Imagen: El País / Omayma al Hushan (d) en el campo de Zaatari, Jordania |
Las menores son casadas con hombres hasta 15 años mayores que ellas, suelen dejar la escuela y a menudo sufren violencia de género.
Emanuela Zuccalà | Planeta Futuro, El País, 2017-06-20
http://elpais.com/elpais/2017/06/18/planeta_futuro/1497806409_860363.html
En el distrito seis del campo de refugiados jordano de Zaatari, la familia de Hamda ha reconstruido su propio universo en el interior de un recinto de chapa metálica. A la entrada, el aroma de un rosal casi aturde los sentidos. Los hombres fuman dentro de la tienda. Las mujeres están reunidas en un contenedor blanco amueblado con almohadones y alfombras de colores vivos. Sirven el té y ríen entre ellas mientras cinco niños sucios de polvo corretean. Hamda es la anfitriona; tiene 49 años y es madre de nueve críos. En 2014, padres, hijos, nueras, yernos y nietos huyeron de la zona rural de los alrededores de Damasco para reencontrarse en Zaatari. Es como una ciudad artificial construida en 2012 en el desierto del norte de Jordania que actualmente acoge a unos 80.000 sirios y se ha convertido en el segundo campo de refugiados más grande del mundo después de Dabaab, en Kenia. “Aquí no estamos bien, pero sí mejor que en Siria bajo las bombas”, dice Hamda con la sonrisa de las personas optimistas.
Amal, la penúltima de sus hijas, sostiene en brazos a un bebé regordete envuelto en una manta blanca bordada. Se llama Mohamed, tiene nueve días y el cabello negro y espeso para su edad. “¿Que cuántos años tengo? 20”, dice la joven echándose a reír y haciendo reír también a las demás mujeres. “No, es broma. Tengo 16”, corrige con voz infantil. Lleva las uñas pintadas de rojo, los párpados cubiertos de ‘kohl’ y un ‘hiyab’ oscuro con puntitos brillantes, como un cielo nocturno salpicado de estrellas. Cuenta que su marido tiene 20 años, que también es un refugiado sirio, pero que vive en la ciudad de Zarqa, 50 kilómetros al sur del campo. “Sus padres viven en Zaatari. Él venía a verlos, y así nos conocimos. Tiene trabajo y vive bien, pero mientras nuestro hijo Mohamed sea pequeño me quedaré aquí, donde tengo la ayuda de mi familia”, dice Amal.
“Casarla era la única manera de que tuviese un futuro”, interviene su madre, Hamda. “Yo también me casé muy joven, con 14 años”. La mujer se apresura a asegurar que el matrimonio de su hija se ha registrado como corresponde, y seguramente es verdad. En el reino hachemí, la edad mínima para casarse son los 18 años, pero los tribunales islámicos pueden conceder dispensas hasta los 16. Sin embargo, el problema es otro. Casarse siendo menor de edad es una costumbre en retroceso entre la población jordana. En cambio, entre los refugiados sirios acogidos en el país cada vez es más frecuente. Se calcula que suman en total alrededor de un millón y medio de refugiados sirios, de los cuales solo 657.000 están inscritos oficialmente en el registro del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). El resto son como fantasmas, sin documentos y con empleos en negro y el 86% vive por debajo del umbral de la pobreza.
Mientras la crisis de Siria ha entrado en su séptimo año sin que se vislumbre el final (hay 6,5 millones de desplazados internos y cinco millones de refugiados, la mayoría acogidos en Turquía, Líbano y Jordania), las organizaciones de ayuda humanitaria observan un desalentador efecto colateral del desarraigo forzoso: el aumento del número de esposas y madres entre las sirias menores de edad instaladas en el reino hashemí. En 2014, Unicef daba a conocer que el 31,7% de estas menores había contraído matrimonio, lo cual representa un aumento exponencial de 19 puntos con respecto al 12% de 2011 y un porcentaje muy superior al de la Siria anterior a la guerra, en la que la tasa de matrimonios precoces no sobrepasaba el 13%.
