Imagen: El Mundo |
Se acabó la época del cine pornográfico en el que la mujer era un sujeto pasivo. Ahora, son mujeres quienes dirigen, piensan y materializan esté género. Una 'tarde iniciática' en la Barcelona de 2003 fue el inicio del cambio en España. Disparan el fenómeno 'la muerte del DVD, el auge de internet' y el tecnosexo.
Rebeca Yanke | El Mundo, 2015-04-18
http://www.elmundo.es/cultura/2015/04/18/552d4170268e3ecc158b4583.html
Hubo un tiempo en el que, en reunión social, si una mujer declaraba ver porno los ojos de los interlocutores -hombres y mujeres, tanto daba- se abrían tanto como si afirmase que para ella la masturbación también era una opción. Como si pornografía y masturbación fueran cotos de la masculinidad. Pues nada más lejos de la verdad. La realidad de los últimos 10 años demuestra que el porno ya es de ellas.
Se acuerda Itziar Ziga, autora de ensayos como 'Devenir perra' y 'Un zulo propio', de una "tarde iniciática" en la Barcelona de 2003. Hasta la ciudad catalana había llegado, de la mano del filósofo Paul B. Preciado, Annie Sprinkle, actriz porno al principio, después teórica del mismo, sexóloga y una de las primeras directoras de cine pornográfico. "Todo comenzó en aquella charla, en el hoy maltrecho Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA), cuando Sprinkle nos narró sus 'Treinta Años de Puta Multimedia' y acabó exhortándonos: si no os gusta el porno que hay, poneros a hacer el porno que os guste".
Ziga rememora: "En Barcelona nos habíamos 'sexiliado', desde diversas latitudes y galaxias, una buena panda de perras, unas más artistas, otras más políticas, todas con ganas de sacarle brillo a la precariedad y de indagar el éxtasis de las 'monstruas', de las parias sexuales que éramos y que somos. Todo fecundó". Ella - al igual que muchas de las presentes en aquella charla- encontró en la editorial Melusina un lugar donde expresarse.
José Pons, su editor, estaba construyendo la editorial cuando Ziga y otras autoras y activistas -María Llopis, Diana Torres Pornoterrorista y Beatriz Preciado, ahora Paul B. Preciado, entre otras- recalaron en la ciudad catalana. El postporno se estaba gestando. "Todo lo precipita un viaje a París para conocer a Preciado, quien propone que Itziar publique conmigo. Cuando Melusina se adentró en este territorio todavía era un espacio marginal, incomprendido y amenazador que el 'mainstream' editorial intenta ahora fagocitar, no sin cierta dificultad gástrica".
Con Pons editó también María Llopis -'performer' y fundadora junto a Águeda Bañón del proyecto 'Girlswholikeporno'-, su híbrido de novela y ensayo 'El postporno era esto'. "Frente al porno sexista, en el que no nos sentíamos representadas, estaba la necesidad de subvertir la industria, de romper la concepción de que la mujer tiene una sexualidad concreta, no existe una sexualidad de la mujer y una sexualidad del hombre», explicaba Llopis a este periódico hace pocos días.
Hace también una década que la directora de cine porno sueca Erika Lust ejerce el activismo pornográfico, también ha elegido Barcelona para desarrollarlo y, en su equipo, apenas hay un par de hombres; el resto, la mayoría, son estilistas (Claire O'Keefe), directoras de arte (Marta Salazar), fotógrafas (Rocío Lunaire), diseñadoras gráficas (Cristina Pastrana), cámaras (Thais Catala) y productoras (Almudena Monzó). "Es desde hace 10 años que se produce el cambio en la industria adulta, los Feminist Porn Awards acaban de celebrar su décimo aniversario y, sobre todo, no sólo hay mujeres delante y detrás de las cámaras, sino que hay mujeres consumidoras de entretenimiento adulto", amplía.
