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María Toca | La Pajarera, 2018-03-04
http://www.lapajareramagazine.com/cabreadas-y-paradas
Cabreadas. Estamos cabreadas y se nos nota. Nos atacan por ahí, llamándonos amargadas, radicales... Quizá hasta tengan razón, miren ustedes, les compro los epítetos. Aunque sería bueno que analizaran el estado de ánimo que nos reprochan.
En el mundo solo una escasa minoría de mujeres tienen derecho al aborto, divorcio, al trabajo libre, al estudio, a conducir, a decidir cómo vivir y con quien, a sentir el sexo complacidas y no complacientes. En nuestro civilizado país se dan unas diferencias salariales sangrantes, por no hablar de la conciliación o de la doble contienda laboral. Nosotras rendimos en los puestos de trabajo como ellos, pero además, compramos, decidimos la dieta, organizamos la limpieza; la infraestructura del hogar cae en nuestras manos con poca o nula colaboración por parte de los ‘partenaires’ masculinos. Salvo excepciones.
Si dudan de mis palabras visiten los centros comerciales, las consultas de pediatría y la entrada y salida de los colegios. A golpe de vista, hay un 80% más de mujeres que de hombres en los sitios nombrados. Mujeres que salen escopetadas hacia su puesto de trabajo, calzadas con tacón y bien maquilladas, porque la mujer ya se sabe, da imagen. Correr con tacón es más difícil, y sobre todo más cansado, quizá por eso los puestos de poder están copados por ellos. Calzan zapato ancho y cómodo, será por eso.
Hacer el desayuno a los niños mientras se moldea el pelo y se hace la raya de eye liner, es una proeza que podría ser deporte olímpico. Conseguir que los peques acaben la leche, se calcen a tiempo, mientras se hace el último pis antes de tomar el coche, pendientes de que no se olviden los bocadillos ni las mochilas, es virtud casi circense. Y nos cabrea pero sobre todo, nos agota.
Así están las cosas en nuestro país. Donde abortamos, nos divorciamos y podemos hasta elegir pareja sexual. Libremente. Como las que venden su cuerpo en prostíbulos o lo enseñan en fiestas y saraos a cero grados y medio desnudas, porque son libres. Como las que callan y ocultan acoso, violaciones sistemáticas de sus parejas. Libremente, porque pueden irse, nos dicen. Claro.
Hace unos meses tomando café con un grupo de amigas, donde dos hablaban de dejar de fumar y el esfuerzo que suponía. Contaron la anécdota de otra, no presente, que siendo novia de su actual marido y padre de sus hijos, encendió un cigarro y él, conspicuo no fumador, se lo arrebató de las manos apagándoselo en la rodilla… Ante mi estupor, mis amigas no afeaban el gesto del hombretón: “era por su bien, para que dejara de fumar… Mujer, como te cabreas por todo” Perpleja, intenté explicar la barbaridad que acababan de contar. No entendían mi enfado. Era un buen tío, repetían, era por su bien. Y era libre de dejarle.
Les cuento la anécdota para que entiendan que el feminismo hay que explicarlo todavía. Está tan imbricado en nuestra sociedad el patriarcado que resultan “normales” actitudes que son tortura, abuso y maltrato, resultando extraño el comportamiento igualitario.
Que una pareja llegue a su casa del trabajo y el tipo se siente en el sofá a esperar que la esposa compre y haga la comida, es maltrato. Que se “ceda” a prácticas sexuales poco placenteras por tener la fiesta en paz o porque se piensa que es obligación de la mujer “complacer” al machito, es maltrato y es violencia sexual. Que alguien reprima su deseo sexual porque está mal visto que una mujer muestre su sexualidad y su apetencia, es lesivo. Y al revés, que alguien tenga que ser tan promiscua para ser “moderna” y no ser tachada de estrecha es también lesivo. Nos acusan de puritanas cuando justamente es lo contrario. Queremos sentir placer y queremos que sea nuestro placer. No ser meros objetos de gusto ajeno.
