Imagen: El Mundo / carmen Romero coge en brazos a Pepe Espaliú, 'Carrying' (1992) |
Hizo de su cuerpo enfermo una 'Piedad' ambulante, combatiendo así el estigma social del sida. Esa acción es el emblema de un creador valiente, de un místico que buscó el cielo en la tierra.
Alberto Conejero | El Mundo, 2020-01-08
https://www.elmundo.es/cultura/laesferadepapel/2020/01/08/5e0de25cfdddfffbbf8b45d4.html
Los pies descalzos no debían tocar la tierra en ningún momento. El cuerpo vulnerable del creador, enfermo de sida (estigmatizado entonces por la mayoría), era transportado de un punto a otro de la ciudad -primero en San Sebastián, luego en Madrid-, pasando de los brazos de una pareja a los brazos de otra. Como en el verso de Antígona, aquella criatura ya no pertenecía ni "al reino de los vivos ni al de los muertos". Él dijo que los enfermos estaban obligados a "seguir en el mundo sin tocar el mundo, seguir caminando sin tocar la tierra". Eran los años de plomo del sida, aquellos en los que la ignorancia y el odio inmisericorde avivaban el sufrimiento de los enfermos, obligados a morir en las sombras. La ‘performance’ ‘Carrying’ (1992) de Pepe Espaliú (nombre artístico de José González Espaliú -Córdoba, 26 de octubre de 1955-) rescataba el cuerpo ocultado, lo situaba en el centro de la polis, convertida en el escenario de una pasión, en su sentido etimológico y trascendente; porque aquello tuvo el perfil de una ‘Piedad’ ambulante, detonando el asombro de encontrarse en plena calle con la escultura nómada y viva de un ‘eccehomo’. Hombres y mujeres portando, cuidando, sobrellevando -todo lo que admite el gerundio inglés que le da título- un cuerpo apestado para otras personas.
El impacto inmarcesible de aquella acción, vinculada a la danza del High Risk Group, de Anna Halprin, de Tracy Rhoades o a las actividades del ‘Act-Up’, ilumina tanto como eclipsa la comprensión de su obra. Ya fuera en ‘performance’, en escultura, en lienzo o en verso, el universo de Espaliú estuvo dotado siempre de una decidida teatralidad. Tras pasar por la escuela de Bellas Artes de Sevilla, se instala en Barcelona a principios de los 70. La ciudad condal era entonces una fiebre compartida, un vivero del arte conceptual, un ansia de modernidad. Allí el cordobés encuentra la fragua perfecta para el metal candente de sus obsesiones. Lacan, Barthes y Genet espolean su imaginación. Ahora bien, sus grandes maestros fueron los místicos, especialmente san Juan de la Cruz y Rumí, de los que aprendió que la vida era un desprenderse, un abandono de toda autoridad para poder "renacer en el Amor".
La obra de Espaliú -desplegada en un frenesí de apenas siete años, entre 1986 y 1993- orbita en la misma constelación que las de Louise Bourgeois, Joan Brossa, Gina Pane, Joan Ponç o Robert Mapplethorpe. La configuran jaulas que no llegan a cerrarse nunca, carruajes y palanquines oxidados, caparazones, máscaras de cuero, muletas de hierro, toda esa materia indócil que estuvo cerca del cuerpo aún vivo y que da testimonio ahora de sus pasiones. Oficios tradicionales como la guarnicionería o la ferretería se ponen al servicio de sus obsesiones y fantasmas: la ausencia de lo amado, la persecución, el recuerdo de la madre (fallecida cuando él tenía 13 años), el deseo sin brida (fetichismo o sadomasoquismo). Entiende que no hay luz trascendente que no provenga de la oscuridad o que se dirija a ella, asume que el cuerpo es un don frágil y transitorio; de ahí su anhelo de absoluto, su voluntad de transcendencia.
Espaliú no deja de trabajar pese al avance de la enfermedad. Más allá de ‘Carrying’, entrega nuevas acciones memorables, como ‘El nido’, grabada en Holanda en 1993, año de su muerte. Desde una plataforma encaramada a un árbol, a modo de nido gigante, el artista va despojándose de la ropa hasta quedar desnudo.
Regresó a su Córdoba natal para morir. Espaliú entregó el cuerpo el 2 de noviembre de 1993. Pocos artistas lograron una síntesis tan perfecta entre lo poético y lo político, sin caer nunca en lo panfletario. En su obra no hay derrota, sino asunción, el silencio estruendoso de un cuerpo que buscaba alegría, dignidad y consuelo.
