Imagen: ctxt / Calle Arechaga, Bilbao |
Los vecinos de las calles del bilbaíno San Francisco se organizan, por su cuenta, para limar diferencias. La gentrificación promovida por los poderes públicos olvidó cuidar de la convivencia.
Ibai Gandiaga / Elisa de los Reyes | ctxt · Contexo y Acción, 2016-04-08
http://ctxt.es/es/20160406/Culturas/5278/Bilbao-Barrio-de-San-Francisco-gentrificaci%C3%B3n-museo-Guggenheim-urbanismo-arquitectura-Viajes-y-ficciones.htm
El sol de primavera se aleja del valle del Ibaizabal, dejando la ciudad de Bilbao en ese momento en el que debería ser de noche, pero aún es de día. Como dando fe de esa dicotomía, aparece ante nosotros una escena digna de atención: en primer plano, un padre rebusca en un contenedor de basura utilizando un garfio metálico con el que extraer piezas de aluminio para luego venderlas al peso. A su lado, un niño de unos siete años observa con atención la operación.
En un plano posterior, una pequeña terraza de bar reúne a un grupo de personas que ignoran la escena a tiempo que degustan una cerveza bajo el telón de fondo de un bar de decoración ecléctica y vintage. Como queriendo completar el reparto de opereta, por el lateral de ese improvisado teatro urbano aparece un grupo de turistas que, mapa de Bilbao en mano, intentan ubicarse en el barrio “bohemio” de la villa.
Si continuamos andando, nos encontraremos con una plaza amplia, de bancos y farolas de diseño y césped recién cortado donde un grupo de niños gitanos corretea mientras sus madres charlan a un lado. Un poco más allá, la calle vuelve a estrecharse y entonces se colmata: a ambos lados aparecen tiendas de fruta y verdura de árabes y de latinos, peluquerías subsaharianas, una antigua librería de barrio, bares gallegos, vascos y ecuatorianos, un local de venta de productos senegaleses.
La calle se llena de coches, bajo la atenta mirada tanto de la policía como de grupos de hombres de color de misteriosa ocupación. Más resguardados podríamos encontrar menores que esnifan pegamento, un alcohólico que se duerme en una esquina, un vecino que siempre habla solo ante su portal. Y más arriba, en la calle paralela, hallaremos mujeres en las esquinas y letreros de prostíbulos.
A la vuelta de la esquina, tal vez tomemos aliento en una plaza con un edificio recién construido, moderno, que alberga desde un centro de formación profesional hasta un vivero de empresas para jóvenes emprendedores o un conjunto de iniciativas sociales que ensayan “entornos de colaboración”. Más tarde puede que vayamos al bar cultural del barrio: hoy toca curso de gastronomía yucateca y cena comunitaria posterior.
Nos encontramos en el barrio de San Francisco, en la margen izquierda de la ría. Es un lugar marcado en el imaginario de la ciudad, que ha recibido a lo largo de los años multitud de nombres: “La Palanca”, “Barrio chino”, “Barrio rojo”, “Montmartre o SoHo bilbaíno”, “Bilbao Intercultural”. Esta potente imagen hizo que la supuesta regeneración del barrio haya suscitado expectación, debate y decepción a partes iguales. La supuesta regeneración, entendida por algunos como una estrategia de gentrificación, se detuvo en un momento determinado, y es que algo parece que no funcionó.
Promesas y desigualdades en la ciudad del Guggenheim
“Nosotros somos del barrio y trabajamos en él desde hace muchos años. Hace unos 12 regresamos a vivir aquí”. María Arana, vecina y miembro del colectivo Zaramari, nos relata su experiencia. “Vimos que era un espacio interesante sobre el que actuar desde nuestra asociación, que podíamos contribuir como una herramienta más para su transformación, descubriendo su realidad y su riqueza cultural” María, junto a su socio Gorka, desarrolla proyectos culturales de urbanismo e innovación social.
Hagamos un breve resumen para los desconocedores de la historia reciente de Bilbao; durante los últimos 40 años, la Villa pasó de ser declarada “zona de atmósfera contaminada” por el gobernador civil, a ser el escenario del “Efecto Guggenheim”, fenómeno urbanístico que describe la transformación del modelo productivo y recuperación económica de una ciudad, gracias a grandes transformaciones urbanísticas y arquitectónicas.
