sábado, 1 de octubre de 2016

#hemeroteca #testimonios | Regreso a la Ruta del Bakalao: 20 años de aquellas fiestas locas que duraban 4 días

Imagen: El Español / rutadestroy.com
Regreso a la Ruta del Bakalao: 20 años de aquellas fiestas locas que duraban 4 días.
Nació como movimiento contracultural vanguardista, acabó siendo símbolo de excesos y consumo de drogas de diseño y murió de éxito.
David López Frías | El Español, 2016-10-01
http://www.elespanol.com/reportajes/20160930/159484902_0.html

“Mira nano, de aquel ‘bacalao’ no queda ni la raspa”.

Lo cuenta un antiguo rutero de Sueca, el municipio valenciano en el que empezó la mítica Ruta del Bakalao: el movimiento lúdico-festivo que se convirtió en el emblema del ocio nocturno español a principios de los 90. Hacer la ruta permitía empezar a bailar un jueves en cualquiera de la decena de salas con las que contaba la capital del Turia y no parar hasta el lunes. 72 horas de fiesta. Y acabar destrozado, por norma general.

La Ruta del Bakalao fue el estandarte de la noche española durante una década. Para bien y para mal. En el imaginario popular permanece como una época oscura en la que varias discotecas valencianas se turnaban para abrir sin descanso durante 4 días seguidos, los DJ pinchaban música electrónica y los jóvenes llegaban de todas partes de España, se colocaban con drogas de diseño y se mataban en las carreteras.

Pero la realidad es que esa es sólo la parte relativa a la leyenda negra. La Ruta del Bakalao fue mucho más que eso. Un movimiento independiente, vanguardista y transgresor que trajo a España las últimas novedades musicales del rock internacional, que modificó la forma de entender la fiesta en nuestro país y que acabó muriendo de éxito.

Ahora, 20 años después de su final, El Español se va de ruta. Visitamos los vestigios de aquellos templos de la fiesta, hoy convertidos en ruinas, y hablamos con los protagonistas de aquel boom que puso a Valencia en el mapa del ocio mundial y del que ya no queda nada.

La raspa del ‘bakalao’
Efectivamente, lo que queda de aquel bacalao no es más que la raspa. El panorama actual es desolador. Adentrarse en The Face (mítica discoteca de El Perelló) se convierte en una experiencia siniestra. La sala fue uno de los referentes de la fiesta valenciana en los 90. Tal vez era el más lujoso de todos aquellos templos de ocio levantinos. Una terraza con vistas al mar, una piscina, una arquitectura vanguardista…

Ahora, el recinto está destrozado. En lo que antes fue la pista de baile, los indigentes que ahora la ocupan han atado a un gran perro negro, al lado de mantas sucias y botellas de cerveza. La piscina, por su parte, está llena de cascotes.

En Chocolate (situado en Sueca, a unos 10 kilómetros), tres cuartos de lo mismo. El acceso es sencillo pero peligroso. El suelo de esta sala abandonada está lleno de cristales rotos y lo que queda de las escaleras se cae a pedazos, por lo que subir a la terraza compromete la integridad física del que lo intenta. En las paredes, pintadas nostálgicas. “Aquí bailé yo” o “Aquí viví y conocí a la madre de mis hijos” son algunos de los textos que están escritos con tiza o spray en las paredes.

La macrodiscoteca Puzzle (también en Sueca, a un par de kilómetros de Chocolate) era la más grande de las salas valencianas que conformaron la ruta. Contaba con un aforo de más de 3.000 personas. Ahora está saqueada. Los robos de cobre han sido sistemáticos. Los propietarios han tenido que tapiar los accesos porque les han afanado la instalación eléctrica al completo y hasta los paneles del techo.

¿Qué fue exactamente de la Ruta del Bakalao? ¿Qué factores la catapultaron a la vanguardia del ocio español y qué causas acabaron por matarla y han dejado sus templos en ruinas?

La ruta Destroy
La Ruta del Bakalao (o Ruta Destroy) nace a principios de los 80 como reacción a “una época en la que las discotecas españolas aún tenían moqueta, los camareros llevaban pajarita y se pinchaban canciones lentas, rumbas y funky”. Así lo explica el periodista Luís Costa, que está preparando un libro sobre la Ruta. De esa tesitura se apartan varias salas ubicadas entre las ciudades de Sueca y Valencia. Deciden dar un giro de timón, apostar por un sonido vanguardista e incorporar rock británico, glam o new wave. En las pistas sonaba The Cure, Depeche Mode, The Smiths o Cabaret Voltaire. Música que también se podía bailar, aunque nadie en España hubiese reparado en ello.

