domingo, 11 de junio de 2017

#hemeroteca #testimonios | Goytisolo: malas calles, hombres, grifa y soledades

Imagen: El Mundo / Juan Goytisolo con Ibrahim en un café marroquí
Goytisolo: malas calles, hombres, grifa y soledades.
Buscó su identidad sexual en las calles de Barcelona. Coqueteó con un colombiano y con Raimundo.. Después se enamoró de Monique Lange.
Luis Alemany | El Mundo, 2017-06-11
http://www.elmundo.es/loc/2017/06/10/593abc05268e3ecf538b45a4.html

No debió ser fácil querer a Juan Goytisolo, sentir algo más cálido que el respeto temeroso ante esa mezcla escalofriante de distancia altiva y frágil timidez que mostraba al trato. Pero tampoco es fácil dejar de sentir fascinación por una historia llena de contradicciones y de transgresiones que el propio Goytisolo contó en sus dos libros de memorias, saltando en la narración de la primera a la segunda persona.

‘Coto vedado’, su primer libro autobiográfico, apareció en 1985. Es probable que sus primeros lectores apenas recuerden partes del libro, 32 años después, como el relato de las soledades de un muchacho básicamente homosexual en la España de los años 50. Algunas escenas están narradas con tanta crudeza y nitidez que, al leerlas hoy, dan ganas de entregárselas a un cineasta. A André Téchiné, por ejemplo.

Madrid, invierno de 1953. Goytisolo ha dejado Derecho, convencido de que su destino es escribir. Ha terminado ‘Juegos de manos’, su primera novela, y ha salido de Barcelona sin gran cosa que hacer, un poco por hacer tiempo y un poco para alejarse de la semiquiebra de la empresa de su padre, José María Goytisolo Taltavull. En Madrid no tiene ninguna obligación, de modo que sale de juerga. Su barrio es Argüelles y su compañía es una pareja de estudiantes colombianos, borrachuzos y descarados, con facilidad para el sablazo y afición a los prostíbulos. Una noche, Goytisolo sale con Lucho, el preferido de los dos colombianos. Beben tanto que el guión de la noche se vuelve confuso.

Al final de la madrugada, 'algo' inesperado y sin determinar pasa a la puerta de una taberna. Algo grave. Al día siguiente, el rumor de que alguien, aparentemente desconocido, ha abusado de la confianza y la integridad de Lucho llega hasta Goytisolo, aunque el escritor no recuerda nada.

Da igual: la noticia cae sobre él como una sentencia: esa intuición que el joven siempre había guardado en algún rincón de su cabeza ya es una certeza: Goytisolo pertenece a la "tribu de los malditos" de la que hablaba Marcel Proust.

Pero Lucho no tiene nada que reprochar a su amigo barcelonés: no se ha enterado de nada o quizá sea que no es tan inocente. Siguen saliendo juntos, sigue siendo especialmente cariñoso con él. Una noche, se encierran en el reservado de un bar con dos prostitutas. Cenan, beben y, después, empiezan a acariciar y besar a las dos mujeres. El escritor, que siempre tendía a comportarse con desinterés con las mujeres, encuentra combustible para el coraje sexual: Lucho le mira mientras actúa. Y él mira a Lucho.

Días después, al final de otra juerga colosal, Goytisolo mete a su amigo en la cama para que duerma la borrachera. Desde las sábanas, el colombiano le llama, "ven aquí, quédate conmigo", pero Goytisolo, que no ha bebido como su amigo, sospecha que le han tendido una trampa, una prueba que demostrará que es homosexual. Se aleja de Lucho aquella noche y, pocos días después, se va de Madrid y vuelve a Barcelona.

Aquel es el último Goytisolo inocente, el tipo aún formal aunque un poco raro al que sólo le faltan unos días para encanallarse. En casa, le espera un viejo amigo suyo, Carlos Cortés, que ha pasado por la cárcel. Con él, Goytisolo habrá de conocer los bajos fondos: los travestidos, los traficantes, los proxenetas, los chaperos... El descubrimiento le entusiasma. Empieza a frecuentar el Barrio Chino, a fumar grifa y, por primera vez, a encamarse con hombres que encuentra en 'malas calles'. Pero aún no está preparado mentalmente para romper ese tabú. Sus primeros encuentros homosexuales son gélidos, poco satisfactorios. Goytisolo vuelve a pensar que, quizá, él también sea normal.

No tuvo esa 'suerte'. Durante el verano, Goytisolo se aficiona a un bar de la Barceloneta abandonado ante el mar y frecuentado por gente del arrabal: El Varadero. Allí, entre otros personajes pintorescos, reina Raimundo, un gitano analfabeto y ex presidiario, sin domicilio claro ni familia, fuerte, bigotudo y extremadamente viril. La historia de su vida cambia cada vez que Goytisolo la escucha pero su estampa y su carisma le fascinan. El molde de todos los hombres que habrían de atraer a Goytisolo durante su vida estaba guardado en Raimundo. "Nunca me verás con un escritor ni con un hombre educado", le dijo al escritor a Jaime Gil de Biedma, algunos años después.

