domingo, 4 de diciembre de 2016

#hemeroteca #homofobia | Persecución y muerte en la isla

Imagen: Newsweek
Persecución y muerte en la isla.
La comunidad homosexual fue brutalmente reprimida en Cuba. En Reinaldo Arenas, el aclamado escritor que se suicidó en el exilio, pudo verse ese lado oscuro que terminó por desencantar a millones de individuos que hasta entonces proclamaron su admiración por Fidel Castro.
Guillermo Rivera | Newsweek, 2016-12-04
http://nwnoticias.com/#!/noticias/persecucion-y-muerte-en-la-isla

En la cárcel del Morro, en La Habana, Cuba, los homosexuales ocupaban las dos peores galeras: en la planta baja, inundada de agua cada que subía la marea. Era mediados de los años 70 y Reinaldo Arenas, el escritor cubano conocido por sus obras magicorrealistas y su radical oposición al gobierno de Fidel Castro, vivía el momento más espinoso de sus poco más de 30 años: se había atrevido a escribir novelas que no magnificaban al régimen, las había enviado de manera clandestina al extranjero y, encima de todo, era homosexual, condición que en aquel momento era sinónimo de persecución y encarcelamiento en la isla. Por eso estaba ahí.

Era un sitio asfixiante, sin baño, en donde los homosexuales, las locas, eran tratados como bestias. Así lo testificó Reinaldo en 'Antes que anochezca', la autobiografía que escribió desde el exilio en Nueva York y que cuenta los episodios que él y sus colegas padecieron por reunir las condiciones condenables en la Cuba castrista: escritor disidente y gay.

En la cárcel, muerto de hambre, Reinaldo recordó que, precisamente, fue la vida de hambruna en Holguín lo que lo llevó a unirse a los rebeldes, en 1958, cuando tenía 14 años. Ahí comenzó su desencanto por la Revolución Cubana. “Antes de que Fidel Castro tomara el poder ya habían comenzado los fusilamientos de las personas contrarias al régimen”, narra en su testimonio. La Revolución castrista “se inició después de 1959. Comenzaba una gran cacería contra los soldados de Batista y supuestos delatadores. Muchas personas fueron asesinadas sin juicio alguno, inocentes y culpables”.

Entonces Arenas negaba su homosexualidad, pues esta “era castigada con expulsión, encarcelamiento”. Quien fuera descubierto era golpeado e implicaba “un expediente que lo perseguía durante toda su vida”.

Luego, fue evidente que el “ambiente de la revolución no permitía discrepancias, imperaba el fanatismo”. Fidel, dice, era “el fiscal general”.

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Cómo habría reaccionado Reinaldo Arenas si hubiera vivido para leer que, 30 años después de su encarcelamiento, Fidel Castro admitía que aquellas persecuciones “fueron momentos de gran injusticia”. Quizá hubiera recordado los campos de concentración de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), que existieron en Cuba en la segunda mitad de la década de 1960.

En abril de 1966, Raúl Castro declaró: “Dentro de los compañeros que han ido a formar parte de las UMAP se incluyeron jóvenes que no habían tenido la mejor conducta ante la vida”.

Su camino hacia la disidencia comenzó cuando Reinaldo comenzó a escribir y obtuvo un trabajo en la Biblioteca Nacional, tras ganar un concurso de narradores de cuentos. De inmediato notó otras circunstancias que no le agradaron: libros tachados de “diversionismo ideológico” desaparecieron. Su desencanto aumentó y escribió 'Celestino antes del Alba', que presentó a un concurso de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Ganó un premio. Esta sería su única novela publicada en Cuba. Más tarde recibió una mención honorífica por 'El mundo alucinante', en 1966.

Fue en la década de 1960 cuando, relata, “se promulgaron todas las leyes en contra de los homosexuales, se desató la persecución”. En 1969 Arenas temía por sus manuscritos. 'El mundo alucinante' fue prohibido. Su amigo, el pintor cubano Jorge Camacho, vivía en Francia. En una de sus visitas, Reinaldo le informó sobre la censura y Camacho se llevó a París el manuscrito de la novela censurada. Se tradujo, se publicó y fue exitosa.

Pero en Cuba, “el impacto de la crítica a la edición se convirtió para mí en un golpe absolutamente negativo. Fui puesto en la mirilla de la Seguridad del Estado, por ser un tipo conflictivo que escribía novelas irreverentes que no le hacían apología al régimen (que más bien lo criticaban) y porque había cometido la osadía de sacarlas clandestinamente”.

