Imagen: Diagonal / Kim Hak Sun |
Tras años de silencio y negación, Japón admite su responsabilidad en la utilización forzada de miles de mujeres asiáticas en burdeles al servicio de sus soldados.
Héctor Tomé Mosquera | Diagonal, 2016-01-04
https://www.diagonalperiodico.net/global/28885-japon-y-sus-disculpas-por-esclavas-sexuales-coreanas.html
El pasado lunes 28 de diciembre se reunían en Seul los ministros de Exteriores japonés y surcoreano para cerrar, parece que definitivamente, uno de los muchos puntos de fricción en las relaciones entre los dos Estados: el esclavismo sexual durante el imperialismo nipón.
Las conocidas popularmente como mujeres de confort, eufemismo empleado para referirse a la trata de muchachas entre los militares japoneses en la II Guerra Mundial, han sido una clásica polémica entre Japón y sus vecinos asiáticos, especialmente durante las últimas décadas, a partir de que muchas supervivientes comenzaran a organizarse y sacar a la luz sus historias. El Gobierno japonés ofrece una suma de mil millones de yenes (unos siete millones y medio de euros) a un fondo de compensación gestionado por el Gobierno de Corea.
Se estima que fueron 200.000 las mujeres empleadas en burdeles al servicio de los soldados japoneses, pero jamás conoceremos el alcance total, pues a lo largo de los años estos hechos se han venido instrumentalizado y manipulando, borrando datos y falseando documentos con el objetivo de emplear la tragedia ajena como arma arrojadiza en el debate político.
Sin ir más lejos, la primera vez que Japón aceptó pagar una compensación económica a sus vecinos surcoreanos (con Corea del Norte jamás se ha tratado el tema, como podemos imaginar) fue con el Tratado de Relaciones Básicas en 1965, mediante el cual los dos países reestablecían relaciones tras las recientes guerras. El dictador coreano de por aquel entonces (y padre de la actual primera ministra) Park Chung-Hee recibió 800 millones de dólares en préstamos de bajo interés que debían ser repartidos entre las afectadas, pero la mayor parte del dinero se empleó para impulsar el crecimiento económico e industrial. Primer intento, auspiciado, por supuesto, por el tutor de ambas naciones, los EE UU.
No fue hasta la publicación de la investigación de la periodista Kakou Senda en los 70 y el film realizado al respecto por la productora Toei que el tema salió a debate entre la población japonesa. Y ya desde el minuto uno las voces críticas se alzaron rabiosas entre los nacionalistas y la mayor parte de los políticos, que en su mayoría denostaban lo que Kakou mostraba en sus escritos.
Tuvo que llegar la década de los 90, cuando las propias víctimas empezaron a relatar públicamente su experiencia en los prostíbulos militares, para que los crímenes de las mujeres de confort alcanzaran al gran público. Ya eran ancianas por aquel entonces pero el valor de la pionera Kim Hak-Sun (que murió en 1997 cuando su caso estaba siendo llevado a tribunales) impulsó a muchas otras a reunirse, a modo de las Madres de la Plaza de Mayo y, desde el 8 de enero del 92, llevar a cabo protestas semanales frente a la embajada japonesa, llegando a eregir una estatua en memoria a las esclavizadas, la cual, aún hasta pasado lunes, los políticos japoneses vienen pidiendo su retirada.
Los gobernantes nipones, espoleados por el escarnio público, iniciaron una serie de medidas por aquella época para acallar el descontento, como la Declaración de Kono, redactada por el primer presidente socialista de su historia, Tomiichi Murayama, o la creación de la Fundación de las Mujeres Asiáticas, destinada a compensar económicamente a aquellas que fueron forzadas a prostituirse. Sin embargo, la no oficialidad de la primera y el hecho de que la segunda se financiara con donaciones privadas no contentaron ni al Gobierno coreano ni a las afectadas.
