El Salto / Elisa Coll // |
Dibujar los mapas de la resistencia bisexual: una conversación con Elisa Coll.
La resistencia bisexual que plantea Elisa Coll en el libro que acaba de publicar supone dibujar los mapas para una disidencia habitable.
Cristina Arrojo | El Salto, 2021-02-05
https://www.elsaltodiario.com/sexualidad/dibujar-mapas-resistencia-bisexual-conversacion-elisa-coll
No puedo recordar cuándo empecé a nombrarme bisexual. Sí recuerdo el largo tiempo en que no podía nombrarme como tal y, en consecuencia, habitaba un limbo identitario en el que mi modelo relacional eran las experiencias heteronormativas que siempre suponían la represión de una amplia y diversa parte de mi deseo —que nunca fue binario aunque lo desarrollase en esos términos—. Recorrer el camino de la identidad que se construye desde fuera de la pauta muchas veces supone no saber que se está construyendo desde ahí, es decir, estar en el armario sin saber que lo estás, no ponerle nombre, no reconocerlo. Nunca estuve cómoda con la etiqueta “hetero”, de alguna forma sabía que yo no estaba ahí; pero tampoco sabía dónde estaba, puesto que no soy lesbiana. Mucho tiempo estuve creyendo que mi identidad habría de desarrollarse dentro de esos binarismos, sin más opciones: hetero/homo, mujer/hombre, bueno/malo..., muchos años en los que “ni soy hetero, ni soy lesbiana”, impostora de los espacios y las relaciones porque no me sé reconocer en ellas. Hay un momento en que le pongo nombre: soy bisexual. Ahora sí me reconozco, aunque no sé bien todavía qué significa ser bisexual. Hay quien me dice que lo que soy es heterocuriosa. Hay quien me dice que ya se me pasará. Hay quien me recrimina que “mucha bisexualidad pero solo has estado con tíos”. Hay quien cree que lo que soy es transitorio, producto de la confusión y las ganas de experimentar, y que al final solo será una etapa de mi vida previa al asentamiento definitivo (casarme, comprarme una casa, tener hijes).
Un día cualquiera descubro que Elisa Coll ha escrito un libro al que ha llamado ‘Resistencia bisexual: mapas para una disidencia habitable’ (Melusina, 2021) y siento una irreflenable necesidad de leerlo: ver sobre el papel esos mapas, pensar las posibilidades de habitacionalidad de esta identidad que ahora reconozco como propia, darle palabras, crear relato.
“Cuando se piensa la experiencia bisexual como una combinación de la experiencia homosexual y la heterosexual se le niega el reconocimiento de ser una vivencia en sí misma, distinta y única. Incluso cuando pensaba que yo era heterosexual, mi vivencia era bisexual, porque convivía con la bifobia interiorizada, con las dudas y la negación. No me convertí en bisexual por nombrarme como tal. Mi vivencia ya era la de una persona bisexual, porque el tiempo dentro del armario cuenta (vaya si cuenta) y dentro del armario se puede estar de forma más o menos consciente”, dice Coll en sus páginas.
El libro de Elisa Coll viene como un jarro de agua fresca que, al caer sobre la tierra, permite que las flores crezcan coloridas. ‘Resistencia bisexual’ es un texto-conversación en el que los “mapas para una disidencia habitable” que dibuja Elisa constituyen precisamente eso: un nombre, una identidad propia que es disidencia y, como tal, cuestiona el régimen político de la heterosexualidad desde una alternativa bisexual que no acepta la sexualidad normativizada. ‘Resistencia Bisexual: mapas para una disidencia habitable’ salió a la venta este lunes 1 de febrero bajo el sello Melusina y, a propósito de su publicación, le sugerí a Elisa mantener una charla acerca de las cuestiones que aborda el libro. Cuando empezamos a hablar le cuento que tengo el libro subrayado por todas partes, con anotaciones al margen, corazones dibujados al lado de aquellos párrafos que más me tocan, que son muchos porque, como ella y como tantas otras, también busco las maneras de habitar la disidencia.
