Brigitte Vasallo | Pikara Magazine, 2015-04-16
http://www.pikaramagazine.com/2015/04/quien-teme-a-la-satira-lesbofeminista/
El Manual de Masturbación Lesbofeminista de La Arepa Chora, publicado en Pikara Magazine, ha levantado las alarmas entre algunas personas que apuntan la opresión que textos como este ejercen sobre la heterosexualidad y sobre los hombres. El texto, con frases como «si esto le suena muy lesbiano es porque ha entendido: sí, la masturbación también es sexo lésbico» o «eliminan las molestas consecuencias de la clásica relación coital, es decir: el orgasmo no se finge, no hay que adecuar los tiempos ni las posiciones a los requerimientos de un macho ególatra y lo mejor, se obtiene placer sin la pantomima humillante del amor heterosexual», puede apetecer, gustar o divertir más o menos. Pero el abuso de la palabra «opresión» y la extremada sensibilidad que tenemos desde las cumbres a cualquier salida de tono de las posiciones subalternas tal vez sí merezca que revisemos nuestra posición en el mundo.
Sátira y humor opresivo
Aunque los confundamos a menudo, la sátira y el humor opresivo son espacios diametralmente distintos, que no responden siquiera a las mismas lógicas. La sátira es una práctica de resistencia desde los márgenes, desde la disidencia y es una respuesta, a través de la risa y la burla, a las violencias ejercidas de manera estructural. Para ser sátira debe apuntar hacia arriba o hacia dentro. Reirse del sistema y del poder, burlarse de la hegemonía, vengarse de la invisibilización, de los oprobios y las miserias cotidianas a las que la se nos nos condenan.
Y reírse de una misma, apuntar hacia los pequeños tiranos que todos y todas llevamos dentro. La sátira es un desafío contra el poder, pues logra desactivarlo en la esfera de lo simbólico, desestabilizarlo, minimizarlo a través de la mirada ridícula y ridiculizante. Su potencia está allí: en lo simbólico. De regreso a lo tangible, el mundo sigue estando en manos del poder, y a los y las comediantas solo nos queda la risa.
La sátira, en tanto que herramienta de transformación, es un acto político. El humor opresivo es una herramienta del poder para reafirmarse y es una forma de violencia simbólica que sí alimenta la violencia cotidiana y la legítima. Se formula desde el privilegio y apunta hacia abajo, inferiorizando a quien ya está inferiorizada. Es humor sin riesgo alguno y es pernicioso porque alimenta la idea de que las situaciones de desigualdad son divertidas o son intrascendentes. Son los chistes sobre violaciones que divierten a quien nunca ha sido violado o tiene pocas posibilidades de serlo, pero que da alas a quien sí viola. Son los chistes sobre bolleras formulados por heteros, los chistes sobre personas negras formulados por blancas, los chistes sobre mujeres formulados por hombres, los chistes sobre trans formulados por personas cis.
La burla que nace del privilegio y que apunta hacia abajo, que ridiculiza desde la mirada poderosa, que se burla de las opresiones ajenas – nunca de las propias –, no es sátira: es simplemente otra forma de opresión. Y no hace puñetera gracia.
Heterofobia
El texto de La Arepa Chora es una provocación, sí. Y lo es desde posiciones minorizadas y disidentes, hacia identidades hegemónicas en tanto que hegemónicas, por el hecho mismo de ser hegemónicas.
No apunta a la heterosexualidad como opción, sino como sistema que, como toda hegemonía, es represivo. No es «simplemente» una opción sexual: es el mundo. Es la norma y la normatividad, es la medida de lo correcto, lo aceptable, lo moral, lo sano. En ningún lugar del planeta se mata a personas por ser heterosexuales ni se aplican terapias de correción a su orientación sexual. No se debate si la crianza en el seno de una familia hetero afecta negativamente a las criaturas. No han sido necesarias luchas y manifestaciones para el matrimonio heterosexual, ni para las pensiones de viudedad heteros, ni para la desgravación en la declaración de la renta de las ganancias comunes. Nadie interpela, insulta, o recrimina a las personas heterosexuales por ir cogidas de la mano por la calle, o por besarse en el transporte público.
Cuando la ginecóloga te pregunta si usas anticonceptivos o es que quieres quedarte embarazada, la respuesta es muy simple si eres hetero. Si no, una triste citología se convierte en todo un acto de activismo y visibilización. Las criaturas de las parejas heteros no tienen que lidiar con el profesorado y con sus compañeros y compañeras de clase que narran incansablemente un tipo de familia que no es la suya. Los padres y madres heteros no tienen que inventar estrategias para que sus hijos e hijas vivan su especificidad con alegría, a pesar de la homolesbotransfobia imperante. Por ser hetero no te echan de los trabajos, ni te dejan de hablar tus amistades, ni te apalizan tus padres. No tienes que salir del armario, porque no hay armario. No te preguntas en la adolescencia qué narices te pasa, porque siendo hetero, no te pasa nada, simplemente. Eres «normal» y tienes todas las narraciones del mundo, todas las películas, todas las novelas, todas las canciones hablando de ti, confirmándote. No hay un símil hetero para los términos «marica», «bollera» o «travelo». No hay insulto asociado a la heterosexualidad. Y esto, por poner solo algunos ejemplos.
