Imagen: El País |
La legalización de la interrupción voluntaria del embarazo está sobre la mesa de trabajo del rey, que ha convocado a los expertos a reflexionar sobre el tema
Analía Iglesias | El País, 2015-04-08
http://elpais.com/elpais/2015/04/07/planeta_futuro/1428426026_593635.html
“Abortar no es un lujo ni un privilegio”, afirmaba con vehemencia el director de la prestigiosa revista marroquí TelQuel, Abdellah Tourabi, en un editorial de unas semanas atrás. El periodista argumentaba sobre “el derecho y la libertad de elección de la mujer”, que no interrumpe su embarazo jocosamente, sino sometiéndose a una gran violencia física y psíquica que, en el caso de una operación clandestina, tiene consecuencias más traumáticas aún. “Se trata de un dilema imposible y de una libertad que una mujer desearía no ejercer jamás”, apostillaba el periodista. Y continuaba: “Pero la ley debe estar allí para presentar una opción diferente a la clandestinidad, el traumatismo y la culpabilidad. Otros países musulmanes, como Túnez y Turquía, han dado a las mujeres esa libertad dentro de un cuadro legal que organiza el aborto. Ellos no son menos musulmanes que nosotros o están menos comprometidos con los valores culturales y espirituales. Un pequeño esfuerzo y de reflexión no harían mal a nadie y mejorarían la vida de miles de nuestras conciudadanas”.
Los debates sobre la interrupción voluntaria del embarazo y su posible despenalización han vuelto al centro de la escena marroquí tras la destitución, a mediados de marzo, del ginecólogo Chafik Chraïbi, icono de la lucha contra el aborto clandestino. El profesor fue cesado como jefe de servicio de la Maternidad Des Orangers, en Rabat, tras sus declaraciones para la televisión francesa en las que manifestaba sus convicciones y relataba las condiciones penosas en las que llegaban a los hospitales muchas mujeres tras abortar (o intentarlo) clandestinamente. Hemorragias, pérdida de parte de la pared uterina, infecciones y hasta un importante riesgo para su vida son las consecuencias de estas prácticas no regladas, que se realizan a escondidas de la autoridad y la propia familia. A partir del cese del médico y la polémica en torno al tema, el propio rey Mohamed VI tomó cartas en el asunto y pidió a las “partes involucradas”, incluso a representantes del área de Derechos Humanos, una reflexión profunda que permita modificar la ley (por ahora, solo está autorizada la interrupción terapéutica, cuando la salud de la madre está en peligro). El monarca se ha comprometido a seguir personalmente el dossier.
Mientras tanto, el médico Chafik Chraïbi ha adquirido aun más notoriedad en estas semanas, al punto de ser nombrado como una de las “veinte personalidades” que están construyendo el Marruecos de mañana, porque militan y trabajan por cambios relevantes en la sociedad de su época, según la revista Jeune Afrique. Entre estas personalidades de la ciencia, la cultura, el deporte, la política y la economía figuran algunos de los más fervientes protestones del reino (junto a buenos aliados de la Corona), lo que habla de algunas cosas que de verdad se mueven hacia nuevos horizontes. Cierto es que hay otras —como el proyecto de modificación del nuevo Código Penal— que vuelven a atizar la iracundia de los sectores laicos, porque, en el texto que se baraja, la religión gana terreno en la vida pública cotidiana al penalizarse comportamientos que deberían estar separados del ámbito espiritual.
Uno de esos ámbitos es justamente el de la mujer, lo que debe ella parecer —y aparecer— en la esfera pública; sus deseos (si es que los tuviera) y sus mandatos. El debate sobre la sexualidad y el rol (antes que nada, los mandatos) de la mujer en el espacio público de países con un Estado confesional es, sin duda, mucho más amplio que "aborto sí / aborto no". El derecho a la interrupción voluntaria del embarazo constituye, en sociedades como la marroquí, apenas la punta de un iceberg que se hunde en aguas profundas de padres que siguen permitiendo el matrimonio de sus hijas menores de edad, océanos de incomunicación familiar y escasísima educación sexual, deficiente cobertura pública de salud ginecológica (difícilmente se hace una citología de control o una mamografía en un hospital público), falta de reconocimiento de la figura de la madre soltera, condenas penales por juicios morales como las recientes causas por adulterio iniciadas a un periodista y a su amiga (separada pero sin el divorcio tramitado), etcétera.