Narro esto en primera persona porque no estamos hablando aquí de teorías ni objetos de estudio, sino de experiencias corporales propias. Elisa se reconoce como sujeto situado dentro de esa Resistencia Bisexual y la narra desde el cuerpo-escritura. Hay un poner-el-cuerpo en la escritura de este libro, que es personal pero también colectivo. Hablando con ella acerca de las referencias que utiliza como soporte para el texto aparece la ‘Fenomenología queer’ de Sara Ahmed, las ‘Bisexualidades feministas’ editado por Madreselva y una fuente que utilizamos de manera constante pero pocas veces la mencionamos: las amigas. Las conversaciones con aquellas con las que compartimos las experiencias de búsqueda y encuentro y que tanto nos ayudan a clarificar ideas, a nombrarlas y a sentirnos seguras. Aquí es donde entiendo el cuerpo colectivo como herramienta política de construcción de alianzas. Y cuando hablamos de bisexualidad resulta fundamental construir ese cuerpo colectivo contra el estigma y la invisibilización.
Comprender que la bisexualidad carga sobre ella el peso de lo invisible es una tarea complicada incluso para quienes la habitamos. Desde el imaginario colectivo, se entiende la bisexualidad como una tierra de nadie que no es un lugar propio, sino un punto intermedio entre la heterosexualidad y la homosexualidad: una suerte de lugar de paso que en ningún momento es concebido como un lugar que habitar, un lugar-casa. Esa idea de “estar-en-medio” parte de filtrar la experiencia bisexual a través de otros discursos identitarios y supone entender el deseo a través de lo lineal (lo hetero – lo bi – lo homo). Si podemos pensar fuera de esta lógica binaria de la línea, expandirla y des-simplificar las potencialidades del deseo y los cuerpos, entonces hablamos de mapas: las identidades se construyen en la amplitud de los espacios, que no se configuran solamente en torno a los deseos. Cuando le pregunto a Elisa sobre esta idea, me la explica así: “Mi casa está aquí y aquí es solo una zona del mapa, y puedo pasear por otras zonas y mi casa no deja de estar aquí porque esa casa no está definida únicamente por mi deseo o mis prácticas afectivo-sexuales, también la definen todas las violencias que la atraviesan”. Me encanta la metáfora de la línea y el mapa porque al salir de la lógica recta (‘straight’) podemos pensar en los desvíos, en plural. Y al no definirnos solo a través del deseo, podemos también pensarnos desde algunos de los interrogantes de la disidencia sexual: cómo permea el deseo en nuestra vida, qué relación tenemos con sus distintas partes, de qué manera incorporamos el género y otras opresiones que nos atraviesan y sobre todo —y esto es lo que me parece más definitorio— qué vivencias y violencias concretas derivan de todo esto, explica Elisa en su libro.
Cuando le pregunto a Elisa acerca de los modos en que podemos construir relato, establecer genealogías, formar un argumentario para visibilizar las violencias bífobas cuando aún no tenemos las herramientas para que sean reconocidas como tal; ella me habla de un capítulo de ‘Girls’ en el que el personaje de Elijah le dice a Marnie que “los bisexuales son el único grupo de gente del que todavía está permitido reírse”. Me impacta bastante esa sentencia y la realidad material que trae consigo. Elisa dice que esa frase le parece que resume el problema nuclear de la bifobia: si puedes reírte de ello es porque no te lo estás tomando en serio, y si no te lo tomas en serio es porque no lo reconoces como violencia. Y, entonces, como no hay un reconocimiento de la violencia, tampoco lo hay de la opresión ni de los individuos opresores. “Para mí, una de las bases más fuertes de la bifobia es la invisibilización no ya de la bisexualidad, sino de la propia bifobia: pensar que no nos atraviesa ninguna violencia concreta. Eso es lo que yo creo que nos deja sin recursos, sin redes y sin reconocimiento, que son las principales herramientas para defendernos de una violencia. (...) Vivimos violencias muy fuertes, que repercuten y se ven en estudios sobre salud mental en personas bisexuales – la violencia sexual, la discriminación – y no solo tenemos que pensar en ellas, sino también en cómo interseccionan con otras violencias como la de género, la racialización, la clase social, etc. Desdeñar una violencia significa dejarnos sin recursos para enfrentarla”.