Evidentemente no hablo de las ablaciones, de las violaciones sistemáticas de mujeres en tantos países no tan alejados de nuestro entorno. No hablo del cuerpo de millones de mujeres utilizado como botín de guerra, como arma de humillación al enemigo. No hablo de como se viola y se rapa el pelo en las diversas guerras y postguerras que han adornado al mundo. Da igual cual sea la religión o la ideología, cuando vienen mal dadas la mujer pierde siempre.
Y nos cabreamos. Aunque a nosotras (privilegiadas y escasas) no nos pase nada y tengamos asentado nuestro feminismo y nuestros derechos y libertades (habría que analizar mucho para no llevarnos sorpresas). Nos cabreamos porque no podemos personalizar con esa frase tan egoísta y narcisista que repugna al oído solidario: “soy libre, yo he llegado, yo he podido porque soy muy lista y mis hombres jamás me han ofendido, por tanto si yo puedo, las que se quejan tanto es que son o débiles o tontas”. Pues qué bien, suelo responder. Qué suerte. Y qué relativo. Porque las cosas se viran como no las luchemos cada día, como no tengamos las espadas en alto y vigilando. Y porque las hermanas que andan por ahí afuera maltratadas y malvividas no han tenido la suerte de nacer listas, valientes y libres. Han nacido normales. Y las han jodido, casi seguro que como a ti, porque si miras, si repasas la historia con unas gafas ligeramente moradas de feminismo, lo mismo te llevas una sorpresa al analizar que algún tipo se rozaba contigo o te sobaba más de la cuenta, o la carrera que no estudiaste, o las cosas que dejaste de hacer por amor... lo mismo, oye, ahora que lo piensas, era patriarcado. Si lo reflexionas, a lo mejor se trataba de machismo sucio y alevoso todas esas cosas que considerabas normales, propias de tu sexo. Lo mismo te niegas a mirar para adentro por si encuentras un cuarto lleno de dolor y te obliga a dar pasos que dan miedo.
Estás en tu derecho de seguir en la zona de confort aunque huela a sumisión y miedo. Como tú, chico maravilloso, que nos dices con la boca muy llena que no eres machista, ¡qué va! Si tú “ayudas” en casa, coges a los niños del colegio. Si tú te esfuerzas en la cama, pero tu chica es un poco frígida, por eso buscas en el puti-club a una más receptiva y cariñosa. Y pagas. Pero, ¡machista! jamás.
Lo mismo si te contemplas mirando la nevera vacía y llamando a tu churri a gritos diciendo: “¿que hay para cenar, cariño?”. Lo mismo, te digo, querido, si te pones esas gafitas moradas de las que hablamos, te encuentras en el espejo a un insultante machuno que le repugna al izquierdosillo que crees que ser. Y huyes.
Tal que los sindicalistas, tan generosos/as con la patronal que convocáis dos horas de paro, os contempláis y veis que sois soplapollas del poder. Es posible.
Nunca habrá mayor motivo para una huelga mundial como este día 8 de Marzo. Nunca habrá mayor motivo para este paro femenino que este año donde la muerte de mujeres nos abruma casi a diario, donde se violan todos y cada uno de los derechos de las mujeres de cualquier parte del mundo. Se las sigue encarcelando en América Latina por abortar cuando han sido violadas a los trece años, cuando siguen cortando y cosiendo la capacidad de sentir placer a millones de niñas. Nunca habrá causa más justa para hacer una puñetera revolución que la causa de la mujer. Y el feminismo es la respuesta. Nos hemos cansado, nos hemos cabreado mucho y no pensamos parar ni dibujar una sonrisa falsa en la cara para que el patriarcado siga seguro en su castillo violando, matando y vejando.
Vamos a dar la vuelta a la sociedad hasta que consigamos la igualdad soñada. Hasta que cualquier vejación a una mujer sea considerada atavismo histórico vergonzoso. Y no vamos a parar hasta conseguirlo. Por eso hacemos una huelga de un día. Y los que siguen, seguiremos luchando como tigresas para que las próximas generaciones puedan hablar de la infrahistoria: cuando existía el patriarcado.
Únete y paremos al mundo: si la mujer para, el mundo se para.
