Imagen: Deia / Amelia Tiganus |
Amelia Tiganus es una activista feminista que trabaja en favor de los derechos humanos, después de haber conocido en su propia piel lo que es ser explotada sexualmente y lo que es ser víctima de trata.
Harri Fernández | Deia, 2018-03-04
http://www.deia.com/2018/03/04/sociedad/euskadi/la-sociedad-asume-un-discurso-proxeneta-como-las-mujeres-quieren-hay-que-dejarles-ser-prostitutas
La vida de Amelia Tiganus no ha sido para nada fácil. Nació en Galati, Rumania, y desde muy joven sufrió abusos y después fue explotada sexualmente durante cinco años en el Estado español. Ahora vive en Gipuzkoa y es una activista feminista que lucha por los derechos humanos de las mujeres. Actualmente, es secretaria y coordinadora de formación ‘online’ de Feminicidio_net.
- ¿Le resulta duro rememorar su historia tanto en sus talleres como en entrevistas como esta?
- Me genera bienestar. Siento que estoy sanando a través del relato. Encontré la respuesta cuando oí a un terapeuta decir que hay varias maneras por las cuales la gente responde al trauma y ponía el ejemplo de los campos de concentración nazis. Tras ser liberados, algunos se suicidaron, otros se callaron y otros tuvieron que hablar para poder sobrevivir. Además, creo que estoy aportando cosas y documentando lo que la industria del sexo no quiere que se sepa.
- ¿Qué es para usted la prostitución?
- La prostitución es ese lugar en el neoliberalismo en el que la violencia sexual queda justificada por el intercambio de dinero. Es ahí donde la mayoría de los hombres tienen acceso a ejercer esa violencia sexual. Nos llevamos las manos a la cabeza cuando vemos violaciones en grupo pero tenemos que saber que hay un lugar en concreto donde se llevan a cabo esas prácticas, donde se entrenan para ejercerlas con todas nosotras.
- A usted también la violaron.
- Antes de ese momento ya había sufrido el desamor de mis padres. Nunca me ha faltado alimento, ni he pasado frío, pero me sentía desprotegida. Yo era una buena estudiante y como niña que era quería demostrar que me merecía ese amor. Con trece años todo eso cambió cuando cinco chicos jóvenes me violaron. Pero eso no fue lo peor; apenas recuerdo nada de aquello.
- ¿Y qué fue lo peor?
- La sociedad me marginó y me señaló como puta. Los adultos que debían haber tomado partido a mi favor se encargaron de culpabilizarme.
- ¿Y después?
- Las violaciones se volvieron sistemáticas. Abandoné los estudios por toda la presión que sufría. Tenía dos opciones: suicidarme o aceptar el papel que me habían impuesto. Es decir, dejar de resistirme. Además, me convencieron de que mi mejor destino era ser prostituta.
- ¿Cuánto tiempo vivió esa situación?
- Desde los trece hasta los 17 y medio. Uno de esos hombres me dijo que si quería me presentaba a otro que me iba a ayudar a salir del país. Me vendió a un proxeneta por 300 euros. Acepté porque me creí todo lo que me habían dicho: que si era lista en un par de años podía tener una casa, un coche y una vida tranquila.
- ¿Viajó inmediatamente?
- Me tuvieron recluida seis meses en Rumania, en un piso en el que me enseñaban cómo ser una buena profesional. Por allí pasaban un montón de hombres... Se entiende de qué iba el tema. Nos recalcaban que teníamos que ser listas y usar nuestras armas de mujer, lo que hoy el día el neoliberalismo llama el capital erótico.
- ¿Usted daba su consentimiento para todo ello?
- Era un consentimiento limitado. Hay que tener cuidado cuando se habla de esto. Parece que si consientes, lo que te ocurre es tu responsabilidad y nadie va más allá de ello. En aquella situación pensaba que ni siquiera tenía derecho a quejarme. Pensaba que toda esa situación la había buscado yo, porque era lo que me habían dicho toda la vida. La sociedad tiene asumido ese discurso proxeneta: como las mujeres quieren, hay que dejarlas.
- No obstante, hay mujeres y prostitutas que abogan por la regularización. Un ejemplo es María Riot.
