Imagen: El Mundo / Casting de azafatas para 'Un, dos, tres...' |
Facturó 8.759 horas de programas, ganó todos los premios posibles y mantuvo hasta el final el afán de dignificar el entretenimiento. Ayer falleció un genio que puso color en un país en el que no sólo la televisión era en blanco y negro.
Rodrigo Terrasa | Papel, El Mundo, 2019-06-08
https://www.elmundo.es/papel/cultura/2019/06/08/5cfaab9121efa0246f8b46eb.html
Entrar en el despacho que Chicho Ibáñez Serrador tenía en Madrid era como entrar en el museo de la televisión. Cuelgan de las paredes montones de versiones de la calabaza Ruperta, bocetos del vestuario de las primeras azafatas del ‘Un, dos, tres...’, carteles de sus películas, caricaturas y viñetas de Chicho, fotos suyas con reyes, presidentes, ‘tacañones’ y personajes de la farándula, una máscara de madera de cuando su padre, Narciso Ibáñez Menta, fue ‘El fantasma de la ópera’ y hasta un martillo con el que el marido de la chacha de Chicho arrancaba los clavos sueltos en las tablas del teatro cuando él empezaba a gatear entre bambalinas. Tenía todos los premios que uno puede imaginar, varios Ondas, montones de TP de oro, el último Goya de Honor y hasta el título de caballero meritísimo otorgado por la muy ilustre cofradía de la Morcilla Burgensis.
Entrar en su despacho, decíamos, era entrar en la Historia del cine, la radio, el teatro y la televisión española.
Narciso Ibáñez Serrador, Chicho para todo aquel que haya encendido la tele alguna vez en los últimos 50 años, murió ayer a los 83 años tras varios meses con una malísima salud de hierro. Se movía en silla de ruedas y apenas podía hablar en público. «El silencio es el prólogo del alarido», bromeaba él cuando le dejaban un micrófono. Los dedos, flacos y temblorosos como los de un esqueleto dibujado por Tim Burton, apenas le permitían sujetar un Montecristo de aquellos que se fumaba en las salas de realización cuando aún se podía fumar en el curro y, sin embargo, seguía reclamando una última oportunidad para colgarse una cámara al hombro como si fuera un becario pidiendo prácticas en un estudio de cine.
«Tengo unos guiones de algún programa y alguna película que me he dejado en el tintero y aún espero poder llevar a cabo», confesaba a finales de 2017 en una entrevista con Papel, una de las últimas que concedió.
-¿Le da miedo la muerte?
-No me da miedo la muerte, lo que siempre me ha dado miedo ha sido el fracaso.
Morirse se ha muerto (qué remedio), pero fracasar fracasó poco. Nacido en Montevideo en 1935 e hijo de los reconocidos actores Pepita Serrador y Narciso Ibáñez Menta, Chicho había debutado en el cine con sólo 8 años poniendo voz al conejo Tambor en la versión latinoamericana de la película ‘Bambi’. Una enfermedad que padeció de niño le convirtió en lector casi a la fuerza y pronto empezó a escribir. Contaba él mismo que cuando apenas tenía 32 años, tuvo que consolar a un tal Steven Spielberg para que no abandonase el cine después de ganarle un premio como guionista en un festival de Montecarlo.
Firmó textos y obras radiofónicas bajo el seudónimo de Luis Peñafiel y fue actor, realizador y guionista en la televisión argentina. A principios de los 60 se vino desde Buenos Aires a España para no irse más. A él le debemos que pusiera color a un país en el que no sólo la televisión era en blanco y negro.
En 1970 creó Prointel, la primera productora independiente de televisión en España y de su factoría salieron exactamente 8.759 horas de televisión. Suyo fue ‘El semáforo’, las animaladas de ‘Waku, waku’ o un programa tan pionero como ‘Hablemos de sexo’... Y suyo fue, sobre todo, el que está considerado el mejor programa de la historia de la televisión en España y uno de los tres más influyentes en todo el mundo según la crítica internacional: ‘Un, dos, tres... responda otra vez’, un concurso que, desde su estreno en 1972 (y en distintas etapas y 411 programas emitidos), consiguió reunir durante más de 30 años a más de 20 millones de españoles frente al televisor. El ‘Un, dos, tres’ descubrió a varias de las estrellas que marcaron la televisión del siglo pasado y dejó decenas de frases para el imaginario colectivo hasta que un día... Campaaaana y se acabó.