En el libro ‘Bisexualidades feministas’ —escrito por varias autoras y publicado por Madreselva en 2019—, Alejandra Sardá habla de la sexualidad como el “lugar de mayor vulnerabilidad humana, donde rozamos la muerte y la desnudez, donde el lenguaje adulto nos es insuficiente y donde construimos las mayores rigideces, los imperativos más tiranos”. Me resulta muy significativa esta idea porque creo en las insuficiencias del lenguaje como fracturas que condicionan y marcan la pauta. Desde hace varios meses vengo leyendo acerca de esto mismo: cómo nombrar aquello que no está recogido bajo los códigos de la comunicación lingüística, dónde ubicar esos conceptos que conviven con nuestrxs cuerpxs pero que no tienen nombre, cuáles pueden ser algunas estrategias de reparación del lenguaje y reinvención de los signos… Y aunque este sea un tema que no atañe específicamente a la bisexualidad, sí tiene que ver con ella y con esta ausencia de recursos de la que habla Elisa: si no podemos cifrar un lenguaje propio, no podemos asumir unas violencias propias. ‘Resistencia bisexual’ habla de esto en términos de búsqueda de los lugares propios, que actualmente responden con los códigos de otras luchas. Se asume que, en el caso de las mujeres bisexuales, si se nos lee como lesbianas sufrimos violencias lesbófobas, mientras que si somos leídas desde la heterosexualidad aceptamos el privilegio de la norma. La realidad es que nuestra identidad (y, por tanto, las violencias que trae consigo) no la define la pareja sexual que determina nuestra lectura en uno u otro lado de la línea: Esta forma de (no) concebir la bisexualidad proyecta en el pensamiento colectivo la idea de que somos las únicas personas que pueden saltar libremente a un lado u otro de la línea que separa la heterosexualidad de homosexualidad, norma y disidencia, algo imposible, dado que estos son conceptos opuestos y excluyentes, mantiene la autora de ‘Resistencia bisexual’.
No obstante, este texto-cuerpo de Elisa no solo parte de la necesidad de reconocimiento de las violencias y deseos bisexuales: sabe que, para ello, necesitamos cogernos de las manos unas a otras, construir comunidad, establecer alianzas. Es decir: detrás de todo el análisis estructural y sistémico están los cuerpos sobre los que cae. Y esos cuerpos son los nuestros, claro, pero también los de muchas otras. Ya sabemos que contar, narrar, hacer público, ponernos voz es un principio de reparación fundamental porque reconocemos que no estamos solas, porque mi historia se ve reflejada en la tuya, porque compartimos un cuerpo colectivo que se abraza para sanar. Sabemos, también, que nuestras realidades son diversas y que las opresiones no fluctúan de los mismos modos en todos los cuerpos y que no todas las opresiones nos atraviesan a todas. Me dice Elisa, y lo comparto mucho, que esto no se trata de hacer un concurso de opresiones, sino de entenderlas en sus propias realidades múltiples, complejas y dolorosas. Y esta comprensión pasa por ensalzar los afectos, por cifrar un lenguaje de mimos que no esté basado en el modelo relacional heteronormativo que impone una jerarquía en la que las amigas y, en general, cualquier vínculo fuera de la monogamia de la pareja queda relegado a un segundo plano de importancia.
En ‘Resistencia bisexual’, Elisa rescata la idea de la no monogamia que plantea Brigitte Vasallo: “descentralizar la pareja y desdibujar el papel que tienen en nuestra vida las distintas personas a las que queremos”. Encuentro aquí una potencia subversiva muy poderosa, que pasa no solo por reconocer que nuestres amigues no ocupan posiciones secundarias en nuestros vínculos sino que también nuestros vínculos se forjan fuera de esa jerarquía.