La primera en abrir fue Barraca, en 1965. Como su propio nombre indica, la sala era una barraca próxima a la playa. Un belga la acondicionó, colocó una bola disco, dos platos y unas luces, convirtiéndola en una discoteca para parejas. A finales de los 70, un camarero llamado Carlos Simó pasó a ser el DJ residente. Simó, que con el tiempo acabaría siendo el propietario de la discoteca Puzzle, fue uno de los DJ que lo cambió todo: viajaba a Inglaterra cada semana (cuando aún no existía internet ni los vuelos low cost) para traer a España discos que aquí aún no sonaban ni en la radio. Si querías escuchar lo último en rock o new wave, tenías que estar en Valencia. Los sibaritas de la música alternativa llenaban estas sesiones, ávidos de novedades.

El propio Simó recuerda cómo empezó a experimentar con sonidos inéditos en las pistas de baile: “Hasta ópera he pinchado allí. Y la gente lo bailaba igual. Yo cerraba cada sesión con la versión de “My Way” de Nina Simone, que se convirtió en el emblema de la sala. Nadie lo había hecho hasta entonces”. Además, el carisma de Simó empezó a llenar la cabina, más allá de la música que pinchase: cuando un disco empezaba a sonar en la radio y comenzaba a ser considerado ‘mainstream’, el propio Simó lo rompía en directo de forma simbólica.

Entran Chocolate y Spook
El auge de Barraca tuvo lugar en los 80. Y precisamente en 1982 abre, a 500 metros de distancia, la discoteca Chocolate. Pretendía ser la réplica “oscura” a Barraca, incorporando sonidos más góticos y siniestros. En el 84, el empresario de la noche Bernardino Solís inaugura, a algo más de un kilómetro de distancia, la sala Spook Factory. “Mi idea era abrir una discoteca de guitarras”, cuenta Solís, dejando patente lo alejada que estaba su idea inicial de que la sala acabase como una catedral de la música electrónica. Spook Factory adoptó como logo el murciélago del escudo de Valencia a modo de seña identitaria local.

Acababa de nacer la “movida valenciana”. Y lo hizo casi de forma paralela a la “movida madrileña”. Salvando las diferencias, la fiesta levantina podría equipararse como movimiento contracultural a la de la capital. Pero una ha acabado mitificada y la otra satanizada.

Paradójicamente, eran las salas de Valencia las que pinchaban música de mayor calidad, frente al protagonismo de grupos locales amateur de las de Madrid. “Valencia estaba, por calidad de sonido, más cerca de Londres o Manchester que de Madrid. Los mejores grupos internacionales venían a Valencia a presentar sus discos, como hoy van a Madrid y Barcelona”, explica el escritor Carlos Aimeur, autor de “Destroy”, una novela ambientada en la última época de la ruta.

“Eran discotecas de playa que arriesgaban y estaban configuradas para que asistiese un público nada convencional. Los famosos que pasaban por Valencia asistían a aquellas sesiones como el que asiste a un espectáculo excepcional”, resume Joan Oleart, escritor y autor del libro “En Èxtasi”.

30 kilómetros de fiesta
A Barraca, Chocolate y Spook se le fueron sumando otras discotecas que abrieron a lo largo de los 30 kilómetros de la carretera de El Saler: Puzzle (la más grande de todas), ACTV (cuyo misterioso nombre dio lugar a millones de conjeturas), The Face (la de la piscina), Distrito 10 (nombrada en su momento la mejor discoteca de Europa), NOD, Espiral, Heaven, Metrópolis, El Templo, KU, Zona, Acción…

Por toda la escena underground española empezó a correrse la voz de que la fiesta no descansaba en Valencia. Y que el ambiente de respeto y “buen rollo” era la tónica habitual de todas las sesiones. “Las sustancias que consumíamos también influían”, cuenta Javi, un rutero de la época. “Empezó con la heroína, como en toda España durante los 80. El suelo de los lavabos estaba llenos de jeringuillas. Pero sobre todo, la novedad fue la introducción de la mescalina, que era una droga que venía en cápsulas. No nos ponía violentos y contribuía a aquella especie de comunión entre todos los asistentes”, recuerda.