Y no solo eso. “Respecto al informe de Unicef de 2014, el número de niñas casadas sigue aumentando”, puntualiza Melanie Megevand, especialista en protección y empoderamiento de las mujeres refugiadas en Jordania de la ONG estadounidense Comité Internacional de Rescate (IRC, por sus siglas en inglés). “Además, la edad del matrimonio es cada vez más temprana. En la actualidad, las refugiadas sirias llegan a casarse a los 13 años, mientras que la edad de los maridos, que en estos momentos son entre 10 y 15 años mayores que ellas, es cada vez más alta. Estas chicas abandonan los estudios, con el consiguiente aumento del analfabetismo”, añade Megevand.
En la geometría inmensa y deprimente de Zaatari hay unas 2.800 adolescentes de entre 11 y 17 años, el 7,1% de la población femenina del campo. A pesar de ello, en la clínica de salud reproductiva del Fondo de Población de Naciones Unidas, la doctora Rima Diab cuenta que el 10% de los embarazos controlados por ellos corresponden a menores de edad. “Llegan embarazadas o casadas”, afirma. “Es difícil prevenir estas cosas”. En uno de los contenedores de la clínica, cuatro mujeres que acaban de dar a luz amamantan a sus recién nacidos. Heba, de 19 años, ha traído al mundo a su segunda hija, Silin. “La primera también nació aquí, cuando yo tenía 17 años”, susurra.
“En los últimos cinco años tenemos constancia de unos 4.000 matrimonios de sirias menores de edad contraídos en Jordania, y eso contando solamente los registrados”, informa Hiba Obeidat, periodista de Balad Radio y de la revista digital ‘AmmanNet’, que investiga desde hace tiempo el asunto de las niñas esposas. “Es verdad que en algunas zonas de Siria es normal casarse antes de los 18 años, pero, en el contexto de los refugiados, hay otros factores. Las familias piensan que no tienen más remedio que casar a las hijas para protegerlas de la precariedad en la que viven y resolver los problemas económicos familiares, ya que el marido paga una dote a los padres de la esposa”. Por ejemplo, en Zaatari, Amal reconoce que recibió 1.000 dinares jordanos de su marido, es decir, unos 1.300 euros.
Un problema añadido es que muchos matrimonios precoces no se registran, sino que solo se celebran con la intervención de un imán complaciente, según aseguran las organizaciones de cooperación. Si no tienen los documentos en regla, las mujeres quedan privadas de muchos derechos. “La mayoría de los refugiados proceden de zonas rurales de Siria, están poco alfabetizados y muchas veces ni siquiera saben que el matrimonio hay que registrarlo”, dice la abogada Samar Muhareb, directora de la asociación jordana Ardd, que proporciona apoyo legal a los refugiados.
“En el origen del problema hay un asunto que nunca se ha resuelto”, precisa Muhared. “Jordania no ratificó la Convención de Ginebra de 1951 sobre la acogida de refugiados, así que estos no gozan en ningún caso de esa condición. Nuestras leyes se refieren a ellos como visitantes o huéspedes, y eso los priva de muchos derechos y complica la asistencia y su vida en nuestro país", añade la letrada, que detalla que a veces es más fácil conseguir documentos falsos, incluidos los necesarios para la boda, que enfrentarse a la burocracia jordana. "Esta situación acaba creando enormes problemas en asuntos como el divorcio, la custodia de los hijos y la herencia”, asegura.
