Imagen: Efeminista / Octavio Salazar |
Octavio Salazar: urge construir un discurso alternativo a los movimientos anti igualdad.
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La crisis derivada de la COVID-19 ha supuesto para los hombres la oportunidad de deconstruir los modelos de masculinidad y replantearse su participación en la vida privada y en las tareas de cuidados, según explica el jurista y escritor Octavio Salazar en el ensayo “La vida en común. Los hombres (que deberíamos ser) después del coronavirus”, que publica Galaxia Gutenberg.
En la obra, escrita a modo de “terapia” para poder digerir lo que la sociedad estaba viviendo durante los primeros meses del estado de alarma decretado en marzo, el catedrático de Derecho Constitucional de Universidad de Córdoba (UCO) y miembro de la Red Feminista de Derecho Constitucional reivindica la necesidad de “poner los cuidados en el centro de lo público”.
El experto en igualdad de género y nuevas masculinidades, también autor de obras como “El hombre que no deberíamos ser” y “#WeToo: brújula para jóvenes feministas”, aboga, además, por transformar la forma de hacer política para que primen valores propios del feminismo como la horizontalidad, la cooperación o “la ética del cuidado”.
Tras el coronavirus queda un reto, o más bien, “una urgencia”, admite Salazar (Cabra, Córdoba, 1969), la de “construir un discurso alternativo a los movimientos reaccionarios anti igualdad” que cale en los hombres, y sobre todo, en los jóvenes. Algo en lo que los hombres próximos al feminismo, reconoce, “estamos fallando” y “es nuestra responsabilidad”.
P.- La crisis sanitaria provocada por el coronavirus ha generado muchos cambios, ¿en qué sentido ha puesto en jaque los supuestos de la masculinidad?
R.- Todo lo que hemos vivido en estos meses de pandemia ha puesto en evidencia qué partes eran mas frágiles de nuestro modo de convivencia y qué aspectos de nuestra vida en común estaban peor sostenidos desde lo público. Y al mismo tiempo, desde el punto de vista más personal e individual, todos los cambios pueden ser una oportunidad para que muchos hombres nos replanteemos cuáles son nuestras prioridades, de qué manera organizamos nuestros tiempos, cómo compatibilizamos nuestra vida pública con la vida privada, cuál es nuestro papel en la familia o de qué manera nos corresponsabilizamos con las mujeres.
P.- Durante los últimos años las mujeres se han incorporado al espacio público, pero los hombres, en cambio, no se han incorporado al ámbito privado del mismo modo. Y justamente a esto les ha obligado el confinamiento. ¿Cómo cree que ha influido en ellos?
R.- Un aspecto clave en la construcción de la masculinidad es la permanente necesidad que hemos tenido siempre los hombres de sentirnos activos, productivos y con presencia en lo público. Con la COVID-19 hemos sufrido un parón en ese papel de productores, de proveedores, de hombres públicos y, por lo tanto, esa identidad masculina se ha visto quebrada. Al mismo tiempo el espacio privado, que para nosotros siempre ha sido menos importante, se está convirtiendo en el lugar en el que pasamos más tiempo y nos vemos obligados a desenvolvernos en un espacio en el que antes solo pasábamos de puntillas.
Y luego, eso tiene que ir acompañado de una serie de medidas desde lo público que favorezcan que hombres y mujeres podamos compatibilizar todas esas facetas de nuestra vida. Hasta ahora el Estado se ha desentendido de determinados servicios o prestaciones porque ha visto que las mujeres y las familias sostenían las actividades de cuidados.
P.- En esta incorporación de los hombres a lo privado, ¿considera que, más allá de las tareas domésticas, falta que se responsabilicen de los cuidados emocionales?