Bacalao de Bilbao
Fue cuestión de tiempo que aquel movimiento se bautizase con un nombre peculiar. Empezó siendo conocida como Ruta Destroy, pero pasó a la posteridad como “Ruta del Bakalao”.

¿De dónde sale el nombre de bacalao?”. Cuenta la leyenda que la denominación la acuñaron en la tienda de discos Zig-Zag. “Había un DJ local que iba siempre a comprar vinilos acompañado de un amigo suyo que, cada vez que escuchaba una buena canción, gritaba “Esto es bacalao de Bilbao”. Esa denominación acabó calando incluso entre los dueños de la tienda. Cada vez que llegaba una novedad potente le decían a los clientes que acababa de llegar 'bacalao del bueno'. Y así se empezó a generalizar”, explica el periodista Luis Costa.

Respecto al concepto “ruta”, el motivo fue que Valencia ya contaba a mediados de los 80 con un puñado de salas separadas entre sí por muy pocos kilómetros de distancia. Aprovechando la laxitud de la ley, las salas se turnaban para abrir en horarios distintos e intempestivos. Desde el jueves por la noche hasta el lunes. Cada una con su horario que permitía, al que se atreviese, no descansar. Por tanto, era posible hacer un itinerario a través de las diferentes salas durante varios días seguidos, encadenando fiesta sin pausa.

Así, Valencia ya contaba con todos los ingredientes que, mezclados, conformaron el cóctel: una música vanguardista, un público entendido en la materia, unas salas alternativas que no cerraban en todo el fin de semana y una generación de cerebros en diferentes ámbitos de la noche que coincidieron en el tiempo y el espacio. Y es que los empresarios del ocio fueron unos visionarios que quisieron convertir a Valencia en la primera zona de ocio diurno de Europa e inauguraron el concepto ‘after hour’.

Los DJ, por su parte, incorporaban lo último en música alternativa y creaban nuevos temas, pasando a ser productores. Gente como Fran Lenaerts (DJ de ACTV, pionero en España en presentar el concepto “mezclas” al incorporar dos platos y coordinar dos canciones juntas), Toni el Gitano, Kike Jaen o Toni Conca se convirtieron en la primera generación de ‘disc jockeys’ legendarios de España. “Fue una especie de generación de oro, un ‘dream team’ de diversas áreas repartido por varias salas, muy próximas geográficamente”, rememora Carlos Simó.

Nace el “parkineo”
También empezaron a cobrar relevancia los pubs y los parkings como espacios festivos. El hecho de que algunas discotecas sólo cerrasen un par de horas antes de volver a abrir, hacía que los fieles de esa sala no quisiesen marcharse a seguir la fiesta a otra discoteca. “¿Qué hacíamos? Meternos en el pub que cada sala tenía al lado. Bares como Torero o Villa Adelina se convertían en el lugar perfecto para hacer ese paréntesis. Y si estabas en una discoteca sin pub, el parking era un buen lugar para socializar. Eso se llamaba ‘parkineo’”, recuerda Javi, el antiguo rutero. O ‘cañero’, que era el otro nombre con el que se conocía a los asiduos a la fiesta valenciana.

“Había gente que se traía tablas de madera dentro del coche. Cuando la discoteca cerraba, la sellaban al portaequipajes del techo y convertían el automóvil en un pódium improvisado donde bailar. Ponían la música a toda hostia y aquello se convertía en una discoteca al aire libre” rememora Javi. La sala que más popularizó el ‘parkineo’ fue NOD, en cuyo aparcamiento incluso se cocinaban paellas.

“Era posible estar 72 horas de fiesta, pero no era imprescindible ni lo hacía todo el mundo. La gente paraba. Incluso había quien se acostaba por la noche bien pronto para levantarse temprano y llegar fresco a la sesión matinal. Los jóvenes paraban para dormir. O para comerse una paella el sábado por la tarde. O para ir a ver los partidos de fútbol del Valencia el domingo”, cuenta el escritor Carlos Aimeur.

Con respecto al equipo ché, un rutero de Sueca recuerda una anécdota: “Había un ‘cañero’ muy popular y conocido que era empleado del Valencia CF. Salía mucho de fiesta y por las noches, en las discotecas, cambiaba entradas “de las más caras” por drogas. Eso provocó que empezasen a aparecer por el palco de Mestalla jóvenes muy pasados de vueltas, con gafas de sol a las tantas de la noche y la mandíbula 'en Cuenca'. Los dirigentes del Valencia CF ‘flipaban’ porque no entendían nada" asegura.