“Con la llegada de los primeros refugiados procedentes de Siria también hemos visto surgir un mercado de adolescentes”, añade Adnan Abu Alhaija, director del Instituto de Salud Familiar de la Fundación Noor al-Husein, que se encarga de prestar servicios médicos gratuitos a los refugiados y de darles asesoramiento sobre temas de familia en diversos puntos de Jordania. “Venían hombres adinerados de los países del Golfo a casarse con sirias adolescentes. Celebraban la boda solo en la mezquita y no registraban el matrimonio ante las autoridades civiles. Al cabo de tres meses, desaparecían, a veces dejando a las mujeres embarazadas. En ausencia del padre, ellas no podían inscribir el matrimonio ni registrar al hijo, así que se encontraban con un problema", señala Alhaija, que asegura que la prostitución ha aumentado entre las jóvenes sirias. "Son mujeres que no tienen elección para sobrevivir y que son presa fácil de los delincuentes que manejan el negocio del sexo. Fuera de las mezquitas y de los hospitales aparecen muchos recién nacidos abandonados", dice.
Matteo Paoltroni, responsable de la delegación jordana de Echo, la Oficina de Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea (que desde 2011 ha destinado 657 millones de euros a los refugiados en el reino hashemí), no oculta su preocupación. “La situación de los sirios se está deteriorando, sobre todo en Zaatari”, señala. “Nadie quiere estar en un campo de refugiados, pero mucha gente no se puede permitir pagar un alquiler en la ciudad. Así que, por desgracia, es fácil entrar en una espiral de frustración que lleva, entre otras cosas, a sacar a los niños del colegio para ponerlos a trabajar y casar a las hijas antes de tiempo para que la familia pueda sobrevivir. A estos jóvenes se les llama ya 'La generación perdida'”.
Otro asunto urgente entre las familias sirias refugiadas en Jordania es la violencia de género. Desde 2012, el Comité Internacional de Rescate se ha encontrado con 4.633 casos de víctimas de abusos por parte del marido entre las 13.000 sirias que han recibido ayuda psicológica en las clínicas de la organización en Ramtha y Mafraq. En 2016, el 70% de los casos de maltrato de los que tuvo conocimiento el personal del IRC se produjeron en familias sirias. “Esta violencia va estrechamente unida al matrimonio precoz”, afirma Megevand.
“En la cultura siria, el matrimonio no es cosa solo del marido y la esposa, sino también de sus familias y de toda la comunidad. En época de paz, el apoyo de la comunidad sirve para vigilar las tensiones y atenuarlas. En cambio, ahora, con la gente desarraigada y empobrecida, todos los mecanismos de protección desaparecen. Los niveles de estrés causados por la guerra y la huida agudizan las tensiones entre las personas dentro y fuera de casa", ilustra Megevand, que además indica que la chica apartada de la familia para casarse se encuentra en un ambiente ajeno, en compañía de un hombre que a menudo no forma parte de su comunidad.
"La joven se encuentra más aislada, más sometida a las normas de sus suegros, más expuesta al maltrato, porque, al ser demasiado joven, no satisface las expectativas depositadas en su papel de esposa. Por otra parte, al casarse a una edad tan temprana, las chicas sufren la violencia más tiempo que una mujer adulta”, enumera la especialista del IRC, que matiza que no se debe acusar a los padres de actuar de mala fe, sino que hay que observar el fenómeno desde una perspectiva "mucho más compleja", como la pérdida de dignidad por la que están pasando las familias sirias. ¿Qué hacer, pues, para poner fin a esta peligrosa tendencia? “Proyectos de prevención”, responde Megevand. “Es importante que las jóvenes tengan acceso a los servicios, que se relacionen entre ellas, que vuelvan a estudiar aunque estén casadas”, propone.
