Imagen: El Español / Fabio Mcnamara y Tesa Arranz |
'La mala fama' recoge 16 voces en primera persona que sufrieron los ochenta en sus carnes y que aún no se han recuperado del todo: de Tesa Arranz a Johnny Cifuentes. Fueron los grandes secundarios y hoy sostienen con nostalgia su trofeo de plata.
Lorena G. Maldonado | El Español, 2017-04-05
http://www.elespanol.com/cultura/musica/20170405/206229686_0.html
“Lo que más me gustaría es morirme ahora mismo, me encantaría, porque eso todavía no lo he probado, y quiero morirme por pura novedad”. Lo dice Tesa Arranz, que fue vocalista de los Zombies y musa de la Movida Madrileña. Uno mira sus fotos antiguas y ve una niña hermosa y flaquísima, con el esternón marcado y los pechos diminutos, devastada de aburrimiento. Con su discurso hilarante y lunático en la superficie y angustioso de fondo, con su insoportable ternura.
“Me muero de ganas porque se acerque un platillo volante a mi ventana y salgan sus tripulantes y me lleven con ellos. Adoro a los extraterrestres. Es un amor que se ha hecho cada vez más fuerte según ha pasado el tiempo. La verdad es que he sido una marciana toda mi vida. Este mundo siempre me ha parecido algo extraño, ajeno a todas mis emociones. A lo mejor por eso me dejé llevar de aquella manera”.
Arranz es un juguete roto que desfoga en ‘La mala fama’ (Berenice), un libro de Germán Pose que recoge dieciséis testimonios de los supervivientes de la Movida. "Son los secundarios", dice Germán Pose. "No los que estuvieron en el foco de la noticia". Johnny Cifuentes, Carlos García-Alix, Mariano Torrubia, Enrique de Castro, Mariví Ibarrola, Manolo UVI, Antonio Bartrina, Ana Matías, Domingo J. Casas, Carlos Harry, Jorge Ilegal, May Paredes, Fernando Estrella... Es una reconstrucción de los hechos, un parte -lejano- de lesiones. ¿Sirvieron para algo los ochenta? Con su reguero de muertos, con su cultura inane, con su política ilusoria de laca y purpurina. Caballo, conciertos, bacanales, hepatitis.
Da la sensación, leyendo algunas de las crónicas, de que la Movida fue una desgracia humana más que otra cosa, aunque los protagonistas la recuerden con cariño. Tienen la vida atravesada por ella, como una brochetita de carne, como un virus largo con el que convivir. Los niños grandes están heridos: unos pocos arrastran la homilía del que sabe que pudo quedarse en tierra y ahora se agarra a la vida con los dientes. Son zombies de un mito. No se han recuperado nunca. Jamás han regresado a ese fulgor, a esa importancia. Taritas de volar joven.
Retrato generacional
"Cuando me planteé hacer este libro no tenía ninguna intención de escribir sobre la Movida Madrileña", explica el periodista Germán Pose, el padre de la criatura. "Mi idea era trazar un relato de viajes sobre unos seres humanos, entre los que me incluyo, que nacimos alrededor de los sesenta en diferentes sitios de España y coincidimos en Madrid. En los ochenta nos juntamos con veinte años en un paisaje disparatado, extraño y efervescente", recuerda. "Gran parte de la energía que había en ese momento en España tomó caminos relacionados con el arte". A Pose le molesta que un fenómeno tradicionalmente mitificado como La Movida haya sido tan cuestionado en los últimos años.
"Han salido unos fiscales de la llamada C. T., cultura de la Transición, que denigran La Movida y piensan que todo fue un fraude, una cosa de pijos", resopla. ¿No lo fue? ¿Resultó necesario como movimiento o podríamos haber prescindido de ella? "No sé si sirvió para algo o no, pero hubo una historia y funcionó. De ahí salió gente como Almodóvar, Jaime Urrutia, Alaska, Auserón, Carlos Berlanga, Víctor Abundancia, Alberto García-Alix... igual no sirvió, pero el cante lo dimos", explica. "Venían del New Yorker, del Miami Herald, venían revistas alemanas".
Las voces protagonistas aquí no lo fueron en los ochenta, pero lo vieron, lo olieron, lo lamieron todo: estaban allí para vomitar en los baños, para sacar los pies del tiesto en casa -como Johnny Cifuentes, el burning al que su padre jamás volvió a hablar cuando le dijo que dejaba el curro del taxi-, para liarse entre ellos con hambre endogámica y adolescente o para componer bellezas, como Jorge Ilegal, que dice sentirse mucho más heredero de Juvenal, Marcial o Quevedo que de Jimmy Hendrix o Bob Dylan, "con el que no tengo mucho que ver".
Droga y conciencia social
Hay prismas de la misma verdad. Tesa Arranz desgrana tríos, mezclas de cocaína y heroína, depresiones y sueños de experiencias extraterrestres. Cuenta que cuando se quedó embarazada, su novio, Eduardo, "que estaba pirado, metido en una secta y que se veía reflejado en la Biblia" la dejó porque se habían muerto cuatro gallinas que había en la casa y la acusó a ella de asesinato "por mis malas vibraciones".