Con varios momentos traumáticos iniciales —las inundaciones de 1983, el desmantelamiento de la industria pesada de la ría, con el cierre del Astillero Euskalduna como paradigma— la estrategia de tercerización llegó de la mano de la “década prodigiosa” del ladrillo nacional. Primeras espadas de la arquitectura internacional —como Norman Foster, Álvaro Siza, Rafael Moneo, Frank Gehry, Zaha Hadid o Richard Rogers— firmaban proyectos donde antes existían astilleros y pabellones industriales.
Para rematar con una guinda en el pastel, el proyecto para el Tren de Alta Velocidad (TAV) había conseguido los fondos y apoyos políticos necesarios, y la estación de Abando, limítrofe al barrio de San Francisco, sería un punto de tránsito caliente en el eje atlántico Madrid-París. O al menos eso se creía.
Durante los años de crédito fácil, no fueron pocos los que decidieron comprar un piso o local en la zona de San Francisco, animados por los planes de regeneración urbana que desde los años 90 vienen transformando el barrio. El Ayuntamiento realizó un plan que incluyó polémicas demoliciones, nuevas vías de conexión y mucha vivienda nueva. Se realizaron además notorias mejoras de los espacios públicos: nuevas plazas, calles mejor iluminadas, lugares de estancia al borde de la ría. Al mismo tiempo, se instalaban y consolidaban infraestructuras culturales que atraían a nuevos públicos, como la sala de conciertos Bilborock, BilboArte o el Museo de Reproducciones Artísticas.
En un plano posterior, una pequeña terraza de bar reúne a un grupo de personas que ignoran la escena a tiempo que degustan una cerveza bajo el telón de fondo de un bar de decoración ecléctica y vintage. Como queriendo completar el reparto de opereta, por el lateral de ese improvisado teatro urbano aparece un grupo de turistas que, mapa de Bilbao en mano, intentan ubicarse en el barrio “bohemio” de la villa.
Si continuamos andando, nos encontraremos con una plaza amplia, de bancos y farolas de diseño y césped recién cortado donde un grupo de niños gitanos corretea mientras sus madres charlan a un lado. Un poco más allá, la calle vuelve a estrecharse y entonces se colmata: a ambos lados aparecen tiendas de fruta y verdura de árabes y de latinos, peluquerías subsaharianas, una antigua librería de barrio, bares gallegos, vascos y ecuatorianos, un local de venta de productos senegaleses.
La calle se llena de coches, bajo la atenta mirada tanto de la policía como de grupos de hombres de color de misteriosa ocupación. Más resguardados podríamos encontrar menores que esnifan pegamento, un alcohólico que se duerme en una esquina, un vecino que siempre habla solo ante su portal. Y más arriba, en la calle paralela, hallaremos mujeres en las esquinas y letreros de prostíbulos.
A la vuelta de la esquina, tal vez tomemos aliento en una plaza con un edificio recién construido, moderno, que alberga desde un centro de formación profesional hasta un vivero de empresas para jóvenes emprendedores o un conjunto de iniciativas sociales que ensayan “entornos de colaboración”. Más tarde puede que vayamos al bar cultural del barrio: hoy toca curso de gastronomía yucateca y cena comunitaria posterior.
Nos encontramos en el barrio de San Francisco, en la margen izquierda de la ría. Es un lugar marcado en el imaginario de la ciudad, que ha recibido a lo largo de los años multitud de nombres: “La Palanca”, “Barrio chino”, “Barrio rojo”, “Montmartre o SoHo bilbaíno”, “Bilbao Intercultural”. Esta potente imagen hizo que la supuesta regeneración del barrio haya suscitado expectación, debate y decepción a partes iguales. La supuesta regeneración, entendida por algunos como una estrategia de gentrificación, se detuvo en un momento determinado, y es que algo parece que no funcionó.
Promesas y desigualdades en la ciudad del Guggenheim
“Nosotros somos del barrio y trabajamos en él desde hace muchos años. Hace unos 12 regresamos a vivir aquí”. María Arana, vecina y miembro del colectivo Zaramari, nos relata su experiencia. “Vimos que era un espacio interesante sobre el que actuar desde nuestra asociación, que podíamos contribuir como una herramienta más para su transformación, descubriendo su realidad y su riqueza cultural” María, junto a su socio Gorka, desarrolla proyectos culturales de urbanismo e innovación social.