Para Elisa, “ser vistas es una parte esencial de nuestra reivindicación como bisexuales, y es ahí donde empieza a resquebrajarse nuestro aislamiento: necesitamos que nuestras amigas se vuelvan compañeras, así como encontrar entre nuestras compañeras alguna amiga. Porque con ellas es más amable el reconocimiento propio y más feroz la lucha por el ajeno [...]. Para ser concebibles primero tenermos que ser visibles. Mientras chavalas adolescentes sigan creyendo que lo que sienten es una admiración rara por su compañera a costa de su autoestima, o pensando que hay algo malo y sucio en ellas por desear a personas de distintos géneros, seguirá siendo necesario visibilizar la bisexualidad. Y hacerlo no significa simplemente señalar que la bisexualidad existe y ya está, sino definirla”.
Es decir: “Cargarnos las líneas y convertirnos en mapas”. Y que esos mapas propongan la disidencia como lugar habitable y propio.
Un día cualquiera descubro que Elisa Coll ha escrito un libro al que ha llamado ‘Resistencia bisexual: mapas para una disidencia habitable’ (Melusina, 2021) y siento una irreflenable necesidad de leerlo: ver sobre el papel esos mapas, pensar las posibilidades de habitacionalidad de esta identidad que ahora reconozco como propia, darle palabras, crear relato.
“Cuando se piensa la experiencia bisexual como una combinación de la experiencia homosexual y la heterosexual se le niega el reconocimiento de ser una vivencia en sí misma, distinta y única. Incluso cuando pensaba que yo era heterosexual, mi vivencia era bisexual, porque convivía con la bifobia interiorizada, con las dudas y la negación. No me convertí en bisexual por nombrarme como tal. Mi vivencia ya era la de una persona bisexual, porque el tiempo dentro del armario cuenta (vaya si cuenta) y dentro del armario se puede estar de forma más o menos consciente”, dice Coll en sus páginas.
El libro de Elisa Coll viene como un jarro de agua fresca que, al caer sobre la tierra, permite que las flores crezcan coloridas. ‘Resistencia bisexual’ es un texto-conversación en el que los “mapas para una disidencia habitable” que dibuja Elisa constituyen precisamente eso: un nombre, una identidad propia que es disidencia y, como tal, cuestiona el régimen político de la heterosexualidad desde una alternativa bisexual que no acepta la sexualidad normativizada. ‘Resistencia Bisexual: mapas para una disidencia habitable’ salió a la venta este lunes 1 de febrero bajo el sello Melusina y, a propósito de su publicación, le sugerí a Elisa mantener una charla acerca de las cuestiones que aborda el libro. Cuando empezamos a hablar le cuento que tengo el libro subrayado por todas partes, con anotaciones al margen, corazones dibujados al lado de aquellos párrafos que más me tocan, que son muchos porque, como ella y como tantas otras, también busco las maneras de habitar la disidencia.
Narro esto en primera persona porque no estamos hablando aquí de teorías ni objetos de estudio, sino de experiencias corporales propias. Elisa se reconoce como sujeto situado dentro de esa Resistencia Bisexual y la narra desde el cuerpo-escritura. Hay un poner-el-cuerpo en la escritura de este libro, que es personal pero también colectivo. Hablando con ella acerca de las referencias que utiliza como soporte para el texto aparece la ‘Fenomenología queer’ de Sara Ahmed, las ‘Bisexualidades feministas’ editado por Madreselva y una fuente que utilizamos de manera constante pero pocas veces la mencionamos: las amigas. Las conversaciones con aquellas con las que compartimos las experiencias de búsqueda y encuentro y que tanto nos ayudan a clarificar ideas, a nombrarlas y a sentirnos seguras. Aquí es donde entiendo el cuerpo colectivo como herramienta política de construcción de alianzas. Y cuando hablamos de bisexualidad resulta fundamental construir ese cuerpo colectivo contra el estigma y la invisibilización.