Los premios de porno feminista que Lust menciona se celebraron ayer en Toronto (Canadá) y una de sus organizadoras, Carlyle Jansen, menciona como causa del cambio también "el abaratamiento de la tecnología".
El auge de internet, primero, y de las redes sociales, después, ha avivado el desarrollo de la mirada femenina y feminista en lo que a porno respecta. Cuenta Lucie Blush -dirige la web We Love Good Sex y trabajó con Lust mientras estudiaba en Barcelona-, que todo comenzó "hace 30 años cuando pioneras del porno feminista como Annie Sprinkle y Candida Royale empezaron a crear su propia versión del porno".
"Luego llegaron más directoras, como Ovidie o Petra Joy, pero eran excepciones en la industria, es con la muerte del DVD y el nacimiento de internet cuando se genera una nueva ola del género. Por ejemplo, es la primera vez que en el Porn Film Festival de Berlín más del 50% de las artistas eran mujeres, ya no somos excepciones", argumenta.
Donde sólo había tres posibles roles - «la puta, la santa y la 'milf'», detalla Lust- aparecen "mujeres más activas y más parecidas a las mujeres de la vida real", y desaparecen los "tipos hiper musculados, súper tatuados, agresivos y descebrados -¡A quién le puede parecer eso sexy!- que tampoco salían muy bien parados", prosigue.
"No estaban elegidos para excitar a las mujeres sino por ser una especie de fantasía aspiracional de macho alfa, de los actores con los que trabajo me suelen decir que 'no parecen actores porno', y éste es un rasgo muy claro de la nueva ola del cine erótico", dice.
Con Lust ha trabajado también la actriz y productora de porno Amarna Miller, Premio Ninfa Primera Línea a la Mejor Actriz Española de 2014. Así explica el panorama ella: "El problema es que las productoras 'mainstream', que al final son las más conocidas, no se arriesgan a poner mujeres dirigiendo y el género femenino ha quedado relegado a un nicho de mercado cerrado: el del porno para mujeres, el postporno y el porno feminista. Casi como un discurso político, en vez de una visión más dentro de la industria".
En ello coincide con Lola Pérez, pornófila y filósofa, autora de la tesis 'Perversum interrumptus: pornografía(s) de la razón sexual', donde se lee que "el feminismo está dividido en dos posiciones antagónicas sobre la pornografía y sólo las feministas prosex consiguen tensar, a través de sus modelos alternativos de sexualidad, la feminidad simbólica dominante".
Pese a los claros avances en materia de visibilidad, la academia sigue clamando. Se pregunta Marisol Salanova, filósofa especialista en postporno, "dónde están las corridas femeninas" y sostiene que "más en el porno amateur y el cibersexo que en la industria pornográfica". "Es la pornografía casera, ésa que se retransmite piel con piel sin inhibiciones ni incomodidades, la más placentera para nosotras, aquella en la que somos reparto y público a la vez", considera.
Es en esa búsqueda de un sexo real donde se enmarca, también, la vorágine del porno amauter, empujado por el desarrollo tecnológico e internet. Pero ya no se puede establecer un paralelismo entre lo pornográfico y lo amateur en lo que a sexo se refiere porque hay empresas que van más allá de esta dicotomía y personas que investigan sus posibilidades.
La inglesa Cindy Gallop, que vive en Nueva York, es la fundadora de Make Love not Porn -ahora en proceso de convertirse en televisión 'on line'- , una iniciativa que promueve una visión realista del sexo frente a la dureza de lo pornográfico. "En el mundo del porno, a los hombres les encanta correrse en la cara de las mujeres y las mujeres disfrutan con ello;en el mundo real, a algunas mujeres les gusta y a otras no, a algunos hombres les gusta correrse en la cara de ellas y a otras no, no es que el porno degrade a la mujer, es que el negocio degrada el porno", sostiene esta gurú que comenzó la andadura erótica tras dar una charla sobre sexo en la red y que ésta se hiciera viral.
