Imagen: Cuarto Poder / Orgullo Crítico del Sur, Sevilla, 2018-06-23 |
Han surgido más recientemente los “orgullos de periferias”, entre los que podemos encontrar el “Orgullo Crítico del Sur” o el AgroCuir. Son ejemplos de movimientos que se han organizado de manera rápida y eficaz para denunciar las formas de opresión se viven en barrios, pueblos, provincias, y zonas rurales.
Sira Peláez | Cuarto Poder, 2018-07-01
https://www.cuartopoder.es/ideas/2018/07/01/orgullo-de-campos-pueblos-y-provincias-resistir-a-la-cisheteronorma-y-al-sexilio/
Cada año se muestran más fuertes las luchas LGTBQIA+ que reclaman un movimiento combativo y reivindicativo, en el camino por demandar los derechos de las identidades que no responden a la cisheteronorma. Alrededor del 28 de Junio diversos colectivos tomamos las calles contra este sistema cisheteronormativo, neoliberal y racista tan alejado de ser equitativo en el reconocimiento de las diversidades. En memoria de las activistas disidentes sexuales y de género que transformaron su rabia e indignación en resistencia en 1969 en el bar Stonewall Inn de Nueva York, nos hemos movilizados distintas plataformas en ciudades como Madrid, Bilbao o Barcelona. Los ejes de las acciones pueden englobarse en el marco de los activismos de los “orgullos críticos”, donde también se encuentran los “orgullos de las periferias”, más recientes pero cada vez más visibiles y articulados.
Todos ellos comparten horizontes comunes: la crítica a la mercantilización de los “desfiles” y “celebraciones” oficiales del orgullo –proceso conocido como ‘pinkwashing’–, y a la institucionalización de un movimiento en el que la defensa de las libertades y los derechos aparece asociada a un modelo de varón cisgay (euro)blanco y de clase media-alta. Un sujeto que resulta enormemente productivo para el denominado ‘mercado rosa’, que reproduce la cultura homonormativa (también denominada homonacionalista), como bien explicaba Javier Sáez en su entrevista con este medio. Así, bajo los lemas de “Orgullo es transgresión”, y “el orgullo no se vende, se defiende”, reclamamos el reconocimiento de las diversidades afectivo-sexuales y de género que no encajan en esos modelos privilegiados, al conjugarse con otras opresiones como la la racialidad, la clase, las diversidades funcionales e intelectuales, etc.: sujetxs cuyos cuerpos, deseos, afectos e identidades existen en el “afuera” de los límites normativos. Los objetivos son, a grandes rasgos, visibilizar estas realidades desde una perspectiva transfeminista, antirracista e interseccional, así como las violencias y fobias que reproducen y encarnan en la actualidad estos colectivos.
En este marco han surgido más recientemente los “orgullos de periferias”, entre los que podemos encontrar el “Orgullo Vallekano”, el “Orgullo Rural de LaRioja”, el “Orgullo Crítico del Sur” o el AgroCuir. Son ejemplos de unos movimientos que se han organizado de manera rápida y eficaz para denunciar además las formas específicas de opresión que viven las identidades LGTBQIA+ en barrios, pueblos, provincias, y zonas rurales. En estos contextos la falta de referentes y la invisibilización de estas realidades genera un constante deseo de desplazarse hacia la ciudad para poder expresarse, y sentirse reconocidx, queridx y deseadx, que produce profundos malestares para los colectivos en las zonas periféricas: se trata de un fenómeno conocido como sexilio. Los “orgullos de las periferias” ponen el foco en la necesidad de romper con los imaginarios sociales que representan a las grandes ciudades como únicos espacios de posibilidad y legitimidad: símbolos de la “liberación sexual”, el anonimato y la “tolerancia”.
Algunos de los factores que lo han favorecido han sido los procesos de destradicionalización e individidualización, también denominados de “modernización”, que han tenido lugar en las grandes ciudades y han llevado a una transformación de “los estilos de vida” más acelerada que en los entornos rurales. En oposición, las vidas se presentas aquí más sujetas a los mecanismos de control social, a las tradiciones y a las costumbres. En este sentido, los “orgullos de las periferias” nos invitan a reflexionar sobre las implicaciones de estos discursos reduccionistas y estáticos cargados de estereotipos y connotaciones negativas. Un conjunto de ideas que se enmarcan en un marco binario hegemónico que reproduce las desigualdades: alta cultura/cultura popular, tradición/modernidad, campo/ciudad.
Así, lxs activistas y colectivos apuestan por la resignificación de los símbolos de las culturas populares y por las formas de vida comunitarias; cuestionando los mandatos del capitalismo que prioriza las libertades individuales en función de su productividad. Apelan al orgullo de barrio, de pueblo, de “poblao”, de aldea, de provincia, o del sur, poniendo espacial atención al cuidado del entorno local, como es el caso del AgroCuir, que incluye la perspectiva ecologista para reivindicar la conservación y la sostenibilidad de los bosques autóctonos. Además, coinciden en la importancia de buscar y visibilizar referentes y modelos LGTBQIA+ dentro del folklore y la cultura popular, y recuperar las tradiciones (bailes, danzas, rituales, mitologías y narrativas) como espacios de orgullo y reivindicación. Un buen ejemplo es el activismo de Mar Gallego desde feminismo andaluz.