- Yo lucho por los derechos humanos de las mujeres. Otras luchan por su pan. Hay una diferencia muy grande entre defender algo global y algo personal. Lo que yo no entiendo es cómo se pone en el centro del debate la libre elección, cuando no tenemos acceso a ella. Cómo podemos poner como eje la legalización de algo tan destructivo y no ponemos en el centro el proxenetismo, la masculinidad tóxica… Que haya mujeres que a nivel personal e individual hayan elegido ser prostitutas no significa que deba ser regulado. Me parece bien que lo hagan como algo privado, pero regularlo significa que tiene que ser un trabajo para todas nosotras. Ha habido una lucha constante por la liberación de las mujeres. Hemos podido estudiar, tener una carrera, emanciparnos… Y ahora qué vamos a dejar a nuestras hijas, ¿el derecho a ser prostitutas?
- ¿Qué sintió cuando llegó a España?
- Cumplidos los 18 viajé a Alicante. Cuando llegué al primer prostíbulo lo pasé bastante mal porque no se parecía en nada a lo que me habían contado. Nadie me explicó que cada dos minutos debía salir a competir con otras para convencer a un hombre de que yo era la mejor pieza a comprar.
- ¿Tenía una deuda adquirida con el proxeneta?
- Sí, la pagué a las tres semanas. Decían que adquirí una deuda de 3.000 euros por los seis meses en los que estuve en aquel piso en Rumania, por el viaje y el pasaporte. El trato era que a partir de ese momento las ganancias se repartían al 50% entre el proxeneta y yo. Cuando llegó ese momento me percaté de que de mi mitad me quitaban una gran parte por el alojamiento en el prostíbulo, la comida, la ropa, los perfumes, el alcohol, la cocaína que me hacían tomar... Veía que me estaban desplumando.
- ¿No intentó irse?
- Me escapé un día, cuando un policía avisó al proxeneta que esa noche iba a haber redada. Esa noche todas teníamos pasaporte y las que tenían apariencia de ser menores de edad, no estaban. Pedí a varios puteros que me llevaran a otro sitio. La mayoría se negaron, pero uno accedió a llevarme a otro prostíbulo. En aquel entonces seguía engañada y pensaba que aún podía conseguir todo lo que me habían prometido.
- Pero no fue así.
- No. Estuve cinco años y pasé por más de 40 prostíbulos. Y la dinámica de todos ellos para quitarnos el dinero era la misma: nos empujaban a engancharnos al alcohol y la cocaína, porque se suponía que así ganaríamos más dinero. Cambiábamos de campo de concentración, como yo los llamo, cada 21 días.
- Se quedó atrapada por el sistema.
- Es una experiencia concentracionaria, que te anula. Hay quien te pregunta: “¿Por qué no salías?” La puerta estaba abierta pero, ¿adónde íbamos a ir? No participábamos en el tejido social. Tampoco teníamos fuerzas después de trabajar doce horas sometidas, a disposición del putero y del proxeneta.
- ¿Y acudir a la Policía?
- Vengo de un país donde la Policía es muy corrupta, ya he contado cómo me escapé del primer prostíbulo, también había policías puteros... No era la salida que más confianza me daba.
- ¿Se sentía atrapada?
- En los casos más brutales existen cadenas físicas, pero también las hay psicológicas, que atan y son más difíciles de detectar y de romper.
- La soledad sería absoluta.
- La activista Sonia Sánchez dice que la soledad de la puta es estremecedora. Sobre todo te encuentras sola cuando quieres contar cosas que nadie quiere escuchar.
- ¿Ha sentido también soledad por parte del Estado?
- Sí, vivimos en un Estado proxeneta, que se lucra del dinero que se genera de la prostitución y la trata. En el año 2014, Jorge Fernández Díaz dijo que la prostitución generaba al día cinco millones de euros y a partir de ese año ese dinero se incluye en el cálculo del PIB. Ese dinero es fruto del sufrimiento, de la tortura y de la devaluación de las putas. Podríamos añadir que en este Estado no hay una ley integral contra la trata.
- ¿Usted era consciente de que había sido víctima de trata?
- Lo hice muchos años después, cuando empecé a formarme en feminismo y descubrí el protocolo de Palermo, donde se especifica en qué condiciones se da la trata. Con cumplir una sola de ellas, ya se es víctima. Me quedé muy impactada por aquello. Ha sido necesario que yo me forme en algo específico para descubrirlo. Después de esos cursos también desarrollé lo que yo llamo el proceso de fabricación de la puta.