Hagamos un breve resumen para los desconocedores de la historia reciente de Bilbao; durante los últimos 40 años, la Villa pasó de ser declarada “zona de atmósfera contaminada” por el gobernador civil, a ser el escenario del “Efecto Guggenheim”, fenómeno urbanístico que describe la transformación del modelo productivo y recuperación económica de una ciudad, gracias a grandes transformaciones urbanísticas y arquitectónicas.
Con varios momentos traumáticos iniciales —las inundaciones de 1983, el desmantelamiento de la industria pesada de la ría, con el cierre del Astillero Euskalduna como paradigma— la estrategia de tercerización llegó de la mano de la “década prodigiosa” del ladrillo nacional. Primeras espadas de la arquitectura internacional —como Norman Foster, Álvaro Siza, Rafael Moneo, Frank Gehry, Zaha Hadid o Richard Rogers— firmaban proyectos donde antes existían astilleros y pabellones industriales.
Para rematar con una guinda en el pastel, el proyecto para el Tren de Alta Velocidad (TAV) había conseguido los fondos y apoyos políticos necesarios, y la estación de Abando, limítrofe al barrio de San Francisco, sería un punto de tránsito caliente en el eje atlántico Madrid-París. O al menos eso se creía.
Durante los años de crédito fácil, no fueron pocos los que decidieron comprar un piso o local en la zona de San Francisco, animados por los planes de regeneración urbana que desde los años 90 vienen transformando el barrio. El Ayuntamiento realizó un plan que incluyó polémicas demoliciones, nuevas vías de conexión y mucha vivienda nueva. Se realizaron además notorias mejoras de los espacios públicos: nuevas plazas, calles mejor iluminadas, lugares de estancia al borde de la ría. Al mismo tiempo, se instalaban y consolidaban infraestructuras culturales que atraían a nuevos públicos, como la sala de conciertos Bilborock, BilboArte o el Museo de Reproducciones Artísticas.
La olla se enfría
“Desde promoción económica y rehabilitación urbanística se han llevado a cabo [durante las últimas décadas] varias campañas para atraer al barrio proyectos económicos. Ayudas para la rehabilitación, alquileres económicos, premios”. Txelu Balboa, miembro de ColaBoraBora, otro colectivo especializado en entornos de innovación y colaboración con más de una década en el barrio, habla sobre las distintas estrategias de promoción de la zona.
“Desconozco las razones últimas pero la realidad es que muchos negocios han cerrado o se han marchado. Tal vez no llegaron a funcionar o no desarrollaron su pertenencia y vínculo al barrio. Otros, sí”. Después de completarse los objetivos del Plan Especial de Rehabilitación, que construyó alrededor de 1000 viviendas, lo que ha quedado ha sido un interregno que no ha sido como muchos esperaban. Los precios de los inmuebles no subieron y sus pobladores nunca se fueron. La olla no hirvió. La gentrificación nunca sucedió.
La situación social del barrio sigue siendo crítica. Con una tasa de paro que triplica a la de la ciudad, la inversión en negocios vanguardistas de hostelería ha recibido un nuevo impulso, y ha colocado de nuevo al barrio en una posición de deseo de posibles inversores que quieran dar salida a su capital. Pero los habitantes, de multitud de nacionalidades y en general, de renta baja, todavía siguen ahí, con un espectacular incremento de población de un 20%, más dramático aún si consideramos la bajísima tasa de natalidad vasca, de las más bajas del estado.
“Las transformaciones sociales se producen a largo plazo, a través de los años” continúa María, cuando la interpelamos sobre la falta de cambio en el barrio: “Queremos buscar procesos cortos de cambio, pero estos procesos necesitan mucho más tiempo”.
En el barrio, mientras tanto, se producen gran cantidad de iniciativas autoorganizadas desde la ciudadanía, sociales y creativas, que aúnan ayudas públicas y colaboración privada para dar lugar a eventos vecinales de encuentro y experiencias de innovación social de gran interés, algunas de ellas únicas en sus condicionantes.
Una de ellas es 'Gau Irekia / Noche Abierta', un evento cultural promovido por la asociación Sarean a modo de “Noche Blanca” con financiación pública a través de subvención pero organizado al más puro estilo “bottom-up” en el que colaboran y participan vecinxs, espacios, artistas, agentes sociales y culturales del barrio: en su cuarta edición ha implicado unos 50 espacios del distrito, desde prostíbulos hasta talleres de artistas, espacios de asociaciones y bares de la zona, con actividades como conciertos, charlas, degustación de comida para un público variado en edad, nivel cultural y procedencia.