R.- Totalmente. El sostén emocional de la familia siempre ha sido tarea de las mujeres y es prácticamente invisible porque no lo identificamos como tareas concretas, como planchar o hacer la comida. Los hombres habitualmente no hemos estado implicados en todas esas tareas que suponen un desgaste, una responsabilidad enorme y muchas veces hasta un sentimiento de culpa cuando sienten que han fallado. Y eso tiene que ver con cómo los hombres siempre nos hemos desvinculado de lo emocional.
En esta pandemia donde hemos sufrido, y seguimos sufriendo, un montón de consecuencias emocionales, creo que puede ser una magnífica oportunidad para que los hombres nos demos cuenta de esa vulnerabilidad que compartimos hombres y mujeres. Y de lo importante que es para cualquier ser humano ese elemento de los vínculos emocionales y del sostén a través de los otros y de las otras.
P.- Ve esta crisis como una oportunidad de cambio y el título del libro “La vida en común” es bastante revelador en cuanto a la alternativa que propone. ¿Cuál es el proceder y los retos a partir de ahora para alcanzar esa vida en común?
R.- Por un lado, hay que hacer un proceso de transformación personal y cada hombre tendrá que plantearse su deconstrucción personal, con su ritmo y sus etapas.
Pero además, hacen falta cambios estructurales que tienen que ver con poner los cuidados en el centro y que deberían convertirse en una tarea prioritaria desde lo público. Esto tendrá consecuencias económicas porque el modelo económico capitalista neoliberal que tenemos va en contra de todo esto. Es un sistema en el que prima el sujeto productivo, competitivo e individualista. Y yo aquí reivindico que somos seres necesitados unos de los otros por nuestra fragilidad y que tendremos que desarrollar políticas en lo social, en lo económico, en lo cultural que pongan la base en esa vida en común.
P.- En relación al papel de lo público y de la política, habla también en el libro de cierta masculinización en la manera de hacer política, ¿Qué papel tienen aquí las nuevas masculinidades para transformar esto?
R.- El poder sigue estando ocupado mayoritariamente por hombres y se sigue ejerciendo de manera muy masculina, con una concepción muy vertical del poder. Los hombres no vemos tanto el poder como una herramienta para transformar la realidad, sino como una especie de conquista, y esa idea es muy patriarcal. Y luego, tenemos una escasa habilidad para poder desarrollar estrategias colaborativas.
P.- En el libro comenta un obstáculo: que no se ha conseguido articular un discurso alternativo fuerte frente al auge de unas masculinidades reaccionarias. ¿Qué hace falta?
R.- La pandemia coincide con un momento global en el que hay una articulación de todas esas masculinidades reaccionarias que están construyendo un discurso anti igualdad que está creciendo en muchísimos países. Es muy fácil que ese discurso cale en hombres que sienten que su rol tradicional ya no sirve y tampoco tienen claro cuál es su rol alternativo o en hombres que no quieren perder su papel privilegiado.
Entonces, yo planteo la urgencia que hay de que seamos capaces de construir una alternativa a todo ese movimiento de masculinidades reactivas. Es fundamental que seamos capaces de lanzar otro tipo de mensajes, de decir que hay alternativas y que podemos construir otro tipo de sociedad mejor para todos y para todas. Y ahí es donde yo creo que estamos fallando los hombres próximos al feminismo.
P.- En su caso, que está muy cerca de los jóvenes, ¿Cómo ve que les está afectando esto?
R.- Hay una muy buena parte de chicos que están perdidos, ven que sus compañeras se posicionan como feministas, con un discurso muy rotundo y que han ido cambiando muchas percepciones de la realidad, mientras una gran mayoría de ellos se encuentran desubicados ante esas transformaciones. Y hay un grupo muy significativo que se siente incluso agredido por el feminismo y el discurso de igualdad lo ven como una especie de guerra contra ellos, entonces reaccionan afirmándose en el modelo más tradicional y machista.