Cuando un artículo pone en el centro la mirada bollera como paradigma, no está oprimiendo a nadie, porque no hay opresión posible hacia el privilegio y mucho menos hacia un privilegio tan universalmente reconocido como es la heterosexualidad. No existe la «heterofobia» como no existe la «hombrefobia», porque las fobias explican algo más grande que las simples manías personales. Cuando hablamos de homolesbotransfobia nos estamos refiriendo a unas inclinaciones que vienen legitimadas por toda una maquinaria de producción de conocimiento y de discurso respaldada por todas las instituciones: desde la academia y el sistema educativo, que sigue narrando las prácticas e identidades sexuales en términos de normalidad (hetero) y excepción, hasta el sistema legal y judicial, con infinidad de leyes discriminatorias, hasta los productos culturales que estigmatizan la diferencias sexual y de género, pasando por la cotidianidad del lenguaje homolesbotránsfobo que se perpetúa en expresiones de apariencia anodinas y fondo discriminador.
Dicho esto, los discursos, también desde las disidencias, que confunden los sistemas con las prácticas, las identidades con las personas, y que establecen una jerarquía a la inversa, donde lo lgtbi es mejor tan solo por ser lgtbi, son simplistas, sin más. Pero hay una gran diferencia entre un discurso simplista y un discurso opresor.
Gestionar el privilegio sin alimentarlo
Los privilegios y las opresiones no funcionan de manera vertical, no hay un opresiómetro en el que medirnos. Todos y todas somos una amalgama de posiciones que se cruzan e interactúan entre ellas. Es lo que Patricia Hill Collins llamó «matriz de dominación».
«La matriz de dominación hace referencia a la organización total de poder en una sociedad. Hay dos características en cualquier matriz: a) cada matriz de dominación tiene su particular disposición de sistemas de intersección de la opresión; b) la intersección de sistemas de opresión está específicamente organizada a través de cuatro dominios de poder interrelacionados: estructural, disciplinario, hegemónico e interpersonal. La intersección de vectores de opresión y de privilegio crea variaciones tanto en las formas como en la intensidad en la que las personas experimentan la opresión»
Dentro de esta matriz, tan interesante es reconocerse en las opresiones como en los privilegios, porque precisamente nuestra propia zona de privilegio es la que nos da la mayor y más útil información para interactuar con los demás, pues es una zona ambigua. Por un lado es el espacio cómodo por excelencia en el que habitar, pero también es el espacio del oprobio, de la vergüenza, de la culpabilidad. Cuando nos vemos representadas en un privilegio llamamos inmediatamente a desocuparlo, aún haciendo uso extenso de él. El privilegio no se desocupa así, sin más. Podemos revisar las conductas opresoras que ejercemos, podemos nombrarnos desde identidades políticas, pero a fin de cuentas, si eres blanca no te piden los papeles por la calle, si eres cis no te señalan en la playa, si eres hetero no te apalean. ¿Qué hacer, por lo tanto?
Posiblemente una de las urgencias respecto a los privilegios es dejar de negarlos. Mirarlos de cara. Nos hinchamos de tuiteárse a los trolls «revisa tus privilegios, revista tus privilegios», pero tan a menudo el género nos impide ver el bosque y nos quedamos encalladas en ese eje sin tener en cuenta todo lo demás: que somos mujeres, sí, pero también tenemos clase social, orientación sexual, edad, capacitaciones, raza y tantas cosas más. Cuántas veces vemos, en entornos ciberfeministas, a mujeres blancas, cis, hetero, insultar a hombres llamándolos blancos, cis y hetero, como si eso mismo no fuese con ellas…
Revisar el privilegio, reconocerlo, es importante. Y es extremadamente interesante extraer información de todas esas intersecciones. Porque es en nuestra zona de privilegio donde mejor entenderemos cómo funciona el poder. Es allí donde el poder nos atraviesa en su forma más golosa, es ahí donde sus mecanismos nos atrapan. Dejarnos atravesar por él y observarnos nos da información sobre cómo, precisamente, boicotearlo.