Es más, el negacionismo se acrecentó a medida que el debate ganaba espacio en los medios. La propia Declaración de Kono fue objeto de discusión en el seno del actual Gobierno, dirigido por el conservador Shinzo Abe, quien es bien conocido por su punto de vista revisionista, al formar parte de la organización Nippon Kaigi que niega que las mujeres de confort fueran reclutadas por la fuerza. No sólo eso, sino que además, Abe está detrás de una acusación de censura al canal público NHK cuando éste intentó emitir un programa sobre el tema.
Dentro de su partido –el PLD– que ha estado gobernando más de 50 años tras la posguerra, hay más voces que defienden que las mujeres de confort fueron prostitutas por elección y no raptadas, incluso que su papel era necesario para que los soldados japoneses pudieran “descansar” y “mantenerse a raya”. En 2007, la Fundación de Mujeres Asiáticas cerraba sus puertas habiendo ofrecido una suma irrisoria a una pequeña parte de las afectadas, al mismo tiempo que una comisión gubernamental de la que Abe era cabecilla determinaba que no había indicios de que el rapto de muchachas para la prostitución fuera un hecho sistemático ni impulsado desde el gobierno del Imperio Japonés.
¿Qué ha cambiado de repente para que el país del sol naciente se retracte y ofrezca una compensación oficial tras tantos años ignorando los hechos y despreciando a sus víctimas? ¿Por qué el canciller Fumiko Kishida no ha dudado en multiplicar la cifra inicial de sólo 100 millones ante las demandas de Seul? ¿Y por qué las beneficiarias del perdón institucional serán sólo las 46 supervivientes coreanas y nadie habla de qué sucederá con las procedentes de Taiwan, Filipinas o la propia China, cuya última mujer de confort conocida, Zhang Xiantu, murió el mes pasado sin que sus denuncias hubieran llegado nunca a ningún lado?
La respuesta debemos buscarla en la estrategia geopolítica y el complicado juego de poderes que se ha establecido en los últimos años en el tablero del Pacífico asiático. Las tensiones de Japón con sus rivales China y Corea del Norte no han hecho más que aumentar en los últimos años y concretamente este 2015 ha sido punto culminante, con la reinterpretación a la Constitución que el gabinete de Shinzo Abe ha realizado, permitiendo a Japón rearmarse y abriendo la posibilidad de actuar militarmente fuera de sus fronteras por primera vez desde la II Guerra Mundial.
En este contexto, la necesidad de reforzar las alianzas del bloque pro-EE UU en la zona, que incluye a Corea del Sur y Japón, era imprescindible. Obviamente, el ministro de Exteriores, John Kerry, ha sido el primero en felicitar al ejecutivo nipón por su movimiento, seguido por el líder coreano de la ONU, Ban Ki-Moon. Las disputas territoriales entre Japón y Rusia por las islas Kuriles y Sajalín, y con China por las Senkakku (donde los japoneses tienen pensado desplegar un nuevo dispositivo militar aprovechando las incrementadas partidas del Ministerio de Defensa) son un baremo de las relaciones internacionales entre estos gigantes económicos en una zona de conflicto frío, pero interminable.
Washington, consciente de la importancia simbólica y política, siempre ha contado con la alianza económica y estratégica de sus antiguas colonias asiáticas, donde mantiene numerosas bases militares. Es curioso que Obama, el cual durante años ha venido presionando a Japón para que zanjara el tema de las esclavas sexuales, no se haya dignado aún (ni él, ni ningún otro presidente) a pasar por el memorial de la paz de Hiroshima, ni siquiera en el 70 aniversario del fin de la II Guerra Mundial. Ni por supuesto, se ha planteado pedir perdón por los crímenes de guerra cometidos en suelo asiático por su ejército, ni por las bombas atómicas, ni por las miles de violaciones registradas en Okinawa por parte de sus soldados.