Comprender que la bisexualidad carga sobre ella el peso de lo invisible es una tarea complicada incluso para quienes la habitamos. Desde el imaginario colectivo, se entiende la bisexualidad como una tierra de nadie que no es un lugar propio, sino un punto intermedio entre la heterosexualidad y la homosexualidad: una suerte de lugar de paso que en ningún momento es concebido como un lugar que habitar, un lugar-casa. Esa idea de “estar-en-medio” parte de filtrar la experiencia bisexual a través de otros discursos identitarios y supone entender el deseo a través de lo lineal (lo hetero – lo bi – lo homo). Si podemos pensar fuera de esta lógica binaria de la línea, expandirla y des-simplificar las potencialidades del deseo y los cuerpos, entonces hablamos de mapas: las identidades se construyen en la amplitud de los espacios, que no se configuran solamente en torno a los deseos. Cuando le pregunto a Elisa sobre esta idea, me la explica así: “Mi casa está aquí y aquí es solo una zona del mapa, y puedo pasear por otras zonas y mi casa no deja de estar aquí porque esa casa no está definida únicamente por mi deseo o mis prácticas afectivo-sexuales, también la definen todas las violencias que la atraviesan”. Me encanta la metáfora de la línea y el mapa porque al salir de la lógica recta (‘straight’) podemos pensar en los desvíos, en plural. Y al no definirnos solo a través del deseo, podemos también pensarnos desde algunos de los interrogantes de la disidencia sexual: cómo permea el deseo en nuestra vida, qué relación tenemos con sus distintas partes, de qué manera incorporamos el género y otras opresiones que nos atraviesan y sobre todo —y esto es lo que me parece más definitorio— qué vivencias y violencias concretas derivan de todo esto, explica Elisa en su libro.
Cuando le pregunto a Elisa acerca de los modos en que podemos construir relato, establecer genealogías, formar un argumentario para visibilizar las violencias bífobas cuando aún no tenemos las herramientas para que sean reconocidas como tal; ella me habla de un capítulo de ‘Girls’ en el que el personaje de Elijah le dice a Marnie que “los bisexuales son el único grupo de gente del que todavía está permitido reírse”. Me impacta bastante esa sentencia y la realidad material que trae consigo. Elisa dice que esa frase le parece que resume el problema nuclear de la bifobia: si puedes reírte de ello es porque no te lo estás tomando en serio, y si no te lo tomas en serio es porque no lo reconoces como violencia. Y, entonces, como no hay un reconocimiento de la violencia, tampoco lo hay de la opresión ni de los individuos opresores. “Para mí, una de las bases más fuertes de la bifobia es la invisibilización no ya de la bisexualidad, sino de la propia bifobia: pensar que no nos atraviesa ninguna violencia concreta. Eso es lo que yo creo que nos deja sin recursos, sin redes y sin reconocimiento, que son las principales herramientas para defendernos de una violencia. (...) Vivimos violencias muy fuertes, que repercuten y se ven en estudios sobre salud mental en personas bisexuales – la violencia sexual, la discriminación – y no solo tenemos que pensar en ellas, sino también en cómo interseccionan con otras violencias como la de género, la racialización, la clase social, etc. Desdeñar una violencia significa dejarnos sin recursos para enfrentarla”.