Gallop niega la mayor: "La industria del porno todavía no la manejan mujeres porque, como cualquier otra industria, continúa controlada por hombres en su nivel más alto. Hay directoras de cine porno fantásticas pero todavía no acumulan las incursiones suficientes como para ser poderosas en la industria. El verdadero cambio todavía no ha sucedido", concluye.
Tampoco le agradan las descripciones como 'porno para mujeres' o 'porno de mujeres'. "Tengo serias dificultades con estos términos. Las mujeres elaboran un porno innovador que los hombres también disfrutan. No existe la etiqueta de porno pro mujeres porque las mujeres disfrutan de todo tipo de prácticas, exactamente igual que los hombres".
Su iniciativa no es ni pornográfica ni amateur sino que aspira al #realworldsex -"estamos creando una nueva categoría"- a través de libres participantes que suben sus videos sexuales a su web. "Nuestras estrellas no son exhibicionistas, son personas como cualquier otra, muchos de ellos nunca se habían grabado haciendo sexo antes pero ahora lo hacen porque creen en el proyecto, porque les parece transformador para su relación y su empoderamiento", explica.
Para triunfar en el universo del 'bussiness', se sirve del social media y de la tecnología o, mejor dicho, del tecnosexo. "No trabajo sólo en desarrollar mi startup sino también en cimentar su camino en el mundo de los negocios, demostrando que es un movimiento ligado al tecnosexo", sostiene.
Hacia el tecnosexo se dirige también Jennifer McEwen, confundadora de Mikandi, app porno de incomensurables dimensiones. "Personalmente, he vivido más sexismo en la industria tecnológica 'mainstream' que en la adulta. Muchas de las mejores compañías de entretenimiento adulto están lideradas por mujeres, es duro ser intolerante o sexista cuando lo más probable es que tu jefa sea una mujer", explica.
Desde la ley de la oferta y la demanda valora el cambio el estadounidense Todd Glider, que comenzó escribiendo erótica en los 90 y ahora dirige la sede europea de BaDoink, una de las primeras compañías pornográficas transversales, esto es, enfocadas en que el cliente pueda ver su porno en cualquier dispositivo. "Sagazmente, muchos se percataron de que el porno era inevitable y que la inmensa mayoría se dirigía a hombres y no a mujeres. Vieron la demanda y actuaron".
John Lane, compañero de Glinder y director de la revista de Badoink, zanja: "si se trata de sexo, se trata del ser humano".
Se acuerda Itziar Ziga, autora de ensayos como 'Devenir perra' y 'Un zulo propio', de una "tarde iniciática" en la Barcelona de 2003. Hasta la ciudad catalana había llegado, de la mano del filósofo Paul B. Preciado, Annie Sprinkle, actriz porno al principio, después teórica del mismo, sexóloga y una de las primeras directoras de cine pornográfico. "Todo comenzó en aquella charla, en el hoy maltrecho Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA), cuando Sprinkle nos narró sus 'Treinta Años de Puta Multimedia' y acabó exhortándonos: si no os gusta el porno que hay, poneros a hacer el porno que os guste".
Ziga rememora: "En Barcelona nos habíamos 'sexiliado', desde diversas latitudes y galaxias, una buena panda de perras, unas más artistas, otras más políticas, todas con ganas de sacarle brillo a la precariedad y de indagar el éxtasis de las 'monstruas', de las parias sexuales que éramos y que somos. Todo fecundó". Ella - al igual que muchas de las presentes en aquella charla- encontró en la editorial Melusina un lugar donde expresarse.
