asociaciones conservadoras organizaron una manifestación en 2015 en ese país con el lema “Basta de depravación en la educación”.
Sara Garbagnoli ha investigado la acción de estos grupos en Italia, bajo el amparo del Vaticano y el peso de una tradición “familiarista”. Los militantes antigénero presentan a los menores de edad como víctimas de un “lobby LGTBI” con intereses egoístas y perversos. En la edición 2016 del “Día de la familia”, las asociaciones antigénero italianas agitaron eslóganes contra la “Gaystapo”.
En el relato de los afiebrados activistas antiderechos, las escuelas se han convertido en lugares donde la homosexualidad es tan aceptada como ir al recreo y donde los profesores proponen a sus alumnos “cambiar de sexo” cada día. Sin embargo, la realidad es muy distinta y en las aulas se mantienen fuertes prejuicios homófobos y tránsfobos.
Según información recogida por la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB) en el año 2018, casi un 60% de estudiantes han sido testigos de ciberacoso hacia integrantes del colectivo LGTBI. Este acoso incluye no solo a las personas LGTBI, sino a las que son percibidas como tales y aquellas que les apoyan. El Informe sobre homofobia, lesbofobia, bifobia y transfobia en las aulas de Aragón realizado en 2017 recoge que un 75% del alumnado LGTBI encuestado tiene miedo al rechazo. Chistes, insultos, golpes o aislamiento son algunas de las formas en que se expresa este ‘bullying’ LGTBfóbico. Esto lleva a que el 43% de quienes lo sufren haya pensado alguna vez en el suicidio, de acuerdo con el estudio Acoso escolar por homofobia y riesgo de suicidio de FELGTB y COGAM.
Restringir la educación sexual en las escuelas no es respetar el derecho de los padres a transmitir sus creencias religiosas; es negar a los niños y jóvenes el derecho a educarse y conocer su propia sexualidad. Si este criterio llegara a ser aceptado, un grupo de “padres preocupados” podría imponer mañana que no se enseñara, por ejemplo, contenidos históricos que no se correspondan con sus creencias filosóficas (desde la Revolución Francesa a la guerra civil española) o impedir que se dieran clases de biología o física a sus hijos, porque esas asignaturas contrarían las Sagradas Escrituras.
En su libro ‘Estados del agravio’, la filósofa Wendy Brown señala que el discurso liberal clásico se basa en la separación –como si se tratara de esferas totalmente autónomas– de la familia, la sociedad civil y el Estado. En esta trilogía, la familia heteropatriarcal aparece como el ámbito de lo “natural” prepolítico, la verdadera expresión del “mundo humano”. En ese espacio “natural”, las mujeres y los niños han estado tradicionalmente privados de derechos, y la sexualidad se ha considerado un asunto privado. El movimiento feminista de la Segunda Ola y los movimientos por la diversidad sexual del 68 politizaron la sexualidad, arrancando los velos que ocultaban lo que sucedía en la familia y en el matrimonio. Al establecer que “lo personal es político”, descubrieron las estructuras de dominación que coaccionan los géneros.
Más tarde, el neoliberalismo limó las aristas revolucionarias de los movimientos por la liberación sexual, dando forma a lo que el sociólogo Éric Fassin ha denominado una “sexualización de la política” en Occidente, junto a una fuerte mercantilización de la sexualidad, sin que hayan desaparecido la homofobia, el machismo y la represión sexual.
La extrema derecha concentra algunas de sus “batallas culturales” en las escuelas con la intención reaccionaria de volver a recluir la sexualidad en el ámbito privado de las familias “naturales”. Y una de las vías para hacerlo es intentar restaurar la “autoridad de los padres”, prohibiendo la educación sexual de los menores.
Ojalá una nueva generación se rebele contra toda tentativa oscurantista en el terreno de la sexualidad y las relaciones interpersonales. Incluso, si hace falta, contra la autoridad de sus propios padres, retomando el legado de Stonewall en las calles y en las aulas. Porque, como decía alguien en Twitter esta semana: “Las personas LGBTI caemos en cualquier familia, también en las casas de los fachas”.
Según los investigadores eslovacos Roman Kuhar y Aleš Zobec “uno de los objetivos más importantes del movimiento antigénero en Europa son las escuelas públicas y el sistema educativo”. Grupos de “padres preocupados” se organizan para protestar contra la supuesta violación del derecho a educar a sus hijos de acuerdo con sus convicciones religiosas y filosóficas. Estas iniciativas tratan de limitar a los maestros para que no hablen en clase de temas como la diversidad sexual o las familias no tradicionales. Los ultras sostienen que la teoría de género se ha infiltrado en las aulas y que a los alumnos se les está “sexualizando” y adoctrinando con la ideología feminista y la propaganda de la homosexualidad.
Los grupos conservadores quieren establecer que el “derecho de los padres” sobre la educación de sus hijos se encuentra por encima de cualquier criterio social. Este argumento se basa en un sentido común que prioriza la protección de la intimidad familiar frente a lo que se vería como una intromisión del Estado. La trampa es mostrar como un movimiento defensivo –proteger a los menores– lo que es una ofensiva reaccionaria contra las mujeres, la comunidad LGTBI y los propios niños y jóvenes. La idea de que se trata de “nuestros hijos” busca dotar de legitimidad lo que es una política de discriminación.
