Imagen: El País / Ilustración de Fernando Vicente |
La forma de abordar la creciente tendencia política y social a diferenciar masculino y femenino y prescindir de nombres genéricos provoca un debate en la RAE.
Jesús Ruiz Mantilla | El País, 2016-10-12
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/10/11/actualidad/1476204624_012306.html
En los pasados Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro, Jorge Dueñas, el entrenador de la selección femenina española de balonmano, sorprendía al realizar sus declaraciones en televisión después de cualquier partido. A cada paso, con una voz varonil de aúpa, soltaba: “Nosotras…”. Se trataba de una situación natural, aunque lingüísticamente extraña. En los ámbitos donde existe una mayoría preponderante de mujeres, ¿conviene seguir utilizando el masculino?
Dentro de su contexto, Dueñas y otros muchos entrenadores, ante sus chicas, se diluyen en un pronombre femenino. Es una de las cuestiones que desde hace años preocupa de una manera creciente en la Real Academia Española (RAE), donde las tendencias sociales y políticas partidarias de eliminar lo que consideran un uso sexista del lenguaje ponen en jaque la estructura del idioma.
No es que quite el sueño este caso específico, si no que en aras de una corrección política o de apoyar a colectivos que dicen sentirse discriminados, se propongan usos de género diferenciados: compañeros y compañeras; candidatos y candidatas... La cuestión entre los académicos es candente: ¿deben entrar como institución en una creciente tendencia pública alimentada por movimientos políticos y sociales o deben mantenerse al margen?
Hace cuatro años, el lingüista y académico Ignacio Bosque publicó un informe, firmado por todos los miembros de la RAE, titulado ‘Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer’. Desde entonces, el debate no ha cesado. En la calle, en las instituciones y, dicen, en menor intensidad pero a veces con virulencia, dentro de la misma institución. Un artículo firmado por el escritor y también académico Arturo Pérez-Reverte el 2 de octubre en su sección ‘Patente de Corso’, del ‘XL Semanal’, lo ponía de manifiesto e invitaba a no permanecer pasivos ante las peticiones “de amparo ante unas normas que pueden obligar a los profesores, en clase, a utilizar el ridículo desdoblamiento de género”.
Le respondió en una carta abierta un compañero de la institución, el filólogo Juan Gil, quien le dijo que la RAE no es “el Constitucional” y no puede dar “amparo a nadie”. “La cuestión que se debate es política, y la respuesta, si es que se le debe dar respuesta, debe ser asimismo política”, añadía.
Frente a quienes desean llevar la discusión al campo de la esfera pública están los que se centran en un debate lingüístico. Bosque insiste: “Con el pasado informe queríamos dejar clara nuestra postura, pero sabíamos perfectamente que no se resolvería el asunto. Más cuando algunos se empeñan en llevarlo al plano político. Simplemente digo que, antes de pasar al mismo, antes de saber en qué campos o situaciones se producen discursos sexistas frente a los que todos estamos en contra, por supuesto, hay que entrar en los detalles lingüísticos”.
Para empezar, la estructura de las lenguas románicas. Todas utilizan el masculino plural como genérico para ambos sexos. Por motivos atávicos, patriarcales, antropológicos… Los que se quieran esgrimir, pero así es. ¿A qué precio se puede cambiar ese uso que se ha convertido desde hace siglos en natural? A un precio político, creen muchos de los que observan con preocupación que se quiera revertir de una forma impuesta y un tanto artificial. “Va a ser imposible. Si alguien intenta así forzar la lengua está abocado al fracaso”, advierte Pedro Álvarez de Miranda, miembro de la RAE, filólogo, lexicógrafo y catedrático de la Autónoma de Madrid.
El debate dentro de la academia se centra en responder ante ciertas iniciativas públicas –sobre todo una promovida por la Junta de Andalucía en varios ámbitos— enviando cartas de recomendación o no ante determinadas propuestas. Pero entre sus miembros existen diferentes sensibilidades, dentro del consenso que supuso el informe elaborado por Bosque. Aunque no existan discrepancias dramáticas, apuntan, sí se presentan matices.
Estructuras fósiles
La filóloga Inés Fernández-Ordóñez, la más joven de los miembros de la institución, los pone de manifiesto: “Existen numerosos colectivos que consideran al masculino un modo no inclusivo. Entre ellos, algunos proponen soluciones que no coinciden con los usos clásicos del español. Por ejemplo, utilizar un término neutro como profesorado en vez de los profesores”. Y prosigue: “Es difícil. En las lenguas, una vez que una estructura se fosiliza no es fácilmente reversible. En ciertos contextos, yo no usaría la diferenciación candidatos y candidatas, pero no por eso desde la RAE debemos censurarlo”.