José Pons, su editor, estaba construyendo la editorial cuando Ziga y otras autoras y activistas -María Llopis, Diana Torres Pornoterrorista y Beatriz Preciado, ahora Paul B. Preciado, entre otras- recalaron en la ciudad catalana. El postporno se estaba gestando. "Todo lo precipita un viaje a París para conocer a Preciado, quien propone que Itziar publique conmigo. Cuando Melusina se adentró en este territorio todavía era un espacio marginal, incomprendido y amenazador que el 'mainstream' editorial intenta ahora fagocitar, no sin cierta dificultad gástrica".
Con Pons editó también María Llopis -'performer' y fundadora junto a Águeda Bañón del proyecto 'Girlswholikeporno'-, su híbrido de novela y ensayo 'El postporno era esto'. "Frente al porno sexista, en el que no nos sentíamos representadas, estaba la necesidad de subvertir la industria, de romper la concepción de que la mujer tiene una sexualidad concreta, no existe una sexualidad de la mujer y una sexualidad del hombre», explicaba Llopis a este periódico hace pocos días.
Hace también una década que la directora de cine porno sueca Erika Lust ejerce el activismo pornográfico, también ha elegido Barcelona para desarrollarlo y, en su equipo, apenas hay un par de hombres; el resto, la mayoría, son estilistas (Claire O'Keefe), directoras de arte (Marta Salazar), fotógrafas (Rocío Lunaire), diseñadoras gráficas (Cristina Pastrana), cámaras (Thais Catala) y productoras (Almudena Monzó). "Es desde hace 10 años que se produce el cambio en la industria adulta, los Feminist Porn Awards acaban de celebrar su décimo aniversario y, sobre todo, no sólo hay mujeres delante y detrás de las cámaras, sino que hay mujeres consumidoras de entretenimiento adulto", amplía.
Los premios de porno feminista que Lust menciona se celebraron ayer en Toronto (Canadá) y una de sus organizadoras, Carlyle Jansen, menciona como causa del cambio también "el abaratamiento de la tecnología".
El auge de internet, primero, y de las redes sociales, después, ha avivado el desarrollo de la mirada femenina y feminista en lo que a porno respecta. Cuenta Lucie Blush -dirige la web We Love Good Sex y trabajó con Lust mientras estudiaba en Barcelona-, que todo comenzó "hace 30 años cuando pioneras del porno feminista como Annie Sprinkle y Candida Royale empezaron a crear su propia versión del porno".
"Luego llegaron más directoras, como Ovidie o Petra Joy, pero eran excepciones en la industria, es con la muerte del DVD y el nacimiento de internet cuando se genera una nueva ola del género. Por ejemplo, es la primera vez que en el Porn Film Festival de Berlín más del 50% de las artistas eran mujeres, ya no somos excepciones", argumenta.
Donde sólo había tres posibles roles - «la puta, la santa y la 'milf'», detalla Lust- aparecen "mujeres más activas y más parecidas a las mujeres de la vida real", y desaparecen los "tipos hiper musculados, súper tatuados, agresivos y descebrados -¡A quién le puede parecer eso sexy!- que tampoco salían muy bien parados", prosigue.
"No estaban elegidos para excitar a las mujeres sino por ser una especie de fantasía aspiracional de macho alfa, de los actores con los que trabajo me suelen decir que 'no parecen actores porno', y éste es un rasgo muy claro de la nueva ola del cine erótico", dice.
Con Lust ha trabajado también la actriz y productora de porno Amarna Miller, Premio Ninfa Primera Línea a la Mejor Actriz Española de 2014. Así explica el panorama ella: "El problema es que las productoras 'mainstream', que al final son las más conocidas, no se arriesgan a poner mujeres dirigiendo y el género femenino ha quedado relegado a un nicho de mercado cerrado: el del porno para mujeres, el postporno y el porno feminista. Casi como un discurso político, en vez de una visión más dentro de la industria".
En ello coincide con Lola Pérez, pornófila y filósofa, autora de la tesis 'Perversum interrumptus: pornografía(s) de la razón sexual', donde se lee que "el feminismo está dividido en dos posiciones antagónicas sobre la pornografía y sólo las feministas prosex consiguen tensar, a través de sus modelos alternativos de sexualidad, la feminidad simbólica dominante".