Ella es sin duda el personaje más fascinante del libro: atroz, demente y dulcísima. Entran ganas de abrazarla hasta que se duerma y abandone un rato esa enferma insatisfacción vital. "Ahora Luis López Carrasco ha hecho una película de Tesa a partir de su testimonio en el libro. Se llama ‘Aliens’", sonríe Germán Pose. "Es un disparate... pero un disparate con genio, pellizco, gracia y una ternura invencible".
El relato de Carlos García-Alix es delicioso. Se aleja de la Movida superficial y ahonda en la social, en la activista, en la política. Describe su barrio obrero y deprimido, "uno de los más rebeldes y castigados por las bombas de la guerra": "Para mayor ofensa de los que habitaban esa zona, gente que había luchado a sangre contra los nacionales en ese lugar clave de Cuatro Caminos, llamaron a esa calle General Moscardó, y en las inmediaciones estaban las calles del General Varela, General Yagüe y Comandante Zorita. Para rematar la faena teníamos al fondo el Paseo del Generalísimo", recuerda. "El ayuntamiento nos tenía olvidados, no nos cuidaba nada, nos dejaba pudrirnos, como una sucia venganza por la resistencia en los tiempos de guerra".
El crío que venía de los Maristas de León empezó a juntarse a los quince años con las Juventudes del FRAP, las Comunistas y la Joven Guardia Roja. Escapaba a menudo de la policía, hasta que acabó preso en la cárcel de Carabanchel. "Estuve poco, un par de meses".
La Transición más honda es la menos Movida
Esa es la Transición más interesante, más honda; la menos Movida. También la del cura Enrique de Castro, la de los años de "vino, rosas y plomo", como dice Pose. Era hijo de un general franquista, venía de estudiar en Comillas y tejió lentito un relato social que hoy cuenta y que resulta imprescindible. Dice que en los ochenta llegó a fumar dando misa. Allí olía a porro que daba gusto. Vio la muerte y el horror en Vallecas, acogió en su casa a los chavales desamparados y aguantó temporales de todos los colores.
"Carlos Harry es un guardián de la noche esencial, Silvia Grijalba y su diálogo con Leonard Cohen, Fernando Estrella... me cuesta mucho elegir una voz, todas son excitantes", sostiene el autor, que en ningún momento del libro participa y deja hablar a los chicos que ya se han hecho mayores. Le pregunto quiénes han sobrevivido mejor y quiénes peor a La Movida, y él cree que "todos han sobrevivido bien" y que "ninguno ha sacralizado ese momento", pero lo que se respira en la obra es otra cosa. Una nostalgia insufrible. Un anclaje. Ninguno volvió a tener ese eco, esa pequeña importancia. "Todos tenemos nuestros achaques, pero los veo a todos con una furia tremenda por seguir vivos".
“Me muero de ganas porque se acerque un platillo volante a mi ventana y salgan sus tripulantes y me lleven con ellos. Adoro a los extraterrestres. Es un amor que se ha hecho cada vez más fuerte según ha pasado el tiempo. La verdad es que he sido una marciana toda mi vida. Este mundo siempre me ha parecido algo extraño, ajeno a todas mis emociones. A lo mejor por eso me dejé llevar de aquella manera”.
Arranz es un juguete roto que desfoga en ‘La mala fama’ (Berenice), un libro de Germán Pose que recoge dieciséis testimonios de los supervivientes de la Movida. "Son los secundarios", dice Germán Pose. "No los que estuvieron en el foco de la noticia". Johnny Cifuentes, Carlos García-Alix, Mariano Torrubia, Enrique de Castro, Mariví Ibarrola, Manolo UVI, Antonio Bartrina, Ana Matías, Domingo J. Casas, Carlos Harry, Jorge Ilegal, May Paredes, Fernando Estrella... Es una reconstrucción de los hechos, un parte -lejano- de lesiones. ¿Sirvieron para algo los ochenta? Con su reguero de muertos, con su cultura inane, con su política ilusoria de laca y purpurina. Caballo, conciertos, bacanales, hepatitis.
Da la sensación, leyendo algunas de las crónicas, de que la Movida fue una desgracia humana más que otra cosa, aunque los protagonistas la recuerden con cariño. Tienen la vida atravesada por ella, como una brochetita de carne, como un virus largo con el que convivir. Los niños grandes están heridos: unos pocos arrastran la homilía del que sabe que pudo quedarse en tierra y ahora se agarra a la vida con los dientes. Son zombies de un mito. No se han recuperado nunca. Jamás han regresado a ese fulgor, a esa importancia. Taritas de volar joven.