Los escritores rebeldes efectuaban tertulias literarias secretas. “Éramos vigilados por escribir cosas condenatorias contra el régimen”.

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Reinaldo Arenas escribió que Fidel Castro, aquel líder que había luchado contra Batista, “ahora era un dictador peor”.

La UNEAC envió a todos los escritores a los centrales azucareros para cortar caña, incluido Reinado. “La situación era desesperante. Las tertulias clandestinas se hacían cada vez más riesgosas”. Entonces el gobierno de Castro organizó un congreso y “el mayor encarnizamiento en este fue contra los homosexuales”. Se dijo que todo aquel “que ocupase un cargo en los organismos culturales debía ser separado”. Así sucedió.

Las detenciones aumentaban. Escritores gays que habían obtenido premios “eran súbitamente condenados a ocho años de cárcel por desviacionismo ideológico”. Arenas ya no podía escribir para la UNEAC. Lo peor estaba por venir.

Reinaldo y unos de sus amigos sostuvieron relaciones sexuales con otros dos hombres en una playa de Guanabo. Tras el acto, el par de sujetos robó sus pertenencias. El amigo tuvo la mala idea de llamar a la policía y los ladrones los acusaron de “maricones”. Reinaldo durmió esa noche en la cárcel. Gracias a una amistad salió bajo fianza, pero quedó pendiente un juicio.

La UNEAC elevó “los peores informes sobre mí. Todo lo positivo desapareció de mi expediente. Yo solo era un contrarrevolucionario homosexual”. El mismo Nicolás Guillén, entre otros escritores a quienes Reinaldo consideraba amigos, lo acusó de contrarrevolucionario. Necesitaba salir de la isla. Planeó escapar, pero la policía lo arrestó. Se fugó gracias a un descuido de los oficiales. No había escapatoria. Se cortó las venas con un vidrio.

Despertó más tarde, seguía vivo. Sobrevivió de manera clandestina en el Parque Lenin. Escribió un comunicado sobre su persecución a la Cruz Roja Internacional, la ONU y la Unesco. También habló de la caza y censura que habían sufrido él y otros escritores, algunos fusilados, como el caso de Nelson Rodríguez. Gracias a sus amistades en La Habana y París, el documento fue publicado en el diario Le Figaro y en México.

Su situación “era terrible. El escándalo internacional por mi fuga era tremendo y la Seguridad del Estado estaba alarmada”. Pasó lo inevitable: los soldados lo encontraron. Fue trasladado a la prisión del Castillo del Morro. De nuevo intentó suicidarse, no pudo. Ahora estaba encerrado en una galera con 250 criminales.

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La persecución contra homosexuales provocó que la imagen de la Cuba revolucionaria se derrumbara para siempre en algunos sectores, sobre todo de Europa.

En la entrevista que Fidel Castro concedió en 2010 a La Jornada reconoció, por primera vez en décadas, esas persecuciones que quebraron miles de vidas. Sí, dijo, “fueron momentos de gran injusticia”. Según Fidel, ese odio se conformó “como una reacción espontánea en las filas revolucionarias, que venía de las tradiciones”. “¿Quién fue el responsable, directo o indirecto, de que no se pusiera un alto a lo que estaba sucediendo? ¿El Partido?”, le preguntó la periodista Carmen Lira Saade. “No. Si alguien es responsable, soy yo”, reconoció el comandante. Se justificó: “...en esos momentos no me podía ocupar de ese asunto... Me encontraba inmerso en la Crisis de Octubre, en cuestiones políticas, no le prestamos suficiente atención”.

Imposible que Reinaldo predijera en la cárcel esa declaración tardía. En aquel hórrido espacio, se limitó a presenciar violaciones sexuales, agresiones constantes, suicidios.

Le Figaro informó que había desaparecido. Comenzaron los interrogatorios. Querían saber quiénes eran sus amistades en Cuba y el extranjero. Intentó suicidarse otra vez, no lo consiguió. Oficiales lo sacaron del Morro y lo llevaron a la Villa Marista, la sede principal de la Seguridad del Estado cubano. Un teniente lo interrogó. Le dijo que podían matarlo y nadie sabría. Le exigió confesar que era un contrarrevolucionario, que se arrepentía de su debilidad ideológica y que la revolución había sido “extraordinariamente justa” con él. “Yo no quería retractarme de nada; pero después de tres meses firmé la confesión... Eso prueba mi cobardía”.

El escrito “hablaba de su vida y condición homosexual. En realidad, renegaba de toda mi vida”. Se comprometía a “rehabilitarse sexualmente. Antes de la confesión yo tenía mi orgullo. Después, no tenía nada”. Seis meses después lo llevaron a una “prisión abierta”. “Trabajábamos desde la madrugada hasta las nueve de la noche. La vida de esos hombres había sido destruida por aquel sistema”.