«Me gustaría que volviera el 'Un, dos, tres' pero no de cualquier manera. El retorno sólo sería posible por la puerta principal, no por la trasera», decía cuando su hijo, heredero de la productora, intentaba vender de nuevo el formato. Chicho no disimulaba que la tele actual le parecía una mierda. Literal.
Antes de aquellas noches de tarjetitas por aquí, de nueve respuestas acertadas a 25 pesetas cada una, del «son amigos y residentes en Madrid», del apartamento en Torrevieja y del ‘piticlín piticlín’, Chicho ya había triunfado en TVE con ‘Historias para no dormir’, una serie de capítulos de terror que consagró a Ibáñez Serrador como nuestro particular Rod Serling. Filmó luego dos películas, sólo dos, ‘La residencia’ (1969) y ‘¿Quién puede matar a un niño?’ (1976), y le sobraron para convertirse en referente cinematográfico de una generación que vio en él a nuestro Hitchcock particular.
El director de cine Juan Antonio Bayona subrayó la importancia del legado de Ibáñez Serrador al conocer su muerte: «Chicho supo hacernos reír y llorar, asustarnos y enseñarnos, pero sobre todo entretenernos. Él siempre insistía en que ese era el objetivo principal de su trabajo, hacernos pasar un buen rato y que nos olvidáramos de la realidad durante unas horas. En eso, como en tantas otras cosas, fue un maestro".
«Su labor no ha sido suficientemente reconocida por su generación y hemos tomado esa labor los que veníamos detrás, tomándolo como ejemplo de falta de trascendencia, de amistad con el público y de amor al genero», decía ayer Álex de la Iglesia a Efe tras conocer su muerte.
«Yo quería ser como Chicho, quería disfrutar del cine como disfrutaba él. Quería hacer el cine que a él le molaba», confesó el director de ‘El día de la bestia’ antes de entregarle el Premio Feroz de Honor en 2017. En aquella misma gala Ibáñez Serrador prometió que antes de recibir otro homenaje haría una película más. «Me habría gustado hacer más cine del que hice, pero he sido feliz. Prefiero no pensar en lo que fui y sí en lo que todavía soy», contaba entonces.
-¿Y quién es Chicho Ibáñez Serrador? ¿Cómo le gustaría ser recordado en el futuro?, le preguntamos por última vez.
-¿Si fuera a modo de epitafio? Qué triste suena eso... Me gustaría ser recordado dentro de muchos, muchos años, como un entretenedor.
Entrar en su despacho, decíamos, era entrar en la Historia del cine, la radio, el teatro y la televisión española.
Narciso Ibáñez Serrador, Chicho para todo aquel que haya encendido la tele alguna vez en los últimos 50 años, murió ayer a los 83 años tras varios meses con una malísima salud de hierro. Se movía en silla de ruedas y apenas podía hablar en público. «El silencio es el prólogo del alarido», bromeaba él cuando le dejaban un micrófono. Los dedos, flacos y temblorosos como los de un esqueleto dibujado por Tim Burton, apenas le permitían sujetar un Montecristo de aquellos que se fumaba en las salas de realización cuando aún se podía fumar en el curro y, sin embargo, seguía reclamando una última oportunidad para colgarse una cámara al hombro como si fuera un becario pidiendo prácticas en un estudio de cine.
«Tengo unos guiones de algún programa y alguna película que me he dejado en el tintero y aún espero poder llevar a cabo», confesaba a finales de 2017 en una entrevista con Papel, una de las últimas que concedió.
-¿Le da miedo la muerte?
-No me da miedo la muerte, lo que siempre me ha dado miedo ha sido el fracaso.