Pese a los claros avances en materia de visibilidad, la academia sigue clamando. Se pregunta Marisol Salanova, filósofa especialista en postporno, "dónde están las corridas femeninas" y sostiene que "más en el porno amateur y el cibersexo que en la industria pornográfica". "Es la pornografía casera, ésa que se retransmite piel con piel sin inhibiciones ni incomodidades, la más placentera para nosotras, aquella en la que somos reparto y público a la vez", considera.
Es en esa búsqueda de un sexo real donde se enmarca, también, la vorágine del porno amauter, empujado por el desarrollo tecnológico e internet. Pero ya no se puede establecer un paralelismo entre lo pornográfico y lo amateur en lo que a sexo se refiere porque hay empresas que van más allá de esta dicotomía y personas que investigan sus posibilidades.
La inglesa Cindy Gallop, que vive en Nueva York, es la fundadora de Make Love not Porn -ahora en proceso de convertirse en televisión 'on line'- , una iniciativa que promueve una visión realista del sexo frente a la dureza de lo pornográfico. "En el mundo del porno, a los hombres les encanta correrse en la cara de las mujeres y las mujeres disfrutan con ello;en el mundo real, a algunas mujeres les gusta y a otras no, a algunos hombres les gusta correrse en la cara de ellas y a otras no, no es que el porno degrade a la mujer, es que el negocio degrada el porno", sostiene esta gurú que comenzó la andadura erótica tras dar una charla sobre sexo en la red y que ésta se hiciera viral.
Gallop niega la mayor: "La industria del porno todavía no la manejan mujeres porque, como cualquier otra industria, continúa controlada por hombres en su nivel más alto. Hay directoras de cine porno fantásticas pero todavía no acumulan las incursiones suficientes como para ser poderosas en la industria. El verdadero cambio todavía no ha sucedido", concluye.
Tampoco le agradan las descripciones como 'porno para mujeres' o 'porno de mujeres'. "Tengo serias dificultades con estos términos. Las mujeres elaboran un porno innovador que los hombres también disfrutan. No existe la etiqueta de porno pro mujeres porque las mujeres disfrutan de todo tipo de prácticas, exactamente igual que los hombres".
Su iniciativa no es ni pornográfica ni amateur sino que aspira al #realworldsex -"estamos creando una nueva categoría"- a través de libres participantes que suben sus videos sexuales a su web. "Nuestras estrellas no son exhibicionistas, son personas como cualquier otra, muchos de ellos nunca se habían grabado haciendo sexo antes pero ahora lo hacen porque creen en el proyecto, porque les parece transformador para su relación y su empoderamiento", explica.
Para triunfar en el universo del 'bussiness', se sirve del social media y de la tecnología o, mejor dicho, del tecnosexo. "No trabajo sólo en desarrollar mi startup sino también en cimentar su camino en el mundo de los negocios, demostrando que es un movimiento ligado al tecnosexo", sostiene.
Hacia el tecnosexo se dirige también Jennifer McEwen, confundadora de Mikandi, app porno de incomensurables dimensiones. "Personalmente, he vivido más sexismo en la industria tecnológica 'mainstream' que en la adulta. Muchas de las mejores compañías de entretenimiento adulto están lideradas por mujeres, es duro ser intolerante o sexista cuando lo más probable es que tu jefa sea una mujer", explica.
Desde la ley de la oferta y la demanda valora el cambio el estadounidense Todd Glider, que comenzó escribiendo erótica en los 90 y ahora dirige la sede europea de BaDoink, una de las primeras compañías pornográficas transversales, esto es, enfocadas en que el cliente pueda ver su porno en cualquier dispositivo. "Sagazmente, muchos se percataron de que el porno era inevitable y que la inmensa mayoría se dirigía a hombres y no a mujeres. Vieron la demanda y actuaron".