En las oficinas del Comité Internacional de Rescate en Mafraq, la ciudad jordana más próxima al campo de Zaatari, mujeres sirias de todas las edades asisten a cursos de formación profesional y reciben apoyo psicológico. “Hay muchos casos de niñas casadas”, admite Nuura, refugiada que huyó de Homs en 2014 y tiene 31 años y cuatro hijos. En Jordania tuvo el valor de divorciarse de un marido que le pegaba. Marah, en cambio, tiene 21 años. Añora Damasco y estudia diseño gráfico en su país de acogida. Es alta y guapa, lleva las cejas perfectamente delineadas y un ligero toque de pintalabios. “Mi padre ha conseguido llegar a Alemania”, cuenta. “Dos de mis hermanas y un hermano podrán reunirse con él porque todavía son menores de edad, pero mi hermana y yo no tenemos más remedio que quedarnos aquí con mi madre. Todo el mundo nos dice que nos casemos como única solución para sentirnos protegidas. Mi hermana se lo está pensando, pero yo no quiero. Quiero estudiar, trabajar y ser independiente. No creo en el matrimonio como un remedio mágico que salva a la mujer de la crueldad de la vida”, considera Marah.
Amal, la penúltima de sus hijas, sostiene en brazos a un bebé regordete envuelto en una manta blanca bordada. Se llama Mohamed, tiene nueve días y el cabello negro y espeso para su edad. “¿Que cuántos años tengo? 20”, dice la joven echándose a reír y haciendo reír también a las demás mujeres. “No, es broma. Tengo 16”, corrige con voz infantil. Lleva las uñas pintadas de rojo, los párpados cubiertos de ‘kohl’ y un ‘hiyab’ oscuro con puntitos brillantes, como un cielo nocturno salpicado de estrellas. Cuenta que su marido tiene 20 años, que también es un refugiado sirio, pero que vive en la ciudad de Zarqa, 50 kilómetros al sur del campo. “Sus padres viven en Zaatari. Él venía a verlos, y así nos conocimos. Tiene trabajo y vive bien, pero mientras nuestro hijo Mohamed sea pequeño me quedaré aquí, donde tengo la ayuda de mi familia”, dice Amal.
“Casarla era la única manera de que tuviese un futuro”, interviene su madre, Hamda. “Yo también me casé muy joven, con 14 años”. La mujer se apresura a asegurar que el matrimonio de su hija se ha registrado como corresponde, y seguramente es verdad. En el reino hachemí, la edad mínima para casarse son los 18 años, pero los tribunales islámicos pueden conceder dispensas hasta los 16. Sin embargo, el problema es otro. Casarse siendo menor de edad es una costumbre en retroceso entre la población jordana. En cambio, entre los refugiados sirios acogidos en el país cada vez es más frecuente. Se calcula que suman en total alrededor de un millón y medio de refugiados sirios, de los cuales solo 657.000 están inscritos oficialmente en el registro del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). El resto son como fantasmas, sin documentos y con empleos en negro y el 86% vive por debajo del umbral de la pobreza.
Mientras la crisis de Siria ha entrado en su séptimo año sin que se vislumbre el final (hay 6,5 millones de desplazados internos y cinco millones de refugiados, la mayoría acogidos en Turquía, Líbano y Jordania), las organizaciones de ayuda humanitaria observan un desalentador efecto colateral del desarraigo forzoso: el aumento del número de esposas y madres entre las sirias menores de edad instaladas en el reino hashemí. En 2014, Unicef daba a conocer que el 31,7% de estas menores había contraído matrimonio, lo cual representa un aumento exponencial de 19 puntos con respecto al 12% de 2011 y un porcentaje muy superior al de la Siria anterior a la guerra, en la que la tasa de matrimonios precoces no sobrepasaba el 13%.
Y no solo eso. “Respecto al informe de Unicef de 2014, el número de niñas casadas sigue aumentando”, puntualiza Melanie Megevand, especialista en protección y empoderamiento de las mujeres refugiadas en Jordania de la ONG estadounidense Comité Internacional de Rescate (IRC, por sus siglas en inglés). “Además, la edad del matrimonio es cada vez más temprana. En la actualidad, las refugiadas sirias llegan a casarse a los 13 años, mientras que la edad de los maridos, que en estos momentos son entre 10 y 15 años mayores que ellas, es cada vez más alta. Estas chicas abandonan los estudios, con el consiguiente aumento del analfabetismo”, añade Megevand.