Hace un par de años pasó por aguas marroquíes el barco-clínica de la ONG Woman on waves, recibido por los activistas marroquíes del Mouvement Alternatif pour les Libertés Individuelles (MALI), pero estas, aunque acciones muy mediáticas (como las de las Femen, hace unos días en en Casablanca) que pueden ayudar a visibilizar una causa, suelen generar más rechazo que adhesiones entre la población local más tradicional.
La interrupción voluntaria del embarazo está aquí condenada penalmente. Cuando un caso se descubre o es denunciado, van a prisión la mujer, el médico y el anestesista que intervienen, y se condena también a la clínica donde se practica. Hasta aquí, nada nuevo: muchísimos países del mundo Occidental (entre ellos, casi todos los latinoamericanos, con fuerte peso político de la Iglesia Católica) prohíben el aborto y condenan a las mujeres que alguna vez deben padecerlo a la clandestinidad, la insalubridad, el riesgo físico y el trauma psicológico. Siempre, con el sesgo de la inequidad social y la desigualdad en el acceso a los servicios básicos de salud, dependiendo del nivel socio-económico de la paciente.
Ninguna mujer aborta alegremente, para nadie el aborto es un método anticonceptivo ni promueve los “excesos”, que suelen mencionar sus detractores desde la moral masculina que trasciende épocas, países y religiones.
En esto está de acuerdo Zohra Benelfaquih, una tangerina con más de 40 años de oficio en esto de la ginecología y la obstetricia. Es, según ella misma informa, la primera ginecóloga mujer que tuvo Marruecos. Se formó en Valencia, volvió y no se cansa de trabajar en su consulta y militar por los derechos de las mujeres (“el primero de todos, el derecho a la información”), su educación y su fertilidad, cuando es deseada.
“El aborto es un derecho, igual que la procreación. Es un tema de salud pública (y esto ni siquiera en España está conseguido). La mujer que quiera tener niños, que los tenga. Esto es una decisión de la propia mujer. Pero, ¿cómo podríamos hablar del derecho fragmentado únicamente sobre el aborto cuando hay un montón de derechos que están ausentes? Si la mujer no tiene derecho a elegir su pareja, no tiene derecho a divorciarse, no tiene derecho a denunciar malos tratos o a la igualdad en el trabajo ni en su propia casa... Todo esto debería estar incluido en unos derechos generales, sociales, como el de asociación, el de hacer política, el económico, la libertad de creencia. Por lo tanto, si no hay leyes que protejan estos derechos, no podemos hablar de una parcialidad. El aborto es un aspecto parcial. Siempre queda la posibilidad de plantear ¿Qué puedo sacar de esta falta de derechos?”, arranca con contundencia Zohra.
“Estoy segura de que si la mujer no tiene una autonomía económica, que se traduce en autonomía intelectual, no podrá saber cuáles son sus derechos. ¿Qué dirán de ti si te divorcias? ¿Con qué mantendrás a tus hijos si las leyes no contemplan una buena manutención? Hay leyes legales, pero las sociales van paralelo. Y están también las religiosas. La madre soltera no está reconocida en Marruecos y, luego, encuentras bebés en la basura”, continúa.
Hijos ilegales, sin papeles de inscripción porque no vienen de padres casados, hacen que madres y bebés sean víctimas. “El aborto, efectivamente, debería ser un derecho de salud pública y que la mujer que no quiera tener un hijo pueda ir a la sanidad pública”, apostilla la doctora Benelfaquih.
Pero decir sanidad pública en Marruecos es, unas veces, nombrar la utopía, y otras, mentar la imposibilidad de atención y el laberinto de burocracia que solo se atraviesa billete en mano, como sugiere un cortometraje recientemente estrenado en el Festival Nacional de Cine de Tánger, llamado Almas corruptas, de Mehdi El Khaoudy.
De ahí el clamor en boca de Zohra, pero que muchos médicos y no médicos suscribirían: “Todo el mundo tiene que conocer sus derechos. Si estás en una situación de vulnerabilidad y no tienes conciencia de tus derechos, te rindes. Aceptas lo que te piden”.
