domingo, 2 de julio de 2017

#hemeroteca #orgullo #mayores | Un Orgullo sin memoria: el colectivo LGTBI se olvida, una vez más, de sus mayores

Imagen: Cuarto Poder / Federico Armenteros
Un Orgullo sin memoria: el colectivo LGTBI se olvida, una vez más, de sus mayores.
Fundación 26 de diciembre (26D) reclama un centro específico para personas de más de 55 años. Quienes en los 80 iniciaron la lucha por los derechos del colectivo, hoy lejos de disfrutar del merecido reconocimiento, se encuentran solos y “abandonados”. “Los mayores de 55 somos una parte del colectivo pero no tenemos influencia ni presencia”, se queja Federico Armenteros, presidente de la Fundación 26D. La organización tiene cinco pisos para personas en riesgo de exclusión, atiende 700 consultas y da hasta 2.000 comidas para mayores cada año.
Sara Montero | Cuarto Poder, 2017-07-02
https://www.cuartopoder.es/espana/2017/07/02/los-olvidados-los-grandes-olvidados-del-colectivo-lgtbi/

La fiesta del Orgullo Gay envuelve en una imagen bella y festiva la batalla dura y cruel que carga en sus espaldas el movimiento LGTBI. La lucha contra la homofobia se simboliza en una bandera multicolor y las calles se llenan de imágenes de hombres jóvenes y musculados, que suele protagonizar los anuncios más comerciales dirigidos a esta comunidad. Pero cuando se acabe el World Pride 2017 que invade Madrid estos días, continuarán las carencias de un grupo invisibilizado dentro de esta comunidad: los mayores de 55 años, aquellos que estuvieron en los tiempos más duros de la lucha por los derechos de los homosexuales, bisexuales y transexuales en los 80 y que hoy, lejos de disfrutar del merecido reconocimiento, se encuentran solos y “abandonados” por parte del movimiento, que ignora sus reivindicaciones, como la de un centro de mayores propio.

“Somos una parte del colectivo y no tenemos influencia ni presencia”, argumenta Federico Armenteros, presidente de la Fundación 26 de diciembre (Fundación 26D), que cada año atiende las dudas y consultas de 700 personas en su sede de la calle Amparo en el madrileño barrio de Lavapiés. También visitan a domicilio a miembros del colectivo en riesgo de exclusión y en 2016 organizaron hasta 2.000 comidas para mayores. Por eso, piden más visibilidad y que el Orgullo abrace también sus reivindicaciones específicas.

Armenteros argumenta que muchas personas mayores “llegaron tarde” a algunos avances importantes como la ley de matrimonio homosexual, aprobada en 2005. “Hay muchas parejas que no se han casado porque eran mayores y llevaban muchos años juntos cuando llegó la ley. Tampoco se hicieron pareja de hecho. Se dan cuenta del error cuando se separan y no pueden pedir una pensión de alimentación, ni la mitad de los bienes. También hay casos en los que se muere una parte de la pareja y la familia reclama la mitad del piso, mientras tú estás destrozado porque has pedido a tu ser más querido”, explica Armenteros sobre los motivos que pueden llevar a un usuario a buscar ayuda.

La soledad, una de las primeras preocupaciones
Esta situación de precariedad afecta especialmente aquellos que llegaron a Madrid huyendo de los pueblos (“les repudiaban”, recuerda Armenteros) o los inmigrantes. Llegan a la vejez sin una red familiar fuerte y sin descendencia, ya que hasta hace unos años no era posible la adopción. El aislamiento, como en el resto de la población veterana, es una de las cuestiones que más preocupa a los mayores LGTBI: “Hemos tenido casos donde me han llegado a decir que lo que más me asusta es que se mueran y los vecinos lo descubran por el mal olor. Son cuestiones que machacan mucho a la persona y como no les gusta hablar de la muerte, lo llevan por dentro. Nos parece muy injusto que no haya recursos para esta exclusión especializada. Las personas que tienen dinero, pueden pagar servicios, pero si no, te quedas en la calle”.

Para romper este miedo, la Fundación puso en marcha el Programa Vivir CONtigo, que consta de cinco pisos cedidos por la Empresa Municipal de Vivienda y Suelo (Emvs) del Ayuntamiento de Madrid, donde residen unas 15 personas. El próximo objetivo es que el consistorio abra un centro de mayores LGTBi, una petición de la que no han recibido respuesta: “Los transexuales te dicen ‘¿Cómo voy a ir yo a una residencia?’ No quieren irse con los congéneres que les han estado machacando toda la vida”, afirma Armenteros.

Además de intentar dar solución a los casos de exclusión más urgentes, esta organización está abierta a todo aquel que quiera participar en sus encuentros, talleres o fiestas. El objetivo es sortear uno de los problemas que más preocupan a los mayores españoles: la soledad. “Yo llegué a la fundación gracias a unos compañeros. No salía mucho de casa y me dijeron que viniera a comer ese domingo. Al siguiente volví y ya me he quedado”, cuenta Rafael, que imparte clases como profesor en el taller de ‘crochet’. Este ‘joven’ (en la fundación lo es al tener 46 años) se quedó en paro hace cuatro años tras haber trabajado de transformista, comercial, echando las cartas y hasta de maestro ‘reiki’. “Ves que tienes 45 años, no tienes trabajo, no tienes pareja, ni una casa propia y empiezas a tener miedo a quedarte solo. Vienes aquí y te reciben con cariño”, relata pocos minutos antes de sacar su móvil y enseñar el ‘cuerpazo’ que añora de sus tiempos sobre los escenarios. La fundación le hizo volver a sentirse útil y conocer gente.

