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Las mujeres de la burguesía comenzaron a organizarse en torno a la lucha por el reconocimiento del derecho al sufragio, lo que explica su denominación como sufragistas, en la segunda mitad del siglo XIX.
Eduardo Montagut | Nueva Tribuna, 2016-01-06
http://www.nuevatribuna.es/articulo/historia/lucha-voto-mujeres/20160106192259124098.html
En este artículo pretendemos resumir la intensa lucha de las mujeres por el reconocimiento del derecho al sufragio, en la serie de trabajos que estamos dedicando a los sistemas electorales.
Las mujeres de la burguesía comenzaron a organizarse en torno a la lucha por el reconocimiento del derecho al sufragio, lo que explica su denominación como sufragistas, en la segunda mitad del siglo XIX. Las sufragistas no solamente lucharon por los derechos políticos de las mujeres, sino también por la igualdad en otros aspectos y campos. Dieron prioridad a la lucha por el voto porque consideraban que una vez conseguido accederían a los parlamentos y podrían cambiar las leyes e instituciones. Aunque las principales sufragistas pertenecían a la burguesía, como hemos expresado, defendieron los derechos políticos de todas las mujeres, aunque las relaciones con las feministas socialistas nunca fueron fluidas, ya que, aunque éstas también eran partidarias de la lucha por el sufragio, acusaban a las sufragistas de defender, en última instancia, el dominio de la burguesía.
En Europa el movimiento sufragista británico fue el más activo. En 1869, John Stuart Mill escribió ‘La sujeción de la mujer’ y presentó la primera petición a favor del voto femenino en el Parlamento, comenzando, de ese modo, una larga serie de iniciativas políticas a favor de las mujeres. Sin embargo, los esfuerzos dirigidos a convencer y persuadir al Parlamento inglés de la legitimidad de los derechos políticos de las mujeres provocaron burlas e indiferencia en verdaderas campañas mediáticas con contenidos muy despreciativos hacia las sufragistas. En consecuencia, el movimiento sufragista dirigió su estrategia hacia acciones más radicales.
En el año 1903, Emmeline Pankhurst fundó en Londres la “Unión Social y Política de Mujeres”, cuyas militantes protagonizaron infinidad de acciones con gran repercusión mediática: protestas, manifestaciones y huelgas de hambre, siendo pioneras en unos métodos de lucha que, posteriormente, adoptarían otros colectivos. La represión fue muy dura con ellas; la propia Pankhurst fue detenida y condenada a tres años de cárcel y de trabajos forzados, acusada de “actividades contrarias a la seguridad y estabilidad del pueblo inglés”.
En Estados Unidos, el movimiento sufragista estuvo inicialmente muy relacionado con el movimiento abolicionista. Gran número de mujeres unieron sus fuerzas para combatir en la lucha contra la esclavitud. En 1848, en el Estado de Nueva York, se aprobó la Declaración de Seneca Falls, uno de los textos fundacionales del sufragismo. Las ideas que se utilizaron para reivindicar la igualdad de los sexos eran de corte ilustrado: apelaron a la ley natural como fuente de derechos para toda la especie humana, a la razón y al buen sentido de la humanidad, como armas contra el prejuicio y la costumbre. Elizabeth Cady Stanton, la autora de ‘La Biblia de las mujeres’, y Susan B. Anthony, fueron dos de las más destacadas sufragistas estadounidenses.