En cuanto a la práctica cotidiana de la interrupción de embarazos no deseados, lo que hoy sucede es que las mujeres de clase media que pueden pagarse la intervención en una clínica, en condiciones saludables, pagan alrededor de 4.000 dirhams (unos 400 euros) pero, también en estos casos, “como en cualquier acto quirúrgico, puede haber complicaciones”, apunta la médica.
La interrupción terapéutica sí está contemplada por ley, cuando el embarazo puede significar una causa de agravamiento de algún problema de salud de la madre (mujeres que están en diálisis, con lupus, tratamientos medicamentosos contrarios a la evolución del embrión o con cáncer, por ejemplo). Explica Zohra: “Si una mujer tiene cáncer, yo ginecóloga y el oncólogo tenemos que certificarlo, enviar esas certificaciones al delegado de la Sanidad Pública y al juez y que la autorización para el legrado venga del juez. El cáncer avanza y el embarazo, también. Estas son las dificultades. A nivel de práctica, esto es inviable”.
“La píldora del día después aquí sí existe y se vende en farmacias, pero para quien sabe de ella”, responde a nuestra pregunta. La doctora Benelfaquih, como los demás ginecólogos implicados en la lucha contra la clandestinidad, abogan por la educación sexual y la prevención. Pero sabemos que el discurso social es muy resistente.
Amplios y muchos son los frentes femeninos de obediencia y resistencia, porque en la mayoría de los casos son lo uno y lo otro al mismo tiempo. Es verdad que resulta difícil abordar un derecho como el del aborto (porque el cuerpo es el de la mujer y únicamente de ella) de manera parcial, cuando la sexualidad no se reconoce como un asunto de mujeres en el espacio público. La propia sexualidad está en manos de otros, toda vez que un juez y un médico puedan certificar que la psique y el aparato genital de una niña de 13 años están “maduros” para que los padres puedan casarla. Sin embargo, algo se mueve en el norte de África (la reforma del código de familia, la Mudawana, fue una buena noticia, aunque con algunos resquicios legales) y por algún lado hay que empezar, o continuar: el tema del derecho al aborto como parte del derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo empieza a estar en boca de los jóvenes universitarios, en los debates públicos, en los medios, en la calle y en la mesa de trabajo del Rey.
“Hay debates que hacen crecer a una sociedad y le permiten salir de ciertos impasses. El debate sobre el aborto y su legalización forman parte de esta tendencia. No se trata de una reivindicación menor, sin importancia ni efectos reales, sino sobre todo de una necesidad (…). Mirar para otro lado y escudarse en posturas morales no permite resolver el problema, en absoluto. Esto no hace más que agregar hipocresía a la desgracia e incitar a la inercia allí donde hace falta actuar”, culmina el alegato del periodista de TelQuel.
Los debates sobre la interrupción voluntaria del embarazo y su posible despenalización han vuelto al centro de la escena marroquí tras la destitución, a mediados de marzo, del ginecólogo Chafik Chraïbi, icono de la lucha contra el aborto clandestino. El profesor fue cesado como jefe de servicio de la Maternidad Des Orangers, en Rabat, tras sus declaraciones para la televisión francesa en las que manifestaba sus convicciones y relataba las condiciones penosas en las que llegaban a los hospitales muchas mujeres tras abortar (o intentarlo) clandestinamente. Hemorragias, pérdida de parte de la pared uterina, infecciones y hasta un importante riesgo para su vida son las consecuencias de estas prácticas no regladas, que se realizan a escondidas de la autoridad y la propia familia. A partir del cese del médico y la polémica en torno al tema, el propio rey Mohamed VI tomó cartas en el asunto y pidió a las “partes involucradas”, incluso a representantes del área de Derechos Humanos, una reflexión profunda que permita modificar la ley (por ahora, solo está autorizada la interrupción terapéutica, cuando la salud de la madre está en peligro). El monarca se ha comprometido a seguir personalmente el dossier.