Retrato generacional
"Cuando me planteé hacer este libro no tenía ninguna intención de escribir sobre la Movida Madrileña", explica el periodista Germán Pose, el padre de la criatura. "Mi idea era trazar un relato de viajes sobre unos seres humanos, entre los que me incluyo, que nacimos alrededor de los sesenta en diferentes sitios de España y coincidimos en Madrid. En los ochenta nos juntamos con veinte años en un paisaje disparatado, extraño y efervescente", recuerda. "Gran parte de la energía que había en ese momento en España tomó caminos relacionados con el arte". A Pose le molesta que un fenómeno tradicionalmente mitificado como La Movida haya sido tan cuestionado en los últimos años.
"Han salido unos fiscales de la llamada C. T., cultura de la Transición, que denigran La Movida y piensan que todo fue un fraude, una cosa de pijos", resopla. ¿No lo fue? ¿Resultó necesario como movimiento o podríamos haber prescindido de ella? "No sé si sirvió para algo o no, pero hubo una historia y funcionó. De ahí salió gente como Almodóvar, Jaime Urrutia, Alaska, Auserón, Carlos Berlanga, Víctor Abundancia, Alberto García-Alix... igual no sirvió, pero el cante lo dimos", explica. "Venían del New Yorker, del Miami Herald, venían revistas alemanas".
Las voces protagonistas aquí no lo fueron en los ochenta, pero lo vieron, lo olieron, lo lamieron todo: estaban allí para vomitar en los baños, para sacar los pies del tiesto en casa -como Johnny Cifuentes, el burning al que su padre jamás volvió a hablar cuando le dijo que dejaba el curro del taxi-, para liarse entre ellos con hambre endogámica y adolescente o para componer bellezas, como Jorge Ilegal, que dice sentirse mucho más heredero de Juvenal, Marcial o Quevedo que de Jimmy Hendrix o Bob Dylan, "con el que no tengo mucho que ver".
Droga y conciencia social
Hay prismas de la misma verdad. Tesa Arranz desgrana tríos, mezclas de cocaína y heroína, depresiones y sueños de experiencias extraterrestres. Cuenta que cuando se quedó embarazada, su novio, Eduardo, "que estaba pirado, metido en una secta y que se veía reflejado en la Biblia" la dejó porque se habían muerto cuatro gallinas que había en la casa y la acusó a ella de asesinato "por mis malas vibraciones".
Ella es sin duda el personaje más fascinante del libro: atroz, demente y dulcísima. Entran ganas de abrazarla hasta que se duerma y abandone un rato esa enferma insatisfacción vital. "Ahora Luis López Carrasco ha hecho una película de Tesa a partir de su testimonio en el libro. Se llama ‘Aliens’", sonríe Germán Pose. "Es un disparate... pero un disparate con genio, pellizco, gracia y una ternura invencible".
El relato de Carlos García-Alix es delicioso. Se aleja de la Movida superficial y ahonda en la social, en la activista, en la política. Describe su barrio obrero y deprimido, "uno de los más rebeldes y castigados por las bombas de la guerra": "Para mayor ofensa de los que habitaban esa zona, gente que había luchado a sangre contra los nacionales en ese lugar clave de Cuatro Caminos, llamaron a esa calle General Moscardó, y en las inmediaciones estaban las calles del General Varela, General Yagüe y Comandante Zorita. Para rematar la faena teníamos al fondo el Paseo del Generalísimo", recuerda. "El ayuntamiento nos tenía olvidados, no nos cuidaba nada, nos dejaba pudrirnos, como una sucia venganza por la resistencia en los tiempos de guerra".
El crío que venía de los Maristas de León empezó a juntarse a los quince años con las Juventudes del FRAP, las Comunistas y la Joven Guardia Roja. Escapaba a menudo de la policía, hasta que acabó preso en la cárcel de Carabanchel. "Estuve poco, un par de meses".
La Transición más honda es la menos Movida
Esa es la Transición más interesante, más honda; la menos Movida. También la del cura Enrique de Castro, la de los años de "vino, rosas y plomo", como dice Pose. Era hijo de un general franquista, venía de estudiar en Comillas y tejió lentito un relato social que hoy cuenta y que resulta imprescindible. Dice que en los ochenta llegó a fumar dando misa. Allí olía a porro que daba gusto. Vio la muerte y el horror en Vallecas, acogió en su casa a los chavales desamparados y aguantó temporales de todos los colores.
"Carlos Harry es un guardián de la noche esencial, Silvia Grijalba y su diálogo con Leonard Cohen, Fernando Estrella... me cuesta mucho elegir una voz, todas son excitantes", sostiene el autor, que en ningún momento del libro participa y deja hablar a los chicos que ya se han hecho mayores. Le pregunto quiénes han sobrevivido mejor y quiénes peor a La Movida, y él cree que "todos han sobrevivido bien" y que "ninguno ha sacralizado ese momento", pero lo que se respira en la obra es otra cosa. Una nostalgia insufrible. Un anclaje. Ninguno volvió a tener ese eco, esa pequeña importancia. "Todos tenemos nuestros achaques, pero los veo a todos con una furia tremenda por seguir vivos".
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