El concepto de “ideología de género” fue una creación del Vaticano para demonizar las teorías feministas y ‘queer’. Se trata de un dispositivo retórico reaccionario con el objetivo de oponerse a la desnaturalización del orden sexual. También funciona como “un enemigo multipropósito” que unifica a corrientes religiosas, colectivos antiderechos y partidos de extrema derecha.
En Francia se vivió una intensa polémica en 2010, cuando el Collectif pour l'Enfant lanzó una petición online contra la proyección en las escuelas del corto ‘El beso de la luna’. La película de animación cuenta la historia de dos peces, Félix y Leon, que se gustan y terminan besándose. Los padres armaron tal escándalo que se retiró la película del plan educativo. En 2014, asociaciones de padres organizaron la jornada “Saca a tu hijo de la escuela” para protestar contra la enseñanza de la “teoría de género”.
En Croacia, activistas antigénero aseguran que la educación sexual incrementa los embarazos adolescentes y promueve la homosexualidad. En Polonia, hablan de preservar la vida privada y comparan la educación sexual en escuelas públicas con el totalitarismo estalinista. Las asociaciones conservadoras organizaron una manifestación en 2015 en ese país con el lema “Basta de depravación en la educación”.
Sara Garbagnoli ha investigado la acción de estos grupos en Italia, bajo el amparo del Vaticano y el peso de una tradición “familiarista”. Los militantes antigénero presentan a los menores de edad como víctimas de un “lobby LGTBI” con intereses egoístas y perversos. En la edición 2016 del “Día de la familia”, las asociaciones antigénero italianas agitaron eslóganes contra la “Gaystapo”.
En el relato de los afiebrados activistas antiderechos, las escuelas se han convertido en lugares donde la homosexualidad es tan aceptada como ir al recreo y donde los profesores proponen a sus alumnos “cambiar de sexo” cada día. Sin embargo, la realidad es muy distinta y en las aulas se mantienen fuertes prejuicios homófobos y tránsfobos.
Según información recogida por la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB) en el año 2018, casi un 60% de estudiantes han sido testigos de ciberacoso hacia integrantes del colectivo LGTBI. Este acoso incluye no solo a las personas LGTBI, sino a las que son percibidas como tales y aquellas que les apoyan. El Informe sobre homofobia, lesbofobia, bifobia y transfobia en las aulas de Aragón realizado en 2017 recoge que un 75% del alumnado LGTBI encuestado tiene miedo al rechazo. Chistes, insultos, golpes o aislamiento son algunas de las formas en que se expresa este ‘bullying’ LGTBfóbico. Esto lleva a que el 43% de quienes lo sufren haya pensado alguna vez en el suicidio, de acuerdo con el estudio Acoso escolar por homofobia y riesgo de suicidio de FELGTB y COGAM.
Restringir la educación sexual en las escuelas no es respetar el derecho de los padres a transmitir sus creencias religiosas; es negar a los niños y jóvenes el derecho a educarse y conocer su propia sexualidad. Si este criterio llegara a ser aceptado, un grupo de “padres preocupados” podría imponer mañana que no se enseñara, por ejemplo, contenidos históricos que no se correspondan con sus creencias filosóficas (desde la Revolución Francesa a la guerra civil española) o impedir que se dieran clases de biología o física a sus hijos, porque esas asignaturas contrarían las Sagradas Escrituras.
En su libro ‘Estados del agravio’, la filósofa Wendy Brown señala que el discurso liberal clásico se basa en la separación –como si se tratara de esferas totalmente autónomas– de la familia, la sociedad civil y el Estado. En esta trilogía, la familia heteropatriarcal aparece como el ámbito de lo “natural” prepolítico, la verdadera expresión del “mundo humano”. En ese espacio “natural”, las mujeres y los niños han estado tradicionalmente privados de derechos, y la sexualidad se ha considerado un asunto privado. El movimiento feminista de la Segunda Ola y los movimientos por la diversidad sexual del 68 politizaron la sexualidad, arrancando los velos que ocultaban lo que sucedía en la familia y en el matrimonio. Al establecer que “lo personal es político”, descubrieron las estructuras de dominación que coaccionan los géneros.
Más tarde, el neoliberalismo limó las aristas revolucionarias de los movimientos por la liberación sexual, dando forma a lo que el sociólogo Éric Fassin ha denominado una “sexualización de la política” en Occidente, junto a una fuerte mercantilización de la sexualidad, sin que hayan desaparecido la homofobia, el machismo y la represión sexual.
La extrema derecha concentra algunas de sus “batallas culturales” en las escuelas con la intención reaccionaria de volver a recluir la sexualidad en el ámbito privado de las familias “naturales”. Y una de las vías para hacerlo es intentar restaurar la “autoridad de los padres”, prohibiendo la educación sexual de los menores.
Ojalá una nueva generación se rebele contra toda tentativa oscurantista en el terreno de la sexualidad y las relaciones interpersonales. Incluso, si hace falta, contra la autoridad de sus propios padres, retomando el legado de Stonewall en las calles y en las aulas. Porque, como decía alguien en Twitter esta semana: “Las personas LGBTI caemos en cualquier familia, también en las casas de los fachas”.
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