En el libro ‘Bisexualidades feministas’ —escrito por varias autoras y publicado por Madreselva en 2019—, Alejandra Sardá habla de la sexualidad como el “lugar de mayor vulnerabilidad humana, donde rozamos la muerte y la desnudez, donde el lenguaje adulto nos es insuficiente y donde construimos las mayores rigideces, los imperativos más tiranos”. Me resulta muy significativa esta idea porque creo en las insuficiencias del lenguaje como fracturas que condicionan y marcan la pauta. Desde hace varios meses vengo leyendo acerca de esto mismo: cómo nombrar aquello que no está recogido bajo los códigos de la comunicación lingüística, dónde ubicar esos conceptos que conviven con nuestrxs cuerpxs pero que no tienen nombre, cuáles pueden ser algunas estrategias de reparación del lenguaje y reinvención de los signos… Y aunque este sea un tema que no atañe específicamente a la bisexualidad, sí tiene que ver con ella y con esta ausencia de recursos de la que habla Elisa: si no podemos cifrar un lenguaje propio, no podemos asumir unas violencias propias. ‘Resistencia bisexual’ habla de esto en términos de búsqueda de los lugares propios, que actualmente responden con los códigos de otras luchas. Se asume que, en el caso de las mujeres bisexuales, si se nos lee como lesbianas sufrimos violencias lesbófobas, mientras que si somos leídas desde la heterosexualidad aceptamos el privilegio de la norma. La realidad es que nuestra identidad (y, por tanto, las violencias que trae consigo) no la define la pareja sexual que determina nuestra lectura en uno u otro lado de la línea: Esta forma de (no) concebir la bisexualidad proyecta en el pensamiento colectivo la idea de que somos las únicas personas que pueden saltar libremente a un lado u otro de la línea que separa la heterosexualidad de homosexualidad, norma y disidencia, algo imposible, dado que estos son conceptos opuestos y excluyentes, mantiene la autora de ‘Resistencia bisexual’.
No obstante, este texto-cuerpo de Elisa no solo parte de la necesidad de reconocimiento de las violencias y deseos bisexuales: sabe que, para ello, necesitamos cogernos de las manos unas a otras, construir comunidad, establecer alianzas. Es decir: detrás de todo el análisis estructural y sistémico están los cuerpos sobre los que cae. Y esos cuerpos son los nuestros, claro, pero también los de muchas otras. Ya sabemos que contar, narrar, hacer público, ponernos voz es un principio de reparación fundamental porque reconocemos que no estamos solas, porque mi historia se ve reflejada en la tuya, porque compartimos un cuerpo colectivo que se abraza para sanar. Sabemos, también, que nuestras realidades son diversas y que las opresiones no fluctúan de los mismos modos en todos los cuerpos y que no todas las opresiones nos atraviesan a todas. Me dice Elisa, y lo comparto mucho, que esto no se trata de hacer un concurso de opresiones, sino de entenderlas en sus propias realidades múltiples, complejas y dolorosas. Y esta comprensión pasa por ensalzar los afectos, por cifrar un lenguaje de mimos que no esté basado en el modelo relacional heteronormativo que impone una jerarquía en la que las amigas y, en general, cualquier vínculo fuera de la monogamia de la pareja queda relegado a un segundo plano de importancia.
En ‘Resistencia bisexual’, Elisa rescata la idea de la no monogamia que plantea Brigitte Vasallo: “descentralizar la pareja y desdibujar el papel que tienen en nuestra vida las distintas personas a las que queremos”. Encuentro aquí una potencia subversiva muy poderosa, que pasa no solo por reconocer que nuestres amigues no ocupan posiciones secundarias en nuestros vínculos sino que también nuestros vínculos se forjan fuera de esa jerarquía.
Para Elisa, “ser vistas es una parte esencial de nuestra reivindicación como bisexuales, y es ahí donde empieza a resquebrajarse nuestro aislamiento: necesitamos que nuestras amigas se vuelvan compañeras, así como encontrar entre nuestras compañeras alguna amiga. Porque con ellas es más amable el reconocimiento propio y más feroz la lucha por el ajeno [...]. Para ser concebibles primero tenermos que ser visibles. Mientras chavalas adolescentes sigan creyendo que lo que sienten es una admiración rara por su compañera a costa de su autoestima, o pensando que hay algo malo y sucio en ellas por desear a personas de distintos géneros, seguirá siendo necesario visibilizar la bisexualidad. Y hacerlo no significa simplemente señalar que la bisexualidad existe y ya está, sino definirla”.
Es decir: “Cargarnos las líneas y convertirnos en mapas”. Y que esos mapas propongan la disidencia como lugar habitable y propio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.