Raimundo tampoco se acostó nunca con Goytisolo. Una noche, al final del verano de 1953, después de beber durante horas y de despedirse, el escritor se presentó en su chabola pero su amigo lo acostó cariñosamente como a un hermano pequeño que llega a casa bebido. Como Goytisolo había hecho con Lucho en Madrid. Para otoño, Juan estaba camino de París. Aunque, a la vuelta, frecuentó el Varadero durante años, Raimundo desapareció del mapa.

París es otro de los grandes escenarios en la vida de Juan Goytisolo. Pero lo que nos interesa no es el viaje de 1953, propio de un joven pobre, confundido y más interesado por los libros y el comunismo que por la vida alegre, sino el de 1956, el año en el que el escritor barcelonés dejó España para no volver nunca más que como visitante. Uno de los desencadenantes de aquel exilio fue el interés que mostraba por él el comisario Juan Creix (el jefe de la Brigada Político Social en Barcelona), un personaje ambiguo y novelesco que un día empezó a preguntar por los gustos sexuales de Goytisolo.

Saltamos ahora a otro libro, ‘Los Goytisolo’ (Anagrama, 1999), la biografía de la familia que escribió el mallorquín Miguel Dalmau. Allí, el nombre de Monique Lange aparece por primera vez en la página 305 como si fuera Jean Seberg cantando ‘New York Herald Tribune!’ en una película de Godard. Encantadora, sonriente, con el pelo corto, culta, desprejuiciada... Todo lo contrario que las mujeres con las que Juan había conocido e ignorado en España hasta entonces. Dalmau, de hecho, cuenta que, hasta entonces, Goytisolo sólo había tratado con mujeres en los prostíbulos.

Lange era otra cosa. Trabaja en Gallimard, la editorial más prestigiosa de Francia. Su jefe, Dyonis Mascolo, había recibido noticia de la existencia de los libros de Goytisolo y lo había citado para una entrevista y a Monique le tocó recoger a Juan. El flechazo. La felicidad. El sexo. El primer viaje a Barcelona... Y la maldición que, una noche de juerga, deja caer la bruja mala sobre los enamorados.

La bruja mala de esta historia es el escritor Jean Genet y la anécdota ha sido contada mil veces. Genet le dijo a Goytisolo ante su futura mujer: "¿Es usted maricón?". "He tenido algunas experiencias". "¿Experiencias? Así habla un pederasta inglés".

Lange nunca debió de ignorar que a Goytisolo también le gustaban los hombres. Esta semana, Javier Rodríguez Marcos hablaba de la carta en la que el español le explicaba, un poco enrevesadamente, cuál era su conflicto. Lange le contestó con un "te quiero, tengo ganas de verte" y la pareja echó a andar. Pero no todo fue sencillo: ‘Casetas de playa’, la novela más conocida de Lange, presentaba a una mujer, más o menos abandonada en una playa de Normandía, que piensa en su marido, un escritor español exiliado que busca los barrios rojos de París, igual que los toros persiguen el capote de los toreros. El relato es triste, pero el problema no es la transgresión; el problema es el carácter insondable del escritor español, los complejos y tormentos que se intuyen pero que nunca pueden llegar a ser planteados.

Insondable es una buena palabra para explicar a Juan Goytisolo gay, cuya historia empezó como si imitara ‘Los Buddenbrock’ de Thomas Mann, siguió como si fuera una novela de Boris Vian y acabó como en un texto de algún escritor tangerino de los legendarios años 50 y 60. Cuando Monique Lange se murió, en 1996, Goytisolo se instaló en Marrakech. Allí, durante muchos años, se hizo acompañar de Ibrahim, un hombre indescifrable que siempre paseaba en silencio, dos pasos por detrás del escritor, en las salidas por la ciudad. Ibrahim es un hombre grande, viril y bigotudo, algo así como el descendiente de Raimundo, el de la Barceloneta, aparecido al otro lado del Mediterráneo 50 años después.

Una familia con problemas entre hermanos
Tras la muerte de Juan Goytisolo, el libro ‘Los Goytisolo’, que reconstruye el árbol genealógico de la familia catalana, vuelve a estar de actualidad y ayuda a comprender la relación entre los hermanos. Juan, José Agustín y Luis vivieron una madurez con una relación complicada y con la sombra de la enemistad planeando. Ellos tres llegaron a la edad adulta con el pesar de la muerte del cuarto hermano, Antonio, que falleció en el 27 por una meningitis. Era el primogénito y a él le seguía José Agustín, a quien el padre se 'saltó' en la cadena de herederos para alzar a Juan como su hijo predilecto. Así lo contó Goytisolo en el libro: "Fue puenteado, sus ojos oscuros fueron comparados con los ojos claros de Antonio, y a José Agustín se le impidió ser el primogénito. El trato de mi padre hacia él, un trato de indiferencia y de no reconocimiento, explicaría las dificultades y tropiezos psicológicos con los que mi hermano se encontraría a lo largo de su vida". Ni Juan ni Luis acudieron al entierro de José Agustín esgrimiendo distintas excusas. Luis es el único que queda vivo.

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