Estamos fallando en cómo llegar a esos chicos y hace falta llegar a ellos. Estos años se ha trabajo mucho en materia coeducativa, se ha trabajo mucho con las chicas para que cambien determinadas concepciones, para que tengan otros modelos y otros referentes, pero con los chicos no se ha realizado el mismo trabajo. Es muy importante hacer este trabajo también con los chicos porque ahí estamos formando a las nuevas generaciones de hombres.
En la obra, escrita a modo de “terapia” para poder digerir lo que la sociedad estaba viviendo durante los primeros meses del estado de alarma decretado en marzo, el catedrático de Derecho Constitucional de Universidad de Córdoba (UCO) y miembro de la Red Feminista de Derecho Constitucional reivindica la necesidad de “poner los cuidados en el centro de lo público”.
El experto en igualdad de género y nuevas masculinidades, también autor de obras como “El hombre que no deberíamos ser” y “#WeToo: brújula para jóvenes feministas”, aboga, además, por transformar la forma de hacer política para que primen valores propios del feminismo como la horizontalidad, la cooperación o “la ética del cuidado”.
Tras el coronavirus queda un reto, o más bien, “una urgencia”, admite Salazar (Cabra, Córdoba, 1969), la de “construir un discurso alternativo a los movimientos reaccionarios anti igualdad” que cale en los hombres, y sobre todo, en los jóvenes. Algo en lo que los hombres próximos al feminismo, reconoce, “estamos fallando” y “es nuestra responsabilidad”.
P.- La crisis sanitaria provocada por el coronavirus ha generado muchos cambios, ¿en qué sentido ha puesto en jaque los supuestos de la masculinidad?
R.- Todo lo que hemos vivido en estos meses de pandemia ha puesto en evidencia qué partes eran mas frágiles de nuestro modo de convivencia y qué aspectos de nuestra vida en común estaban peor sostenidos desde lo público. Y al mismo tiempo, desde el punto de vista más personal e individual, todos los cambios pueden ser una oportunidad para que muchos hombres nos replanteemos cuáles son nuestras prioridades, de qué manera organizamos nuestros tiempos, cómo compatibilizamos nuestra vida pública con la vida privada, cuál es nuestro papel en la familia o de qué manera nos corresponsabilizamos con las mujeres.
P.- Durante los últimos años las mujeres se han incorporado al espacio público, pero los hombres, en cambio, no se han incorporado al ámbito privado del mismo modo. Y justamente a esto les ha obligado el confinamiento. ¿Cómo cree que ha influido en ellos?
R.- Un aspecto clave en la construcción de la masculinidad es la permanente necesidad que hemos tenido siempre los hombres de sentirnos activos, productivos y con presencia en lo público. Con la COVID-19 hemos sufrido un parón en ese papel de productores, de proveedores, de hombres públicos y, por lo tanto, esa identidad masculina se ha visto quebrada. Al mismo tiempo el espacio privado, que para nosotros siempre ha sido menos importante, se está convirtiendo en el lugar en el que pasamos más tiempo y nos vemos obligados a desenvolvernos en un espacio en el que antes solo pasábamos de puntillas.
Y luego, eso tiene que ir acompañado de una serie de medidas desde lo público que favorezcan que hombres y mujeres podamos compatibilizar todas esas facetas de nuestra vida. Hasta ahora el Estado se ha desentendido de determinados servicios o prestaciones porque ha visto que las mujeres y las familias sostenían las actividades de cuidados.
P.- En esta incorporación de los hombres a lo privado, ¿considera que, más allá de las tareas domésticas, falta que se responsabilicen de los cuidados emocionales?
R.- Totalmente. El sostén emocional de la familia siempre ha sido tarea de las mujeres y es prácticamente invisible porque no lo identificamos como tareas concretas, como planchar o hacer la comida. Los hombres habitualmente no hemos estado implicados en todas esas tareas que suponen un desgaste, una responsabilidad enorme y muchas veces hasta un sentimiento de culpa cuando sienten que han fallado. Y eso tiene que ver con cómo los hombres siempre nos hemos desvinculado de lo emocional.