John Lane, compañero de Glinder y director de la revista de Badoink, zanja: "si se trata de sexo, se trata del ser humano".
Activismo postporno
Paul B. Preciado | El Mundo, 2015-04-18
http://www.elmundo.es/cultura/2015/04/18/552e788222601da62d8b458c.html
La sexualidad no es natural: es una construcción cultural. Se trata de un aparato psíquico-somático construido colectivamente a través del lenguaje, de la imagen, apoyado en normas y en sanciones sociales que modulan y estilizan el deseo. Por ello, la relación entre sexualidad y pornografía no es del orden de la representación, sino de la producción. La crítica feminista Teresa de Lauretis afirma que, en la modernidad, la fotografía y el cine funcionan como auténticas tecnologías del sexo y de la sexualidad: producen las diferencias sexuales y de sexualidad que pretenden representar. El porno no representa una sexualidad que le pre-existe, sino que es (junto con el discurso médico, jurídico, literario, etcétera) uno de los dispositivos que construyen el marco epistemológico y que trazan los límites dentro de los cuales la sexualidad aparece como visible.
La sexualidad se parece al cine. Está hecha de fragmentos de espacio-tiempo, cambios abruptos de plano, secuencias a contraluz, primerísimos planos, planos en picado y nadir, planos cenitales, zooms, voces en off... que el deseo, encerrado en la sala de montaje, corta, colorea, reorganiza, ecualiza y ensambla. Ese proceso que tiene lugar en el sistema neuronal privado (otros dirán en el inconsciente) encuentra con la invención de la industria audiovisual una dimensión colectiva, pública y política. La industria audiovisual es la sala de montaje política donde se inventa, produce y difunde la sexualidad pública como imagen visible a partir de finales del siglo XIX.
Desde los años 60 del pasado siglo estamos asistiendo a lo que podríamos llamar un asalto de la sala de montaje por parte de los minorías político-visuales cuyas prácticas, cuerpos y deseos habían sido hasta ahora construidos cinematográficamente como patológicos. Hasta entonces, las mujeres y las minorías sexuales y raciales no tuvieron acceso a la sala de montaje. Eran simples objetos de la representaciones: poco a poco se han convertido en sujetos. De nuevo, cuando hablo de minorías no me refiero a un número sino a un índice de subalternidad. Las mujeres heterosexuales, por ejemplo, eran y en parte siguen siendo una minoría político-visual, puesto que la feminidad como imagen se ha construido como el efecto de la mirada heteronormativa. El cine feminista (Trinh T. Minh-ha), experimental lesbiano (Barbara Hammer) o experimental 'queer' (Freak Orlando de Ulrike Ottinger o Dandy Dust de Hans Scheirl) no buscan representar la auténtica sexualidad de las mujeres, lesbianas o gays, sino producir contra-ficciones visuales capaces de poner en cuestión los modos dominantes de ver la norma y la desviación. Del mismo modo, la 'nouvelle vague' post-porno, transfeminista y tullido hecho sobre todo con video (Eric Pussyboy, Abigail Gnash, Lucie Blush, Courtney Trouble, Virginie Despentes, Gaspar Noe, Post-Op, Del LaGrace Volcano, YesWeFuck...) no busca representar la verdad del sexo sino cuestionar los límites culturales que separan la representación pornográfica y no pornográfica, así como los códigos visuales que determinan la normalidad o la patología de un cuerpo o de una práctica.
Durante los años 80 y 90, el feminismo anti-pornografía de Andrea Dworkin y Catherine Mackinnon define el porno como un lenguaje patriarcal y sexista que produce violencia contra el cuerpo de las mujeres ("el porno es la teoría, la violación la práctica"). Estos argumentos eclipsaron el activismo del feminismo pro-sexo, que veía en la representación disidente de la sexualidad una ocasión de empoderamiento para las mujeres y las minorías sexuales. Por su parte, el movimiento feminista anti-porno, apoyado por movimientos conservadores religiosos y pro-vida, abogaba por la censura estatal como único medio para proteger a las mujeres de la violencia pornográfica. Pero, ¿cómo se puede dejar el control de una tecnología de producción de placer en manos de un estado patriarcal, sexista y homófobo?