- ¿Cómo se construye una puta?
- Me puse a pensar qué ha pasado en mi vida para que yo quiera dejar de estudiar y para que dentro de un contexto determinado acepte, de cierta manera, prostituirme. ¿Cómo ha ocurrido esto? La puta se fabrica quebrando a una mujer, rompiéndola, deshumanizándola… Estoy en contacto con otras mujeres que han salido de la prostitución o están en ello y me doy cuenta de que todo es parecido.
- ¿Cuántas prostitutas puede haber en el Estado víctimas de trata?
- Se manejan muchas cifras y fuentes. Yo creo que la inmensa mayoría. Rondará el 90% como afirman varias asociaciones. Pero es muy difícil de detectar una víctima de trata aunque la tengas delante.
- ¿Cómo consiguió salir de la prostitución?
-No aguantaba más. Estaba muy agresiva y eso me traía mala fama. Comencé a acumular deuda con el prostíbulo. Pedí a un putero que me llevase a su casa para encontrar trabajo, lo hice a los tres días en un restaurante de un municipio de Tolosaldea, a pocos kilómetros de mi último prostíbulo. Estuve diez años y medio en ese trabajo.
- ¿Cómo se reconstruye una vida después de vivir lo que ha vivido?
- Empecé a trabajar un domingo de camarera. Y muchos de los puteros venían a hacer el hamaiketako o a tomar el vermouth con sus familias. Ellos cuchicheaban cuando me veían. Después conocí a mi pareja, con la que llevo nueve años. Y cuando mejor estaba, cuando tenía todo lo que había soñado, caí en depresión. Solo pensaba en suicidarme, pensaba que no me merecía todo eso. Me habían dicho tantas veces que no valía nada...
- ¿No recibió atención?
- Fui al psiquiatra, y me dieron pastillas. Me recordaba mucho a cuando me daban alcohol y cocaína en el prostíbulo para no sentir y para no pensar. No tenía ganas de suicidarme, pero tampoco de nada más. Como soy muy inquieta empecé a leer compulsivamente, hasta que descubrí el feminismo y cuando descubrí la existencia del patriarcado lo entendí todo. Vi que lo que me había ocurrido no era algo personal, sino parte de un gran entramado. Dejé de sentir esa vergüenza y me quité el estigma.
- Y empezó a contar su historia.
- Ha habido gente que me ha dejado de saludar y que no me ha podido volver a mirar a los ojos. Entiendo que no es algo personal, entiendo que puedo ser incómoda. Porque saco una realidad que está muy cerca de nosotros. También ha habido muchos que me han apoyado.
- ¿Existe un perfil del putero?
- No hay un perfil porque lo único que tienen en común es que son hombres que se piensan que las mujeres hemos nacido para satisfacer sus deseos. E, incluso, los que van porque necesitan afecto anteponen sus problemas a la situación de la otra persona. Pueden coger ese dinero e ir a terapia. Entran desde jóvenes atractivos con dinero, deportistas, informáticos, a adultos casados o solteros, mayores, empresarios, sindicalistas, jueces… El prostíbulo es donde los hombres dejan a un lado todas las diferencias. No obstante, cada vez hay más consumo de chicos jóvenes y las prácticas que llevan a cabo son muy violentas porque a su vez son consumidores de pornografía dura desde edades más tempranas.
- En un estudio de Feminicidio_net se afirma que el número de prostitutas asesinadas desde 2010 hasta la actualidad son 40.
- La gran mayoría son asesinadas por puteros. La brutalidad que sufren en muchos casos es desmesurada. No es algo individual, es matar para la fratría. Piensan que las prostitutas son lo peor y que deben ser castigadas. Destruir a una mujer así es un acto simbólico y ni siquiera están reconocidos como asesinatos machistas.
- ¿Que no se reconozcan las muertes de las prostitutas como asesinatos machistas entra dentro de la idea del Estado proxeneta?
- Sí, son mujeres desechables, de usar y tirar. Hablamos de asesinadas, pero no perdamos de vista las desaparecidas. Si teniendo un cuerpo nada importa, ¿a quién le va a importar una puta desaparecida? Hay que exigirle al Estado que haga su papel y que ponga a disposición de todas las mujeres todo lo necesario. Y si no tiene capacidad que lo reconozca, que no diga que lucha por la igualdad y que diga que va a legalizar el trabajo sexual. Eso es cruel, no nos lo merecemos.