“Desde promoción económica y rehabilitación urbanística se han llevado a cabo [durante las últimas décadas] varias campañas para atraer al barrio proyectos económicos. Ayudas para la rehabilitación, alquileres económicos, premios”. Txelu Balboa, miembro de ColaBoraBora, otro colectivo especializado en entornos de innovación y colaboración con más de una década en el barrio, habla sobre las distintas estrategias de promoción de la zona.
“Desconozco las razones últimas pero la realidad es que muchos negocios han cerrado o se han marchado. Tal vez no llegaron a funcionar o no desarrollaron su pertenencia y vínculo al barrio. Otros, sí”. Después de completarse los objetivos del Plan Especial de Rehabilitación, que construyó alrededor de 1000 viviendas, lo que ha quedado ha sido un interregno que no ha sido como muchos esperaban. Los precios de los inmuebles no subieron y sus pobladores nunca se fueron. La olla no hirvió. La gentrificación nunca sucedió.
La situación social del barrio sigue siendo crítica. Con una tasa de paro que triplica a la de la ciudad, la inversión en negocios vanguardistas de hostelería ha recibido un nuevo impulso, y ha colocado de nuevo al barrio en una posición de deseo de posibles inversores que quieran dar salida a su capital. Pero los habitantes, de multitud de nacionalidades y en general, de renta baja, todavía siguen ahí, con un espectacular incremento de población de un 20%, más dramático aún si consideramos la bajísima tasa de natalidad vasca, de las más bajas del estado.
“Las transformaciones sociales se producen a largo plazo, a través de los años” continúa María, cuando la interpelamos sobre la falta de cambio en el barrio: “Queremos buscar procesos cortos de cambio, pero estos procesos necesitan mucho más tiempo”.
En el barrio, mientras tanto, se producen gran cantidad de iniciativas autoorganizadas desde la ciudadanía, sociales y creativas, que aúnan ayudas públicas y colaboración privada para dar lugar a eventos vecinales de encuentro y experiencias de innovación social de gran interés, algunas de ellas únicas en sus condicionantes.
Una de ellas es 'Gau Irekia / Noche Abierta', un evento cultural promovido por la asociación Sarean a modo de “Noche Blanca” con financiación pública a través de subvención pero organizado al más puro estilo “bottom-up” en el que colaboran y participan vecinxs, espacios, artistas, agentes sociales y culturales del barrio: en su cuarta edición ha implicado unos 50 espacios del distrito, desde prostíbulos hasta talleres de artistas, espacios de asociaciones y bares de la zona, con actividades como conciertos, charlas, degustación de comida para un público variado en edad, nivel cultural y procedencia.
Iniciativas desde abajo
“Una buena política a futuro pasa por potenciar los espacios de mediación que ya existen. Es mejor promover las relaciones a nivel individual que se están generando, más que crear un organismo mediador, que sería más artificial”, sugiere María. Un esfuerzo de esos espacios de mediación podría ser el espacio Sarean, en la plaza Corazón de María, que recoge el testigo de 30 años de iniciativas del barrio que entendían el arte y la cultura como herramienta de reunión, construcción y cohesión.
En el local, cedido y reformado por el Ayuntamiento, se desarrollan eventos culturales programados por una asociación integrada por artistas, productorxs culturales y vecinxs, a la que aquél que quiera puede unirse. El proyecto se financia en parte por el bar-restaurante que alberga, y en parte por ayudas públicas de cultura. Las actividades que se desarrollan van desde la música experimental y los grupos de lectura hasta talleres gastronómicos de las diferentes culturas que cohabitan en el barrio.
La creación de espacios de encuentro, ‘per se’, puede no ser suficiente. Txelu nos señala el gran problema de la mezcla de distintos: “Todo está parcelado: los locales, las calles... Hay una serie de pactos de convivencia no escrita. No se invaden los unos a los otros y todos en paz.
“Mientras que algunos vecinos percibimos esto como conflictivo, para otros es lo normal; yo diría que hay cierta tensión en todas direcciones. No es solo una cuestión del ‘vecinos de toda la vida’ contra ‘nuevos vecinos’, sino más bien un todos contra todos originado en unas diferencias culturales muy grandes que no encuentran la manera de hilvanarse de manera fluida”. Con una gran tasa de movilidad en la población inmigrante, que utiliza en gran parte el barrio como tránsito a otros lugares de Bilbao, la construcción de una convivencia se complica todavía más.