La cuestión decisiva, por tanto, no es si una imagen es una representación verdadera o falsa de una determinada sexualidad (femenina, masculina u otra) sino quién tiene acceso a la sala de montaje colectiva en la que se producen las ficciones de la sexualidad. Lo que una imagen nos muestra no es la verdad (o falsedad) de lo representado sino el conjunto de convenciones visuales y políticas de la sociedad que la mira. Aquí la pregunta por el quién no apunta al sujeto individual sino a la construcción política de la mirada. La pregunta no es si es posible un porno femenino, sino ¿cómo modificar jerarquías visuales que nos han constituido como sujetos? ¿Cómo desplazar los códigos visuales que históricamente han servido para designar lo normal o lo abyecto?
Es a este ejercicio de reapropiación de las tecnologías de producción de la sexualidad al que llamamos postpornográfico. El postporno no es una estética, sino el conjunto de producciones experimentales que surgen de los movimientos de empoderamiento político-visual de las minorías sexuales: los parias del sistema farmacopornográfico (los cuerpos que trabajan en la industria sexual, putas y actores y actrices porno, las mujeres disidentes del sistema heterosexual, los cuerpos transgénero, las lesbianas, los cuerpos con diversidad funcional o psíquica...) reclaman el uso de los dispositivos de audiovisuales de producción de la sexualidad. Las producciones postporno (las obras performativas y audiovisuales de Annie Sprinkle y Elisabeth Stepthens, COYOTE, Veronica Vera, Monika Treut, Linda Montano, Karen Finley, Maria Beatty, María Llopis, Emilie Jouvet, GoFist, Shu Lea Cheang, Diana Junyet Pornoterrorista) son el archivo vivo de las sexualidades en resistencia frente al porno de Estado, el porno de papá y mamá, el porno colonial, el porno del cuerpo normalizado. Es la revuelta en la sala de montaje donde se construye el deseo.
(*) Paul B. Preciado es filósofo y activista transfeminista, profesor de Filosofía del cuerpo en New York University y autor de 'Manifiesto Contra-sexual', 'Testo Yonqui' y 'Pornotopia', entre otros volúmenes.
La sexualidad se parece al cine. Está hecha de fragmentos de espacio-tiempo, cambios abruptos de plano, secuencias a contraluz, primerísimos planos, planos en picado y nadir, planos cenitales, zooms, voces en off... que el deseo, encerrado en la sala de montaje, corta, colorea, reorganiza, ecualiza y ensambla. Ese proceso que tiene lugar en el sistema neuronal privado (otros dirán en el inconsciente) encuentra con la invención de la industria audiovisual una dimensión colectiva, pública y política. La industria audiovisual es la sala de montaje política donde se inventa, produce y difunde la sexualidad pública como imagen visible a partir de finales del siglo XIX.