Inés Fernández-Ordóñez se muestra partidaria de abrazar y no rechazar: “Las estructuras lingüísticas son heredadas y no se pueden cambiar por decreto. A dichos colectivos se les ha hecho ver que la estructura de nuestra lengua funciona así, pero proponen cambiarla y, es más, lo practican. Deben ser respetados. La lengua supone cambio permanente y lo mismo que si antes no se podía convivir fuera del matrimonio y hoy solo el 20% de la población se casa, debemos mostrarnos abiertos”.
¿Tantos como para que se abandone el masculino como uso genérico? “No ha pasado y no creo que vaya a pasar”, apunta la filóloga. “Pero, lo mismo que en los últimos años, en pos del panhispanismo, desde la academia se han aceptado como válidos usos de cada país de habla hispana, debemos permanecer atentos y abiertos a todo cambio”.
La economía del lenguaje y los acuerdos de paz en Colombia
En tiempos que tienden a la síntesis, las tesis de la doble utilización de género añade otro problema. En opinión de Pedro Álvarez de Miranda, “los desdobles van en contra de la economía de lenguaje”. Para el catedrático y lexicógrafo resultan agotadores. “Otra cosa”, añade, “es que, en ciertos ámbitos y contextos se realicen matices conscientes. Algún alumno mío me apuntaba que en su clase del colegio había profesores que, ante una mayoría de número femenina en su aula, se dirigía a todos como: ‘niñas…’. Puede ser una solución, aunque nunca impuesta”.
En Colombia, algunos profesores han hecho pruebas concretas sobre documentos bien calientes. Es el caso del profesor y filólogo Rodrigo Galarza. Según la revista ‘Semana’, éste se dedicó a examinar las 297 páginas del acuerdo de paz firmado entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC en La Habana y a eliminar todos los adjetivos tendentes a dejar patente un lenguaje incluyente. Después de prescindir de un buen número de “guerrilleros y guerrilleras” a la par, el texto del acuerdo quedó en 204 páginas, 93 menos.
El ejemplo colombiano resume perfectamente otra de las tesis de Ignacio Bosque. "Los partidarios de doblar el género lo son en situaciones muy formales. Son asuntos que se esgrimen en forma de banderas, el problema con eso es que no puedes andar con una bandera puesta por la calle todos los días". Y el lenguaje supone un uso permanente y cotidiano que no cae en la cuenta de determinadas posturas, por muy buenas intenciones que lleven. En eso, se rige por una ley propia, tan lógica como insondable.
Dentro de su contexto, Dueñas y otros muchos entrenadores, ante sus chicas, se diluyen en un pronombre femenino. Es una de las cuestiones que desde hace años preocupa de una manera creciente en la Real Academia Española (RAE), donde las tendencias sociales y políticas partidarias de eliminar lo que consideran un uso sexista del lenguaje ponen en jaque la estructura del idioma.
No es que quite el sueño este caso específico, si no que en aras de una corrección política o de apoyar a colectivos que dicen sentirse discriminados, se propongan usos de género diferenciados: compañeros y compañeras; candidatos y candidatas... La cuestión entre los académicos es candente: ¿deben entrar como institución en una creciente tendencia pública alimentada por movimientos políticos y sociales o deben mantenerse al margen?
Hace cuatro años, el lingüista y académico Ignacio Bosque publicó un informe, firmado por todos los miembros de la RAE, titulado ‘Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer’. Desde entonces, el debate no ha cesado. En la calle, en las instituciones y, dicen, en menor intensidad pero a veces con virulencia, dentro de la misma institución. Un artículo firmado por el escritor y también académico Arturo Pérez-Reverte el 2 de octubre en su sección ‘Patente de Corso’, del ‘XL Semanal’, lo ponía de manifiesto e invitaba a no permanecer pasivos ante las peticiones “de amparo ante unas normas que pueden obligar a los profesores, en clase, a utilizar el ridículo desdoblamiento de género”.
Le respondió en una carta abierta un compañero de la institución, el filólogo Juan Gil, quien le dijo que la RAE no es “el Constitucional” y no puede dar “amparo a nadie”. “La cuestión que se debate es política, y la respuesta, si es que se le debe dar respuesta, debe ser asimismo política”, añadía.