Morirse se ha muerto (qué remedio), pero fracasar fracasó poco. Nacido en Montevideo en 1935 e hijo de los reconocidos actores Pepita Serrador y Narciso Ibáñez Menta, Chicho había debutado en el cine con sólo 8 años poniendo voz al conejo Tambor en la versión latinoamericana de la película ‘Bambi’. Una enfermedad que padeció de niño le convirtió en lector casi a la fuerza y pronto empezó a escribir. Contaba él mismo que cuando apenas tenía 32 años, tuvo que consolar a un tal Steven Spielberg para que no abandonase el cine después de ganarle un premio como guionista en un festival de Montecarlo.
Firmó textos y obras radiofónicas bajo el seudónimo de Luis Peñafiel y fue actor, realizador y guionista en la televisión argentina. A principios de los 60 se vino desde Buenos Aires a España para no irse más. A él le debemos que pusiera color a un país en el que no sólo la televisión era en blanco y negro.
En 1970 creó Prointel, la primera productora independiente de televisión en España y de su factoría salieron exactamente 8.759 horas de televisión. Suyo fue ‘El semáforo’, las animaladas de ‘Waku, waku’ o un programa tan pionero como ‘Hablemos de sexo’... Y suyo fue, sobre todo, el que está considerado el mejor programa de la historia de la televisión en España y uno de los tres más influyentes en todo el mundo según la crítica internacional: ‘Un, dos, tres... responda otra vez’, un concurso que, desde su estreno en 1972 (y en distintas etapas y 411 programas emitidos), consiguió reunir durante más de 30 años a más de 20 millones de españoles frente al televisor. El ‘Un, dos, tres’ descubrió a varias de las estrellas que marcaron la televisión del siglo pasado y dejó decenas de frases para el imaginario colectivo hasta que un día... Campaaaana y se acabó.
«Me gustaría que volviera el 'Un, dos, tres' pero no de cualquier manera. El retorno sólo sería posible por la puerta principal, no por la trasera», decía cuando su hijo, heredero de la productora, intentaba vender de nuevo el formato. Chicho no disimulaba que la tele actual le parecía una mierda. Literal.
Antes de aquellas noches de tarjetitas por aquí, de nueve respuestas acertadas a 25 pesetas cada una, del «son amigos y residentes en Madrid», del apartamento en Torrevieja y del ‘piticlín piticlín’, Chicho ya había triunfado en TVE con ‘Historias para no dormir’, una serie de capítulos de terror que consagró a Ibáñez Serrador como nuestro particular Rod Serling. Filmó luego dos películas, sólo dos, ‘La residencia’ (1969) y ‘¿Quién puede matar a un niño?’ (1976), y le sobraron para convertirse en referente cinematográfico de una generación que vio en él a nuestro Hitchcock particular.
El director de cine Juan Antonio Bayona subrayó la importancia del legado de Ibáñez Serrador al conocer su muerte: «Chicho supo hacernos reír y llorar, asustarnos y enseñarnos, pero sobre todo entretenernos. Él siempre insistía en que ese era el objetivo principal de su trabajo, hacernos pasar un buen rato y que nos olvidáramos de la realidad durante unas horas. En eso, como en tantas otras cosas, fue un maestro".
«Su labor no ha sido suficientemente reconocida por su generación y hemos tomado esa labor los que veníamos detrás, tomándolo como ejemplo de falta de trascendencia, de amistad con el público y de amor al genero», decía ayer Álex de la Iglesia a Efe tras conocer su muerte.
«Yo quería ser como Chicho, quería disfrutar del cine como disfrutaba él. Quería hacer el cine que a él le molaba», confesó el director de ‘El día de la bestia’ antes de entregarle el Premio Feroz de Honor en 2017. En aquella misma gala Ibáñez Serrador prometió que antes de recibir otro homenaje haría una película más. «Me habría gustado hacer más cine del que hice, pero he sido feliz. Prefiero no pensar en lo que fui y sí en lo que todavía soy», contaba entonces.
-¿Y quién es Chicho Ibáñez Serrador? ¿Cómo le gustaría ser recordado en el futuro?, le preguntamos por última vez.
-¿Si fuera a modo de epitafio? Qué triste suena eso... Me gustaría ser recordado dentro de muchos, muchos años, como un entretenedor.
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