Imagen: Librópatas / Las calculadoras de estrellas |
Raquel C. Pico | Librópatas, 2016-12-13
http://www.libropatas.com/libros-literatura/las-calculadoras-estrellas-las-mujeres-catalogaron-cielo/
A finales del siglo XIX, uno de los científicos de Harvard hizo algo un tanto sorprendente (sorprendente para la época, claro está) a la hora de formar su equipo. El científico, Edward Pickering, había sido puesto al frente de una tarea titánica. Tenía que conseguir catalogar todas las estrellas del cielo, partiendo de una colección de fotografías que había recibido la universidad de Harvard con un legado. Al principio, contrató a científicos hombres para hacer ese trabajo, pero pronto se dio cuenta de que no estaba obteniendo los resultados esperados. Tras un exabrupto de esos que suelen quedarse para siempre en la historia (gritó a uno de sus subordinados que su ama de llaves podría hacer el trabajo y podría hacerlo mejor) cambió de estrategia. Contrató a mujeres (su ama de llaves la primera) para encargarse de catalogar las estrellas. Así fue como nacieron las calculadoras de estrellas (o el ‘harén de Pickering’ en las lenguas malintencionadas), unas profesionales científicas poco conocidas por el público generalista pero con una historia fascinante.
Las calculadoras hacían un trabajo tedioso y muchas veces poco reconfortante. Les pagaban poco dinero por lo que hacían (menos que a los hombres) y su propio trabajo científico estaba muy limitado. Muchas de ellas, sin embargo, lograron, en ese ambiente un tanto hostil, hacer grandes y trascendentales descubrimientos científicos, como ocurre por ejemplo con algunas de las calculadoras que se convirtieron en mujeres homenajeadas en los cráteres de la Luna.
Su historia se acaba de convertir también en material para la ficción. Miguel A. Delgado acaba de publicar ‘Las calculadoras de estrellas’ (publicado en Destino), una novela que se acerca a ellas a través de Gabriella Howard, una niña a la que la Guerra Civil estadounidense deja huérfana y que se acabará convirtiendo en una de estas pioneras de la ciencia. “Gabriella es un personaje de ficción”, explica el escritor al otro lado del teléfono, “pero a través de ella y de la relación que establece con Maria Mitchell funciona como mirada para descubrir todo ese mundo y a partir de ahí introducir todos los personajes y lugares reales”. Gabriella, atrapada en un orfanato, es reconocida por Mitchell, que conoció en el pasado a su padre y que la convierte en una especie de prohijada y, sobre todo, aprendiza científica.
La novela no se centra tanto en la labor de las calculadoras y del día a día en la universidad de Harvard, sino más bien en la formación de una de esas calculadoras. “Podría ser la historia de alguna de ellas”, apunta el escritor. “Muchas veces pensamos sobre los científicos que son gente especial, gente rara, y a mí me interesaba muchísimo contar la historia real, como estas científicas eran personas normales y corrientes, que tenían una situación muy similar a la de cualquier mujer de la época. Por eso, lo que más me interesaba era contar cómo se formaba una calculadora”, indica.
Por ello, la novela juega con la ficticia Gabriella y con los científicos reales que protagonizaron la historia. ¿Cómo se logra escribir sobre gente real y convertirlos en parte de la ficción? “Los personajes reales son personajes. Igual que cuando creas un personaje de ficción lo creas de una manera concreta que condiciona cómo se comporta el personaje y no puedes cambiarlo, para mí los personajes reales son iguales que los de ficción, con la diferencia de que yo no invento las reglas del juego”, apunta el autor.
Las grandes científicas
La gran protagonista de la novela es, además de la propia Gabriella, Maria Mitchell, un personaje real y una de las pioneras de la astronomía. “Maria Mitchell me enamoró como personaje: lo tiene todo. Si existieron las calculadoras, fue porque antes existió Maria Mitchell”, confiesa Delgado. “Maria Mitchell me atrapó. Es anterior a las calculadoras y fue profesora de muchas de ellas. Para mí era mucho más desconocida que las calculadoras. Las calculadoras no son conocidas por el gran público, pero sí aparecen en los textos de ciencia, cuando se habla del papel de la mujer y de lo poco reconocido que estaba su trabajo”, señala. Mitchell, que se formó en astronomía trabajando con su padre, se dedicó luego a la astronomía de forma profesional (fue profesora en Vassar) y se convirtió en un referente, al igual que en su momento lo fue Caroline Herschel, una astrónoma anterior a Mitchell y a las calculadoras pero que es mencionada en la novela.
