viernes, 9 de diciembre de 2016

#hemeroteca #lesbianismo | Las cartas de amor de Virginia Woolf y Vita se hacen novela

Las cartas de amor de Virginia Woolf y Vita se hacen novela.
Carmen Burgos | El Asombrario, Público, 2016-12-09
http://elasombrario.com/cartas-noveladas-explicitan-recrean-la-relacion-virginia-vita/

“A Chloe le gustaba Olivia” es una frase en la que por primera vez “podía leerse en un libro escrito en inglés que a una mujer le gustaba otra”, explicaba la propia Virginia Woolf refiriéndose a ‘Una habitación propia’, aparecida en 1929, y que Pilar Bellver -autora de esta reciente novela, publicada por Dos Bigotes en edición limitada con la firma y un dibujo originales- toma prestada y transforma en ‘A Virginia le gustaba Vita’. Cuatro largas cartas que explicitan y recrean la relación mantenida entre la famosa escritora británica y la aristócrata Vita Sackville-West, también escritora. Todo un homenaje a Virginia Woolf y a su obra, convertidas en grito y símbolo de la emancipación femenina en la segunda mitad del siglo XX.

No se entendería en toda su dimensión esta novela sin saber de su autora. No se trata de una primeriza como lo atestiguan sus obras y premios, pero sí minoritaria, como ella misma se define. Vive alejada de los circuitos literarios, no acude a las firmas de libros ni se presta a otras servidumbres editoriales… Sin morderse la lengua ni la pluma cuenta en su blog que fue creativa de una agencia de publicidad: “Uno de los trabajos mejor pagados del mundo porque consiste en mentir y seducir a los demás sin que se den cuenta de que, por mucha leche desnatada Pascual que tomen, nunca tendrán el tipo de sílfide que les prometemos. Como creativa, fui la madre de ‘Mi primo el de Zumosol’, por ejemplo, un personaje que llegó a hacerse mucho más famoso de lo que será nunca mi María Bielsa, la protagonista de mi primera novela larga, ‘Veinticuatro Veces’”. No deja tampoco lugar a dudas cuando dice que la suya es: ”Una literatura al servicio de los intereses comunes de mi grupo social, gratuita e independiente de los poderes dominantes (…) y no para los intereses comerciales de los grupos editoriales (…) que están luchando organizadamente y en batallón armado por su dinero (por lo que ellos llaman derechos de propiedad intelectual) contra quienes defendemos el acceso libre a la cultura (lo que ellos llaman piratería)”.

En una conversación telefónica hablamos de literatura, del porqué y el para qué de esta última novela, de cuál es la percha de la que cuelgan sus libros. En su discurso se deja sentir el acento de su Jaén natal, así como algún que otro leve rastro de su paso por Colombia. Habla como escribe, torrencialmente, sin ambages, con convicción y seguridad, de manera apasionada, sin tapujos ni medias tintas y transmitiendo una sensación de absoluta libertad. No es fácil interrumpir su discurso vívido, asentado y digerido; se pregunta y se responde; resulta intensa y próxima y utiliza la sorna, tanto si ataca como si defiende; es políticamente incorrecta y para evitar males mayores, en alguna ocasión pide un ‘off the record’: “No escribas eso porque me crucifican”. Y sale casi a titular por párrafo…

¿Qué ha pretendido Pilar Bellver novelando estas cartas?