Espanya 92 – Valencia 0
La juventud valenciana se aferró a aquella explosión de libertad post-transición como una seña identitaria. “El valenciano siempre ha sido fiestero por definición. Si no son los Moros y Cristianos, son las Fallas, y si no, la Tomatina y las mil fiestas de los pueblos” subraya Bernardino Solís, fundador de Spook Factory.

Pero además, el sentimiento de pertenencia de la juventud levantina a la Ruta era una respuesta al olvido institucional que España había ejercido contra Valencia. Agonizaban los 80, entraba una nueva década y el resto de grandes ciudades contaban con proyectos faraónicos ilusionantes. En 1992, Madrid iba a ser Capital Europea de la Cultura, Barcelona iba a celebrar unos Juegos Olímpicos y Sevilla la Expo Universal. Lo único que podía celebrar Valencia era la fiesta de cada fin de semana, que se había quedado fuera de aquellos fastos. “Había una pintada muy ilustrativa en varios muros de la ciudad en la que se podía leer: 'Espanya 92 – Valencia 0'. Aquello reflejaba un malestar generalizado”, cuenta Carlos Aimeur.

Valencia sólo tenía la fiesta y se la procuraron ellos solos, sin la ayuda de ningún gobierno. Y estaba a la vanguardia en todos los aspectos. Incluso en materia de drogas. A finales de los 80 empezaron a llegar a la costa levantina las primeras drogas sintéticas que se consumieron en España: el speed y, sobre todo, las pastillas de éxtasis. El efecto era similar pero resultaban mucho más baratas que las cápsulas de mescalina. Al éxtasis le costó muy poco hacerse popular, comerle el terreno a la mescalina y acabar canibalizándola.

Javi, un antiguo rutero que ahora tiene 50 años, lo ilustra bien: “Yo ya no consumo drogas, pero en aquella época las probé todas. Y te digo: las primeras ‘rulas’ (pastillas), las de mescalina, estaban mucho más buenas que las últimas. Las de la primera época valían entre 3 y 5 mil pesetas, pero te comías una o dos y te pasabas toda la noche bailando. No como las ‘chuflas’ (pastillas) de los últimos años, que costaban cien ‘duros’ (tres euros) o un ‘talego’ (seis euros) pero estaban adulteradas. Te tenías que comer siete u ocho y te dejaban destrozado por dentro”.

Exta sí, Exta no
En Valencia se innovaba. Y en ese afán por traer lo último de lo último acabó siendo contraproducente para el espíritu inicial. En materia de música, los DJ empezaron a incorporar sonidos electrónicos, algo que nunca se había bailado en las salas españolas. Prototechno belga, hardcore alemán… Se dejó de pinchar rock, glam y new wave para ofrecer sonidos más industriales, machacones y repetitivos. Todo compuesto por ordenador. Se abandonaron las guitarras y se incorporaron las máquinas. De ahí que el sonido se empezase a conocer como “música makina”, un concepto que luego se desarrolló hasta el límite en las discotecas de Cataluña. La llegada de la música electrónica y la generalización de la técnica de “mezclas” incorporada por Fran Lenaers arraigaron pronto entre la concurrencia, convirtiéndose así en una nueva seña de identidad.

El éxito fue tan rotundo que los propios DJ se empezaron a convertir en productores de sus propios temas. En 1991, Chimo Bayo, residente de la discoteca El Templo, publicó una canción titulada “Así me gusta a mí” que se convirtió en número 1 de ventas en España, Israel y Japón. Un auténtico pelotazo internacional que, a la larga, ha devenido en el himno no oficial de la Ruta del Bakalao.

El estribillo decía: “Exta sí, Exta no, exta me gusta me la como yo”. El consumo de éxtasis, como indica la letra, estaba ya tan generalizado que se había convertido en la última seña de identidad del movimiento. Ya no había heroína ni mescalina, sino nuevas drogas de diseño como bandera, e incluso se les dedicaban canciones.

Las nuevas sustancias comportaron cambios incluso en los patrones de consumo de los asistentes a las sesiones. Los cubatas dieron paso a los botellines de agua por varios motivos: “Nos decían que las pastillas no subían si te las tomabas con alcohol, que había que tomarlas con agua”, rememora Javi, el rutero. Además, el alto poder de deshidratación del éxtasis obligaba a los consumidores a tener agua siempre cerca. Así, la concurrencia se agitaba al son de música electrónica con botellines de agua en las manos. “Los dueños de las discotecas cortaban el agua de los lavabos para que tuviésemos que comprar botellas de agua. Si no tenías dinero te deshidratabas”.

