Imagen: Google Imágenes / Escultura homenaje a Chaikovski en Moscú |
David Torres | Público, 2018-07-04
http://blogs.publico.es/davidtorres/2018/07/04/chaikovski-martir-gay/
Acaba de publicarse en inglés un libro con la correspondencia íntima de Chaikovski basado en más de cinco mil cartas conservadas en la casa museo dedicada al compositor en Klin. La novedad respecto a ediciones anteriores es que esta vez han salido a la luz numerosos fragmentos donde se desvelan sus preferencias sexuales, fragmentos anteriormente censurados por las autoridades rusas. Entre muchas otras intimidades, el lector curioso puede descubrir así, en las confesiones que le hacía a su hermano Modest, también homosexual, que Chaikovski se dedicaba a espiar junto a un amigo a los soldados que desfilaban en el cuartel que había bajo su ventana, que se enamoró hasta el delirio de un criado o que tuvo varios amantes masculinos.
Que Chaikovski tuviera que silenciar su amor por los hombres en la Rusia zarista fue una tragedia, que en la Rusia de Putin haya que pasar de puntillas sobre el tema recuerda aquella cacareada sentencia de Marx de que lo que pasa como tragedia se repite como farsa. Es una farsa, en efecto, tener que seguir escondiendo en un hoyo la homosexualidad de uno de los más grandes compositores de la historia; es un disparate que una reciente película biográfica, financiada por el gobierno y filmada para celebrar el centenario del compositor, ni siquiera mencione el tema; son un absoluto ridículo las declaraciones del ministro ruso de Cultura, Vladimir Medinsky: “A decir verdad, no hay evidencia de que a Chaikovski le gustaran los hombres”. Hay evidencias a montones, desde las docenas de cartas donde revela su pasión por la belleza masculina hasta sus numerosos romances con alumnos, sirvientes y aristócratas.
En un número hilarante de los Monty Python, dedicado a analizar la vida y obra del compositor, Eric Idle comienza preguntando: “Chaikovski. ¿Era un alma atormentada que expresaba sus anhelos con melodías majestuosas? ¿O sólo un mariquita que hacía música?” Evidentemente, no podía ser las dos cosas y la dualidad sigue funcionando en un país profundamente homófobo donde todavía se confunde la homosexualidad con la pederastia. En 2012 Dmitri Kisjelov, un conocido presentador de televisión, desató una cruzada contra los homosexuales que se saldó con una oleada de palizas y asesinatos. Un año después, con la excusa de la protección de los menores, se promulgó una Ley contra la Propaganda Homosexual, todavía vigente, que vulnera por completo los derechos de la comunidad LGTB.
“Puede que haya sido homosexual” dijo Putin cuando le preguntaron sobre Chaikovski. “Pero en todo caso, aquí lo amamos por su música, lo demás no importa”. Lo que de verdad importa es que, de haber vivido en la Rusia actual, Chaikovski habría tenido que comportarse exactamente igual que hace más de cien años; habría debido ocultarse y disfrazarse bajo la amenaza de que lo mataran a palos; habría tenido que volver a montar la desgraciada pantomima de un matrimonio con una de sus estudiantes de composición, Antonina Miliukova, de la que se separó casi de inmediato; habría vuelto a beber aquel vaso de agua contaminada de cólera cuando todo el mundo sabía en San Petersburgo que primero había que hervirla para evitar la epidemia. Nunca se sabrá si fue un suicidio o no, si un tribunal de honor le obligó a evitar el escándalo de un juicio por su conducta licenciosa. En plena celebración del Orgullo Gay no estaría de más volver a escuchar el latido de un corazón que se apaga en el desconsuelo infinito del final de la Sinfonía Patética.
Que Chaikovski tuviera que silenciar su amor por los hombres en la Rusia zarista fue una tragedia, que en la Rusia de Putin haya que pasar de puntillas sobre el tema recuerda aquella cacareada sentencia de Marx de que lo que pasa como tragedia se repite como farsa. Es una farsa, en efecto, tener que seguir escondiendo en un hoyo la homosexualidad de uno de los más grandes compositores de la historia; es un disparate que una reciente película biográfica, financiada por el gobierno y filmada para celebrar el centenario del compositor, ni siquiera mencione el tema; son un absoluto ridículo las declaraciones del ministro ruso de Cultura, Vladimir Medinsky: “A decir verdad, no hay evidencia de que a Chaikovski le gustaran los hombres”. Hay evidencias a montones, desde las docenas de cartas donde revela su pasión por la belleza masculina hasta sus numerosos romances con alumnos, sirvientes y aristócratas.
En un número hilarante de los Monty Python, dedicado a analizar la vida y obra del compositor, Eric Idle comienza preguntando: “Chaikovski. ¿Era un alma atormentada que expresaba sus anhelos con melodías majestuosas? ¿O sólo un mariquita que hacía música?” Evidentemente, no podía ser las dos cosas y la dualidad sigue funcionando en un país profundamente homófobo donde todavía se confunde la homosexualidad con la pederastia. En 2012 Dmitri Kisjelov, un conocido presentador de televisión, desató una cruzada contra los homosexuales que se saldó con una oleada de palizas y asesinatos. Un año después, con la excusa de la protección de los menores, se promulgó una Ley contra la Propaganda Homosexual, todavía vigente, que vulnera por completo los derechos de la comunidad LGTB.
“Puede que haya sido homosexual” dijo Putin cuando le preguntaron sobre Chaikovski. “Pero en todo caso, aquí lo amamos por su música, lo demás no importa”. Lo que de verdad importa es que, de haber vivido en la Rusia actual, Chaikovski habría tenido que comportarse exactamente igual que hace más de cien años; habría debido ocultarse y disfrazarse bajo la amenaza de que lo mataran a palos; habría tenido que volver a montar la desgraciada pantomima de un matrimonio con una de sus estudiantes de composición, Antonina Miliukova, de la que se separó casi de inmediato; habría vuelto a beber aquel vaso de agua contaminada de cólera cuando todo el mundo sabía en San Petersburgo que primero había que hervirla para evitar la epidemia. Nunca se sabrá si fue un suicidio o no, si un tribunal de honor le obligó a evitar el escándalo de un juicio por su conducta licenciosa. En plena celebración del Orgullo Gay no estaría de más volver a escuchar el latido de un corazón que se apaga en el desconsuelo infinito del final de la Sinfonía Patética.
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