- ¿Le resulta duro rememorar su historia tanto en sus talleres como en entrevistas como esta?
- Me genera bienestar. Siento que estoy sanando a través del relato. Encontré la respuesta cuando oí a un terapeuta decir que hay varias maneras por las cuales la gente responde al trauma y ponía el ejemplo de los campos de concentración nazis. Tras ser liberados, algunos se suicidaron, otros se callaron y otros tuvieron que hablar para poder sobrevivir. Además, creo que estoy aportando cosas y documentando lo que la industria del sexo no quiere que se sepa.
- ¿Qué es para usted la prostitución?
- La prostitución es ese lugar en el neoliberalismo en el que la violencia sexual queda justificada por el intercambio de dinero. Es ahí donde la mayoría de los hombres tienen acceso a ejercer esa violencia sexual. Nos llevamos las manos a la cabeza cuando vemos violaciones en grupo pero tenemos que saber que hay un lugar en concreto donde se llevan a cabo esas prácticas, donde se entrenan para ejercerlas con todas nosotras.
- A usted también la violaron.
- Antes de ese momento ya había sufrido el desamor de mis padres. Nunca me ha faltado alimento, ni he pasado frío, pero me sentía desprotegida. Yo era una buena estudiante y como niña que era quería demostrar que me merecía ese amor. Con trece años todo eso cambió cuando cinco chicos jóvenes me violaron. Pero eso no fue lo peor; apenas recuerdo nada de aquello.
- ¿Y qué fue lo peor?
- La sociedad me marginó y me señaló como puta. Los adultos que debían haber tomado partido a mi favor se encargaron de culpabilizarme.
- ¿Y después?
- Las violaciones se volvieron sistemáticas. Abandoné los estudios por toda la presión que sufría. Tenía dos opciones: suicidarme o aceptar el papel que me habían impuesto. Es decir, dejar de resistirme. Además, me convencieron de que mi mejor destino era ser prostituta.
- ¿Cuánto tiempo vivió esa situación?
- Desde los trece hasta los 17 y medio. Uno de esos hombres me dijo que si quería me presentaba a otro que me iba a ayudar a salir del país. Me vendió a un proxeneta por 300 euros. Acepté porque me creí todo lo que me habían dicho: que si era lista en un par de años podía tener una casa, un coche y una vida tranquila.
- ¿Viajó inmediatamente?
- Me tuvieron recluida seis meses en Rumania, en un piso en el que me enseñaban cómo ser una buena profesional. Por allí pasaban un montón de hombres... Se entiende de qué iba el tema. Nos recalcaban que teníamos que ser listas y usar nuestras armas de mujer, lo que hoy el día el neoliberalismo llama el capital erótico.
- ¿Usted daba su consentimiento para todo ello?
- Era un consentimiento limitado. Hay que tener cuidado cuando se habla de esto. Parece que si consientes, lo que te ocurre es tu responsabilidad y nadie va más allá de ello. En aquella situación pensaba que ni siquiera tenía derecho a quejarme. Pensaba que toda esa situación la había buscado yo, porque era lo que me habían dicho toda la vida. La sociedad tiene asumido ese discurso proxeneta: como las mujeres quieren, hay que dejarlas.
- No obstante, hay mujeres y prostitutas que abogan por la regularización. Un ejemplo es María Riot.
- Yo lucho por los derechos humanos de las mujeres. Otras luchan por su pan. Hay una diferencia muy grande entre defender algo global y algo personal. Lo que yo no entiendo es cómo se pone en el centro del debate la libre elección, cuando no tenemos acceso a ella. Cómo podemos poner como eje la legalización de algo tan destructivo y no ponemos en el centro el proxenetismo, la masculinidad tóxica… Que haya mujeres que a nivel personal e individual hayan elegido ser prostitutas no significa que deba ser regulado. Me parece bien que lo hagan como algo privado, pero regularlo significa que tiene que ser un trabajo para todas nosotras. Ha habido una lucha constante por la liberación de las mujeres. Hemos podido estudiar, tener una carrera, emanciparnos… Y ahora qué vamos a dejar a nuestras hijas, ¿el derecho a ser prostitutas?