La Primera Guerra Mundial fue un factor muy importante en la historia del proceso de emancipación de la mujer, ya que los gobiernos necesitaron el concurso de las mujeres en las fábricas ante la evidente escasez de mano de obra masculina. En el caso concreto del movimiento sufragista británico se produjo una reconciliación entre éste y el gobierno. Nada más producirse la declaración de guerra, Emmeline Pankhurst anunció la suspensión de las actividades reivindicativas hasta el final de la contienda. Las sufragistas negociaron con las autoridades y, en unos días, las activistas encarceladas salieron de prisión. Entonces, Pankhurst, fiel al pacto con el gobierno, se dedicó a impulsar el esfuerzo bélico, llegando a organizar una manifestación bajo el lema: “los hombres a luchar y las mujeres a trabajar; no seremos pisoteados por el káiser”. Además, apeló a los sindicatos para que permitieran la incorporación de las mujeres a los puestos de trabajo y su ingreso en las ‘Trade Unions’. El órgano del movimiento, “La Sufragista”, cambió de nombre por el más patriótico de “Britania”. Emmeline fue derivando hacia posturas muy conservadoras, como se puso de manifiesto en sus duras críticas hacia cualquier manifestación u opinión pública pacifista, especialmente las defendidas desde las filas del laborismo, mostrándose también muy crítica con el movimiento obrero y con el comunismo, que estaba triunfando en Rusia. Su hija, Silvia Pankhursth, también se destacó en el movimiento sufragista británico, pero vinculándolo más hacia una dirección progresista, frente a la deriva conservadora de su madre.
Al terminar la contienda las mujeres habían desarrollado una clara conciencia de su importancia en la sociedad, especialmente en los países vencedores porque habían contribuido decisivamente al triunfo. El camino para conseguir el voto se estaba allanando en el Reino Unido, aunque, antes, en Nueva Zelanda se había conseguido en 1893, mientras que en Australia se logró en 1902. Las mujeres británicas mayores de 30 consiguieron el derecho a votar en el año 1918. En todo caso, hubo que esperar a 1928 para que se igualara la edad de las mujeres a la de los hombres para poder votar, es decir, a los 21 años. Las mujeres estadounidenses no pudieron ejercer el derecho al voto en elecciones federales hasta el año 1920, aunque en otro tipo de elecciones ya votaban anteriormente.
En España se reconoció el derecho al voto en la Constitución de 1931, después de un intenso debate parlamentario en el que destacó su gran defensora, Clara Campoamor. Curiosamente, en Francia, tradicionalmente considerada la patria de los derechos, las mujeres no pudieron votar hasta después de la Segunda Guerra Mundial, así como en Italia. En América Latina, casi todos los países reconocieron el derecho al voto en el período de entreguerras, destacando como estado pionero, Ecuador. Después de la Segunda Guerra Mundial pudieron votar también las mujeres en los países asiáticos, como en China o Japón.
Las mujeres de la burguesía comenzaron a organizarse en torno a la lucha por el reconocimiento del derecho al sufragio, lo que explica su denominación como sufragistas, en la segunda mitad del siglo XIX. Las sufragistas no solamente lucharon por los derechos políticos de las mujeres, sino también por la igualdad en otros aspectos y campos. Dieron prioridad a la lucha por el voto porque consideraban que una vez conseguido accederían a los parlamentos y podrían cambiar las leyes e instituciones. Aunque las principales sufragistas pertenecían a la burguesía, como hemos expresado, defendieron los derechos políticos de todas las mujeres, aunque las relaciones con las feministas socialistas nunca fueron fluidas, ya que, aunque éstas también eran partidarias de la lucha por el sufragio, acusaban a las sufragistas de defender, en última instancia, el dominio de la burguesía.
En Europa el movimiento sufragista británico fue el más activo. En 1869, John Stuart Mill escribió ‘La sujeción de la mujer’ y presentó la primera petición a favor del voto femenino en el Parlamento, comenzando, de ese modo, una larga serie de iniciativas políticas a favor de las mujeres. Sin embargo, los esfuerzos dirigidos a convencer y persuadir al Parlamento inglés de la legitimidad de los derechos políticos de las mujeres provocaron burlas e indiferencia en verdaderas campañas mediáticas con contenidos muy despreciativos hacia las sufragistas. En consecuencia, el movimiento sufragista dirigió su estrategia hacia acciones más radicales.