Uno de los casos de éxito que ha conseguido un cierto reconocimiento es la iniciativa de la fiesta de Arroces del Mundo. Carlos Askunze, miembro de la Coordinadora de Grupos del distrito, estuvo presente cuando se pensó la receta: “La idea de Arroces del Mundo surge en 2004. En la Coordinadora surgía la preocupación de cómo ocupar la calle de modo reivindicativo y festivo, y cómo darle a eso un enfoque que tuviera que ver con la interculturalidad. Alguien pensó en el arroz, que es un alimento que se come en casi todo el mundo. Parecía un buen enganche para la gente, y nos permitía convertir la Plaza de Corazón de María en un espacio autogestionado y propio de la gente”.
Carlos considera que esta iniciativa “desde abajo” contribuye a unir lazos de los habitantes locales, al tiempo que atrae a visitantes de otras partes de la ciudad y la provincia. Prueba de eso, el paso en diez años de 300 asistentes a los más de 4000 del año pasado.
Por lo tanto, el enfriamiento del proceso urbanístico -patente también en la demora de la redacción del nuevo PGOU de Bilbao- ha propiciado que surjan iniciativas desde abajo. Una de las más recientes es la Red de Intercambio de Espacios, proyecto comenzado desde el laboratorio y espacio de trabajo autogestionado Wikitoki. La Red, apoyada por una subvención pública, ha mapeado e identificado necesidades de 40 espacios del barrio, generando un canal para el trueque de recursos entre iniciativas.
Espacios de mediación y urbanismo a fuego lento
En resumen, el barrio de San Francisco fue objeto de grandes transformaciones urbanísticas que preparaban el desembarco para la “gente de bien”. Aunque las piezas ya estaban colocadas -infraestructuras culturales, promoción de negocios de economía creativa, infraestructuras y viviendas, depreciación inmobiliaria-, el proceso nunca llegó a cuajar. La transformación pasó del corto al largo plazo, y con esa cadencia aparecieron iniciativas desde la ciudadanía que buscaban espacios de convivencia.
En este caso estas iniciativas no estaban previstas: la transformación pensada desde el tablero de dibujo y el despacho nunca ha llegado a concretarse. Esa fortuna exigió encarar el conflicto, los problemas, desde una perspectiva que a la Administración resulta incómoda: la mediación. Creemos que el urbanismo de la ciudad consolidada camina más en ese sentido, esto es, en procesos de largo plazo a partir de un caldo de cultivo ciudadano y social y apoyados por iniciativas públicas y privadas. Entender la ciudad como un espacio sin problemas ni conflictos lleva al urbanismo a un camino que no tiene en cuenta la diversidad ni los deseos ciudadanos y que debería estar ya superado.
La problemática de la gentrificación es común a cualquier ciudad tardocapitalista que haya descuidado sus centros históricos. El caso de San Francisco es interesante debido a la reacción de la ciudadanía ante este hecho: la creación de espacios de mediación frente al paradigma de tábula rasa que imperó la década pasada en la regeneración de barrios.
Es necesario acostumbrarnos a que la “regeneración urbana” no consiste en expulsar a la población conflictiva y sustituirla por otra, sino en trabajar para que la gente de los barrios mejore sus condiciones de vida. Para ello hay que conseguir que el “calor” del mercado no nuble la planificación urbana. Al fin y al cabo, qué mejor para comer que un guiso cocinado a fuego lento, con ingredientes exóticos y mucho, mucho cariño.
“Una buena política a futuro pasa por potenciar los espacios de mediación que ya existen. Es mejor promover las relaciones a nivel individual que se están generando, más que crear un organismo mediador, que sería más artificial”, sugiere María. Un esfuerzo de esos espacios de mediación podría ser el espacio Sarean, en la plaza Corazón de María, que recoge el testigo de 30 años de iniciativas del barrio que entendían el arte y la cultura como herramienta de reunión, construcción y cohesión.
En el local, cedido y reformado por el Ayuntamiento, se desarrollan eventos culturales programados por una asociación integrada por artistas, productorxs culturales y vecinxs, a la que aquél que quiera puede unirse. El proyecto se financia en parte por el bar-restaurante que alberga, y en parte por ayudas públicas de cultura. Las actividades que se desarrollan van desde la música experimental y los grupos de lectura hasta talleres gastronómicos de las diferentes culturas que cohabitan en el barrio.