Todas bolleras
Cuando un texto llama a todas las heteros a lesbianizarse, no es una ofensa, es una bocanada de aire fresco. Porque toda nuestra vida el único mensaje que recibimos es que debemos ser heteros. Que alguien se atreva a boicotear ese discurso dominante y lanzar un guiño, una provocación o una propuesta distinta solo puede llenarnos de alegría. También es una manera de desencializarnos, más allá de nuestras prácticas sexuales o de nuestros amores. Hasta la más hetero entre las heteros puede ser bollera por unos instantes. Y eso sí que tiene gracia.
Sátira y humor opresivo
Aunque los confundamos a menudo, la sátira y el humor opresivo son espacios diametralmente distintos, que no responden siquiera a las mismas lógicas. La sátira es una práctica de resistencia desde los márgenes, desde la disidencia y es una respuesta, a través de la risa y la burla, a las violencias ejercidas de manera estructural. Para ser sátira debe apuntar hacia arriba o hacia dentro. Reirse del sistema y del poder, burlarse de la hegemonía, vengarse de la invisibilización, de los oprobios y las miserias cotidianas a las que la se nos nos condenan.
Y reírse de una misma, apuntar hacia los pequeños tiranos que todos y todas llevamos dentro. La sátira es un desafío contra el poder, pues logra desactivarlo en la esfera de lo simbólico, desestabilizarlo, minimizarlo a través de la mirada ridícula y ridiculizante. Su potencia está allí: en lo simbólico. De regreso a lo tangible, el mundo sigue estando en manos del poder, y a los y las comediantas solo nos queda la risa.
La sátira, en tanto que herramienta de transformación, es un acto político. El humor opresivo es una herramienta del poder para reafirmarse y es una forma de violencia simbólica que sí alimenta la violencia cotidiana y la legítima. Se formula desde el privilegio y apunta hacia abajo, inferiorizando a quien ya está inferiorizada. Es humor sin riesgo alguno y es pernicioso porque alimenta la idea de que las situaciones de desigualdad son divertidas o son intrascendentes. Son los chistes sobre violaciones que divierten a quien nunca ha sido violado o tiene pocas posibilidades de serlo, pero que da alas a quien sí viola. Son los chistes sobre bolleras formulados por heteros, los chistes sobre personas negras formulados por blancas, los chistes sobre mujeres formulados por hombres, los chistes sobre trans formulados por personas cis.
La burla que nace del privilegio y que apunta hacia abajo, que ridiculiza desde la mirada poderosa, que se burla de las opresiones ajenas – nunca de las propias –, no es sátira: es simplemente otra forma de opresión. Y no hace puñetera gracia.
Heterofobia
El texto de La Arepa Chora es una provocación, sí. Y lo es desde posiciones minorizadas y disidentes, hacia identidades hegemónicas en tanto que hegemónicas, por el hecho mismo de ser hegemónicas.
No apunta a la heterosexualidad como opción, sino como sistema que, como toda hegemonía, es represivo. No es «simplemente» una opción sexual: es el mundo. Es la norma y la normatividad, es la medida de lo correcto, lo aceptable, lo moral, lo sano. En ningún lugar del planeta se mata a personas por ser heterosexuales ni se aplican terapias de correción a su orientación sexual. No se debate si la crianza en el seno de una familia hetero afecta negativamente a las criaturas. No han sido necesarias luchas y manifestaciones para el matrimonio heterosexual, ni para las pensiones de viudedad heteros, ni para la desgravación en la declaración de la renta de las ganancias comunes. Nadie interpela, insulta, o recrimina a las personas heterosexuales por ir cogidas de la mano por la calle, o por besarse en el transporte público.
Cuando la ginecóloga te pregunta si usas anticonceptivos o es que quieres quedarte embarazada, la respuesta es muy simple si eres hetero. Si no, una triste citología se convierte en todo un acto de activismo y visibilización. Las criaturas de las parejas heteros no tienen que lidiar con el profesorado y con sus compañeros y compañeras de clase que narran incansablemente un tipo de familia que no es la suya. Los padres y madres heteros no tienen que inventar estrategias para que sus hijos e hijas vivan su especificidad con alegría, a pesar de la homolesbotransfobia imperante. Por ser hetero no te echan de los trabajos, ni te dejan de hablar tus amistades, ni te apalizan tus padres. No tienes que salir del armario, porque no hay armario. No te preguntas en la adolescencia qué narices te pasa, porque siendo hetero, no te pasa nada, simplemente. Eres «normal» y tienes todas las narraciones del mundo, todas las películas, todas las novelas, todas las canciones hablando de ti, confirmándote. No hay un símil hetero para los términos «marica», «bollera» o «travelo». No hay insulto asociado a la heterosexualidad. Y esto, por poner solo algunos ejemplos.