De todos los hombres y mujeres que acuden a la fundación, hay una dolorosa excepción: los transexuales. “Hay muy pocas personas de este colectivo que lleguen a la vejez”, aclara Armenteros. En este caso, el salto generacional es aún más brusco. Si hoy la actriz Laverne Cox o la modelo Valentina Sampaio son admiradas por todo tipo de adolescentes, sus predecesoras sufrieron (y aún lo sufren) cotas insoportables de intolerancia, insultos y vejaciones: “Muchas personas de mi edad lo vivieron en su intimidad, consumiendo sustancias para aguantar o teniendo que prostituirse, porque nadie les daba trabajo. Son unas supervivientes”.

Durante la conversación en la fundación, una mujer que pasa de los 60 años prepara el improvisado bar montado en uno de los salones. Es Brenda, que encarna la T de este colectivo. Llegó al centro por motivos prácticos: “Nadie quería hacerme un contrato”, explica esta peruana que trabaja en este espacio. Para ella, el mayor escollo del colectivo es el administrativo: que en el DNI ponga un nombre que no se corresponde con el suyo.

El peso de una educación franquista
La intención de sacudir la memoria del colectivo aparece hasta en el nombre de la fundación. 26D hace referencia al 26 de diciembre de 1978, el día en el que se modificó la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, que sustituyó a la Ley de Vagos y Maleantes. Desde 1970 y hasta esa fecha permitía la detención de homosexuales, al igual que de mendigos o prostitutas, por el simple hecho de serlo. Ese día acabó la barra libre de violencia institucional contra este grupo.

Aunque los homosexuales, bisexuales y transexuales fueron, precisamente, los que transgredieron las normas sexuales y de género, Armentero reconoce que, como en sus homólogos ‘heteros’, la educación pesa: “Hay personas que asumieron los roles tradicionales de una pareja, en los que uno trae el dinero a casa y otro gestiona el hogar, hace la comida y limpia. Pasados los años, se separan y uno de los dos se queda sin nada”. Las mujeres son también víctimas de ese poso franquista que sobrevive en algunas familias. “A diferencia de los hombres, ellas sí están integradas en las redes familiares, en algunas ocasiones las han utilizado para los cuidados. Lo que antes en las familias se llamaba “solterona” eran a veces lesbianas que no se atrevían a dar el paso. A veces, hasta se han casado con hombres y han tenido hijos y ahora están atrapadas en eso. Eso sí, cuando son ellas las que tienen problemas, las han dejado solas”, argumenta ejemplificando con algunos casos que han llegado a su fundación. En la organización hay un grupo significativo de lesbianas que se reúnen periódicamente, además de participar en el resto de actividades: “El otro día hicieron un concurso de tortilleras, donde traían unas tortillas y ganaba la que tuviera mejor sabor”, cuenta entre risas Armenteros.

Homosexuales o no, estos hombres con más de 60 años crecieron oyendo expresiones como “lloras como una niña” o “no hagas mariconadas”, lo que ha provocado que en muchas ocasiones sean menos expresivos y que algunos casos sigan teniendo reticencias a la hora de, por ejemplo, acudir al médico, lo que puede retrasar los diagnósticos. “Tampoco se incide desde la Sanidad en que los mayores son personas sexualmente activas. Por eso, no se les hace las pruebas del VIH, ni se les pregunta por el sexo. El sida ha repuntado en mayores y jóvenes, pero en los anuncios siempre ves cuerpos jóvenes”.

La lucha olvidada
La Fundación 26D se siente heredera de esas luchas que se iniciaron en los 80. Sus protagonistas están vivos y tienen voz para contar sus experiencias. Aquellos a los que la lucha por la libertad les costó palizas, insultos, paro o el repudio de sus propias familias, hoy envejecen a la sombra de un Orgullo que reivindica esas batallas… manteniendo al margen a quienes las pelearon.

“Somos los herederos de los 80 porque somos los que abrimos esa brecha, los que nos hemos cansado de que nos machaquen y los que nos vimos obligados a organizarnos cuando llegó la pandemia del VIH. Tuvimos que salir. Tuvimos que cuidar a los que se estaban muriendo en nuestros brazos, que eran nuestros amigos, amantes o hermanos. Fueron organizaciones como el COGAM los que estaban ayudando y enterrando a la gente, no el Gobierno. Antes, te ponían platos de plástico para comer si estabas enfermo e, incluso, los médicos se ponían mascarillas y guantes en las consultas”, recuerda Armenteros subiendo el tono de voz y multiplicando todo tipo de gestos en señal de enfado: “Eso ya se ha olvidado. Ya les hemos cubierto esa necesidad y ahora nadie se ocupa de que las personas que lucharon tengan una vida digna”.

Preguntado por si esa imagen del hombre fuerte, joven y triunfador que se proyecta siempre en la publicidad ayuda a reforzar estereotipos, Armenteros es prudente: “Para ser aceptados en la sociedad hemos tenido que perder cosas. Ha tenido que venderse una visión de poder y de prestigio del colectivo que sea aceptado en esta sociedad tan mercantilizada, ¿dónde están las personas discapacitadas del colectivo? ¿Y las minorías étnicas? ¿Y las personas con problemas de salud mental? Ese es el precio que hemos tenido que pagar y sin obtener ningún retorno”. Sin embargo, no entiende el World Pride como una banalización de la causa: “Somos fiesteros. No es una procesión como algunos quieren. Decimos no al silencio”.

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