Mientras tanto, el médico Chafik Chraïbi ha adquirido aun más notoriedad en estas semanas, al punto de ser nombrado como una de las “veinte personalidades” que están construyendo el Marruecos de mañana, porque militan y trabajan por cambios relevantes en la sociedad de su época, según la revista Jeune Afrique. Entre estas personalidades de la ciencia, la cultura, el deporte, la política y la economía figuran algunos de los más fervientes protestones del reino (junto a buenos aliados de la Corona), lo que habla de algunas cosas que de verdad se mueven hacia nuevos horizontes. Cierto es que hay otras —como el proyecto de modificación del nuevo Código Penal— que vuelven a atizar la iracundia de los sectores laicos, porque, en el texto que se baraja, la religión gana terreno en la vida pública cotidiana al penalizarse comportamientos que deberían estar separados del ámbito espiritual.
Uno de esos ámbitos es justamente el de la mujer, lo que debe ella parecer —y aparecer— en la esfera pública; sus deseos (si es que los tuviera) y sus mandatos. El debate sobre la sexualidad y el rol (antes que nada, los mandatos) de la mujer en el espacio público de países con un Estado confesional es, sin duda, mucho más amplio que "aborto sí / aborto no". El derecho a la interrupción voluntaria del embarazo constituye, en sociedades como la marroquí, apenas la punta de un iceberg que se hunde en aguas profundas de padres que siguen permitiendo el matrimonio de sus hijas menores de edad, océanos de incomunicación familiar y escasísima educación sexual, deficiente cobertura pública de salud ginecológica (difícilmente se hace una citología de control o una mamografía en un hospital público), falta de reconocimiento de la figura de la madre soltera, condenas penales por juicios morales como las recientes causas por adulterio iniciadas a un periodista y a su amiga (separada pero sin el divorcio tramitado), etcétera.
Hace un par de años pasó por aguas marroquíes el barco-clínica de la ONG Woman on waves, recibido por los activistas marroquíes del Mouvement Alternatif pour les Libertés Individuelles (MALI), pero estas, aunque acciones muy mediáticas (como las de las Femen, hace unos días en en Casablanca) que pueden ayudar a visibilizar una causa, suelen generar más rechazo que adhesiones entre la población local más tradicional.
La interrupción voluntaria del embarazo está aquí condenada penalmente. Cuando un caso se descubre o es denunciado, van a prisión la mujer, el médico y el anestesista que intervienen, y se condena también a la clínica donde se practica. Hasta aquí, nada nuevo: muchísimos países del mundo Occidental (entre ellos, casi todos los latinoamericanos, con fuerte peso político de la Iglesia Católica) prohíben el aborto y condenan a las mujeres que alguna vez deben padecerlo a la clandestinidad, la insalubridad, el riesgo físico y el trauma psicológico. Siempre, con el sesgo de la inequidad social y la desigualdad en el acceso a los servicios básicos de salud, dependiendo del nivel socio-económico de la paciente.
Ninguna mujer aborta alegremente, para nadie el aborto es un método anticonceptivo ni promueve los “excesos”, que suelen mencionar sus detractores desde la moral masculina que trasciende épocas, países y religiones.
En esto está de acuerdo Zohra Benelfaquih, una tangerina con más de 40 años de oficio en esto de la ginecología y la obstetricia. Es, según ella misma informa, la primera ginecóloga mujer que tuvo Marruecos. Se formó en Valencia, volvió y no se cansa de trabajar en su consulta y militar por los derechos de las mujeres (“el primero de todos, el derecho a la información”), su educación y su fertilidad, cuando es deseada.
“El aborto es un derecho, igual que la procreación. Es un tema de salud pública (y esto ni siquiera en España está conseguido). La mujer que quiera tener niños, que los tenga. Esto es una decisión de la propia mujer. Pero, ¿cómo podríamos hablar del derecho fragmentado únicamente sobre el aborto cuando hay un montón de derechos que están ausentes? Si la mujer no tiene derecho a elegir su pareja, no tiene derecho a divorciarse, no tiene derecho a denunciar malos tratos o a la igualdad en el trabajo ni en su propia casa... Todo esto debería estar incluido en unos derechos generales, sociales, como el de asociación, el de hacer política, el económico, la libertad de creencia. Por lo tanto, si no hay leyes que protejan estos derechos, no podemos hablar de una parcialidad. El aborto es un aspecto parcial. Siempre queda la posibilidad de plantear ¿Qué puedo sacar de esta falta de derechos?”, arranca con contundencia Zohra.