Desde los años 60 del pasado siglo estamos asistiendo a lo que podríamos llamar un asalto de la sala de montaje por parte de los minorías político-visuales cuyas prácticas, cuerpos y deseos habían sido hasta ahora construidos cinematográficamente como patológicos. Hasta entonces, las mujeres y las minorías sexuales y raciales no tuvieron acceso a la sala de montaje. Eran simples objetos de la representaciones: poco a poco se han convertido en sujetos. De nuevo, cuando hablo de minorías no me refiero a un número sino a un índice de subalternidad. Las mujeres heterosexuales, por ejemplo, eran y en parte siguen siendo una minoría político-visual, puesto que la feminidad como imagen se ha construido como el efecto de la mirada heteronormativa. El cine feminista (Trinh T. Minh-ha), experimental lesbiano (Barbara Hammer) o experimental 'queer' (Freak Orlando de Ulrike Ottinger o Dandy Dust de Hans Scheirl) no buscan representar la auténtica sexualidad de las mujeres, lesbianas o gays, sino producir contra-ficciones visuales capaces de poner en cuestión los modos dominantes de ver la norma y la desviación. Del mismo modo, la 'nouvelle vague' post-porno, transfeminista y tullido hecho sobre todo con video (Eric Pussyboy, Abigail Gnash, Lucie Blush, Courtney Trouble, Virginie Despentes, Gaspar Noe, Post-Op, Del LaGrace Volcano, YesWeFuck...) no busca representar la verdad del sexo sino cuestionar los límites culturales que separan la representación pornográfica y no pornográfica, así como los códigos visuales que determinan la normalidad o la patología de un cuerpo o de una práctica.
Durante los años 80 y 90, el feminismo anti-pornografía de Andrea Dworkin y Catherine Mackinnon define el porno como un lenguaje patriarcal y sexista que produce violencia contra el cuerpo de las mujeres ("el porno es la teoría, la violación la práctica"). Estos argumentos eclipsaron el activismo del feminismo pro-sexo, que veía en la representación disidente de la sexualidad una ocasión de empoderamiento para las mujeres y las minorías sexuales. Por su parte, el movimiento feminista anti-porno, apoyado por movimientos conservadores religiosos y pro-vida, abogaba por la censura estatal como único medio para proteger a las mujeres de la violencia pornográfica. Pero, ¿cómo se puede dejar el control de una tecnología de producción de placer en manos de un estado patriarcal, sexista y homófobo?
La cuestión decisiva, por tanto, no es si una imagen es una representación verdadera o falsa de una determinada sexualidad (femenina, masculina u otra) sino quién tiene acceso a la sala de montaje colectiva en la que se producen las ficciones de la sexualidad. Lo que una imagen nos muestra no es la verdad (o falsedad) de lo representado sino el conjunto de convenciones visuales y políticas de la sociedad que la mira. Aquí la pregunta por el quién no apunta al sujeto individual sino a la construcción política de la mirada. La pregunta no es si es posible un porno femenino, sino ¿cómo modificar jerarquías visuales que nos han constituido como sujetos? ¿Cómo desplazar los códigos visuales que históricamente han servido para designar lo normal o lo abyecto?
Es a este ejercicio de reapropiación de las tecnologías de producción de la sexualidad al que llamamos postpornográfico. El postporno no es una estética, sino el conjunto de producciones experimentales que surgen de los movimientos de empoderamiento político-visual de las minorías sexuales: los parias del sistema farmacopornográfico (los cuerpos que trabajan en la industria sexual, putas y actores y actrices porno, las mujeres disidentes del sistema heterosexual, los cuerpos transgénero, las lesbianas, los cuerpos con diversidad funcional o psíquica...) reclaman el uso de los dispositivos de audiovisuales de producción de la sexualidad. Las producciones postporno (las obras performativas y audiovisuales de Annie Sprinkle y Elisabeth Stepthens, COYOTE, Veronica Vera, Monika Treut, Linda Montano, Karen Finley, Maria Beatty, María Llopis, Emilie Jouvet, GoFist, Shu Lea Cheang, Diana Junyet Pornoterrorista) son el archivo vivo de las sexualidades en resistencia frente al porno de Estado, el porno de papá y mamá, el porno colonial, el porno del cuerpo normalizado. Es la revuelta en la sala de montaje donde se construye el deseo.
(*) Paul B. Preciado es filósofo y activista transfeminista, profesor de Filosofía del cuerpo en New York University y autor de 'Manifiesto Contra-sexual', 'Testo Yonqui' y 'Pornotopia', entre otros volúmenes.
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