En esta pandemia donde hemos sufrido, y seguimos sufriendo, un montón de consecuencias emocionales, creo que puede ser una magnífica oportunidad para que los hombres nos demos cuenta de esa vulnerabilidad que compartimos hombres y mujeres. Y de lo importante que es para cualquier ser humano ese elemento de los vínculos emocionales y del sostén a través de los otros y de las otras.
P.- Ve esta crisis como una oportunidad de cambio y el título del libro “La vida en común” es bastante revelador en cuanto a la alternativa que propone. ¿Cuál es el proceder y los retos a partir de ahora para alcanzar esa vida en común?
R.- Por un lado, hay que hacer un proceso de transformación personal y cada hombre tendrá que plantearse su deconstrucción personal, con su ritmo y sus etapas.
Pero además, hacen falta cambios estructurales que tienen que ver con poner los cuidados en el centro y que deberían convertirse en una tarea prioritaria desde lo público. Esto tendrá consecuencias económicas porque el modelo económico capitalista neoliberal que tenemos va en contra de todo esto. Es un sistema en el que prima el sujeto productivo, competitivo e individualista. Y yo aquí reivindico que somos seres necesitados unos de los otros por nuestra fragilidad y que tendremos que desarrollar políticas en lo social, en lo económico, en lo cultural que pongan la base en esa vida en común.
P.- En relación al papel de lo público y de la política, habla también en el libro de cierta masculinización en la manera de hacer política, ¿Qué papel tienen aquí las nuevas masculinidades para transformar esto?
R.- El poder sigue estando ocupado mayoritariamente por hombres y se sigue ejerciendo de manera muy masculina, con una concepción muy vertical del poder. Los hombres no vemos tanto el poder como una herramienta para transformar la realidad, sino como una especie de conquista, y esa idea es muy patriarcal. Y luego, tenemos una escasa habilidad para poder desarrollar estrategias colaborativas.
P.- En el libro comenta un obstáculo: que no se ha conseguido articular un discurso alternativo fuerte frente al auge de unas masculinidades reaccionarias. ¿Qué hace falta?
R.- La pandemia coincide con un momento global en el que hay una articulación de todas esas masculinidades reaccionarias que están construyendo un discurso anti igualdad que está creciendo en muchísimos países. Es muy fácil que ese discurso cale en hombres que sienten que su rol tradicional ya no sirve y tampoco tienen claro cuál es su rol alternativo o en hombres que no quieren perder su papel privilegiado.
Entonces, yo planteo la urgencia que hay de que seamos capaces de construir una alternativa a todo ese movimiento de masculinidades reactivas. Es fundamental que seamos capaces de lanzar otro tipo de mensajes, de decir que hay alternativas y que podemos construir otro tipo de sociedad mejor para todos y para todas. Y ahí es donde yo creo que estamos fallando los hombres próximos al feminismo.
P.- En su caso, que está muy cerca de los jóvenes, ¿Cómo ve que les está afectando esto?
R.- Hay una muy buena parte de chicos que están perdidos, ven que sus compañeras se posicionan como feministas, con un discurso muy rotundo y que han ido cambiando muchas percepciones de la realidad, mientras una gran mayoría de ellos se encuentran desubicados ante esas transformaciones. Y hay un grupo muy significativo que se siente incluso agredido por el feminismo y el discurso de igualdad lo ven como una especie de guerra contra ellos, entonces reaccionan afirmándose en el modelo más tradicional y machista.
Estamos fallando en cómo llegar a esos chicos y hace falta llegar a ellos. Estos años se ha trabajo mucho en materia coeducativa, se ha trabajo mucho con las chicas para que cambien determinadas concepciones, para que tengan otros modelos y otros referentes, pero con los chicos no se ha realizado el mismo trabajo. Es muy importante hacer este trabajo también con los chicos porque ahí estamos formando a las nuevas generaciones de hombres.
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