En la geometría inmensa y deprimente de Zaatari hay unas 2.800 adolescentes de entre 11 y 17 años, el 7,1% de la población femenina del campo. A pesar de ello, en la clínica de salud reproductiva del Fondo de Población de Naciones Unidas, la doctora Rima Diab cuenta que el 10% de los embarazos controlados por ellos corresponden a menores de edad. “Llegan embarazadas o casadas”, afirma. “Es difícil prevenir estas cosas”. En uno de los contenedores de la clínica, cuatro mujeres que acaban de dar a luz amamantan a sus recién nacidos. Heba, de 19 años, ha traído al mundo a su segunda hija, Silin. “La primera también nació aquí, cuando yo tenía 17 años”, susurra.
“En los últimos cinco años tenemos constancia de unos 4.000 matrimonios de sirias menores de edad contraídos en Jordania, y eso contando solamente los registrados”, informa Hiba Obeidat, periodista de Balad Radio y de la revista digital ‘AmmanNet’, que investiga desde hace tiempo el asunto de las niñas esposas. “Es verdad que en algunas zonas de Siria es normal casarse antes de los 18 años, pero, en el contexto de los refugiados, hay otros factores. Las familias piensan que no tienen más remedio que casar a las hijas para protegerlas de la precariedad en la que viven y resolver los problemas económicos familiares, ya que el marido paga una dote a los padres de la esposa”. Por ejemplo, en Zaatari, Amal reconoce que recibió 1.000 dinares jordanos de su marido, es decir, unos 1.300 euros.
Un problema añadido es que muchos matrimonios precoces no se registran, sino que solo se celebran con la intervención de un imán complaciente, según aseguran las organizaciones de cooperación. Si no tienen los documentos en regla, las mujeres quedan privadas de muchos derechos. “La mayoría de los refugiados proceden de zonas rurales de Siria, están poco alfabetizados y muchas veces ni siquiera saben que el matrimonio hay que registrarlo”, dice la abogada Samar Muhareb, directora de la asociación jordana Ardd, que proporciona apoyo legal a los refugiados.
“En el origen del problema hay un asunto que nunca se ha resuelto”, precisa Muhared. “Jordania no ratificó la Convención de Ginebra de 1951 sobre la acogida de refugiados, así que estos no gozan en ningún caso de esa condición. Nuestras leyes se refieren a ellos como visitantes o huéspedes, y eso los priva de muchos derechos y complica la asistencia y su vida en nuestro país", añade la letrada, que detalla que a veces es más fácil conseguir documentos falsos, incluidos los necesarios para la boda, que enfrentarse a la burocracia jordana. "Esta situación acaba creando enormes problemas en asuntos como el divorcio, la custodia de los hijos y la herencia”, asegura.
“Con la llegada de los primeros refugiados procedentes de Siria también hemos visto surgir un mercado de adolescentes”, añade Adnan Abu Alhaija, director del Instituto de Salud Familiar de la Fundación Noor al-Husein, que se encarga de prestar servicios médicos gratuitos a los refugiados y de darles asesoramiento sobre temas de familia en diversos puntos de Jordania. “Venían hombres adinerados de los países del Golfo a casarse con sirias adolescentes. Celebraban la boda solo en la mezquita y no registraban el matrimonio ante las autoridades civiles. Al cabo de tres meses, desaparecían, a veces dejando a las mujeres embarazadas. En ausencia del padre, ellas no podían inscribir el matrimonio ni registrar al hijo, así que se encontraban con un problema", señala Alhaija, que asegura que la prostitución ha aumentado entre las jóvenes sirias. "Son mujeres que no tienen elección para sobrevivir y que son presa fácil de los delincuentes que manejan el negocio del sexo. Fuera de las mezquitas y de los hospitales aparecen muchos recién nacidos abandonados", dice.