“Si hablas con una astrónoma, Caroline Herschel es el gran símbolo, la gran figura, la que representa a muchas de esas mujeres”, indica. “Estaba a la sombra de su hermano, pero al final consiguió hacer una labor propia y que se la reconociera”, apunta. La historia de Caroline Herschel estuvo muy ligada al principio a la de su hermano, de quien era ayudante, aunque pronto se demostró que ella tenía talento y dotes propias. Herschel acabó trabajando en solitario y convirtiéndose en una de las mujeres de ciencia por antonomasia de principios del siglo XIX. Sin embargo, y como reconoce Miguel A. Delgado, aún no es tan conocida como debería.
Por qué desconocemos la historia de estas mujeres científicas
“En la ciencia ocurre lo mismo que ocurre en cualquier campo: somos ignorantes del papel de la mujer en muchísimos campos en los que estuvo presente”, apunta el autor de ‘Las calculadoras de estrellas’ cuando le preguntamos por qué sabemos tan poco (al menos quienes no somos el público especializado científico) sobre el papel que las mujeres han tenido a lo lago de la historia en la ciencia. “Se me ocurre por ejemplo el caso de la historia del arte, no se nos vienen a la mente muchos nombres de mujer, pero cuando uno rasca aparecen nombres de mujeres”, apunta.
En el caso de la ciencia, sin embargo, las mujeres tuvieron que enfrentarse a una serie de obstáculos que en otros campos fueron más fácilmente solventados. “Para empezar tuvieron un gran problema”, dice el escritor, recordando que “hasta el siglo XX la mujer no pudo estudiar estudios superiores, al menos en Europa y Estados Unidos. No poder acceder a las herramientas del conocimiento dificulta mucho el poder dedicarse a la ciencia”. A ello se sumaba que las mujeres estaban muy atadas al hogar, lo que hacía que tuviesen muchas menos oportunidades para el trabajo científico. “Era muy difícil que encontraran tiempo para dedicarse a su trabajo, sobre todo antes de que la ciencia se convirtiese en algo más establecido”, señala, recordando que los científicos del pasado eran “muchas veces eran personajes que tenían su vida resuelta de otra manera y se dedicaban a investigar por su cuenta”.
A eso se suman otros problemas más recientes. “Si hablamos del siglo XIX y del siglo XX, entran muchas otras cosas. A la mujer no se la contrataba en los institutos o se le pagaba poco. Y ha habido casos de apropiación por parte de sus colegas hombres”, recuerda Miguel A. Delgado, poniendo como ejemplo a Lise Meitner, la física que descubrió la fisión nuclear (pero el Nobel se lo llevó un hombre), o a Rosalind Franklin, la pionera de la investigación sobre el ADN (y el Nobel también acabó en manos de los hombres). “Entran otras cosas como el corporativismo, el machismo imperante todavía en muchas instituciones académicas”, acusa. “Algo ha cambiado la cosa, pero por ejemplo en los premios Nobel de este año no ha habido mujeres. Eso hace 100 años se podía justificar, hoy parece poco justificable”, recuerda.
Las calculadoras hacían un trabajo tedioso y muchas veces poco reconfortante. Les pagaban poco dinero por lo que hacían (menos que a los hombres) y su propio trabajo científico estaba muy limitado. Muchas de ellas, sin embargo, lograron, en ese ambiente un tanto hostil, hacer grandes y trascendentales descubrimientos científicos, como ocurre por ejemplo con algunas de las calculadoras que se convirtieron en mujeres homenajeadas en los cráteres de la Luna.
Su historia se acaba de convertir también en material para la ficción. Miguel A. Delgado acaba de publicar ‘Las calculadoras de estrellas’ (publicado en Destino), una novela que se acerca a ellas a través de Gabriella Howard, una niña a la que la Guerra Civil estadounidense deja huérfana y que se acabará convirtiendo en una de estas pioneras de la ciencia. “Gabriella es un personaje de ficción”, explica el escritor al otro lado del teléfono, “pero a través de ella y de la relación que establece con Maria Mitchell funciona como mirada para descubrir todo ese mundo y a partir de ahí introducir todos los personajes y lugares reales”. Gabriella, atrapada en un orfanato, es reconocida por Mitchell, que conoció en el pasado a su padre y que la convierte en una especie de prohijada y, sobre todo, aprendiza científica.
La novela no se centra tanto en la labor de las calculadoras y del día a día en la universidad de Harvard, sino más bien en la formación de una de esas calculadoras. “Podría ser la historia de alguna de ellas”, apunta el escritor. “Muchas veces pensamos sobre los científicos que son gente especial, gente rara, y a mí me interesaba muchísimo contar la historia real, como estas científicas eran personas normales y corrientes, que tenían una situación muy similar a la de cualquier mujer de la época. Por eso, lo que más me interesaba era contar cómo se formaba una calculadora”, indica.
