miércoles, 19 de octubre de 2016

#hemeroteca #divine | El niño acosado que se convirtió en la mujer más inmunda del mundo

El niño acosado que se convirtió en la mujer más inmunda del mundo.
Harris Glenn Milstead hoy habría cumplido 71 años. Divine, la fuerza de la naturaleza en la que se transformó, es inmortal.
Eva Güimil | Vanity Fair, 2016-10-19
http://www.revistavanityfair.es/actualidad/cine/articulos/divine-harris-glenn-milstead-john-waters-cosa-de-hembras-pink-flamingos/22980

“A la gente le gusta el sexo. A la gente le gusta reírse de cosas sucias y que les sorprendan y ese es mi trabajo, salir ahí afuera y sorprenderles” y vaya si les sorprendía. Quien así hablaba era Harris Glenn Milstead, un chico tímido y desubicado de Baltimore al que el mundo conoció como Divine. Probablemente la más perturbadora fuerza de la naturaleza que jamás haya pisado un escenario.

Que en el mismo tiempo y lugar, una calle de barrio residencial del Baltimore de finales de los 60, coincidieran dos personalidades tan extremas y complementarias como las de John Waters, el director que patentó la indecencia como género cinematográfico, y Milstead, el niño raro que soñaba con ser una estrella de cine, fue una verdadera conjunción cósmica que ninguno de los dos desaprovechó.

Ambos compartían las mismas obsesiones: el cine, las divas, el ‘camp’, la droga (en cualquiera de sus variopintas formas) y, sobre todo, el entusiasmo. Un entusiasmo que les llevó a grabar en condiciones precarias pequeños cortometrajes protagonizados por Glenn. En el primero, ‘Roman Candles’, surgió por casualidad el nombre con el que Milstead conquistaría el mundo: Divine. Waters lo sugirió y Glenn dio su aprobación, sin prestar excesiva atención, como un mero trámite para seguir haciendo lo que más le gustaba: actuar. Como a lo largo de toda su carrera aceptaría cualquier propuesta de John por depravada o perturbada que pareciese.

Y aunque las pequeñas diversiones domésticas de John y Divine no pretendían ser más que una diversión privada acabaron cruzando el país y epatando a la comunidad más moderna del mundo en los años 60: San Francisco.

El Nocturnal Dream Show, epicentro de la contracultura y tubo de ensayo de la comunidad ‘queer’, vio antes que nadie el potencial que la pareja artística podía desarrollar y cursó una invitación inmediata para conocer a los autores de la primera película que recreaba el asesinato de John Kennedy. Cinco años después del magnicidio que reventó las costuras del país americano, un calvo obeso de Maryland se enfundaba en tela rosa y trepaba por el asiento trasero de lo que pretendía ser un Lincoln del 61, dispuesto a demostrar al mundo que no había ningún icono que no se pudiese desacralizar.

Glenn se subió a un avión rumbo a la costa oeste siendo un actor ‘amateur’ de cintas gamberras y aterrizó en San Francisco convertido en lo que el mundo conocería como Divine. Durante el viaje no sólo se desprendió de todo rastro emocional del muchacho rubicundo al que golpeaban en el colegio, también de la mitad de su cabellera y de sus cejas. Van Smith, el estilista que definió su imagen con prietísimos y coloristas vestidos brillantes, necesitaba más espacio para acumular maquillaje del que ninguna cara humana ofrecía y el cabello estorbaba para trazar esos rasgos a medio camino entre Jane Mansfield y un payaso aterrador.

Cuando el avión aterrizó los fans aullaban su nombre y Divine supo que lo había conseguido, ya era una estrella.

Y podría haberse quedado allí para siempre, pero en 1972 Waters reclamó su presencia en Baltimore para grabar la que sería conocida como la película más repugnante de la historia del cine: 'Pink Flamingos'.

En su afán por convertirse en “la mujer más inmunda del mundo", Babs Johnson desarrolla una espiral de canibalismo, onanismo, violaciones y violencia extrema. ‘Pink Flamingos’ llevaba al espectador a un lugar dónde el espectador no tenía claro que quisiese estar. Y cuando creía que no podía escandalizarse más, Divine se arrodillaba en una acera polvorienta e ingería una hez canina. Así, sin trampa ni cartón. Qué mejor colofón, pensó Waters. Y qué mejor manera de demostrarse a sí mismo que su musa y creación estaría dispuesta a cualquier cosa por él.

El entusiasmo interpretativo de Divine reduce a una mera parodia las transformaciones físicas y los esfuerzos interpretativos de la mayoría de los actores contemporáneos.

La secuencia convirtió a ‘Pink Flamingos’ en la película de la que todo el mundo hablaba y la mantuvo en cartel durante cinco años, pero condenó a Divine a ser durante toda su vida “la mujer que se comió una caca de perro”. Algo que chocaba con sus planes de convertirse en un actor de carácter al margen de las producciones de Waters.

Tras ‘Pink flamingos’ llegó la Dawn Davenport de ‘Cosa de hembras’, su mejor papel y el que le permitió demostrar un dinamismo insólito para un tipo de 140 kilos cuya dieta consistía en marihuana y Donuts. Y también mostró un nuevo registro de Divine, el masculino. En ‘Cosa de hembras’ Divine es Dawn, pero también Earl Peterson, el hombre que la violaba la mañana de Navidad. Y la secuencia en la que interpreta ambos papeles se merece un lugar en un hipotético Hall of Fame de los momentos cinematográficos que no te puedes quitar de la cabeza.

Divine era ya tan inclasificable como imprescindible. Estrella absoluta del trash, deidad de la escena neoyorkina y celebridad codiciada en todos los eventos. Warhol la reclamó en la Factory y en la inauguración de Studio54 se la recibió como a una diva. Elton John, Jagger, Warren Beatty, Diane Keaton…todos acudían a sus shows en Nueva York.

Divine acumulaba películas cada vez más exitosas, shows teatrales, giras por Europa en las que, de la mano del productor musical Bobby Orlando, se adelantaba al techno como en los 60 se había adelantado al punk y entrevistas irreverentes en las que no dudaba en mostrar su aversión por Boy George o Raquel Welch afirmando que odiaba las medias tintas y la cirugía estética. Era un adicto al trabajo que seguía conservando un anhelo adolescente: ser una verdadera estrella de cine.

Y es algo que sintió haber conseguido en 1988 cuando se bajó de una limusina con un smoking impecable y del brazo de su madre vio su nombre en las marquesinas del cine en el se estrenaba ‘Hairspray’, su último gran éxito.

Al pequeño Glenn de Baltimore sólo le faltaba ya uno de sus sueños por cumplir, convertirse en un actor de carácter al margen de la ‘troupe’ de Waters. Y eso también iba a llegar. ‘Matrimonio con hijos’, una de las series de más éxito de la televisión americana de entonces, le había diseñado un personaje a su medida, el tío Otto. Tres días antes de la grabación de su primer capítulo fallecía a causa de una miocardiopatía. Tenía 42 años.

Los productores de la serie enviaron flores y una nota: “Si no querías hacer el show, podrías haberlo dicho antes”. No conocían al pequeño Glenn. Él nunca decía no a un papel.

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