Cuando un artículo pone en el centro la mirada bollera como paradigma, no está oprimiendo a nadie, porque no hay opresión posible hacia el privilegio y mucho menos hacia un privilegio tan universalmente reconocido como es la heterosexualidad. No existe la «heterofobia» como no existe la «hombrefobia», porque las fobias explican algo más grande que las simples manías personales. Cuando hablamos de homolesbotransfobia nos estamos refiriendo a unas inclinaciones que vienen legitimadas por toda una maquinaria de producción de conocimiento y de discurso respaldada por todas las instituciones: desde la academia y el sistema educativo, que sigue narrando las prácticas e identidades sexuales en términos de normalidad (hetero) y excepción, hasta el sistema legal y judicial, con infinidad de leyes discriminatorias, hasta los productos culturales que estigmatizan la diferencias sexual y de género, pasando por la cotidianidad del lenguaje homolesbotránsfobo que se perpetúa en expresiones de apariencia anodinas y fondo discriminador.
Dicho esto, los discursos, también desde las disidencias, que confunden los sistemas con las prácticas, las identidades con las personas, y que establecen una jerarquía a la inversa, donde lo lgtbi es mejor tan solo por ser lgtbi, son simplistas, sin más. Pero hay una gran diferencia entre un discurso simplista y un discurso opresor.
Gestionar el privilegio sin alimentarlo
Los privilegios y las opresiones no funcionan de manera vertical, no hay un opresiómetro en el que medirnos. Todos y todas somos una amalgama de posiciones que se cruzan e interactúan entre ellas. Es lo que Patricia Hill Collins llamó «matriz de dominación».
«La matriz de dominación hace referencia a la organización total de poder en una sociedad. Hay dos características en cualquier matriz: a) cada matriz de dominación tiene su particular disposición de sistemas de intersección de la opresión; b) la intersección de sistemas de opresión está específicamente organizada a través de cuatro dominios de poder interrelacionados: estructural, disciplinario, hegemónico e interpersonal. La intersección de vectores de opresión y de privilegio crea variaciones tanto en las formas como en la intensidad en la que las personas experimentan la opresión»
Dentro de esta matriz, tan interesante es reconocerse en las opresiones como en los privilegios, porque precisamente nuestra propia zona de privilegio es la que nos da la mayor y más útil información para interactuar con los demás, pues es una zona ambigua. Por un lado es el espacio cómodo por excelencia en el que habitar, pero también es el espacio del oprobio, de la vergüenza, de la culpabilidad. Cuando nos vemos representadas en un privilegio llamamos inmediatamente a desocuparlo, aún haciendo uso extenso de él. El privilegio no se desocupa así, sin más. Podemos revisar las conductas opresoras que ejercemos, podemos nombrarnos desde identidades políticas, pero a fin de cuentas, si eres blanca no te piden los papeles por la calle, si eres cis no te señalan en la playa, si eres hetero no te apalean. ¿Qué hacer, por lo tanto?
Posiblemente una de las urgencias respecto a los privilegios es dejar de negarlos. Mirarlos de cara. Nos hinchamos de tuiteárse a los trolls «revisa tus privilegios, revista tus privilegios», pero tan a menudo el género nos impide ver el bosque y nos quedamos encalladas en ese eje sin tener en cuenta todo lo demás: que somos mujeres, sí, pero también tenemos clase social, orientación sexual, edad, capacitaciones, raza y tantas cosas más. Cuántas veces vemos, en entornos ciberfeministas, a mujeres blancas, cis, hetero, insultar a hombres llamándolos blancos, cis y hetero, como si eso mismo no fuese con ellas…
Revisar el privilegio, reconocerlo, es importante. Y es extremadamente interesante extraer información de todas esas intersecciones. Porque es en nuestra zona de privilegio donde mejor entenderemos cómo funciona el poder. Es allí donde el poder nos atraviesa en su forma más golosa, es ahí donde sus mecanismos nos atrapan. Dejarnos atravesar por él y observarnos nos da información sobre cómo, precisamente, boicotearlo.
Todas bolleras
Cuando un texto llama a todas las heteros a lesbianizarse, no es una ofensa, es una bocanada de aire fresco. Porque toda nuestra vida el único mensaje que recibimos es que debemos ser heteros. Que alguien se atreva a boicotear ese discurso dominante y lanzar un guiño, una provocación o una propuesta distinta solo puede llenarnos de alegría. También es una manera de desencializarnos, más allá de nuestras prácticas sexuales o de nuestros amores. Hasta la más hetero entre las heteros puede ser bollera por unos instantes. Y eso sí que tiene gracia.
DOCUMENTACIÓN
Manual de la masturbación lesbofeminista
La Arepa Chora | Pikara Magazine, 2015-03-17
http://www.pikaramagazine.com/2015/03/manual-de-la-masturbacion-lesbofeminista/
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