Por ello, la novela juega con la ficticia Gabriella y con los científicos reales que protagonizaron la historia. ¿Cómo se logra escribir sobre gente real y convertirlos en parte de la ficción? “Los personajes reales son personajes. Igual que cuando creas un personaje de ficción lo creas de una manera concreta que condiciona cómo se comporta el personaje y no puedes cambiarlo, para mí los personajes reales son iguales que los de ficción, con la diferencia de que yo no invento las reglas del juego”, apunta el autor.
Las grandes científicas
La gran protagonista de la novela es, además de la propia Gabriella, Maria Mitchell, un personaje real y una de las pioneras de la astronomía. “Maria Mitchell me enamoró como personaje: lo tiene todo. Si existieron las calculadoras, fue porque antes existió Maria Mitchell”, confiesa Delgado. “Maria Mitchell me atrapó. Es anterior a las calculadoras y fue profesora de muchas de ellas. Para mí era mucho más desconocida que las calculadoras. Las calculadoras no son conocidas por el gran público, pero sí aparecen en los textos de ciencia, cuando se habla del papel de la mujer y de lo poco reconocido que estaba su trabajo”, señala. Mitchell, que se formó en astronomía trabajando con su padre, se dedicó luego a la astronomía de forma profesional (fue profesora en Vassar) y se convirtió en un referente, al igual que en su momento lo fue Caroline Herschel, una astrónoma anterior a Mitchell y a las calculadoras pero que es mencionada en la novela.
“Si hablas con una astrónoma, Caroline Herschel es el gran símbolo, la gran figura, la que representa a muchas de esas mujeres”, indica. “Estaba a la sombra de su hermano, pero al final consiguió hacer una labor propia y que se la reconociera”, apunta. La historia de Caroline Herschel estuvo muy ligada al principio a la de su hermano, de quien era ayudante, aunque pronto se demostró que ella tenía talento y dotes propias. Herschel acabó trabajando en solitario y convirtiéndose en una de las mujeres de ciencia por antonomasia de principios del siglo XIX. Sin embargo, y como reconoce Miguel A. Delgado, aún no es tan conocida como debería.
Por qué desconocemos la historia de estas mujeres científicas
“En la ciencia ocurre lo mismo que ocurre en cualquier campo: somos ignorantes del papel de la mujer en muchísimos campos en los que estuvo presente”, apunta el autor de ‘Las calculadoras de estrellas’ cuando le preguntamos por qué sabemos tan poco (al menos quienes no somos el público especializado científico) sobre el papel que las mujeres han tenido a lo lago de la historia en la ciencia. “Se me ocurre por ejemplo el caso de la historia del arte, no se nos vienen a la mente muchos nombres de mujer, pero cuando uno rasca aparecen nombres de mujeres”, apunta.
En el caso de la ciencia, sin embargo, las mujeres tuvieron que enfrentarse a una serie de obstáculos que en otros campos fueron más fácilmente solventados. “Para empezar tuvieron un gran problema”, dice el escritor, recordando que “hasta el siglo XX la mujer no pudo estudiar estudios superiores, al menos en Europa y Estados Unidos. No poder acceder a las herramientas del conocimiento dificulta mucho el poder dedicarse a la ciencia”. A ello se sumaba que las mujeres estaban muy atadas al hogar, lo que hacía que tuviesen muchas menos oportunidades para el trabajo científico. “Era muy difícil que encontraran tiempo para dedicarse a su trabajo, sobre todo antes de que la ciencia se convirtiese en algo más establecido”, señala, recordando que los científicos del pasado eran “muchas veces eran personajes que tenían su vida resuelta de otra manera y se dedicaban a investigar por su cuenta”.
A eso se suman otros problemas más recientes. “Si hablamos del siglo XIX y del siglo XX, entran muchas otras cosas. A la mujer no se la contrataba en los institutos o se le pagaba poco. Y ha habido casos de apropiación por parte de sus colegas hombres”, recuerda Miguel A. Delgado, poniendo como ejemplo a Lise Meitner, la física que descubrió la fisión nuclear (pero el Nobel se lo llevó un hombre), o a Rosalind Franklin, la pionera de la investigación sobre el ADN (y el Nobel también acabó en manos de los hombres). “Entran otras cosas como el corporativismo, el machismo imperante todavía en muchas instituciones académicas”, acusa. “Algo ha cambiado la cosa, pero por ejemplo en los premios Nobel de este año no ha habido mujeres. Eso hace 100 años se podía justificar, hoy parece poco justificable”, recuerda.
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