Si te fijas, la gente heterosexual tiene un montón de referentes, muy bonitos, muy ‘glamourosos’. Están llenas de ellos la historia de la literatura, de la cultura, de la pintura, de la música… Las mujeres que somos lesbianas tenemos muchos menos referentes, porque no se ha reflejado, porque hemos sido silenciadas… Y de pronto, una mujer como yo, que además de feminista, soy comunista y muy de izquierdas, me encuentro frente a una aristócrata inglesa y una Virginia Woolf -sí muy respetada por las mujeres feministas, pero también de la alta sociedad, porque así lo era- y digo: ¿qué problema hay en convertirlas en lo que realmente fueron, en devolverle al personal de hoy un ‘glamour’ que no tuvieron porque o lo han silenciado o no ha sido contado? Y son cartas, ¿por qué?, porque es una historia de amor perfectamente documentada en las cartas que ellas intercambiaron, en los diarios que escribió Virginia, porque Vita no escribió diarios, yo me los invento en la novela… Y ¿qué nos falta?, la primera vez que se acostaron, la primera noche de amor, ese puntazo de amor efervescente. Virginia no lo contó en sus diarios porque sabía que lo podía leer Leonard [su marido], y Vita no lo contó porque no lo contó… Tenemos entonces las cartas que son incendiarias entre ellas, que son privadas, en las que se hablan eróticamente con mucha claridad pero nos falta la noche de amor con las que todas las historias de amor comienzan. Tenía la necesidad de contarlo y por eso lo conté.

Retomando el hecho de que eran dos mujeres, sin duda liberalísimas en su momento y sin prejuicios, emblema de la libertad sexual, sin embargo también eran gente mimada y marginal, como lo era el grupo de intelectuales de Bloomsbury -en el caso de Virginia- y en el de Vita por su condición de aristócrata.

Uno no elige donde nace, pero sí elige lo que piensa. Virginia tiene un montón de prejuicios contra los judíos y casi la queman por judía porque se casó con un judío… Uno no se desclasa del todo. Es cierto, son gentes con mucho dinero, con muchos privilegios; en el caso de Virginia, más bien privilegios intelectuales -y de eso se habla en la novela- y en el caso de Vita, privilegios de clase. Pero es verdad que ellas, habiendo recibido esa educación, la torcieron, le dieron la vuelta y, si lo vemos retrospectivamente, Virginia se convierte en la intelectual más grande del feminismo. Hoy sabemos que ‘Una habitación propia’ es del año 1929, que en el año 1928 había publicado ‘Orlando’ [inspirada en Vita], que ‘El segundo sexo’ de Simone de Beauvoir es del año 1949, que la mística de la feminidad no llega hasta los años 60… Cuidado, que estamos hablando de una verdadera protofeminista, intelectualmente valiosísima. ¡También Marx era de buena clase!

Me refería concretamente a que, pese a su relación reconocida, ambas permanecieron casadas, lo que parece una notoria contradicción.

En el caso de Vita, por supuesto. Y las dos se casan, cierto. Estaban buscando un matrimonio de conveniencia. Virginia seguro, porque primero se prometió a Lytton Strachey, siendo éste absolutamente gay; era el más gay de Bloomsbury. ¿Qué hay detrás de eso?, pues no hace falta investigar mucho para saber que estaba el probable lesbianismo de Virginia y la homosexualidad declarada de Lytton. Ellos tenían en su mundo reglas propias, eso es típico de las clases dominantes: inventamos una ética que han de cumplir los demás, pero nosotros nos la saltamos, ¿cierto? Lo único que podemos decir a favor de esta gente es que intentaron hacerlo público. Virginia en el años 1925 publicó ‘La señora Dalloway’, que es un punto y aparte en la historia del feminismo porque es una novela que se mete dentro del mundo de las mujeres y porque cuenta por ejemplo el orgasmo de una mujer pensando en otra; o sea, está hablando de una historia de amor de jóvenes; mientras que ‘El pozo de la soledad’ de Radclyffe Hall -que se supone que es el primer libro lesbio en inglés- llega un poquito después, en el año 28. Ellos, dentro de esos privilegios que tenían, que podían vivir su libertad, tenían dinero para ello, pero por otro lado, pudiendo haberse quedado más tranquilitos, en la sombra, intentaron sacar todo eso a la luz.

¿Qué diferencia hay frente a otras referentes de las mujeres en el siglo XX, como Simone de Beauvoir, Marguerite Yourcenar, Doris Lessing, Susan Sontag…?

