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Jesús Generelo Lanaspa | El Mundo, 2015-04-30
http://www.elmundo.es/espana/2015/04/30/55411ee6268e3e08038b4571.html
La reciente sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea sobre la posibilidad de restringir las donaciones de sangre a determinados colectivos, en función de su orientación sexual, ha vuelto a hacer sonar la alarma del fantasma -muy presente y muy real- de la discriminación hacia el colectivo homosexual y bisexual.
De esta bomba mediática se están extrayendo conclusiones muy precipitadas. Es cierto que el TJUE avala la posibilidad de la prohibición de donar sangre a homosexuales, pero solo si no se cuenta con fórmulas científicas que hagan innecesaria esta medida. Es decir, insiste el Tribunal en que la medida siempre ha de ser proporcionada. ¿Y qué haría proporcionada, es decir, justificada, tal discriminación? Que no existieran técnicas científicas que garantizaran la seguridad de la sangre donada. Algo que, hoy por hoy, en la Francia o en la Europa de 2015 no es así.
Podemos decirlo más alto, pero no más claro: impedir a la población masculina homosexual o bisexual la donación de sangre es discriminación pura y dura, ideológica, ineficaz, claramente desproporcionada. Y, por lo tanto, no permitida por el TJUE.
Tras más de 30 años de pandemia del VIH/Sida resulta desesperante tener que seguir justificando que ni la orientación sexual ni el género de las parejas sexuales son un criterio de riesgo en la transmisión de ninguna infección. Tampoco del VIH. Son determinadas prácticas, y siempre y cuando se realicen sin la protección debida. Dichas prácticas no son patrimonio de ninguna orientación sexual. No existe ningún criterio científico que relacione, pues, orientación sexual y riesgo. Y la sentencia en eso es cristalina: solo un criterio científico puede justificar cualquier exclusión.
Con la sentencia en la mano, por tanto, las autoridades francesas deben corregir su norma discriminatoria. De otro modo, incurren en presunción de "peligrosidad sanitaria" basada exclusivamente en la orientación sexual. Además, si algo ha sido demostrado en estas décadas de VIH es que la homofobia sí es un factor de riesgo que impide que se realicen campañas y se tomen medidas preventivas verdaderamente eficaces.
Una mezcla interesada entre homosexualidad y riesgo provoca alarma social, confunde a la población y desvía la mirada de lo verdaderamente importante: la protección frente a determinadas prácticas, se realicen con quien se realicen. Además, refuerza el estigma que ya de por sí sobrellevamos las personas homosexuales o bisexuales, y fomenta la no visibilidad de las mismas, lo cual añade nuevas dificultades para la prevención y el control de la pandemia.
La administración, en perfecta confluencia con la comunidad científica, debe ser rigurosa y transmitir a la ciudadanía ideas precisas y ajustadas a la realidad: solo determinadas prácticas implican riesgo de infección, y esta es perfectamente detectable con los tests de los que disponen actualmente los sistemas sanitarios de nuestro entorno. Hay que evitar la donación, pues, de las personas que hayan realizado dichas prácticas en el período de tiempo en el que no es posible detectar el virus (dependiendo del test que se utilice, puede oscilar entre los tres y los ocho días). Cualquier otra cosa no es ciencia, no es prevención, es ideología, prejuicio y mala praxis.
Si en España y en otros muchísimos países la población homosexual y bisexual dona sin problemas, con los mismos criterios que el resto (una entrevista que advierta de los riesgos mencionados y un test sanguíneo que descarte infecciones), y sin que se haya producido ningún daño, ¿por qué no puede hacerlo en Francia, tierra de la Libertad, Igualdad, Fraternidad?
Defender la igualdad de las personas, independientemente de la orientación sexual, no solo es, pues, una cuestión de Derechos Humanos, sino precisamente de salud pública, de interés social.
De esta bomba mediática se están extrayendo conclusiones muy precipitadas. Es cierto que el TJUE avala la posibilidad de la prohibición de donar sangre a homosexuales, pero solo si no se cuenta con fórmulas científicas que hagan innecesaria esta medida. Es decir, insiste el Tribunal en que la medida siempre ha de ser proporcionada. ¿Y qué haría proporcionada, es decir, justificada, tal discriminación? Que no existieran técnicas científicas que garantizaran la seguridad de la sangre donada. Algo que, hoy por hoy, en la Francia o en la Europa de 2015 no es así.
Podemos decirlo más alto, pero no más claro: impedir a la población masculina homosexual o bisexual la donación de sangre es discriminación pura y dura, ideológica, ineficaz, claramente desproporcionada. Y, por lo tanto, no permitida por el TJUE.
Tras más de 30 años de pandemia del VIH/Sida resulta desesperante tener que seguir justificando que ni la orientación sexual ni el género de las parejas sexuales son un criterio de riesgo en la transmisión de ninguna infección. Tampoco del VIH. Son determinadas prácticas, y siempre y cuando se realicen sin la protección debida. Dichas prácticas no son patrimonio de ninguna orientación sexual. No existe ningún criterio científico que relacione, pues, orientación sexual y riesgo. Y la sentencia en eso es cristalina: solo un criterio científico puede justificar cualquier exclusión.
Con la sentencia en la mano, por tanto, las autoridades francesas deben corregir su norma discriminatoria. De otro modo, incurren en presunción de "peligrosidad sanitaria" basada exclusivamente en la orientación sexual. Además, si algo ha sido demostrado en estas décadas de VIH es que la homofobia sí es un factor de riesgo que impide que se realicen campañas y se tomen medidas preventivas verdaderamente eficaces.
Una mezcla interesada entre homosexualidad y riesgo provoca alarma social, confunde a la población y desvía la mirada de lo verdaderamente importante: la protección frente a determinadas prácticas, se realicen con quien se realicen. Además, refuerza el estigma que ya de por sí sobrellevamos las personas homosexuales o bisexuales, y fomenta la no visibilidad de las mismas, lo cual añade nuevas dificultades para la prevención y el control de la pandemia.
La administración, en perfecta confluencia con la comunidad científica, debe ser rigurosa y transmitir a la ciudadanía ideas precisas y ajustadas a la realidad: solo determinadas prácticas implican riesgo de infección, y esta es perfectamente detectable con los tests de los que disponen actualmente los sistemas sanitarios de nuestro entorno. Hay que evitar la donación, pues, de las personas que hayan realizado dichas prácticas en el período de tiempo en el que no es posible detectar el virus (dependiendo del test que se utilice, puede oscilar entre los tres y los ocho días). Cualquier otra cosa no es ciencia, no es prevención, es ideología, prejuicio y mala praxis.
Si en España y en otros muchísimos países la población homosexual y bisexual dona sin problemas, con los mismos criterios que el resto (una entrevista que advierta de los riesgos mencionados y un test sanguíneo que descarte infecciones), y sin que se haya producido ningún daño, ¿por qué no puede hacerlo en Francia, tierra de la Libertad, Igualdad, Fraternidad?
Defender la igualdad de las personas, independientemente de la orientación sexual, no solo es, pues, una cuestión de Derechos Humanos, sino precisamente de salud pública, de interés social.
Jesús Generelo Lanaspa es presidente de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales (FELGTB)
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