Por último les dejo este enlace con la extraordinaria intervención de nuestra querida colaboradora y parlamentaria, Beatriz Gimeno, en la Asamblea de la Comunidad de Madrid, explica con rotundidad los porqués de esta huelga.
En el mundo solo una escasa minoría de mujeres tienen derecho al aborto, divorcio, al trabajo libre, al estudio, a conducir, a decidir cómo vivir y con quien, a sentir el sexo complacidas y no complacientes. En nuestro civilizado país se dan unas diferencias salariales sangrantes, por no hablar de la conciliación o de la doble contienda laboral. Nosotras rendimos en los puestos de trabajo como ellos, pero además, compramos, decidimos la dieta, organizamos la limpieza; la infraestructura del hogar cae en nuestras manos con poca o nula colaboración por parte de los ‘partenaires’ masculinos. Salvo excepciones.
Si dudan de mis palabras visiten los centros comerciales, las consultas de pediatría y la entrada y salida de los colegios. A golpe de vista, hay un 80% más de mujeres que de hombres en los sitios nombrados. Mujeres que salen escopetadas hacia su puesto de trabajo, calzadas con tacón y bien maquilladas, porque la mujer ya se sabe, da imagen. Correr con tacón es más difícil, y sobre todo más cansado, quizá por eso los puestos de poder están copados por ellos. Calzan zapato ancho y cómodo, será por eso.
Hacer el desayuno a los niños mientras se moldea el pelo y se hace la raya de eye liner, es una proeza que podría ser deporte olímpico. Conseguir que los peques acaben la leche, se calcen a tiempo, mientras se hace el último pis antes de tomar el coche, pendientes de que no se olviden los bocadillos ni las mochilas, es virtud casi circense. Y nos cabrea pero sobre todo, nos agota.
Así están las cosas en nuestro país. Donde abortamos, nos divorciamos y podemos hasta elegir pareja sexual. Libremente. Como las que venden su cuerpo en prostíbulos o lo enseñan en fiestas y saraos a cero grados y medio desnudas, porque son libres. Como las que callan y ocultan acoso, violaciones sistemáticas de sus parejas. Libremente, porque pueden irse, nos dicen. Claro.
Hace unos meses tomando café con un grupo de amigas, donde dos hablaban de dejar de fumar y el esfuerzo que suponía. Contaron la anécdota de otra, no presente, que siendo novia de su actual marido y padre de sus hijos, encendió un cigarro y él, conspicuo no fumador, se lo arrebató de las manos apagándoselo en la rodilla… Ante mi estupor, mis amigas no afeaban el gesto del hombretón: “era por su bien, para que dejara de fumar… Mujer, como te cabreas por todo” Perpleja, intenté explicar la barbaridad que acababan de contar. No entendían mi enfado. Era un buen tío, repetían, era por su bien. Y era libre de dejarle.
Les cuento la anécdota para que entiendan que el feminismo hay que explicarlo todavía. Está tan imbricado en nuestra sociedad el patriarcado que resultan “normales” actitudes que son tortura, abuso y maltrato, resultando extraño el comportamiento igualitario.
Que una pareja llegue a su casa del trabajo y el tipo se siente en el sofá a esperar que la esposa compre y haga la comida, es maltrato. Que se “ceda” a prácticas sexuales poco placenteras por tener la fiesta en paz o porque se piensa que es obligación de la mujer “complacer” al machito, es maltrato y es violencia sexual. Que alguien reprima su deseo sexual porque está mal visto que una mujer muestre su sexualidad y su apetencia, es lesivo. Y al revés, que alguien tenga que ser tan promiscua para ser “moderna” y no ser tachada de estrecha es también lesivo. Nos acusan de puritanas cuando justamente es lo contrario. Queremos sentir placer y queremos que sea nuestro placer. No ser meros objetos de gusto ajeno.
Evidentemente no hablo de las ablaciones, de las violaciones sistemáticas de mujeres en tantos países no tan alejados de nuestro entorno. No hablo del cuerpo de millones de mujeres utilizado como botín de guerra, como arma de humillación al enemigo. No hablo de como se viola y se rapa el pelo en las diversas guerras y postguerras que han adornado al mundo. Da igual cual sea la religión o la ideología, cuando vienen mal dadas la mujer pierde siempre.