Virginia era más inteligente que todas las personas que me acabas de mencionar; para empezar, era más lista. Al analizar la historia y a las personas, hay dos aspectos para mí que forman parte de la subjetividad pero que son fundamentales. Uno es ser buena persona y otro es ser una persona especialmente inteligente. En el caso de Virginia se dan ambos. Era muy buena persona y una de las escritoras más honestas que ha tenido la literatura en lo que hacía y en lo que pensaba -si no, se habría peleado varias veces con Vita, que era muy casquivana- y tenía una exigencia ética por encima de la norma y por eso fueron amigas siempre. Virginia era más visionaria intelectualmente de lo que todavía hoy somos capaces de darnos cuenta. Por ejemplo, estamos hablando de que –dejando aparte a los escritores rusos realistas, como Tolstoi– quienes abren un nuevo camino nuevo en la literatura son Virginia Woolf y Marcel Proust. Proust abre el camino de la interiorización crítica de lo que somos; Virginia hace eso, pero con las mujeres, y para mí está dos escalones por encima de Proust, lo está literariamente y lo está intelectualmente. Ambos abren un camino juntos, con la diferencia de que Proust lo hace por el lado de la aristocracia masculina y Virginia lo hace desde otro punto de vista, el feminista, el que nos faltaba a principios del siglo XX; lo abre ella, a mí no me cabe duda.

Hoy el feminismo se ha multiplicado y se habla de feminismos, unos con apellido como radical, otros con prefijos determinantes como en el caso del ecofeminismo… ¿Dónde se sitúa en este mapa Pilar Bellver?

A ver. Yo me defino siempre como marxista, feminista materialista (no soy una feminista de la diferencia), atea, iconoclasta y todo lo que quieras poner a continuación. Pero creo que hay dos grandes contradicciones en la historia de la humanidad. Una es la de los ricos y los pobres (clasista) y otra es la de las mujeres y los hombres (feminista) y si me apuras mucho, mucho, mucho, creo que la diferencia de género es más asumible por un sistema capitalista que la diferencia entre los ricos y los pobres. Me puedo imaginar un mundo sin diferencias de género completamente desigual en cuanto a clases sociales, me cabe en la cabeza. Yo creo que las contradicciones de género son importantísimas siempre y cuando sean indisolubles desde las contradicciones de clase. Me parece que es más duro que eliminemos las diferencias de clase que eliminemos las diferencias de género.

Ya, pero…

Pero vamos a situarnos en los años 90. Tenemos tres feminismos: uno, el feminismo de la diferencia, de la mística, casi de la feminidad (que me ponen de los nervios), que ha fracasado ideológicamente; luego, el feminismo radical, en el que la contradicción más grande es la que hay entre las mujeres y los hombres, y que explica el planeta; y otro, el de las feministas marxistas, que siempre pensamos que como se nos olvidara una de estas dos patas mal íbamos a ver la realidad, mal podríamos analizarla. Curiosamente, Virginia tiene en cuenta esas dos patas; era un personaje diferente, no lo olvida casi nunca en todo lo que escribe, aunque tenga contradicciones propias. Marxista y feminista, dos palabras indisolublemente unidas porque, si no, no puedo explicar la realidad. Insisto: me cabe un mundo sin diferencias de género, pero con diferencias de clase, enormes, enormes…

¿La actitud militante frente al patriarcado, que no siempre excluye a todos los hombres ni tampoco incluye a todas las mujeres, se hace independientemente de su condición sexual, o se entiende o no según sean homosexuales o heterosexuales…?