Empieza el declive
A principios de los 90, la fama de la Ruta del Bakalao se había desbordado. Todas las noches llegaban autocares de toda España cargados de jóvenes ávidos de vivir la mítica noche valenciana. Buses procedentes de Cataluña, Galicia, Madrid o Andalucía descargaban a decenas de jóvenes ávidos de nuevas drogas, música de moda y salas que abrían en horarios inusuales.

De contar con unas pocas salas casi clandestinas, Valencia pasó a convertirse en una especie de parque temático de las discotecas, con todo lo que ello conlleva. La movida valenciana se masificó y se hizo incontrolable.

La fama de la Ruta trascendió fronteras. Hasta en el extranjero admiraban a Valencia y su fiesta. Así, en materia de música, la demanda de temas propios para exportar al extranjero era tan grande que se empezaron a producir discos en masa y eso fue en detrimento de la calidad.

Los primeros ‘cañeros’, los que llenaron las salas en los 80 en busca de las novedades de rock internacional y bailaban con la mescalina, ya no salían de ruta. Se habían hecho mayores y no encontraban la música alternativa que les llevó al llenar las pistas. Aquellos pioneros valencianos dejaron de ir de fiesta y ocupó su lugar una nueva generación de jóvenes de todas partes que buscaba música electrónica pasada de revoluciones y pastillas de éxtasis.

Muertes en la carretera
La carretera fue otro de los factores que contribuyó a demonizar la Ruta del Bakalao. El tránsito nocturno por la carretera de El Saler nada tenía que envidiarle al diurno. La masificación trajo consigo consecuencias negativas, como el incremento de la siniestralidad.

Ramón, un policía municipal de Sueca, recuerda la cantidad de accidentes de tráfico que se registraban cada noche en la carretera de El Saler. “El positivo en alcoholemia no era un delito penal como ahora. Lo único que podíamos hacer era inmovilizar el coche hasta que al conductor se le pasase la borrachera. Y es que, paradójicamente, el que tomaba cubatas era el conductor. El ‘tipo sano’ era el que bebía alcohol. El resto de ocupantes del coche iban drogados con pastillas, así que sólo bebían agua. El que tenía que conducir intentaba no drogarse. Pero como también se lo quería pasar bien, bebía. Y pasaba lo que pasaba” concluye el agente.

Este comportamiento temerario tenía consecuencias funestas. Las discotecas estaban ubicadas a las afueras de la ciudad, entre los arrozales. Esos cultivos están rodeados de acequias, estrechas rieras por las que se evacua el agua. “Algunos de los accidentes eran terribles. Recuerdo una noche en la que un Renault 5 ocupado por cinco personas se cayó dentro de la acequia que había al lado de la sala Chocolate. Como el río era tan estrecho, no pudieron salir del automóvil porque las puertas no se abrían por completo al chocar contra las paredes de la acequia. El coche se hundió lentamente ante la mirada de la gente, sin que nadie pudiese hacer nada. El conductor fue el único que logró salir al romper el cristal delantero. Los otros cuatro ocupantes murieron ahogados” rememora el policía de Sueca.

1993: la telebasura mata al mito
Otro de los factores que condenó a la Ruta fue la llegada de los nuevos formatos televisivos. Los canales privados abrieron en España en 1989. A principios de los 90 se empezaron a priorizar los programas que llevasen sucesos, excesos y escándalos. La Ruta era un caldo de cultivo excepcional para ello: jóvenes, drogas, accidentes y fallecimientos. Así, la Ruta se convirtió en una víctima propiciatoria para los reportajes sensacionalistas.

Aquellos impactantes formatos se extendieron como la pólvora. Y aprovechando el tirón, en 1993, Canal+ emite un documental sobre la Ruta del Bakalao en el que refleja todos los tópicos posibles. Presentado por Carles Francino, aquel programa de casi una hora se convirtió en el primer antecedente del actual “Callejeros”. Cámara en mano, los periodistas se adentraban en las discotecas de moda y entrevistaban en los parkings a los ruteros más drogados.