- ¿Qué sintió cuando llegó a España?
- Cumplidos los 18 viajé a Alicante. Cuando llegué al primer prostíbulo lo pasé bastante mal porque no se parecía en nada a lo que me habían contado. Nadie me explicó que cada dos minutos debía salir a competir con otras para convencer a un hombre de que yo era la mejor pieza a comprar.
- ¿Tenía una deuda adquirida con el proxeneta?
- Sí, la pagué a las tres semanas. Decían que adquirí una deuda de 3.000 euros por los seis meses en los que estuve en aquel piso en Rumania, por el viaje y el pasaporte. El trato era que a partir de ese momento las ganancias se repartían al 50% entre el proxeneta y yo. Cuando llegó ese momento me percaté de que de mi mitad me quitaban una gran parte por el alojamiento en el prostíbulo, la comida, la ropa, los perfumes, el alcohol, la cocaína que me hacían tomar... Veía que me estaban desplumando.
- ¿No intentó irse?
- Me escapé un día, cuando un policía avisó al proxeneta que esa noche iba a haber redada. Esa noche todas teníamos pasaporte y las que tenían apariencia de ser menores de edad, no estaban. Pedí a varios puteros que me llevaran a otro sitio. La mayoría se negaron, pero uno accedió a llevarme a otro prostíbulo. En aquel entonces seguía engañada y pensaba que aún podía conseguir todo lo que me habían prometido.
- Pero no fue así.
- No. Estuve cinco años y pasé por más de 40 prostíbulos. Y la dinámica de todos ellos para quitarnos el dinero era la misma: nos empujaban a engancharnos al alcohol y la cocaína, porque se suponía que así ganaríamos más dinero. Cambiábamos de campo de concentración, como yo los llamo, cada 21 días.
- Se quedó atrapada por el sistema.
- Es una experiencia concentracionaria, que te anula. Hay quien te pregunta: “¿Por qué no salías?” La puerta estaba abierta pero, ¿adónde íbamos a ir? No participábamos en el tejido social. Tampoco teníamos fuerzas después de trabajar doce horas sometidas, a disposición del putero y del proxeneta.
- ¿Y acudir a la Policía?
- Vengo de un país donde la Policía es muy corrupta, ya he contado cómo me escapé del primer prostíbulo, también había policías puteros... No era la salida que más confianza me daba.
- ¿Se sentía atrapada?
- En los casos más brutales existen cadenas físicas, pero también las hay psicológicas, que atan y son más difíciles de detectar y de romper.
- La soledad sería absoluta.
- La activista Sonia Sánchez dice que la soledad de la puta es estremecedora. Sobre todo te encuentras sola cuando quieres contar cosas que nadie quiere escuchar.
- ¿Ha sentido también soledad por parte del Estado?
- Sí, vivimos en un Estado proxeneta, que se lucra del dinero que se genera de la prostitución y la trata. En el año 2014, Jorge Fernández Díaz dijo que la prostitución generaba al día cinco millones de euros y a partir de ese año ese dinero se incluye en el cálculo del PIB. Ese dinero es fruto del sufrimiento, de la tortura y de la devaluación de las putas. Podríamos añadir que en este Estado no hay una ley integral contra la trata.
- ¿Usted era consciente de que había sido víctima de trata?
- Lo hice muchos años después, cuando empecé a formarme en feminismo y descubrí el protocolo de Palermo, donde se especifica en qué condiciones se da la trata. Con cumplir una sola de ellas, ya se es víctima. Me quedé muy impactada por aquello. Ha sido necesario que yo me forme en algo específico para descubrirlo. Después de esos cursos también desarrollé lo que yo llamo el proceso de fabricación de la puta.
- ¿Cómo se construye una puta?
- Me puse a pensar qué ha pasado en mi vida para que yo quiera dejar de estudiar y para que dentro de un contexto determinado acepte, de cierta manera, prostituirme. ¿Cómo ha ocurrido esto? La puta se fabrica quebrando a una mujer, rompiéndola, deshumanizándola… Estoy en contacto con otras mujeres que han salido de la prostitución o están en ello y me doy cuenta de que todo es parecido.
- ¿Cuántas prostitutas puede haber en el Estado víctimas de trata?