En el año 1903, Emmeline Pankhurst fundó en Londres la “Unión Social y Política de Mujeres”, cuyas militantes protagonizaron infinidad de acciones con gran repercusión mediática: protestas, manifestaciones y huelgas de hambre, siendo pioneras en unos métodos de lucha que, posteriormente, adoptarían otros colectivos. La represión fue muy dura con ellas; la propia Pankhurst fue detenida y condenada a tres años de cárcel y de trabajos forzados, acusada de “actividades contrarias a la seguridad y estabilidad del pueblo inglés”.
En Estados Unidos, el movimiento sufragista estuvo inicialmente muy relacionado con el movimiento abolicionista. Gran número de mujeres unieron sus fuerzas para combatir en la lucha contra la esclavitud. En 1848, en el Estado de Nueva York, se aprobó la Declaración de Seneca Falls, uno de los textos fundacionales del sufragismo. Las ideas que se utilizaron para reivindicar la igualdad de los sexos eran de corte ilustrado: apelaron a la ley natural como fuente de derechos para toda la especie humana, a la razón y al buen sentido de la humanidad, como armas contra el prejuicio y la costumbre. Elizabeth Cady Stanton, la autora de ‘La Biblia de las mujeres’, y Susan B. Anthony, fueron dos de las más destacadas sufragistas estadounidenses.
La Primera Guerra Mundial fue un factor muy importante en la historia del proceso de emancipación de la mujer, ya que los gobiernos necesitaron el concurso de las mujeres en las fábricas ante la evidente escasez de mano de obra masculina. En el caso concreto del movimiento sufragista británico se produjo una reconciliación entre éste y el gobierno. Nada más producirse la declaración de guerra, Emmeline Pankhurst anunció la suspensión de las actividades reivindicativas hasta el final de la contienda. Las sufragistas negociaron con las autoridades y, en unos días, las activistas encarceladas salieron de prisión. Entonces, Pankhurst, fiel al pacto con el gobierno, se dedicó a impulsar el esfuerzo bélico, llegando a organizar una manifestación bajo el lema: “los hombres a luchar y las mujeres a trabajar; no seremos pisoteados por el káiser”. Además, apeló a los sindicatos para que permitieran la incorporación de las mujeres a los puestos de trabajo y su ingreso en las ‘Trade Unions’. El órgano del movimiento, “La Sufragista”, cambió de nombre por el más patriótico de “Britania”. Emmeline fue derivando hacia posturas muy conservadoras, como se puso de manifiesto en sus duras críticas hacia cualquier manifestación u opinión pública pacifista, especialmente las defendidas desde las filas del laborismo, mostrándose también muy crítica con el movimiento obrero y con el comunismo, que estaba triunfando en Rusia. Su hija, Silvia Pankhursth, también se destacó en el movimiento sufragista británico, pero vinculándolo más hacia una dirección progresista, frente a la deriva conservadora de su madre.
Al terminar la contienda las mujeres habían desarrollado una clara conciencia de su importancia en la sociedad, especialmente en los países vencedores porque habían contribuido decisivamente al triunfo. El camino para conseguir el voto se estaba allanando en el Reino Unido, aunque, antes, en Nueva Zelanda se había conseguido en 1893, mientras que en Australia se logró en 1902. Las mujeres británicas mayores de 30 consiguieron el derecho a votar en el año 1918. En todo caso, hubo que esperar a 1928 para que se igualara la edad de las mujeres a la de los hombres para poder votar, es decir, a los 21 años. Las mujeres estadounidenses no pudieron ejercer el derecho al voto en elecciones federales hasta el año 1920, aunque en otro tipo de elecciones ya votaban anteriormente.
En España se reconoció el derecho al voto en la Constitución de 1931, después de un intenso debate parlamentario en el que destacó su gran defensora, Clara Campoamor. Curiosamente, en Francia, tradicionalmente considerada la patria de los derechos, las mujeres no pudieron votar hasta después de la Segunda Guerra Mundial, así como en Italia. En América Latina, casi todos los países reconocieron el derecho al voto en el período de entreguerras, destacando como estado pionero, Ecuador. Después de la Segunda Guerra Mundial pudieron votar también las mujeres en los países asiáticos, como en China o Japón.
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