A mí, de la heterosexualidad solo me interesan las mujeres y lo voy a explicar. Que un hombre sea heterosexual no me define nada; que sea homosexual, casi que tampoco, porque se puede ser muy homosexual y muy machista. Y se puede ser heterosexual y muy feminista, por eso no soy feminista radical; no creo en el lesbianismo como opción política ni que una mujer por el hecho de ser feminista tenga que ser lesbiana o que una lesbiana por el hecho de ser lesbiana acabe siendo feminista. Esas cosas las tenemos muy claras desde los años 90. Lo que pasa es que al hablar de feminismo es mejor hablar de lo que nos une que de lo que nos separa, porque ya esto es hilar muy fino… Pero vamos, sí, me siento más cercana a un hombre heterosexual respetuoso con el feminismo que a una feminista lesbiana como Condoleezza Rice, [la exsecretaria de Estado de Estados Unidos del gobierno de George W. Bush] negra, lesbiana y la mano derecha de lo peor que ha tenido EE UU, pues no me siento cercana a ella, o de Encarna Sánchez (periodista, locutora de radio) muy de derechas y muy lesbiana y, mire usted, no me siento muy cercana; esto es algo que en la izquierda tenemos claro desde hace muchísimo tiempo.

Cuando se habla de literatura de mujeres, del maridaje de narrativa y feminismo, muchas autoras lo rechazan, sosteniendo que la literatura es literatura la haga quien la haga y lo contrario es una manera de marginar, de etiquetar, de rebajar de rango. Nélida Piñón, la escritora brasileña, afirma que no hay una manera masculina o femenina de escribir, pero sí una sensibilidad de quien alguna vez sufrió una represión, de quien se quedó al margen y que tiene que inventar para entender… Y se preguntaba qué decir de Flaubert y su ‘Madame Bovary’.


Bueno, ‘Madame Bovary’ es una novela que a mí no me gusta. Entre Madame Bovary y Ana Karenina, me quedo 40 millones de veces antes con Ana Karenina. Porque es mejor novela para empezar. Y para completar el grupo de las tres adúlteras literarias del siglo XIX, en España tenemos a Ana Ozores, ‘La Regenta’, de Clarín (que como fue traductor de Flaubert, pues algo le inspiraría…); Tolstoi, ¡que no era poco misógino el hombre!, pero era tan buen escritor… Y como los buenos escritores, incapaz de mentir sobre lo que observa. Los buenos escritores hasta cuando no aciertan pueden contarnos mujeres interesantes; y no te olvides de Cervantes, que fue capaz de construir a Marcela, un personaje que tiene unas pocas páginas del ‘Quijote’ y que yo invito a todas las mujeres a buscar y leerlo… Pero ¿es que me vas a decir que Cervantes era feminista? Pues no, pero estuvo rodeado de mujeres importantes; un poquito raro sí que era, pero sobre todo era un grandísimo escritor, con lo cual su observación de la realidad es más objetiva, es más realista que la de otros que está llena de sentimientos y subjetividades que no sé adónde van, de metáforas que no se entienden… Ana Karenina nos aporta una visión más interesante. Dicho esto, a mí me parece una indecente falta de respeto por parte de los hombres que se dedican a contar, en el siglo XX – algunos, además en primera persona-, la vida de una mujer; ¡pero tú adónde vas!; yo no lo haría nunca, ni se me ocurre, ni se me pasa por la cabeza ponerme en primera persona, usar la voz de un hombre para contar no se sabe qué. ¡Pero si yo no soy eso!

Y entonces…


Mira, la labor de una escritora es ser veraz, honesta con lo que sabe y con lo que no sabe. ¿Por qué Virginia es tan buena?, porque lo hizo desde el punto de vista de las mujeres, porque era su mundo.

Pero…

¿Cómo voy a meterme yo, como Yourcenar, a contar las memorias de Adriano?, ¿cómo voy a contar yo el alma de un emperador romano?; ¡por favor, un poco de respeto!

Y ¿qué ocurre -por poner un ejemplo- con una Patricia Highsmith metida en la piel de Ripley?

Patricia es más honesta que Yourcenar. Yourcenar tiene un libro, ‘Alexis o el tratado del inútil combate’, de un gay; ¡pero tía, si la lesbiana eres tú, ¿por qué en el siglo XX no me cuentas una historia de lesbianas?!