“Estoy segura de que si la mujer no tiene una autonomía económica, que se traduce en autonomía intelectual, no podrá saber cuáles son sus derechos. ¿Qué dirán de ti si te divorcias? ¿Con qué mantendrás a tus hijos si las leyes no contemplan una buena manutención? Hay leyes legales, pero las sociales van paralelo. Y están también las religiosas. La madre soltera no está reconocida en Marruecos y, luego, encuentras bebés en la basura”, continúa.
Hijos ilegales, sin papeles de inscripción porque no vienen de padres casados, hacen que madres y bebés sean víctimas. “El aborto, efectivamente, debería ser un derecho de salud pública y que la mujer que no quiera tener un hijo pueda ir a la sanidad pública”, apostilla la doctora Benelfaquih.
Pero decir sanidad pública en Marruecos es, unas veces, nombrar la utopía, y otras, mentar la imposibilidad de atención y el laberinto de burocracia que solo se atraviesa billete en mano, como sugiere un cortometraje recientemente estrenado en el Festival Nacional de Cine de Tánger, llamado Almas corruptas, de Mehdi El Khaoudy.
De ahí el clamor en boca de Zohra, pero que muchos médicos y no médicos suscribirían: “Todo el mundo tiene que conocer sus derechos. Si estás en una situación de vulnerabilidad y no tienes conciencia de tus derechos, te rindes. Aceptas lo que te piden”.
En cuanto a la práctica cotidiana de la interrupción de embarazos no deseados, lo que hoy sucede es que las mujeres de clase media que pueden pagarse la intervención en una clínica, en condiciones saludables, pagan alrededor de 4.000 dirhams (unos 400 euros) pero, también en estos casos, “como en cualquier acto quirúrgico, puede haber complicaciones”, apunta la médica.
La interrupción terapéutica sí está contemplada por ley, cuando el embarazo puede significar una causa de agravamiento de algún problema de salud de la madre (mujeres que están en diálisis, con lupus, tratamientos medicamentosos contrarios a la evolución del embrión o con cáncer, por ejemplo). Explica Zohra: “Si una mujer tiene cáncer, yo ginecóloga y el oncólogo tenemos que certificarlo, enviar esas certificaciones al delegado de la Sanidad Pública y al juez y que la autorización para el legrado venga del juez. El cáncer avanza y el embarazo, también. Estas son las dificultades. A nivel de práctica, esto es inviable”.
“La píldora del día después aquí sí existe y se vende en farmacias, pero para quien sabe de ella”, responde a nuestra pregunta. La doctora Benelfaquih, como los demás ginecólogos implicados en la lucha contra la clandestinidad, abogan por la educación sexual y la prevención. Pero sabemos que el discurso social es muy resistente.
Amplios y muchos son los frentes femeninos de obediencia y resistencia, porque en la mayoría de los casos son lo uno y lo otro al mismo tiempo. Es verdad que resulta difícil abordar un derecho como el del aborto (porque el cuerpo es el de la mujer y únicamente de ella) de manera parcial, cuando la sexualidad no se reconoce como un asunto de mujeres en el espacio público. La propia sexualidad está en manos de otros, toda vez que un juez y un médico puedan certificar que la psique y el aparato genital de una niña de 13 años están “maduros” para que los padres puedan casarla. Sin embargo, algo se mueve en el norte de África (la reforma del código de familia, la Mudawana, fue una buena noticia, aunque con algunos resquicios legales) y por algún lado hay que empezar, o continuar: el tema del derecho al aborto como parte del derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo empieza a estar en boca de los jóvenes universitarios, en los debates públicos, en los medios, en la calle y en la mesa de trabajo del Rey.
“Hay debates que hacen crecer a una sociedad y le permiten salir de ciertos impasses. El debate sobre el aborto y su legalización forman parte de esta tendencia. No se trata de una reivindicación menor, sin importancia ni efectos reales, sino sobre todo de una necesidad (…). Mirar para otro lado y escudarse en posturas morales no permite resolver el problema, en absoluto. Esto no hace más que agregar hipocresía a la desgracia e incitar a la inercia allí donde hace falta actuar”, culmina el alegato del periodista de TelQuel.
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