Todos estos movimientos suponen ir un paso más allá en las críticas y en las acciones por la descentralización de las luchas contra el sistema cisheteronormativo y la denuncia de las violencias específicas que genera en estos contextos –como la ruralfobia y la andaluzafobia–. Y nos recuerdan la importancia de construir relatos y narrativas sobre las prácticas de resistencia (transgresoras, combativas, disidentes y ‘cuirs’) que existen en estos entornos locales; para hacer de las periferias espacios habitables y vivibles para las identidades no normativas.
Todos ellos comparten horizontes comunes: la crítica a la mercantilización de los “desfiles” y “celebraciones” oficiales del orgullo –proceso conocido como ‘pinkwashing’–, y a la institucionalización de un movimiento en el que la defensa de las libertades y los derechos aparece asociada a un modelo de varón cisgay (euro)blanco y de clase media-alta. Un sujeto que resulta enormemente productivo para el denominado ‘mercado rosa’, que reproduce la cultura homonormativa (también denominada homonacionalista), como bien explicaba Javier Sáez en su entrevista con este medio. Así, bajo los lemas de “Orgullo es transgresión”, y “el orgullo no se vende, se defiende”, reclamamos el reconocimiento de las diversidades afectivo-sexuales y de género que no encajan en esos modelos privilegiados, al conjugarse con otras opresiones como la la racialidad, la clase, las diversidades funcionales e intelectuales, etc.: sujetxs cuyos cuerpos, deseos, afectos e identidades existen en el “afuera” de los límites normativos. Los objetivos son, a grandes rasgos, visibilizar estas realidades desde una perspectiva transfeminista, antirracista e interseccional, así como las violencias y fobias que reproducen y encarnan en la actualidad estos colectivos.
En este marco han surgido más recientemente los “orgullos de periferias”, entre los que podemos encontrar el “Orgullo Vallekano”, el “Orgullo Rural de LaRioja”, el “Orgullo Crítico del Sur” o el AgroCuir. Son ejemplos de unos movimientos que se han organizado de manera rápida y eficaz para denunciar además las formas específicas de opresión que viven las identidades LGTBQIA+ en barrios, pueblos, provincias, y zonas rurales. En estos contextos la falta de referentes y la invisibilización de estas realidades genera un constante deseo de desplazarse hacia la ciudad para poder expresarse, y sentirse reconocidx, queridx y deseadx, que produce profundos malestares para los colectivos en las zonas periféricas: se trata de un fenómeno conocido como sexilio. Los “orgullos de las periferias” ponen el foco en la necesidad de romper con los imaginarios sociales que representan a las grandes ciudades como únicos espacios de posibilidad y legitimidad: símbolos de la “liberación sexual”, el anonimato y la “tolerancia”.
Algunos de los factores que lo han favorecido han sido los procesos de destradicionalización e individidualización, también denominados de “modernización”, que han tenido lugar en las grandes ciudades y han llevado a una transformación de “los estilos de vida” más acelerada que en los entornos rurales. En oposición, las vidas se presentas aquí más sujetas a los mecanismos de control social, a las tradiciones y a las costumbres. En este sentido, los “orgullos de las periferias” nos invitan a reflexionar sobre las implicaciones de estos discursos reduccionistas y estáticos cargados de estereotipos y connotaciones negativas. Un conjunto de ideas que se enmarcan en un marco binario hegemónico que reproduce las desigualdades: alta cultura/cultura popular, tradición/modernidad, campo/ciudad.
Así, lxs activistas y colectivos apuestan por la resignificación de los símbolos de las culturas populares y por las formas de vida comunitarias; cuestionando los mandatos del capitalismo que prioriza las libertades individuales en función de su productividad. Apelan al orgullo de barrio, de pueblo, de “poblao”, de aldea, de provincia, o del sur, poniendo espacial atención al cuidado del entorno local, como es el caso del AgroCuir, que incluye la perspectiva ecologista para reivindicar la conservación y la sostenibilidad de los bosques autóctonos. Además, coinciden en la importancia de buscar y visibilizar referentes y modelos LGTBQIA+ dentro del folklore y la cultura popular, y recuperar las tradiciones (bailes, danzas, rituales, mitologías y narrativas) como espacios de orgullo y reivindicación. Un buen ejemplo es el activismo de Mar Gallego desde feminismo andaluz.
Todos estos movimientos suponen ir un paso más allá en las críticas y en las acciones por la descentralización de las luchas contra el sistema cisheteronormativo y la denuncia de las violencias específicas que genera en estos contextos –como la ruralfobia y la andaluzafobia–. Y nos recuerdan la importancia de construir relatos y narrativas sobre las prácticas de resistencia (transgresoras, combativas, disidentes y ‘cuirs’) que existen en estos entornos locales; para hacer de las periferias espacios habitables y vivibles para las identidades no normativas.
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