¿No estaríamos entonces cercenando la libertad de creación, de la ficción? En ese caso solo cabrían dietarios…

Yo puedo contar por reflejo un personaje masculino, claro que sí; no solo no me limita, sino que sería interesante que lo hiciéramos las mujeres -y lo hacemos-; ahora, no me puedo poner dentro del ánima de un hombre porque eso se me escapa. Puedo hablar de las consecuencias de sus acciones -como hombre- en mi psique como mujer. Si cada uno cuenta lo que sabe de su parte pues hay un mínimo de honestidad y un mínimo de oficio, lo que nos lleva al talento en la literatura; pero el talento y la genialidad vienen después.

Quería comentar el apéndice a la novela que ocupa un buen puñado de páginas; esa conversación entre tía, una mujer adulta, y sobrina, chica joven. ¿No se corre el peligro de que el objetivo didáctico, militante de una causa, le constriña la narración?

Es el apéndice de la novela. No sabía cómo decir que eso ya no es la novela. Surge -una vez que has hecho las notas a pie de página-; honestamente, como si estuvieras contándoselo a una amiga. La parte creativa está en esas cuatro cartas que son inventadas desde la primera palabra hasta la última; lo digo porque han empezado a entrecomillar como frases de Virginia frases que son mías. Esa es la parte creativa, la parte literaria para lo que hay que haberse leído 3.000 páginas. Se me decía: como tú sabes tanto, me haces un resumencillo y me lo cuentas. Por eso escogí el apéndice, porque creo que una parte que no debemos olvidar es que podemos utilizar cosas que son muy sencillas y fáciles de comprender y no un montón de metáforas incomprensibles como hacen los progres escritores modernos. Eso en el fondo de mi corazón es un grito de crítica. Si todo eso no lo haces más sencillo…

Reconozco que al principio me sorprendió el cambio de tono…

Pero ¿para qué estamos en este mundo, para qué se escribe? Es algo que María Zambrano contaba muy bien, no solo para qué escribimos sino para quién. Así, con tranquilidad y sin necesidad de complicar las cosas. Yo no lo llamaría militancia, sino pedagogía sin ánimo de nada, para que alguien que compre el libro no vaya a creer que ha perdido el tiempo. Es la primera novela que publico en una editorial LGTB, pensando en la gente, en no defraudar las expectativas de quienes iban a leerlo. Decía, vamos a rodearlas de referentes glamourosos, interesantes, intelectuales y bonitos, vamos a dotarlas de esos referentes que cuando eres heterosexual los tiene por todos los lados, incluso si eres feminista tienes más referentes que si eres además lesbiana. Cuando yo leí con 18 años ‘Retrato de un matrimonio’, ¡lo que significó para mí! Era una historia maravillosa y yo la compré porque era Vita y sus historias lésbicas y, de pronto, hacia el final aparecía Virginia Woolf; aquello fue lo más grande para mí y para mucha gente de mi edad. En esa época, me marcó, y te diría que también como escritora. Imagínate tú ahora de dónde están bebiendo la gente transexual, de ‘Orlando’, en siglo XXI y se escribió en el año 1928, por eso la gente que tiene mucho y bueno que contar no necesita encriptar sus frases, son asequibles… Son formas de entender la literatura.

El grado de libertad de que disfrutas no todo el mundo puede permitírselo, como tú misma has reconocido y cito textualmente: “Yo tengo esa habitación propia [de la que hablaba V W). Y, además, es amplia, cómoda, está caliente en invierno y fresquita en verano. Incluso, no quiero mentiros, dispongo del dinero que hace falta para vivir haciendo muy pocas cosas remuneradas. No tengo criaturas ni ancianos que dependan económicamente de mí. No sufro escasez. Así que lo hago también, es verdad, porque puedo permitírmelo”.

Yo como novelista soy muy minoritaria, no me conoce la gente, cosa que no tiene importancia. Yo vivo en el campo, en la sierra de Cazorla… Es verdad, no necesito vivir de la literatura, no tengo que ir a dar conferencias, vivo al margen del mundo literario y si esa libertad no la aprovecho para decir lo que quiero, sería para matarme.

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