Nadie escribió mejor sobre Pepe Espaliú que el propio Espaliú. El 1 de diciembre de 1992 publicó ‘Retrato del artista desahuciado’, emblema de su honestidad y de su valentía. En sus párrafos denuncia la persecución y exclusión que sufrió como homosexual, y anuncia que está gravemente enfermo de sida. Su lectura, en estos tiempos reaccionarios, es escalofriante, pero, ante todo, el artículo es un grito de vida. Así concluye: "El sida me ha forzado de forma radical a un estar ahí. Me ha precipitado en su ser como pura emergencia. Agradezco al sida esta vuelta impensada a la superficie, ubicándome por primera vez en una acción en términos de Realidad. Quizás esta vez, y me es indiferente si se trata de la última, mi hacer como artista tiene un sentido pleno, una absoluta unión con un límite existencial que siempre rondé sin conocerlo del todo, bailando con él sin nunca llegar a abrazarlo. Hoy sé cuál es la verdadera dimensión de ese límite. Hoy he dejado de imaginarlo. Hoy yo soy ese límite."
El impacto inmarcesible de aquella acción, vinculada a la danza del High Risk Group, de Anna Halprin, de Tracy Rhoades o a las actividades del ‘Act-Up’, ilumina tanto como eclipsa la comprensión de su obra. Ya fuera en ‘performance’, en escultura, en lienzo o en verso, el universo de Espaliú estuvo dotado siempre de una decidida teatralidad. Tras pasar por la escuela de Bellas Artes de Sevilla, se instala en Barcelona a principios de los 70. La ciudad condal era entonces una fiebre compartida, un vivero del arte conceptual, un ansia de modernidad. Allí el cordobés encuentra la fragua perfecta para el metal candente de sus obsesiones. Lacan, Barthes y Genet espolean su imaginación. Ahora bien, sus grandes maestros fueron los místicos, especialmente san Juan de la Cruz y Rumí, de los que aprendió que la vida era un desprenderse, un abandono de toda autoridad para poder "renacer en el Amor".
La obra de Espaliú -desplegada en un frenesí de apenas siete años, entre 1986 y 1993- orbita en la misma constelación que las de Louise Bourgeois, Joan Brossa, Gina Pane, Joan Ponç o Robert Mapplethorpe. La configuran jaulas que no llegan a cerrarse nunca, carruajes y palanquines oxidados, caparazones, máscaras de cuero, muletas de hierro, toda esa materia indócil que estuvo cerca del cuerpo aún vivo y que da testimonio ahora de sus pasiones. Oficios tradicionales como la guarnicionería o la ferretería se ponen al servicio de sus obsesiones y fantasmas: la ausencia de lo amado, la persecución, el recuerdo de la madre (fallecida cuando él tenía 13 años), el deseo sin brida (fetichismo o sadomasoquismo). Entiende que no hay luz trascendente que no provenga de la oscuridad o que se dirija a ella, asume que el cuerpo es un don frágil y transitorio; de ahí su anhelo de absoluto, su voluntad de transcendencia.
Espaliú no deja de trabajar pese al avance de la enfermedad. Más allá de ‘Carrying’, entrega nuevas acciones memorables, como ‘El nido’, grabada en Holanda en 1993, año de su muerte. Desde una plataforma encaramada a un árbol, a modo de nido gigante, el artista va despojándose de la ropa hasta quedar desnudo.
Regresó a su Córdoba natal para morir. Espaliú entregó el cuerpo el 2 de noviembre de 1993. Pocos artistas lograron una síntesis tan perfecta entre lo poético y lo político, sin caer nunca en lo panfletario. En su obra no hay derrota, sino asunción, el silencio estruendoso de un cuerpo que buscaba alegría, dignidad y consuelo.
Nadie escribió mejor sobre Pepe Espaliú que el propio Espaliú. El 1 de diciembre de 1992 publicó ‘Retrato del artista desahuciado’, emblema de su honestidad y de su valentía. En sus párrafos denuncia la persecución y exclusión que sufrió como homosexual, y anuncia que está gravemente enfermo de sida. Su lectura, en estos tiempos reaccionarios, es escalofriante, pero, ante todo, el artículo es un grito de vida. Así concluye: "El sida me ha forzado de forma radical a un estar ahí. Me ha precipitado en su ser como pura emergencia. Agradezco al sida esta vuelta impensada a la superficie, ubicándome por primera vez en una acción en términos de Realidad. Quizás esta vez, y me es indiferente si se trata de la última, mi hacer como artista tiene un sentido pleno, una absoluta unión con un límite existencial que siempre rondé sin conocerlo del todo, bailando con él sin nunca llegar a abrazarlo. Hoy sé cuál es la verdadera dimensión de ese límite. Hoy he dejado de imaginarlo. Hoy yo soy ese límite."
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