De hecho, lo que sí está haciendo EEUU es promover la creación una nueva base en las islas sureñas del archipiélago japonés, en Futenma, donde el gobernador provincial se ha negado a dar apoyo y los lugareños llevan más de 500 días de sentadas y protestas por la presencia militar yanki. Lo cual nos lleva a otra cuestión: ¿cuándo comenzarán a pedir perdón por sus crímenes las potencias capitalistas occidentales?
Las conocidas popularmente como mujeres de confort, eufemismo empleado para referirse a la trata de muchachas entre los militares japoneses en la II Guerra Mundial, han sido una clásica polémica entre Japón y sus vecinos asiáticos, especialmente durante las últimas décadas, a partir de que muchas supervivientes comenzaran a organizarse y sacar a la luz sus historias. El Gobierno japonés ofrece una suma de mil millones de yenes (unos siete millones y medio de euros) a un fondo de compensación gestionado por el Gobierno de Corea.
Se estima que fueron 200.000 las mujeres empleadas en burdeles al servicio de los soldados japoneses, pero jamás conoceremos el alcance total, pues a lo largo de los años estos hechos se han venido instrumentalizado y manipulando, borrando datos y falseando documentos con el objetivo de emplear la tragedia ajena como arma arrojadiza en el debate político.
Sin ir más lejos, la primera vez que Japón aceptó pagar una compensación económica a sus vecinos surcoreanos (con Corea del Norte jamás se ha tratado el tema, como podemos imaginar) fue con el Tratado de Relaciones Básicas en 1965, mediante el cual los dos países reestablecían relaciones tras las recientes guerras. El dictador coreano de por aquel entonces (y padre de la actual primera ministra) Park Chung-Hee recibió 800 millones de dólares en préstamos de bajo interés que debían ser repartidos entre las afectadas, pero la mayor parte del dinero se empleó para impulsar el crecimiento económico e industrial. Primer intento, auspiciado, por supuesto, por el tutor de ambas naciones, los EE UU.
No fue hasta la publicación de la investigación de la periodista Kakou Senda en los 70 y el film realizado al respecto por la productora Toei que el tema salió a debate entre la población japonesa. Y ya desde el minuto uno las voces críticas se alzaron rabiosas entre los nacionalistas y la mayor parte de los políticos, que en su mayoría denostaban lo que Kakou mostraba en sus escritos.
Tuvo que llegar la década de los 90, cuando las propias víctimas empezaron a relatar públicamente su experiencia en los prostíbulos militares, para que los crímenes de las mujeres de confort alcanzaran al gran público. Ya eran ancianas por aquel entonces pero el valor de la pionera Kim Hak-Sun (que murió en 1997 cuando su caso estaba siendo llevado a tribunales) impulsó a muchas otras a reunirse, a modo de las Madres de la Plaza de Mayo y, desde el 8 de enero del 92, llevar a cabo protestas semanales frente a la embajada japonesa, llegando a eregir una estatua en memoria a las esclavizadas, la cual, aún hasta pasado lunes, los políticos japoneses vienen pidiendo su retirada.
Los gobernantes nipones, espoleados por el escarnio público, iniciaron una serie de medidas por aquella época para acallar el descontento, como la Declaración de Kono, redactada por el primer presidente socialista de su historia, Tomiichi Murayama, o la creación de la Fundación de las Mujeres Asiáticas, destinada a compensar económicamente a aquellas que fueron forzadas a prostituirse. Sin embargo, la no oficialidad de la primera y el hecho de que la segunda se financiara con donaciones privadas no contentaron ni al Gobierno coreano ni a las afectadas.
Es más, el negacionismo se acrecentó a medida que el debate ganaba espacio en los medios. La propia Declaración de Kono fue objeto de discusión en el seno del actual Gobierno, dirigido por el conservador Shinzo Abe, quien es bien conocido por su punto de vista revisionista, al formar parte de la organización Nippon Kaigi que niega que las mujeres de confort fueran reclutadas por la fuerza. No sólo eso, sino que además, Abe está detrás de una acusación de censura al canal público NHK cuando éste intentó emitir un programa sobre el tema.