Aquella emisión provocó dos reacciones bien diferenciadas: por una parte escandalizó a los padres; por la otra, provocó que los hijos quisieran formar parte de aquel circo. Empezaron a llegar cada vez más jóvenes a Valencia y la opinión pública ya se había conformado una visión grotesca de lo que sucedía en aquellas discotecas. Los medios de comunicación se aprovecharon: “Ponías la tele y veías la guerra de Bosnia y la ruta del Bakalao, las dos juntas en la sección de sucesos”, rememora Carlos Simó.

En la misma línea se pronuncia Bernardino Solís, que recuerda que después de aquel documental “llegaron canales de televisión de todo el mundo a hacer programas sobre la Ruta. Nosotros estábamos muy interesados en explicarles las medidas de seguridad tan avanzadas que tenía Spook Factory, pero ellos insistían en que sólo querían ver drogas”.

Los controles policiales empezaron a proliferar. “Había que controlar la situación, no digo que no. Pero la policía llegó a excederse. Yo he visto a agentes hombres cacheando a chicas, a jóvenes ruteros desnudos en los parkings por los registros. La gente que iba a las discotecas se convirtió en el objetivo de todas las miradas de la opinión pública”, sentencia Bernardino Solís, con un punto de indignación todavía aunque hayan pasado más de 20 años

Javi, el rutero, lo ilustra de otra forma: “Fíjate si se satanizaría la cosa, que cuando mataron a las niñas de Alcàsser y pusieron en busca y captura a los autores, en la tele y en los diarios empezaban las noticias diciendo que los dos asesinos eran habituales de la “Ruta del Bakalao”. ¡Coño! Imagino que también iban a comprar al Pryca y no por eso lo cerraron”.

Cambio de paradigma
Así, la situación en la que se encontraba el ocio valenciano a mediados de los 90 había cambiado radicalmente con respecto a la década anterior. En Valencia ya no había novedades de rock internacional, ni las discotecas la ocupaban jóvenes locales buscando espacios alternativos. El techno se lo había comido todo y se había extendido por toda España. Musicalmente, Valencia ya no tenía ningún elemento diferenciador. Tampoco quedaba ya mescalina. El éxtasis se había hecho fuerte entre los jóvenes que llegaban de todas partes de España a abarrotar las discotecas, esperando encontrar aquello que los medios de comunicación presentaban como un auténtico infierno nocturno.

Ese cambio de sustancias también provocaba otro tipo de comportamiento en los consumidores. “Cada vez había más peleas”, asegura el policía local de Sueca. "Es que las últimas pastillas no daban tan buen rollo como las primeras" insiste Javi el rutero, intentando encontrar una explicación.

También se incrementó la presión policial, los controles, los siniestros y las multas. La legislación empezó a cambiar a mediados de los 90 y cada vez era más difícil para los empresarios abrir sus salas durante el día. “Nos empezaron a poner trabas. No nos dejaban abrir por las mañanas. En Ibiza, ese modelo se ha respetado y mira qué bien ha funcionado”, explica Bernardino Solís, “pero en Valencia ya estaba todo demonizado”.

El tiro de gracia
Tras el boom mediático, la discotecas de la Ruta cumplieron su ciclo, igual que lo cumplen las discotecas de cualquier otro lugar. La gente se empezó a aburrir, comenzó a decaer la asistencia y muchas salas cerraron. No hay una fecha exacta del final de la Ruta del Bakalao, pero los protagonistas lo cifran en torno a 1996. Hay quien habla de un año antes o de dos años después. Las discotecas no cerraron de golpe, pero el espíritu de la Ruta ya había desaparecido. Las salas de Valencia ya no eran especiales y murieron de éxito. Tanto influyeron en la forma de entender la fiesta en el resto de España que acabaron diluyéndose con las de cualquier otra parte, porque ofrecían lo mismo.

En la actualidad, sólo un par de ellas (Barraca y Spook) abren una vez al mes con fiestas ‘remember’. Las otras míticas, como Chocolate (que posteriormente intentó reabrir con el nombre de Qoqoa), Puzzle o The Face, permanecen en ruinas, llenas de pintadas nostálgicas de aquella mítica fiesta.

Una fiesta que continuó en Cataluña. Las salas catalanas adoptaron la música que entró por Valencia y le dieron una nueva vuelta de tuerca. Aceleraron aún más las revoluciones, pinchaban música cada vez más rápida y el ambiente entre los asistentes era cada vez más violento. Cataluña cogió el relevo de aquel bacalao valenciano del que no quedaron “ni las raspas” y lo explotó durante toda la década de los 90. Pero esa ya, es otra ruta. Otra historia.

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