Y nos cabreamos. Aunque a nosotras (privilegiadas y escasas) no nos pase nada y tengamos asentado nuestro feminismo y nuestros derechos y libertades (habría que analizar mucho para no llevarnos sorpresas). Nos cabreamos porque no podemos personalizar con esa frase tan egoísta y narcisista que repugna al oído solidario: “soy libre, yo he llegado, yo he podido porque soy muy lista y mis hombres jamás me han ofendido, por tanto si yo puedo, las que se quejan tanto es que son o débiles o tontas”. Pues qué bien, suelo responder. Qué suerte. Y qué relativo. Porque las cosas se viran como no las luchemos cada día, como no tengamos las espadas en alto y vigilando. Y porque las hermanas que andan por ahí afuera maltratadas y malvividas no han tenido la suerte de nacer listas, valientes y libres. Han nacido normales. Y las han jodido, casi seguro que como a ti, porque si miras, si repasas la historia con unas gafas ligeramente moradas de feminismo, lo mismo te llevas una sorpresa al analizar que algún tipo se rozaba contigo o te sobaba más de la cuenta, o la carrera que no estudiaste, o las cosas que dejaste de hacer por amor... lo mismo, oye, ahora que lo piensas, era patriarcado. Si lo reflexionas, a lo mejor se trataba de machismo sucio y alevoso todas esas cosas que considerabas normales, propias de tu sexo. Lo mismo te niegas a mirar para adentro por si encuentras un cuarto lleno de dolor y te obliga a dar pasos que dan miedo.
Estás en tu derecho de seguir en la zona de confort aunque huela a sumisión y miedo. Como tú, chico maravilloso, que nos dices con la boca muy llena que no eres machista, ¡qué va! Si tú “ayudas” en casa, coges a los niños del colegio. Si tú te esfuerzas en la cama, pero tu chica es un poco frígida, por eso buscas en el puti-club a una más receptiva y cariñosa. Y pagas. Pero, ¡machista! jamás.
Lo mismo si te contemplas mirando la nevera vacía y llamando a tu churri a gritos diciendo: “¿que hay para cenar, cariño?”. Lo mismo, te digo, querido, si te pones esas gafitas moradas de las que hablamos, te encuentras en el espejo a un insultante machuno que le repugna al izquierdosillo que crees que ser. Y huyes.
Tal que los sindicalistas, tan generosos/as con la patronal que convocáis dos horas de paro, os contempláis y veis que sois soplapollas del poder. Es posible.
Nunca habrá mayor motivo para una huelga mundial como este día 8 de Marzo. Nunca habrá mayor motivo para este paro femenino que este año donde la muerte de mujeres nos abruma casi a diario, donde se violan todos y cada uno de los derechos de las mujeres de cualquier parte del mundo. Se las sigue encarcelando en América Latina por abortar cuando han sido violadas a los trece años, cuando siguen cortando y cosiendo la capacidad de sentir placer a millones de niñas. Nunca habrá causa más justa para hacer una puñetera revolución que la causa de la mujer. Y el feminismo es la respuesta. Nos hemos cansado, nos hemos cabreado mucho y no pensamos parar ni dibujar una sonrisa falsa en la cara para que el patriarcado siga seguro en su castillo violando, matando y vejando.
Vamos a dar la vuelta a la sociedad hasta que consigamos la igualdad soñada. Hasta que cualquier vejación a una mujer sea considerada atavismo histórico vergonzoso. Y no vamos a parar hasta conseguirlo. Por eso hacemos una huelga de un día. Y los que siguen, seguiremos luchando como tigresas para que las próximas generaciones puedan hablar de la infrahistoria: cuando existía el patriarcado.
Únete y paremos al mundo: si la mujer para, el mundo se para.
Por último les dejo este enlace con la extraordinaria intervención de nuestra querida colaboradora y parlamentaria, Beatriz Gimeno, en la Asamblea de la Comunidad de Madrid, explica con rotundidad los porqués de esta huelga.
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