Qué difícil es realizar, hoy, un diagnóstico sobre la vida de la comunidad LGBT en Cuba. Desde 1979 fueron legalizadas las relaciones sexuales privadas, no comerciales y consentidas entre personas del mismo sexo con más de 16 años, pero en el código penal del país la homosexualidad “públicamente manifiesta” continúa ilegal. Es difícil afirmar que el acoso policiaco se haya exterminado.

Se sabe que desde 2008 se practican operaciones gratuitas de cambio de sexo y que hasta 2012 se habían realizado 20, según datos del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex), que dirige la hija de Raúl y sobrina del fallecido Fidel: Mariela Castro, sexóloga y activista de 54 años en pro de los derechos LGBT. Gracias a ella, algunos avances se han logrado en diversidad sexual e identidades de género.

Sobre el matrimonio gay, según Cubanet, “legisladores contemplarían la posibilidad de reconocer los efectos civiles (económicos) de ese tipo de alianzas, sin otorgarles carácter conyugal”.

En 2013 el Partido Comunista de Cuba incluyó en sus estatutos la obligación de sus militantes de enfrentarse a los prejuicios y conductas discriminatorias por motivo de orientación sexual. El pasado mayo de 2015, reportó el Granma, se efectuó la novena jornada cubana contra la homofobia y la transfobia. Se realizaron “debates, acciones de promoción y activismo”.

Cuando en 2010 se celebró la tercera jornada, Mariela sostuvo que se “ha conseguido una mejor imagen de Cuba tras la marginación de los años 60”. A pesar del progreso legal y cierta apertura de la sociedad cubana, quedan asuntos pendientes: el estigma social, sobre todo por influencia religiosa; tratamiento del tema en medios de comunicación, reconocimiento total de derechos o la prostitución masculina. Ese último destaca porque la principal industria de Cuba es el turismo, con más de dos millones y medio de visitas extranjeras hasta septiembre de 2015.

Un artículo de Foreign Policy, revista sobre política internacional, afirma que el único movimiento LGBT permitido en Cuba “es el oficial, creado por Mariela. Su lucha forma parte “de la propaganda estatal, pero continúa la habitual marca de un régimen totalitario”.

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Reinaldo Arenas quedó libre a principios de 1976. “Mi situación era cada vez más difícil y ya no tenía ni dónde caerme muerto”.

Después sucedió el éxodo de Mariel. En abril de 1980, un chofer de la ruta 32 se lanzó con todos sus pasajeros contra la puerta de la embajada del Perú y solicitó asilo político. Lo insólito fue que esos pasajeros también lo hicieron. “Castro ordenó retirar a la escolta cubana del lugar y miles de personas entraron en la embajada pidiendo asilo político”, relata Reinaldo. La prensa mundial dio la noticia.

“La persecución social alcanzó niveles alarmantes”. Para que no estallara una revolución popular, “Fidel y la Unión Soviética decidieron dejar salir del país a un grupo de aquellos inconformes”. Se abrió el puerto de Mariel. Según cuenta Arenas, Castro decidió quiénes podían salir: delincuentes comunes, agentes secretos que quería infiltrar en Miami. “Miles de personas honestas lograron también escapar. Había la orden de dejar marchar a todas las personas indeseables y dentro de esa categoría entraban, en primer grado, los homosexuales”.

Arenas buscó su salida. Fue a la policía local. Se declaró homosexual y eso fue suficiente. “Por aquel éxodo salieron 135 000 personas que querían recuperar su humanidad”.

En Estados Unidos, Reinaldo no dudó en hacer declaraciones contra “la tiranía que había padecido durante 20 años”. En el exilio, recorrió países europeos. “En todos dejé escapar mi grito”.

El 7 de diciembre de 1990, en fase terminal de sida, se suicidó en Nueva York y dejó una nota a sus amigos: “… debido al estado precario de mi salud y a la terrible depresión sentimental que siento al no poder seguir escribiendo y luchando por la libertad de Cuba, pongo fin a mi vida”.

Aclaró que lo hacía voluntariamente, “porque no puedo seguir trabajando. Ninguna de las personas que me rodean están comprometidas en esta decisión. Solo hay un responsable: Fidel Castro. Los sufrimientos del exilio, las penas del destierro y las enfermedades que haya podido contraer en el destierro seguramente no las hubiera sufrido de haber vivido libre en mi país”.

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