- Se manejan muchas cifras y fuentes. Yo creo que la inmensa mayoría. Rondará el 90% como afirman varias asociaciones. Pero es muy difícil de detectar una víctima de trata aunque la tengas delante.
- ¿Cómo consiguió salir de la prostitución?
-No aguantaba más. Estaba muy agresiva y eso me traía mala fama. Comencé a acumular deuda con el prostíbulo. Pedí a un putero que me llevase a su casa para encontrar trabajo, lo hice a los tres días en un restaurante de un municipio de Tolosaldea, a pocos kilómetros de mi último prostíbulo. Estuve diez años y medio en ese trabajo.
- ¿Cómo se reconstruye una vida después de vivir lo que ha vivido?
- Empecé a trabajar un domingo de camarera. Y muchos de los puteros venían a hacer el hamaiketako o a tomar el vermouth con sus familias. Ellos cuchicheaban cuando me veían. Después conocí a mi pareja, con la que llevo nueve años. Y cuando mejor estaba, cuando tenía todo lo que había soñado, caí en depresión. Solo pensaba en suicidarme, pensaba que no me merecía todo eso. Me habían dicho tantas veces que no valía nada...
- ¿No recibió atención?
- Fui al psiquiatra, y me dieron pastillas. Me recordaba mucho a cuando me daban alcohol y cocaína en el prostíbulo para no sentir y para no pensar. No tenía ganas de suicidarme, pero tampoco de nada más. Como soy muy inquieta empecé a leer compulsivamente, hasta que descubrí el feminismo y cuando descubrí la existencia del patriarcado lo entendí todo. Vi que lo que me había ocurrido no era algo personal, sino parte de un gran entramado. Dejé de sentir esa vergüenza y me quité el estigma.
- Y empezó a contar su historia.
- Ha habido gente que me ha dejado de saludar y que no me ha podido volver a mirar a los ojos. Entiendo que no es algo personal, entiendo que puedo ser incómoda. Porque saco una realidad que está muy cerca de nosotros. También ha habido muchos que me han apoyado.
- ¿Existe un perfil del putero?
- No hay un perfil porque lo único que tienen en común es que son hombres que se piensan que las mujeres hemos nacido para satisfacer sus deseos. E, incluso, los que van porque necesitan afecto anteponen sus problemas a la situación de la otra persona. Pueden coger ese dinero e ir a terapia. Entran desde jóvenes atractivos con dinero, deportistas, informáticos, a adultos casados o solteros, mayores, empresarios, sindicalistas, jueces… El prostíbulo es donde los hombres dejan a un lado todas las diferencias. No obstante, cada vez hay más consumo de chicos jóvenes y las prácticas que llevan a cabo son muy violentas porque a su vez son consumidores de pornografía dura desde edades más tempranas.
- En un estudio de Feminicidio_net se afirma que el número de prostitutas asesinadas desde 2010 hasta la actualidad son 40.
- La gran mayoría son asesinadas por puteros. La brutalidad que sufren en muchos casos es desmesurada. No es algo individual, es matar para la fratría. Piensan que las prostitutas son lo peor y que deben ser castigadas. Destruir a una mujer así es un acto simbólico y ni siquiera están reconocidos como asesinatos machistas.
- ¿Que no se reconozcan las muertes de las prostitutas como asesinatos machistas entra dentro de la idea del Estado proxeneta?
- Sí, son mujeres desechables, de usar y tirar. Hablamos de asesinadas, pero no perdamos de vista las desaparecidas. Si teniendo un cuerpo nada importa, ¿a quién le va a importar una puta desaparecida? Hay que exigirle al Estado que haga su papel y que ponga a disposición de todas las mujeres todo lo necesario. Y si no tiene capacidad que lo reconozca, que no diga que lucha por la igualdad y que diga que va a legalizar el trabajo sexual. Eso es cruel, no nos lo merecemos.
- Las claves
- “Creo que las prostitutas víctimas de trata rondan el 90% del total, tal y como afirman varias fuentes y organizaciones”
- “No hay un perfil del putero. Solo tienen en común que piensan que las mujeres hemos nacido para satisfacer sus deseos”
- “Existe lo que llamo un proceso de fabricación de la puta, se consigue quebrando a la mujer, rompiéndola y deshumanizándola”
- “Los jóvenes cada vez consumen más prostitución y de una manera más violenta, debido al consumo de la pornografía dura”
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