Dentro de su partido –el PLD– que ha estado gobernando más de 50 años tras la posguerra, hay más voces que defienden que las mujeres de confort fueron prostitutas por elección y no raptadas, incluso que su papel era necesario para que los soldados japoneses pudieran “descansar” y “mantenerse a raya”. En 2007, la Fundación de Mujeres Asiáticas cerraba sus puertas habiendo ofrecido una suma irrisoria a una pequeña parte de las afectadas, al mismo tiempo que una comisión gubernamental de la que Abe era cabecilla determinaba que no había indicios de que el rapto de muchachas para la prostitución fuera un hecho sistemático ni impulsado desde el gobierno del Imperio Japonés.
¿Qué ha cambiado de repente para que el país del sol naciente se retracte y ofrezca una compensación oficial tras tantos años ignorando los hechos y despreciando a sus víctimas? ¿Por qué el canciller Fumiko Kishida no ha dudado en multiplicar la cifra inicial de sólo 100 millones ante las demandas de Seul? ¿Y por qué las beneficiarias del perdón institucional serán sólo las 46 supervivientes coreanas y nadie habla de qué sucederá con las procedentes de Taiwan, Filipinas o la propia China, cuya última mujer de confort conocida, Zhang Xiantu, murió el mes pasado sin que sus denuncias hubieran llegado nunca a ningún lado?
La respuesta debemos buscarla en la estrategia geopolítica y el complicado juego de poderes que se ha establecido en los últimos años en el tablero del Pacífico asiático. Las tensiones de Japón con sus rivales China y Corea del Norte no han hecho más que aumentar en los últimos años y concretamente este 2015 ha sido punto culminante, con la reinterpretación a la Constitución que el gabinete de Shinzo Abe ha realizado, permitiendo a Japón rearmarse y abriendo la posibilidad de actuar militarmente fuera de sus fronteras por primera vez desde la II Guerra Mundial.
En este contexto, la necesidad de reforzar las alianzas del bloque pro-EE UU en la zona, que incluye a Corea del Sur y Japón, era imprescindible. Obviamente, el ministro de Exteriores, John Kerry, ha sido el primero en felicitar al ejecutivo nipón por su movimiento, seguido por el líder coreano de la ONU, Ban Ki-Moon. Las disputas territoriales entre Japón y Rusia por las islas Kuriles y Sajalín, y con China por las Senkakku (donde los japoneses tienen pensado desplegar un nuevo dispositivo militar aprovechando las incrementadas partidas del Ministerio de Defensa) son un baremo de las relaciones internacionales entre estos gigantes económicos en una zona de conflicto frío, pero interminable.
Washington, consciente de la importancia simbólica y política, siempre ha contado con la alianza económica y estratégica de sus antiguas colonias asiáticas, donde mantiene numerosas bases militares. Es curioso que Obama, el cual durante años ha venido presionando a Japón para que zanjara el tema de las esclavas sexuales, no se haya dignado aún (ni él, ni ningún otro presidente) a pasar por el memorial de la paz de Hiroshima, ni siquiera en el 70 aniversario del fin de la II Guerra Mundial. Ni por supuesto, se ha planteado pedir perdón por los crímenes de guerra cometidos en suelo asiático por su ejército, ni por las bombas atómicas, ni por las miles de violaciones registradas en Okinawa por parte de sus soldados.
De hecho, lo que sí está haciendo EEUU es promover la creación una nueva base en las islas sureñas del archipiélago japonés, en Futenma, donde el gobernador provincial se ha negado a dar apoyo y los lugareños llevan más de 500 días de sentadas y protestas por la presencia militar yanki. Lo cual nos lleva a otra cuestión: ¿cuándo comenzarán a pedir perdón por sus crímenes las potencias capitalistas occidentales?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.