La creación de espacios de encuentro, ‘per se’, puede no ser suficiente. Txelu nos señala el gran problema de la mezcla de distintos: “Todo está parcelado: los locales, las calles... Hay una serie de pactos de convivencia no escrita. No se invaden los unos a los otros y todos en paz.
“Mientras que algunos vecinos percibimos esto como conflictivo, para otros es lo normal; yo diría que hay cierta tensión en todas direcciones. No es solo una cuestión del ‘vecinos de toda la vida’ contra ‘nuevos vecinos’, sino más bien un todos contra todos originado en unas diferencias culturales muy grandes que no encuentran la manera de hilvanarse de manera fluida”. Con una gran tasa de movilidad en la población inmigrante, que utiliza en gran parte el barrio como tránsito a otros lugares de Bilbao, la construcción de una convivencia se complica todavía más.
Uno de los casos de éxito que ha conseguido un cierto reconocimiento es la iniciativa de la fiesta de Arroces del Mundo. Carlos Askunze, miembro de la Coordinadora de Grupos del distrito, estuvo presente cuando se pensó la receta: “La idea de Arroces del Mundo surge en 2004. En la Coordinadora surgía la preocupación de cómo ocupar la calle de modo reivindicativo y festivo, y cómo darle a eso un enfoque que tuviera que ver con la interculturalidad. Alguien pensó en el arroz, que es un alimento que se come en casi todo el mundo. Parecía un buen enganche para la gente, y nos permitía convertir la Plaza de Corazón de María en un espacio autogestionado y propio de la gente”.
Carlos considera que esta iniciativa “desde abajo” contribuye a unir lazos de los habitantes locales, al tiempo que atrae a visitantes de otras partes de la ciudad y la provincia. Prueba de eso, el paso en diez años de 300 asistentes a los más de 4000 del año pasado.
Por lo tanto, el enfriamiento del proceso urbanístico -patente también en la demora de la redacción del nuevo PGOU de Bilbao- ha propiciado que surjan iniciativas desde abajo. Una de las más recientes es la Red de Intercambio de Espacios, proyecto comenzado desde el laboratorio y espacio de trabajo autogestionado Wikitoki. La Red, apoyada por una subvención pública, ha mapeado e identificado necesidades de 40 espacios del barrio, generando un canal para el trueque de recursos entre iniciativas.
Espacios de mediación y urbanismo a fuego lento
En resumen, el barrio de San Francisco fue objeto de grandes transformaciones urbanísticas que preparaban el desembarco para la “gente de bien”. Aunque las piezas ya estaban colocadas -infraestructuras culturales, promoción de negocios de economía creativa, infraestructuras y viviendas, depreciación inmobiliaria-, el proceso nunca llegó a cuajar. La transformación pasó del corto al largo plazo, y con esa cadencia aparecieron iniciativas desde la ciudadanía que buscaban espacios de convivencia.
En este caso estas iniciativas no estaban previstas: la transformación pensada desde el tablero de dibujo y el despacho nunca ha llegado a concretarse. Esa fortuna exigió encarar el conflicto, los problemas, desde una perspectiva que a la Administración resulta incómoda: la mediación. Creemos que el urbanismo de la ciudad consolidada camina más en ese sentido, esto es, en procesos de largo plazo a partir de un caldo de cultivo ciudadano y social y apoyados por iniciativas públicas y privadas. Entender la ciudad como un espacio sin problemas ni conflictos lleva al urbanismo a un camino que no tiene en cuenta la diversidad ni los deseos ciudadanos y que debería estar ya superado.
La problemática de la gentrificación es común a cualquier ciudad tardocapitalista que haya descuidado sus centros históricos. El caso de San Francisco es interesante debido a la reacción de la ciudadanía ante este hecho: la creación de espacios de mediación frente al paradigma de tábula rasa que imperó la década pasada en la regeneración de barrios.
Es necesario acostumbrarnos a que la “regeneración urbana” no consiste en expulsar a la población conflictiva y sustituirla por otra, sino en trabajar para que la gente de los barrios mejore sus condiciones de vida. Para ello hay que conseguir que el “calor” del mercado no nuble la planificación urbana. Al fin y al cabo, qué mejor para comer que un guiso cocinado a fuego lento, con ingredientes exóticos y mucho, mucho cariño.
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