Matteo Paoltroni, responsable de la delegación jordana de Echo, la Oficina de Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea (que desde 2011 ha destinado 657 millones de euros a los refugiados en el reino hashemí), no oculta su preocupación. “La situación de los sirios se está deteriorando, sobre todo en Zaatari”, señala. “Nadie quiere estar en un campo de refugiados, pero mucha gente no se puede permitir pagar un alquiler en la ciudad. Así que, por desgracia, es fácil entrar en una espiral de frustración que lleva, entre otras cosas, a sacar a los niños del colegio para ponerlos a trabajar y casar a las hijas antes de tiempo para que la familia pueda sobrevivir. A estos jóvenes se les llama ya 'La generación perdida'”.
Otro asunto urgente entre las familias sirias refugiadas en Jordania es la violencia de género. Desde 2012, el Comité Internacional de Rescate se ha encontrado con 4.633 casos de víctimas de abusos por parte del marido entre las 13.000 sirias que han recibido ayuda psicológica en las clínicas de la organización en Ramtha y Mafraq. En 2016, el 70% de los casos de maltrato de los que tuvo conocimiento el personal del IRC se produjeron en familias sirias. “Esta violencia va estrechamente unida al matrimonio precoz”, afirma Megevand.
“En la cultura siria, el matrimonio no es cosa solo del marido y la esposa, sino también de sus familias y de toda la comunidad. En época de paz, el apoyo de la comunidad sirve para vigilar las tensiones y atenuarlas. En cambio, ahora, con la gente desarraigada y empobrecida, todos los mecanismos de protección desaparecen. Los niveles de estrés causados por la guerra y la huida agudizan las tensiones entre las personas dentro y fuera de casa", ilustra Megevand, que además indica que la chica apartada de la familia para casarse se encuentra en un ambiente ajeno, en compañía de un hombre que a menudo no forma parte de su comunidad.
"La joven se encuentra más aislada, más sometida a las normas de sus suegros, más expuesta al maltrato, porque, al ser demasiado joven, no satisface las expectativas depositadas en su papel de esposa. Por otra parte, al casarse a una edad tan temprana, las chicas sufren la violencia más tiempo que una mujer adulta”, enumera la especialista del IRC, que matiza que no se debe acusar a los padres de actuar de mala fe, sino que hay que observar el fenómeno desde una perspectiva "mucho más compleja", como la pérdida de dignidad por la que están pasando las familias sirias. ¿Qué hacer, pues, para poner fin a esta peligrosa tendencia? “Proyectos de prevención”, responde Megevand. “Es importante que las jóvenes tengan acceso a los servicios, que se relacionen entre ellas, que vuelvan a estudiar aunque estén casadas”, propone.
En las oficinas del Comité Internacional de Rescate en Mafraq, la ciudad jordana más próxima al campo de Zaatari, mujeres sirias de todas las edades asisten a cursos de formación profesional y reciben apoyo psicológico. “Hay muchos casos de niñas casadas”, admite Nuura, refugiada que huyó de Homs en 2014 y tiene 31 años y cuatro hijos. En Jordania tuvo el valor de divorciarse de un marido que le pegaba. Marah, en cambio, tiene 21 años. Añora Damasco y estudia diseño gráfico en su país de acogida. Es alta y guapa, lleva las cejas perfectamente delineadas y un ligero toque de pintalabios. “Mi padre ha conseguido llegar a Alemania”, cuenta. “Dos de mis hermanas y un hermano podrán reunirse con él porque todavía son menores de edad, pero mi hermana y yo no tenemos más remedio que quedarnos aquí con mi madre. Todo el mundo nos dice que nos casemos como única solución para sentirnos protegidas. Mi hermana se lo está pensando, pero yo no quiero. Quiero estudiar, trabajar y ser independiente. No creo en el matrimonio como un remedio mágico que salva a la mujer de la crueldad de la vida”, considera Marah.
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