domingo, 11 de diciembre de 2016

#hemeroteca #cine | El cuarto hombre

Imagen: Encadenados / Fotograma de 'El cuarto hombre'
El cuarto hombre.
Francisco Nieto | Encadenados, 2016-12-11
http://www.encadenados.org/rdc/rashomon/138-rashomon-n-93-paul-verhoeven-2/4418-el-cuarto-hombre-de-vierde-man-1983

La coleccionista de amantes

No deja de resultar un tanto extraño que el título que nos ocupa sea uno de los más reverenciados por parte de los estudiosos de la filmografía de este magnífico cineasta holandés que protagoniza nuestro ‘Rashomon’ de este mes y, sin embargo, duerma el sueño de los justos en el olvido más absoluto de los cinéfilos.

Si le preguntas a cualquier entendido en la materia que te cite a bote pronto tres o cuatro títulos fundamentales en la carrera del director seguro que muchos coincidirán en convocar películas como ‘Instinto básico’, ‘Desafío total’, ‘Robocop’ e incluso los que se hayan aventurado a profundizar en su primera etapa holandesa destacarán films como ‘Delicias turcas’ o ‘Eric, oficial de la reina’ antes que ‘El cuarto hombre’.

Así que para quien esto escribe ha significado una gratísima sorpresa topar con una auténtica obra maestra que no tiene desperdicio alguno. Un trabajo con un sentido del ritmo ejemplar que atrapa desde los primeros fotogramas, esos que acompañan los inquietantes títulos de crédito en los que una voraz araña ataca una mosca atrapada en su tela. Después va trepando por la madera hasta conquistar la cima de la cabeza de un Cristo crucificado. Vemos cómo se va desplazando por todo el occipital en plano general, deslizándose posteriormente hacia el suelo, momento que aprovecha para volver a cazar a otro insecto atrapado sin salida. Repite el movimiento una vez más, ahora en primer plano, y su forma velluda tapa por completo el ojo derecho de la figura, como si la cuenca estuviera vacía.

A partir de ahí la cámara se desliza en ‘travelling’ hasta el adormilado héroe de la función, un hombre que se despierta al instante titubeante y tiritando. Intenta afeitarse sin conseguirlo y alcanza algo de paz dándose un buen lingotazo de vitriolo que aplaca sus ansias y sufrimientos. Se acerca a su andrógeno novio que está tocando el violín y lo ahoga con violencia inusitada con una pieza de lencería femenina que andaba por allí suelta. Tres minutos de metraje y ya es para quitarse el sombrero. La trama arranca con el protagonista, un escritor que se dedica a dar conferencias sobre su oficio en círculos literarios, desplazándose a Vlissingen, un pequeño pueblo costero del sudoeste de Holanda, para dar una de sus charlas.

En cuanto se sube al tren que le ha de llevar a su destino, comienza a tener una serie de visiones premonitorias que le ponen en alerta de que algo no acaba de funcionar como debiera. La muerte ajena se va cruzando en su camino mientras adereza su nerviosismo con una pléyade de pesadillas donde los desmembramientos y asesinatos están a la orden del sueño. Todo cambia cuando conoce a Christine Hasslag, una rubia de infarto a la que descubrirá grabándole en una cámara Super 8, y a la que, después de un tórrido flirteo, conseguirá seducir y enamorar.

Y hasta aquí vamos a contar de la trama, pues tras estos acontecimientos previos ocurrirán una serie ilimitada de catastróficas desdichas que nos tendrán con el alma en un puño, todo ello salpicado de explícitas secuencias de sexo, tanto heterosexual como homosexual, algún que otro episodio escandaloso católico-festivo, e incluso cierto coqueteo con el cine fantástico y de terror, premonitorio de lo que a partir de entonces constituiría su fructífera etapa norteamericana, donde consiguió convertirse en realizador puntero de clásicos imperecederos ante los que sus postreros ‘remakes’ (nos referimos de nuevo a ‘Robocop’ y ‘Desafío total’) no han hecho más que resaltar aún más la figura de un artista tan provocador como iconoclasta.

Imagen: Google Imágenes / Fotograma de 'El cuarto hombre'
La gracia de lo que Verhoeven nos quiere contar en este ejercicio de estilo sin par radica en el constante juego de confusión entre lo que es real e irreal. Sin hacerle ascos a situaciones de marcado acento cómico (el encuentro del protagonista con la comitiva fúnebre donde cree que el muerto es él mismo) y otras mucho más trágicas (que se vayan preparando los hombres que vean la película, porque el toque ‘gore’ que se nos regala tiene mucho que ver con la entrepierna masculina), todo el desarrollo argumental se balancea entre lo verdadero y lo ficticio.

Los sueños y visiones que tiene el novelista, durante su trayecto ferroviario y en posteriores momentos en la residencia de su nueva pareja, preceden a los acontecimientos que van a producirse en un atractivo recurso narrativo. Nada es lo que parece aunque al final las piezas del rompecabezas onírico vayan encajando de forma irrefutable. La película se construye de ese modo en torno a imágenes que van ensamblándose sin mecanizarse, ya que pertenecen a dos realidades distintas, la visible y la subconsciente.

A medida que avanza la historia el film deviene un ‘thriller’ con elementos de intriga, misterio y suspense psicológico y erótico, que retiene la atención del espectador y le sumerge en un universo de impresiones agitadas y fuertes. Seguro que los más duchos en la materia verán multitud de referencias a Hitchcock, Clouzot y otros clásicos que ya hicieron de la provocación su punta de lanza, pero aquí de lo que se trata es de disfrutar de una narración por completo desprejuiciada, donde el morbo y el retorcimiento se dan la mano en un alarde de sucia y zafia precisión.

La inquietud que envuelve todo el relato es siempre muy física, y puede proceder lo mismo del viento que arrastra tras una puerta la hoja de papel en la que el escritor intenta dar forma de manera infructuosa al primer capítulo de su nueva obra; de una gaviota que cae muerta desde el cielo (una imagen utilizada hasta la saciedad desde entonces por multitud de directores); de las tijeras para cortar el pelo que utilizan las trabajadoras del salón de belleza propiedad de la andrógina protagonista del film; del acto de disimular los pechos durante el acto sexual; de un perro que ladra furioso mientras docenas de pétalos rojos revolotean a su alrededor (una imagen bellísima donde la pantalla se vuelve a teñir una vez más de rojo pero con un sentido poético de la violencia difícil de superar)... y así hasta el infinito y más allá, porque la película no deja de sorprender con una cantidad ilimitada de recursos cinematográficos que tendrían que ser de visión obligada para todos aquellos estudiantes de cine que se estén iniciando en la materia.

Punto y aparte merece la escena en la que Gerard Reve (a quien da vida el excelente actor holandés Jeroen Krabbé, quien por cierto también probaría suerte en Hollywood donde se le pudo ver en títulos como ‘El fugitivo’ o ‘Alta tensión’) va desmadejando a golpes de realidad las verdaderas intenciones de quien él creía su media naranja. Sin desvelar nada de lo que allí ocurre, tan sólo destacaremos los infinitos recursos fílmicos utilizados por alguien que empezó a despuntar en una industria cinematográfica tan minoritaria y poco exportable como lo era la holandesa en la década de los 80.

Por último apuntar que si atendemos a la ficha técnica del film descubriremos que el director de fotografía de ‘El cuarto hombre’ es otro realizador que consiguió fama y prestigio en la meca hollywoodiense. Nos referimos a Jan de Bont, quien filmó para los americanos películas cargadas de adrenalina pura como ‘Twister’ o ‘Speed’.

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