Frente a quienes desean llevar la discusión al campo de la esfera pública están los que se centran en un debate lingüístico. Bosque insiste: “Con el pasado informe queríamos dejar clara nuestra postura, pero sabíamos perfectamente que no se resolvería el asunto. Más cuando algunos se empeñan en llevarlo al plano político. Simplemente digo que, antes de pasar al mismo, antes de saber en qué campos o situaciones se producen discursos sexistas frente a los que todos estamos en contra, por supuesto, hay que entrar en los detalles lingüísticos”.
Para empezar, la estructura de las lenguas románicas. Todas utilizan el masculino plural como genérico para ambos sexos. Por motivos atávicos, patriarcales, antropológicos… Los que se quieran esgrimir, pero así es. ¿A qué precio se puede cambiar ese uso que se ha convertido desde hace siglos en natural? A un precio político, creen muchos de los que observan con preocupación que se quiera revertir de una forma impuesta y un tanto artificial. “Va a ser imposible. Si alguien intenta así forzar la lengua está abocado al fracaso”, advierte Pedro Álvarez de Miranda, miembro de la RAE, filólogo, lexicógrafo y catedrático de la Autónoma de Madrid.
El debate dentro de la academia se centra en responder ante ciertas iniciativas públicas –sobre todo una promovida por la Junta de Andalucía en varios ámbitos— enviando cartas de recomendación o no ante determinadas propuestas. Pero entre sus miembros existen diferentes sensibilidades, dentro del consenso que supuso el informe elaborado por Bosque. Aunque no existan discrepancias dramáticas, apuntan, sí se presentan matices.
Estructuras fósiles
La filóloga Inés Fernández-Ordóñez, la más joven de los miembros de la institución, los pone de manifiesto: “Existen numerosos colectivos que consideran al masculino un modo no inclusivo. Entre ellos, algunos proponen soluciones que no coinciden con los usos clásicos del español. Por ejemplo, utilizar un término neutro como profesorado en vez de los profesores”. Y prosigue: “Es difícil. En las lenguas, una vez que una estructura se fosiliza no es fácilmente reversible. En ciertos contextos, yo no usaría la diferenciación candidatos y candidatas, pero no por eso desde la RAE debemos censurarlo”.
Inés Fernández-Ordóñez se muestra partidaria de abrazar y no rechazar: “Las estructuras lingüísticas son heredadas y no se pueden cambiar por decreto. A dichos colectivos se les ha hecho ver que la estructura de nuestra lengua funciona así, pero proponen cambiarla y, es más, lo practican. Deben ser respetados. La lengua supone cambio permanente y lo mismo que si antes no se podía convivir fuera del matrimonio y hoy solo el 20% de la población se casa, debemos mostrarnos abiertos”.
¿Tantos como para que se abandone el masculino como uso genérico? “No ha pasado y no creo que vaya a pasar”, apunta la filóloga. “Pero, lo mismo que en los últimos años, en pos del panhispanismo, desde la academia se han aceptado como válidos usos de cada país de habla hispana, debemos permanecer atentos y abiertos a todo cambio”.
La economía del lenguaje y los acuerdos de paz en Colombia
En tiempos que tienden a la síntesis, las tesis de la doble utilización de género añade otro problema. En opinión de Pedro Álvarez de Miranda, “los desdobles van en contra de la economía de lenguaje”. Para el catedrático y lexicógrafo resultan agotadores. “Otra cosa”, añade, “es que, en ciertos ámbitos y contextos se realicen matices conscientes. Algún alumno mío me apuntaba que en su clase del colegio había profesores que, ante una mayoría de número femenina en su aula, se dirigía a todos como: ‘niñas…’. Puede ser una solución, aunque nunca impuesta”.
En Colombia, algunos profesores han hecho pruebas concretas sobre documentos bien calientes. Es el caso del profesor y filólogo Rodrigo Galarza. Según la revista ‘Semana’, éste se dedicó a examinar las 297 páginas del acuerdo de paz firmado entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC en La Habana y a eliminar todos los adjetivos tendentes a dejar patente un lenguaje incluyente. Después de prescindir de un buen número de “guerrilleros y guerrilleras” a la par, el texto del acuerdo quedó en 204 páginas, 93 menos.
El ejemplo colombiano resume perfectamente otra de las tesis de Ignacio Bosque. "Los partidarios de doblar el género lo son en situaciones muy formales. Son asuntos que se esgrimen en forma de banderas, el problema con eso es que no puedes andar con una bandera puesta por la calle todos los días". Y el lenguaje supone un uso permanente y cotidiano que no cae en la cuenta de determinadas posturas, por muy buenas intenciones que lleven. En eso, se rige por una ley propia, tan lógica como insondable.
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